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Chapter 4 - 1

DOCE MESES ANTES. 2021.

Sentía frío. Los dedos de sus manos se congelaban en el frío pavimento mientras las gotas de lluvia caían poco a poco. La sensación húmeda en su cuerpo no desaparecía por más que se arrastrara en busca de calor. El dolor lo calaba en lo más profundo y estaba seguro de que moriría si la hemorragia de su estómago no se detenía, pero no veía a nadie más en la carretera, y toda su familia... Su familia estaba muerta.

Lágrimas resbalaban por sus mejillas, cayendo en la frívola carretera. Solo recordaba cristales rotos, gritos ensordecedores, su padre golpeándose la cabeza contra el volante y a su madre atravesando el parabrisas. Después, no hay nada. Pareció desvanecerse, así como su vida.

Arrastrándose, se quedó sin aire, así que se detuvo, pero las lágrimas no tardaron de llegar, logrando que su situación y la profunda herida en su estómago doliera más.

No sabía qué hacer, ni cómo no quedar destruido después de tanto. En el suelo, en medio de tanta penumbra y pesar, él se quedó en posición fetal, tratando de alcanzar ese consuelo con la sensación de un abrazo de su madre o el apretón de su padre en el hombro.

Necesitaba ayuda... Necesitaba volver el tiempo atrás y nunca haberles dicho palabras tan hirientes por el calor del momento. Se recriminaba haberse enojado con ellos, ignorado cualquier interacción. Él debió besarlos, abrazarlos y dejar que su hermana menor lo molestara por más tiempo, solo un poco más.

Sentía que nada le alcanzaba, que podía dormir en ese momento y no volver a despertar nunca más.

________

ACTUALIDAD. 2022.

Elio piensa, para ese momento, que su vida es una mierda. Se siente perdido, solo y terriblemente inútil todo el maldito tiempo. Está cansado, pero si duerme, las pesadillas regresan una y otra vez por más que intente deshacerse de ellas. A veces se pregunta si la vida verdaderamente le dio una nueva oportunidad o solo está tratando de destruirlo hasta convertirlo en polvo. Tiene miedo de avanzar, no es mentira, porque teme que las cosas se salgan de su control y se escapen de sus manos.

Por lo que, ahora se encuentra ahí: en una oficina con olor a polvo y café rancio, lleno de archivos y papeleo a medio hacer. Elio está sentado en un sillón de piel negro que rechina al mínimo movimiento. Frente a él está la —muy impactada— consejera de su escuela, apodada "Tres Piernas", ya que necesita de un bastón para caminar; aunque es una mujer de treinta y tantos, por un accidente de tránsito una de sus piernas quedó bastante mal para tener que recurrir a una ayuda toda su vida.

Elio no la conoce de nada más que esa infame historia que recorre los pasillos de su instituto, así que tampoco sabe su nombre.

—Estoy muy sorprendida, Elio. ¿A qué se debe tu visita?

Elio alza la mirada de sus manos, por fin viéndola a los ojos. Se relame sus labios resecos para poder responderle adecuadamente.

—Yo... —empieza él, arrepintiéndose al instante de que abrió la boca— quiero tener a alguien con quien platicar. Pero no deseo que haya registro de estas visitas... No quiero que mi padre Arian se entere.

—Oh. —Tres Piernas parpadea, incrédula—. ¡Oh! ¡Claro! —responde después de un momento—. Lo que desees, Elio. Pero ¿tienes algún problema con tus compañeros o algo de esa magnitud? Porque si es serio, tendría que hablar con tu tutor y el director. No podría quedarme de brazos cruzados...

—No... No. Nada de eso. Es confidencial aquí, ¿no es así? Usted funciona como una psicóloga, ¿verdad? —vuelve a bajar la mirada, lastimando sus uñas con ansiedad carcomiéndole el estómago.

La principal razón por la cual se encuentra enfrente de una mujer que no le conoce ni un pelo, es más que nada, porque no tiene amigos. No ha podido mantener una relación de ningún tipo después del accidente. Sinceramente, no ha actuado de forma seria con nadie después de recuperarse físicamente, y teme hacerlo; de caer en un ciclo vicioso de dependencia y perder a ese alguien. Desea desahogarse, pero no busca crear lazos.

