Pasaron alrededor de 550 años desde que el primer grupo de personas fue separado de la población, para ser llevada a una nueva sociedad que sería forjada en el planeta Serendipia, donde el control absoluto era manejado por el Reino con el mismo nombre, lugar donde sólo los más dignos podrían llegar (los más inteligentes o importantes).
La población inicial del planeta nuevo fue de 3024 habitantes, siendo estos escogidos con suma precaución y estudios previos, los cuales fueron los principales integrantes en la historia de Serendipia, porque fueron ellos que forjaron el reino que es hoy en día.
La gran importancia de esta nueva sociedad creciente en un ambiente hostil, fue la explotación de uno de los minerales de silicato más valiosos que podría existir, Serendibita, con un valor que sobrepasaba los 3,8 millones de monedas de oro (valor equivalente en la Tierra) del cual se fabricaba la moneda de cambio que usaban todos los Serendipianos. Por esto, Serendipia fue categorizada como una de las economías crecientes más fuertes de toda nuestra galaxia.
Tras varios años de un constante crecimiento, para el año 2001 (año en la tierra, 550 desde la creación del reino de Serendipia, inicios del siglo XXI) su población ya contaba con más de 83.1 millones de habitantes, ocupando así todo el territorio del planeta. Donde todo era manejado desde su ciudad principal, en el cual habitaba el nuevo reino. Ahí se asentaría la familia Augustus-Rosalinda. Familia perteneciente a una de las primeras en nacer en Serendipia, por lo tanto de las más antiguas que éste pueblo verá alguna vez. Tuvieron dos hermosas hijas, Dian y Helena, quienes eran identificadas del resto de la población al heredar el primer nombre de su madre Victoria Rosalinda, Dian Victoria y Helena Victoria. también tuvieron un hijo llamado John, quien heredó el primero nombre de su padre Frederick Augustus, John Frederick. Y así con todas las familias que crecieron en Serendipia heredaban sus primeros nombres a sus hijos y ellos a los suyos.
Augustus-Rosalinda era una familia que estaba ligada directamente con la familia real (la familia más importante) aunque no fuera por lazos de sangre sino, completamente comerciales. Se alojaron en una gran casa donde vio crecer a Dian Victoria.
—Dian, sonríe un poco, no querrás salir toda desarreglada— dijo un hombre, que ajustaba la vista para retratar en una fotografía a toda la familia.
—No quiero estar aquí— dijo la pequeña niña de 5 años de edad.
—Dian Victoria, muestra tus modales— Victoria Rosalinda, su madre, le reprochó por su inusual comportamiento.
—¿Qué es lo que le sucede a mi hija querida?— el padre habló, casi sin inmutarse de su pose.
—Me dijiste que sería una foto y ya llevamos aquí mucho rato— Dian mostró toda la molestia que sentía a su padre.
Dian Victoria no comprendía que a veces era necesario tomar varias fotografías, por si alguna no salía del todo bien tendrían más opciones para escoger. Sólo quería ir de regreso con la abuela Rosa, quería seguir viendo todo lo que aquella mujer de edad avanzada podía hacer sin necesidad de levantar un solo dedo.
—Está bien, ya tomé suficientes por hoy— el encargado de tomar las fotografías dijo tratando de ayudar a aquella niña.
Pero en realidad, no era algo a lo que él pudiera decidir si continuaba o terminaría ahí con todo. Su único trabajo en ese momento era tomar las fotografías para luego enmarcar la que les pareciera una mejor toma.
—Eso no lo decides tú— Victoria Rosalinda elevó la voz, su pequeña hija ya la estaba sacando de sus casillas— Cuando te lo digamos nosotros podrás retirarte.
El muchacho ya no dijo una palabra más, se quedo ahí esperando nuevas instrucciones. Mientras Dian intentaba librarse de sus padres, que por supuesto, no la dejarían ir tan fácilmente. Aquella niña de melena rubia se acostó en el suelo, tratando de hacer de su berrinche algo más dramático.
—¡No hagas eso!— exclamó la madre, al segundo que levantó a su hija del suelo para evitar que su vestido Rosa salmón se llenara de polvo.
—Déjame, déjame— Dian gritaba desesperadamente.
—No te bajaré hasta que te comportes.
Frederick miraba estupefacto a su esposa y la manera como trataba a su querida hija de 5 años, que en cualquier otra situación, no lo hubiera creído. Pero su mujer era la clase de persona que perdía muy rápido la paciencia y más si algo le molestaba como lo hacía Dian en aquel momento. Victoria sostenía a la niña por la cintura, manteniendo sus pies en el aire.
—Déjame— Dian volvió a gritar.
Esta vez fue un grito más fuerte, más potente, y consigo un destello de luz que se desprendía desde el interior de la niña, una onda color rojizo se expandió a la redonda, expulsando a su madre a unos cuantos metros de distancia y logrando hacer que todos los presentes sintieran el impacto de su poder.
Dian Victoria cayó de espalda al suelo, sin comprender muy bien qué es lo que estaba pasando, se puso de pié lo más rápido que pudo y salió corriendo de la escena.
Sentía miedo mientras sus piernas la llevaban lo más lejos posible, era muy pequeña todavía para poder comprender lo que ocurrió. En su mente se reproducía el instante que la onda salía de su interior, se repetía una y otra vez, perturbando sus emociones.
Tenía ganas de llorar, pero no quería hacerlo por lo enojada que estaba, era una niña que no podía controlar sus emociones, todas ellas querían salir a la luz para apoderarse de ella.
—Ahhh— pegó un grito y seguido de eso una onda, más poderosa que la anterior salió de su ser, logrando destrozar lo que se encontraba más cerca de ella. Un árbol de roble de unos 5 metros de alto se vino abajo al instante que Dian Victoria perdía el conocimiento y caía tendida al suelo al expulsar toda su energía, lo último que supo del mundo exterior es que había un crujido detrás de ella, como si una gran rama se estuviera partiendo en dos.
Y todo quedó en silencio, todo el ruido que la invadía segundos atrás habían desaparecido, se encontraba en calma.