Una semana transcurre.
El reloj marcaba las siete de la noche y Mirela tenía el comedor hecho un desastre: había múltiples potes de pintura dispersos por la mesa y varios lienzos en blanco; ya que estaba cansada de llegar siempre tarde a casa, la chica había seguido el consejo de su compañera de trabajo y trasladó algo de trabajo a su casa, pero ya que su hogar no contaba con un estudio tuvo que dejar todo en el comedor.
Por el momento Mirela se encontraba sentada en una silla, cargaba en su mano izquierda la paleta de colores y el pincel en la otra mano. Frente a ella, un caballete sostenía un lienzo que mostraba el paisaje invernal de un parque, todavía incompleto. Mirela va pintando aquí y allá, dando breves vistazos a una vieja foto que había encontrado en uno de sus álbumes mientras hacía limpieza.
Después de otros diez minutos de trabajo, la chica se levanta adolorida y deja la paleta y el pincel sobre la silla donde estaba sentada.
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Antes de arreglar todo, sedienta, marca el rumbo hacia la cocina. Apenas y un paso después, el pequeño gatito que había adoptado se atraviesa repentinamente en el camino, totalmente distraído con su nuevo juguete. Mirela se detiene de golpe, pierde el equilibrio y con un confuso juego de pasos, hace todo lo posible por no caer sobre el animal; como consecuencia termina por chocar estrepitosamente contra la mesa, los envases de pintura sobre la mesa se vuelcan y dado que algunas de ellas no estaban bien cerradas, el mantel es atacado por diversos colores. Mirela actúa con rapidez levantando los bordes del mantel para evitar que la pintura caiga en el suelo y con cuidado retira todas las cosas sobre el mantel.
<< ¡Dios! Qué desastre >> Clama en silencio mientras desnuda la mesa y se apresura a la lavandería.
En el lugar ya se hallaba Tobías, cargando una expresión un tanto molesta. Más temprano uno de sus uniformes de trabajo había terminado embadurnado tras el salvaje ataque de una mezcla para biscochos y dicho ataque, había sido patrocinado por nada menos que Luis, quien no ajustó correctamente las aspas de la batidora. Mientras el pastelero se encarga de su uniforme, Mirela entra corriendo a la lavandería logrando asustarlo y con sorpresa, ve como su vecina ocupa una de las máquinas con desespero.
Con sus manos manchadas de pintura, Mirela se ve obligada a levantar la tapa de la máquina de lavar usando el dorso de su mano y al lograrlo, arroja el mantel adentro. Rasgando con los dientes el sobrecito de detergente en polvo que llevaba consigo, vacía su contenido sobre el mantel. Al bajar la tapa, se dispone a iniciar con el lavado, pero se detiene vacilante ya que no podía tocar los botones teniendo las manos manchadas.
Tobías se da cuenta con prontitud del apuro en el que su vecina se hallaba y se acerca para ayudarle. La máquina inicia con su labor y Mirela le agradece la ayuda a Tobías.
- No hay de qué. Me llamo Tobías, por cierto.
- Y yo Mirela. Te daría la mano, pero la pintura sigue fresca.
Ambos jóvenes comparten una risa.
- ¿Estabas remodelando?
- No, pintando.
- ¿Eres pintora?
- Sí.
- Whou. Seguro amas tu trabajo, pero no creo que debas dejar que la emoción te gane.
Mirela ríe a carcajadas y le cuenta a Tobías lo sucedido.
- Al menos ninguno salió herido. ¿Ya le pusiste nombre al pequeño?
- Tomé tu sugerencia y terminé por llamarlo Cajeta.
- ¿Enserio?
- Sí. Con ese color de pelaje y esa textura tan suave, realmente parece un dulce de leche.
Tobías mira curioso a su vecina; ese tipo de dulce no era muy común en aquella parte del mundo.
- ¿Te gustan los dulces?
- Más de lo que debería —Confiesa algo avergonzada—
- Yo soy pastelero así que cuando haga algo, si gustas puedo llevarte un poco.
- Eso es muy amable, pero ¿No es molestia?
- Para nada, siempre estoy buscando opiniones nuevas.
- Si es así, estaré dispuesta para ayudar. Tengo que ir a limpiarme Tobías, hablamos luego.
- Por supuesto.
Los chicos se despiden y Mirela regresa a su apartamento, lava sus manos, se cambia de ropa y baja para terminar de encargarse del mantel. Tobías ya no estaba, pero sobre la lavadora que hacia minutos había terminado exitosamente su trabajo con el mantel, reposaba un pedazo de papel. Mirela lo toma y ve escrito en él un número telefónico y justo al lado una nota adornada con una carita feliz que decía: "Este es mi número. Tobías"
Mirela sonríe, guarda el papel dentro del bolsillo de su pantalón y después de salvarle la vida al mantel que su madre le obsequió y ordenar un poco la casa, envía un mensaje al número que Tobías le dejó, diciendo: "Y este es el mío. Mirela"
Con un timbrazo Tobías recibe el mensaje de Mirela y responde al momento. Durante un rato, y solo por un rato pues ambos debían trabajar al día siguiente, se dedican a conocerse mejor.