La jornada laboral en la cafetería Arami termina más temprano de lo usual, a las cinco pm. Camareros y pasteleros, cada uno con su tarea, se encargan de dejar todo limpio para el día siguiente. Las sillas son recogidas, las mesas de afuera resguardadas adentro, los platos, utensilios, envases, cubiertos y tazas ensuciados en las últimas horas se escurren en la rejilla tras ser lavados.
Conforme terminan sus labores, los trabajadores se van cambiando y retirando del local. Uno de ellos es Tobías, que antes de irse se acerca a su jefe.
- Señor Henry ¿Sobró algún dulce del día?
- Sí. Están en la nevera.
- Tomaré dos entonces.
De los pasteleros solo estaba Luis presente y por parte de los camareros, los más cercanos a Tobías eran:
José; su piel morena era un poco más clara que la de Tobías, su cabeza estaba rapada a los lados y el cabello que rellanaba el centro, era rizado y estaba contenido por una coleta.
Y Vanessa; de tez clara, cabello rubio teñido y cortado a la altura de los hombros, y ojos como el carbón. Tanto en apariencia como en dureza, decían sus compañeros.
Ellos tres, que habían escuchado todo, vieron la oportunidad perfecta para molestar a su compañero y Henry, viendo sus intenciones grabadas en sus caras, no pensaba quedarse fuera.
Tobías va hasta la cocina y de la nevera saca los dulces de su preferencia, los guarda dentro de uno de los empaques que la cafetería usa para los pedidos y vuelve a salir.
- Listo. Buenas noches a todos.
- Alto ahí. —Le frena su jefe, cerrándole el paso con su recio cuerpo— ¿Dos postres? Eso es inusual.
- Eso es verdad Jefe ¿Tu mamá está de visita Tobi? —Pregunta Luis acercándose—
- Aunque lo estuviera, normalmente le lleva solo uno por sus diabetes —Dice José— ¿Qué piensas tu Vane?
- Pienso que Mamá Palacios solo viene de visita a mediados de la temporada de invierno, que es cuando su trabajo se aligera.
Entre cada pregunta y suposición, Tobías termina acorralado contra la barra. Las interrogantes e insistentes miradas que recibía le hicieron ponerse ligeramente nervioso y tenía el presentimiento de que responder podría ser una mala idea pero, aun así, lo hace.
- Hay una nueva vecina en mi edificio. Hoy pasaré a visitarla y pensé en llevar algo para compartir.
El cuarteto estalla de emoción y todos hablan al mismo tiempo: por un lado, Vanessa le otorga un puntaje de diez sobre diez de quien sabe qué mientras que, por el otro, Luis y José palmean su espalda con brusquedad, felicitándolo.
- Justo cuando creí que estarías soltero por otros diez años —Dice Henry con una exagerada mueca de martirio en su rostro—
Tobías, captando el malentendido, se zafa del grupo.
- No sé qué están pensando, pero es solo una amiga, además, nos conocimos hace unos días apenas.
- ¿Y qué? Yo solo necesito un par de horas para enamorarme —Dice Henry con diversión, soltando luego una imperiosa carcajada— Mire su Alteza, los hombres y las mujeres no están hechos para ser amigos.
Vanessa se crispa al oír aquello y, como su jefe era mucho más alto que ella, tira hacia abajo del lóbulo de su oreja. Henry gimotea y pide disculpas.
- A usted le gusta decir muchas tonterías ¿No es así jefe?
- Están siendo demasiado ruidosos. —Se queja Tobías— Se me hace tarde ¡Me voy!
El joven huye del lugar tan rápido como puede. Gracias a que la cafetería estaba en una zona céntrica de la ciudad, le toma menos de cinco minutos llegar a la estación del metro más cercana. El chico arriba a su casa aproximadamente a las siete y algo de la noche. Con un baño, Tobías elimina el sudor acumulado en su cuerpo, se viste con un mono y una camisa y luego de cenar, sale de su apartamento y sube en el ascensor hasta el piso doce, llevando en sus manos la caja de cartón que albergaba los dulces. Ya enfrente de la casa de Mirela, toca el timbre y la respuesta no se hace esperar. A los segundos es recibido por la pintora, que vestía su overol de trabajo.