Y ahora está ahí, con la consejera de su colegio, que parece ingenua, cansada y más vieja de lo que debería.

Ella sonríe de lado sin entender ni un poco lo que pasa por la cabeza de Elio.

—Sí, por supuesto. Es confidencial si así lo decides. Todo depende de ti. —Asiente la cabeza, tratando de no cuestionar a su alumno.

—Como debe saber... Soy adoptado.

Tres Piernas sigue con su sonrisa profesional, rígida.

—Comprendo, Elio. ¿Te causa alguna inseguridad?

Él niega con la cabeza, volviendo a mirarla más fríamente que antes.

—No, usted no comprende nada. —Trató de no sonar tan brusco y no funcionó. Así que, suaviza sus expresiones y relaja su cuerpo. Elio expulsa un leve suspiro de vergüenza, sus manos otra vez moviéndose con nerviosismo, con su uña quitándose un pellejo que sobresale. Los recuerdos de él postrado en una cama de hospital, no por heridas sino por el shock, lo inundan hasta abrumarlo—. Detesto hablar. Pero no funciona de otra forma. Solo quiero estar seguro de que, esto no pasará de boca en boca por el colegio...

Las lentillas que esconden el verdadero color de los ojos de Elio brillan falsamente contra la luz que se cuela por la ventana a un lado del escritorio de Tres Piernas. Reconoce que está curiosa por lo que Elio está tan nervioso de decir, pero, eso no evita que se siente incómoda. Es la consejera del instituto y, de todos modos, no puede quitar ese sentimiento de que lo que pronto soltará su alumno será perturbador.

Elio Reyes perfila como alguien prometedor de entre los alumnos del Instituto, acaba de cumplir diecisiete años, su historial académico es impecable y se le reconoce por ser un genio musical, además de ser el hijo adoptivo del gobernador del estado de Q. Leyó su expediente por recomendación del director al comentarle que posiblemente lo tendría en su oficina en algún momento por la historia trágica que pesa en los hombros del muchacho: un huérfano que perdió a toda su familia en un accidente. No hay mucha información sobre el suceso, pero sí de que Elio iba en el auto y fue el único sobreviviente.

Tres Piernas, sin perder la sonrisa rígida, pone sus brazos sobre el escritorio y une sus manos.

—Tienes mi palabra, Elio. Esto será entre tú y yo. Sin tu permiso, no puedo grabar ni escribir nada que tú no desees, tampoco hablarlo. Existe cierto tipo de confidencialidad siempre y cuando esto que me cuentes no atente contra tu vida.

Elio queda satisfecho con la respuesta. Sin embargo, aún sigue dudando y es que no quiere pensar que es el único que imagina las cosas. No quiere ser el único que recuerda vívidamente lo que pasó ese día en la carretera. Tampoco es como si las cosas cambiaran solo por contarlas, mas, le sirve de consuelo.

—Los padres de mi madre aún siguen vivos. A ellos primero contactaron cuando tuve el accidente. Su único nieto que, milagrosamente, sobrevivió y no decidieron mantenerme —dice Elio con una mueca, desviando su mirada hacia unos papeles tirados por ahí, como si aún se sintiera incrédulo por ello—. ¿Sabe qué fue lo que dijeron para rechazarme? —Echa su cabeza hacia atrás, sin poder estar quieto—, dijeron que me había poseído el diablo, que estaba maldito.

—Solo quiero aclarar, antes de que vayas más lejos, que no deben pesarte las palabras de tus abuelos maternos. Sus creencias tal vez los hicieron decir aquello, pero, no estás maldito por haber sobrevivido al accidente. Solo fuiste afortunado...

Elio se ríe, tétricamente. Cierto, él es afortunado. Sumamente afortunado.

—Afortunado... Creencias... Sobrevivir. Ellos no piensan que esté maldito por haber sobrevivido al accidente. —Ladea la cabeza y por fin ve a Tres Piernas a los ojos—. Llegué muerto al hospital. No había nada ni nadie que pudiera salvarme ya. Y, de todas formas, desperté. Habían tratado de reanimarme en el camino, porque según aún respiraba. Cuando volví a tener conciencia de mí mismo, había pasado minutos desde que me declararon muerto.

