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Chapter 9 - CAPÍTULO NUEVE ~Cielo despejado y de perfecto azul~

Durante los días por venir, Tobías mantuvo alejado de la vista de los demás el bello e inusual color fantasía que ahora tintaba su vida; primordialmente por la poca frecuencia con la que este se mostraba, asiduidad que no afectaba en nada su vida rutinaria y que era responsable de hacer que el pastelero se olvidara del tema por grandes períodos de tiempo.

El invierno avanzó a grandes zancadas, motivado por la escasez de horas diurnas a las que ese lado del mundo era sometido, y de un momento a otro, ya era mitad de temporada y las fechas navideñas se encontraban a la vuelta de la esquina.

Mirela se hallaba en casa de Tobías a mitad de una cena; situación que se había vuelto regular en las últimas semanas. Con las fechas festivas cerca ambos jóvenes comparten sus planes para aquellos días: Tobías pasaría las últimas dos semanas de diciembre con su familia, tal y como acostumbraban cada año. Mirela haría lo mismo, la diferencia estaba en que la casa de su familia estaba en otra ciudad y que la chica planeaba irse dentro de unos días; hecho que sorprende a Tobías. La razón, más que pasar mucho más tiempo en familia, era que la pintora necesitaba darle una vuelta a su otro atelier, su primer atelier.

- Ya le avisé a los propietarios de la residencia, pero necesito un favor tuyo Tobías.

- ¿De qué se trata?

- ¿Puedes cuidar de Cajeta mientras no estoy? —Pregunta, curvado los extremos de sus cejas hacia arriba a manera de súplica— Me lo llevaría pero mi padre es alérgico a los gatos.

- Por mí no hay problema, amo a los gatos.

- ¿¡De verdad!? —Exclama la chica con sorpresa—

- Mhm —Afirma el chico—

Tobías no da más información y sigue devorando su comida. Mirela, por varios segundos, lo mira fijamente.

<> reflexiona la chica desviando la mirada, continuando con la cena.

- Regresaré a principios de enero. Cajeta ya sabe usar su caja de arena y mientras se le deje juguetes, agua y comida, se queda tranquilo estando solo.

- Perfecto.

Después de esa noche, unos días más tarde, Tobías se encuentra en el aeropuerto despidiendo a su amiga con suaves movimientos de su mano mientras esta se aleja de la zona de embargue, agitando la mano energéticamente.

Para muchas personas la Navidad era la temporada más alegre de todas, llena de ese reconfortante calor familiar y la grata compañía de las amistades. Desde su llegada, Mirela disfrutó de esas cenas que tanto extrañaba en compañía de sus padres, a las que días después se les unió su hermano mayor, su cuñada y su sobrina. Durante su estadía, la chica se acercó a su primer atelier y fue recibida con alegría por los profesores y los estudiantes. La pintora se reintegró a las clases y junto a sus compañeros y alumnos, limpiaron y decoraron el lugar. Casi todos los fines de semana salía a diversos lugares motivada por los profesores, intentando evitar siempre que podía las reuniones para beber pues su tolerancia era menor que cero.

La semana correspondiente al veinticinco de diciembre, la cafetería Arami cerró sus puertas dos días antes de dicha fecha y no las volvería a abrir hasta el diez de enero. Ese día, absolutamente todos los empleados del lugar, en compañía de su jefe, fueron a cenar a un restaurante de carne muy recomendado por Henry, tras esto irrumpieron en el bar al que siempre iban, estropeando el ambiente de paz de Drake. La rutina fue la misma de siempre, Henry pidió a gritos la bebida que con tanta emoción brindaría a sus empleados y Drake se quejó de lo ruidoso que estaba siendo.

A primera vista la relación de estos dos hombres parecía la de un cliente fastidioso y un dueño quisquilloso de poca paciencia, pero la realidad era que esos dos eran amigos desde hace mucho tiempo; se conocieron incluso antes de que Henry debutara como boxeador.

Decir que aquellos empleados no amanecieron al lado de su jefe sería una mentira muy descarada y hecho añicos, Tobías regresó muy temprano en la mañana a su casa. Lo primero que hizo fue darle comida a Cajeta e irse a dormir, por la tarde empacó unas cuantas cosas, tomó al gato de su amiga y se fue a casa de sus padres. Los días siguientes ayudó a su madre a terminar de decorar la casa y la noche del veinticinco, preparó junto a ella y su padre la cena navideña. Para el treinta y uno, la familia materna y la familia paterna invadieron la casa para celebrar, y cualquiera pudo haber dicho que allí dentro había una discoteca; ya que la casa de los Palacio tenía un amplio patio, los fuegos artificiales no faltaron cuando el reloj marcó las doce. Después de dar el feliz año, el pastelero se escabulló a la que era su habitación, tomó su teléfono e hizo una llamada.

- ¡Feliz año! —Salta Mirela al otro lado de la línea—

- Feliz año ¿Cómo la estás pasando?

- Bien, hasta hace un rato estaba con unos amigos. Ahora estoy en casa. ¿Y tú?

- Me estoy divirtiendo. Dentro de unos minutos mi familia convertirá la casa en una disco.

Una exclamación de sorpresa, seguida por una risa, sale de la boca de Mirela. Brevemente, ambos jóvenes cuentan lo que han estado haciendo.

- ¿Cómo está Cajeta?

- Bien, muy bien. Te extraña mucho. Mañana me reintegro al trabajo ¿Cuándo regresas a la ciudad?

- Sobre eso… hace unos días me contactaron los representantes de una expo de arte. Quieren incluir varios de mis trabajos más recientes en la colección de primavera. Será una gira por varios puntos de Europa y si acepto… no creo que pueda regresar hasta el verano.

Tobías escucha atento, entendiendo la magnitud de la importancia de la expo y aunque siente cierta tristeza por saber que pasaría mucho tiempo sin ver a su querida amiga, la apoya con total sinceridad.

- ¡No digas más! Cajeta está en buenas manos —Dice— Es una gran oportunidad así que no deberías dudar tanto.

- Gracias Tobías, te debo una.

- ¡Una muy grande! —Bromea el joven—