Un intercambio de saludos, una invitación a pasar y los dos se encuentran en el balcón, sentados en los sillones disfrutando de una taza de chocolate caliente recién hecho y de los dulces que trajo Tobías. Mirela acaba con el suyo en un dos por tres.
- ¿Estuvo bueno? —Pregunta Tobías entre risas—
- Siete de diez —Responde la chica con una cara seria, que se disipa al momento en una sonrisa— De acuerdo, estuvo muy bueno ¿Tú los hiciste?
- Solo el que tú comiste. Este lo hizo una compañera ¿Te gustaría probar?
- No debería. No soy amante de hacer ejercicio y si no me controlo terminaré rodando al trabajo. —Confiesa apenada—
- Vamos anda.
Tobías toma un trozo de su dulce con el tenedor y se lo tiende a Mirela diciendo "Ah", la chica tuerce los ojos y come lo que el pastelero le ofrece. La pintora suelta un satisfactorio "¡Mmm!" y Tobías sonríe feliz por el gusto causado en su amiga.
A pesar del poco tiempo, Mirela y Tobías se sentían verdaderamente cómodos entre ellos; como sucedía en miles de casos, sencillamente la forma de ser de ambos inspiraba la dosis suficiente de confianza en el otro para abrirse e interactuar con más honestidad.
El plato de Tobías queda solamente con migas y restos de crema sobre su superficie, y el olor a chocolate es lo único que permanece de este en las tazas. El cielo estaba totalmente nublado y mientras los jóvenes seguían hablando, blanquecinos y diminutos copos de nieve descienden de las nubes con grácil lentitud. El vecindario y la ciudad entera, reciben la primera nevada en silencio.
La pintora y el pastelero no se fijan en el fenómeno sino hasta que los copos cubren sus cabezas. Ambos contemplan los fríos puntos blancos por varios segundos y cuando los copos se vuelven millones, Mirela recoge su oasis con ayuda de Tobías y cierra las ventanas.
- El frío se incrementó de pronto ¿Quieres un poco de té? —Pregunta Mirela de camino a la cocina—
- ¿De qué tienes?
- Jengibre y limón, es bueno para prevenir la gripe.
- Entonces beberé una taza por favor.
Mirela entra a la cocina y mientras prepara el té, Tobías curiosea alrededor. El chico se acerca a la zona del comedor en donde Mirela tenía su estudio provisional y ojea la pintura sobre el caballete, la única a la vista del pastelero. Con genuino asombro observa con suma atención el parque invernal que lucía sobre el lienzo. Tobías no era alguien de contemplar arte, ni digital, ni en pintura y ni mucho menos plástico, y es que simplemente no iba con él. Quizás, esta era la primera vez que él se detenía a ver y disfrutar de una composición.
De pronto, una inusual presión se aloja en el pecho del pastelero. Era extraño, pero no doloroso y Tobías lo sentía como una sensación de ansiedad que le decía que algo estaba a punto de pasar. La misteriosa presión se desborda por todo su expectante cuerpo y su corazón comienza a dar enérgicos saltos; emoción, ansiedad, la interrogante de qué demonios le pasaba, todo esto hacía temblar el cuerpo de Tobías y para cuando él determina que algo no estaba muy bien que digamos, los copos de nieve en la pintura empiezan a moverse e incluso, brotar de la pintura misma. Una ventisca helada proveniente del lienzo hace al joven estremecerse y sus oídos captan el danzar del viento entre los árboles, sus ojos se posan en ellos y con incredulidad ve como las hojas se mecen de un lado a otro en consonancia con el viento.
Mirela sale de la cocina llevando dos tacitas y camina en silencio hacia su vecino, totalmente ajena a lo que este veía y le mantenía hipnotizado.
- ¿Te gusta? —Pregunta tendiéndole una de las tacitas—
Tobías se sobresalta y sale de su ensoñación totalmente desconcertado. Instintivamente lleva su mano al pecho y suelta un suspiro.
- Sí. —Responde tomando la taza— Perdón por mirar sin permiso.
- No te disculpes. Si me molestara que los demás viesen mi trabajo, no sería pintora en primer lugar.
Tobías sonríe.
- Buen punto. Es muy hermosa Mirela.
- Gracias, pero aún no está lista. — Dice la chica, con una mueca que Tobías no logra interpretar—
- Avísame cuando lo esté. —Se limita a decir, con una ladina sonrisa—
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