Tres Piernas no le cree. Elio puede notarlo en seguida. Pareciera que solo está soltando mierda al azar. Mentira tras mentira. Todo lo parece, como si todo hubiera sido una ilusión. Una mala broma.

—¿Tus abuelos maternos te comentaron esto? ¿O...?

—Lo recuerdo. —Espeta—. También que tuve un sueño. Que... que alguien codiciaba mi cuerpo. Sentí su sed de sangre, de querer verme muerto. No mi cuerpo, mi ser... —Elio niega con la cabeza, sin poderse creer que está soltando también eso. No necesita decir más, con eso ha sido suficiente para sentirse como un completo imbécil.

Tres Piernas lo observa con una lástima tan profunda que logra que Elio quiera salir huyendo del país. Debe estar pensando en lo jodido que está de la cabeza... Claro, cualquiera estaría de ese modo si hubiera vivido lo que Elio. Pero, el punto no es ese. Ella debió haberlo visto: la agonía que está destruyendo poco a poco cada parte de su cuerpo y su ser. Elio está desapareciendo y su alma está cada día más borrosa. Hay tantos sentimientos y emociones que lo carcomen, lo apagan. Tal vez por eso, ella siente tanta empatía por él.

Elio es un adolescente trastornado por un pasado doloroso y desafortunado.

Un silencio incómodo reina entre los dos. Ninguno dice nada por segundos, tal vez minutos. Elio no está seguro de cuánto tiempo pasa, quién sostuvo más tiempo la mirada del otro, o en qué momento el aire que se cuela por la ventana hace que algunos papeles encima del escritorio de Tres Piernas casi se vuelen, haciendo el suficiente ruido para despertarlos de la ensoñación.

—Pero, bueno, sigo vivo. Soy afortunado, ¿no lo cree? —hay un tono sarcástico que Tres Piernas no pasa desapercibido. Pero, es tan sutil con ese rostro sonriente y bonito que cambia drásticamente, como si nunca hubieran platicado de otras cosas que no sean buenas—. Pese a haber sido una sesión corta, me sirvió de mucho, profesora.

La consejera se queda perpleja por un momento, procesando qué está sucediendo exactamente. Solo le sigue la corriente, viendo cómo recoge su mochila del suelo y la cuelga en su hombro izquierdo, y agarra el pomo de la puerta, no sin antes voltearse para sonreírle una vez más a Tres Piernas.

—Volveré mañana por otra sesión, si eso está bien para usted, profesora. —Una sonrisa escalofriantemente sincera logra que Elio brille, como si no fuera ese chico roto con demonios atormentándole de hace un momento—. Disculpe, igual, ¿está bien si le llamo Tres Piernas? Es más fácil de memorizar, y no conozco su nombre.

La profesora cree que es la primera vez que escucha a alguien llamarle con ese apodo en su rostro sin un ápice de burla sobre su condición. Por lo que, sin saber muy bien, se deja llamar de esa forma grotesca. Se siente hipnotizada por Elio, no sabe de qué forma.

—Muchas gracias, Tres Piernas. Me aseguraré de no llegar con las manos vacías mañana, no se preocupe —dice Elio sonriendo como un sol—. Hasta luego, profesora.

—Está bien, Elio..., hasta mañana. —Logra balbucear de alguna forma. Todo sucede con rapidez, sin tiempo de procesar ni de siquiera abrir la boca con sensatez. Se siente atolondrada.

Eli asiente, abriendo la puerta para irse ya. Cuando, de pronto, se voltea otra vez, sus ojos en el suelo, pensativo, dudoso si decir o no lo que está en la punta de su lengua. Tres Piernas se queda expectante, cruzándose de brazos y ladeando la cabeza con los labios apretados para sonreírle llena de confusión.

—Tres Piernas —llama con seriedad—. ¿Qué café le gusta tomar?

La profesora suspira, posando su mano en su frente y riendo nerviosa.

—Cualquier cosa está bien, Elio. No te preocupes por ello. Mientras no sea tan dulce, supongo.

Elio asiente, anotándolo mentalmente y se despide con un ademán.

Tres Piernas observa cómo se cierra la puerta detrás de él y solo puede pensar en: qué carajo acaba de suceder.

~*~

Huele a Muerte.

El aire fresco de la noche hace del lugar más tenebroso que la mansión de su nuevo padre. La casa es casi tan frívola como el cementerio, igual de solitaria y triste.

Elio decidió omitir en la reunión con la consejera que la persona que lo adoptó era el hermano de su papá. Para Eli, hablar de su tío es compararlo con su papá, Juan Reyes, porque era un hombre completamente singular. Ningún día era igual a su lado, al siempre estar activo y contando cuentos fantásticos, como si Juan fuera el protagonista de ellos y a veces involucraba a Elio. Pensar en su papá, es aferrarse a todos los buenos recuerdos y de vez en cuando a los malos, aunque parezca que cada día que pasa es como si todos se les estuvieran escapando de las manos como la arena contra el viento. Claro, no vivían del todo bien, en una comunidad indígena apenas había para disfrutar de comodidades, esa fue una de las razones por las cuales su padre y él pelearon el día del accidente. Estaba cansado de medirse, de pasar hambre y llorar porque no había suficiente comida para todos. Elio estaba exhausto y eso terminó por convertirse en enojo hacia sus padres y la vida que llevaban.

Y Elio comparaba cómo su tío Arian era más exitoso y rico que su papá Juan. Arian Reyes, en cambio, es un político que terminó su carrera a los diecisiete años y a la temprana edad de treinta y dos años, se convirtió en gobernador de QR.

Arian era lo único que le quedaba a Elio. Él deseó una vida de lujos; y ahora que la tiene junto a su tío (padre), sin su familia todo eso se vuelve insignificante.

Elio deposita un ramo de flores en la lápida de su familia. Las hojas del árbol encima de él rozan entre sí cuando el aire pega contra ellas.

—Hoy se cumple un año.

Nunca imaginó que a sus diecisiete años estaría viviendo bajo el mismo techo que el hermano de su papá, del que solo escuchaba y veía en fotos, a veces su voz sonaba al otro lado del teléfono, pero nunca apareció frente a su puerta.

Deseaba un golpe de suerte, y eso logró convertirse en una maldición.

—Desearía haberme ido con ustedes. No quiero esto. No quería esto. Me siento tan cansado todo el tiempo. Estoy exhausto. Mis sentimientos parecen entumecidos. —Lágrimas resbalan por las mejillas de Elio, un poco sonrojadas por el frío de la noche—. Solo quiero despertarme de esta pesadilla, porque ya no sé qué hacer... Estoy tan perdido. Todos los días parecen igual de dolorosos y malos. Sin ustedes, soy nada. No sé si soy lo suficientemente valiente para quitarme la vida, pero, si tuviera la oportunidad... Si tuviera la certeza de que los volvería a ver, lo haría sin dudarlo... —Ríe entre su llanto, un vacío formándose en lo más profundo de su corazón—. Estoy hecho una mierda sin los tres. Estoy tratando de avanzar y hablar de esto con alguien, pero, es difícil intentar ser yo mismo frente a los demás porque sé que estoy jodido. Sé que su muerte, mi muerte, el rechazo de mis abuelos, mi tío... todo eso me está jodiendo. Y lo lamento, lamento estar diciendo groserías enfrente de Soleil, mi hermanita. Pero...

Suspira, cubriendo su rostro con las dos manos para tratar de calmar sus nervios. Se siente entumecido otra vez, porque no quiere sentir. Es demasiado dolor, cubriéndolo como una sombra que poco a poco lo consume.

Necesita unos minutos para que su respiración errática se calme.

—No deberías estar aquí solo —escucha una voz conocida.

Elio quita las manos de su rostro, dejando que cada sentimiento caiga en la nada. Se obliga a ser una persona seria, sin emoción que demuestre lo que siente frente a su tío Arian.

—Padre Arian —saluda volteando a ver al hombre que lo adoptó. Aún se le hace extraño observarlo y hallar casi las mismas facciones que su papá, pero con expresiones que nunca vio en él. Esa persona con un semblante frío y lleno de escrutinio no era su padre. Nunca lo sería, más que en papel—. Necesitaba un tiempo a solas.

—Esperaba que un guardaespaldas o el señor Torres estuviera acompañándote cuando son pasadas las diez de la noche, Elio —reprocha Arian, ladeando la cabeza, sin cambiar el tono calmado de su voz.

En una de sus manos lleva un ramo de flores blancas, que no pasa desapercibido para Elio.

—¿Son para mi familia? —hay un cierto tipo de tono posesivo en la voz de Elio que llama la atención de Arian, quien le dirige una mirada frívola la cual logra evadir cuando sus ojos recaen en ver sus tenis.

—También eran mi familia. —Arian sonríe de forma falsa y retorcida que de alguna forma le recuerda a la suya cuando algo le incomoda.

Eso logra molestarlo. Nunca los visitó, ni llamó. Su papá sufría de insomnio de todos los gastos que tenía y las deudas del hospital cuando su hermanita se enfermó y la tuvieron que internar. Ni siquiera fue a verla al hospital o preguntar por ella. No se dignó a ser parte de ellos, tal vez porque les daba pena; el saber que tenía familiares humildes. No quería saber. No necesitaba saberlo, ni conocerlo lo suficiente para darse cuenta de que Arian es un hipócrita.

Elio no dice nada. ¿Qué puede decir? No quiere pelear. No ese día.

—Ve al auto, Elio —ordena Arian, suspirando.

—Está bien, padre.

—Puedes... dejar de llamarme "padre" cuando estemos solos, Elio. Me resulta difícil imaginarte como un hijo, no me imagino tú pensando en mí como un padre. —Arian baja la mirada a la lápida, ni siquiera haciendo el esfuerzo por verlo a los ojos cuando dice palabras insensibles.

Elio le da una sonrisa torcida, parecida a la de su tío de hace u momento.

—Como desees, Arian. —Pasa de él, caminando sin pensar más en lo que sea haya pasado entre los dos aquí.

Se da cuenta de los guardaespaldas que están resguardando a Arian unos metros más atrás. Uno de ellos lo empieza a seguir al auto para cuidarlo por si acaso, pero antes de que el guardaespaldas le indique dónde se estacionaron, Arian le llama.

—Tu padre... antes del accidente, ¿no te dijo algo sobre Reyes de Oro y Plata? —Arian pregunta dándole la espalda.

—¿Qué tiene el libro que escribió mi papá? —Elio frunce el ceño, sin entender a dónde va la plática. ¿Cómo sabe Arian de esa novela?

—¿No recuerdas alguna mención sobre "esencia" u otro término? —Arian le responde con otra pregunta, y Elio sigue sin entender el punto de esta discusión.

—¿Está interesado en el género de Fantasía? —cuestiona con una mirada incrédula.

Arian lo voltea a ver y entrecierra los ojos como si estuviera sospesando el querer asesinarle ahí mismo.

—Ve al auto, Elio. Luego platicamos en la casa sobre las horas que desapareciste sin avisar al secretario Torres —hace un ademán hacia los guardaespaldas para que escolten a su sobrino fuera de ahí.

Arian observa cómo se aleja Elio, solo en ese momento demuestra todas sus emociones. Sonríe con pesar a la lápida de su familia y deposita las flores junto a las de Elio. No sabe qué hacer para que su sobrino deje de odiarlo, pero reconoce que cada conversación que tiene solo logra que el desprecio de Elio por Arian crezca. Espera que algún día pueda hacerle entender que todo es por su bien.

Alza la vista a un árbol que se cierne sobre él, las ramas de éste se muestran tan furiosamente sobre Arian, como si hubieran querido aprisionarlo contra él para romper cada uno de sus huesos. La esencia oscura que marchita cada una de sus hojas es definitivamente de Elio Reyes. No hay duda de que cada día se está descontrolando su energía y pronto llegará el día que la maldición se active. Otra vez.