La pequeña Dian Victoria lloraba desconsoladamente, sentanda en medio de la tierra donde minutos antes estaba la casa en la que habitaba su abuela Rosa, y en la cual su madre Victoria había pasado la mayor parte de su vida. Sus lágrimas caían sin cesar, el pequeño vestido que tenían puesto ahora se encontraba mojado por todas las lágrimas que había derramado sobre él.
—Mi niña…— aquella mujer que acompañaba a Dian Victoria trató de consolarla— no llores por favor, todo pasará muy pronto— Rosa le pedía a la pequeña que dejara de llorar, sin embargo, ella también había empezado a hacerlo, ese día perdió a uno de sus más grandes tesoros, perdió a su hija Victoria Rosalinda y nada en este mundo podría cambiar el destino fatal que le deparó, pero sí podía asegurarse que nadie en Serendipia lo recordará jamás, ni un sólo habitante sabría que fue lo que pasó en el atardecer del día 250 del año 550. Todo el Reino de Serendipia manejaba un calendario algo diferente al calendario que era manejado en el viejo mundo (el planeta tierra), el calendario de Serendipia no estaba conformado por meses como lo hacía el del viejo mundo, sólo consistía en 365 días que era el mismo tiempo que el planeta de Serendipia daba la vuelta al sol, igual que el viejo mundo. «Lo que equivaldría a inicios del mes de septiembre en el viejo mundo»
Rosalinda, a una edad de 75 años, ya no tenía el mismo poder cuando joven pero aún recordaba cada hechizo que aprendió en sus años como iniciante. Si bien su poder había disminuido cada que su cuerpo envejecía, aún tenía las fuerzas suficientes para poder llevar acabo uno que otro hechizo que no le exigieron mucho esfuerzo.
Ese atardecer, donde había perdido a dos miembros de su familia, Rosa quiso intentar hacer un hechizo, más que un deseo era una obligación para ella. Si no lo hacía, en un futuro posiblemente cercano, la sociedad le pediría explicación de las decenas de personas que había acudido a su vivienda aquel día y nunca más regresaron, eso incluía a los padres de la pequeña niña que ahora había quedado huérfana junto a sus dos pequeños hermanos. Aquel hechizo que la anciana tenía planeado hacer consistía en borrar de la memoria de la sociedad de Serendipia todo aquel que había sido partícipe del asesinato de su hija y su esposo, haciendo que en lugar de recordar las cosas como habían sido en realidad, ahora recordarían un trágico accidente automovilístico que dejó decenas de muertos en donde se encontrarían Victoria Rosalinda y Frederick Augustus, juntos a los demás autores de sus muertes, el hechizo se llamaba "Înșelăciune veșnică". Nadie recordaría aquel día incluyendo a la pequeña Dian Victoria.
La abuela Rosa se puso de pie mientras la pequeña niña lloraba sin cesar, y con un movimiento circular que hacían sus manos empezó a invocar el hechizo, una luz dorada se desprendía de la punta de sus dedos cada que repetía la frase— Înșelăciune veșnică— formando una bola de luz en el aire.
Repitió lo mismo durante un par de minutos, tenía que asegurarse que la bola de poder cambiase a un color azulado para que el hechizo pudiera ser efectivo al 100% de la población de Serendipia, no podía correr el riesgo a terminar antes de tiempo el hechizo y que una parte de la población no sufrieran los cambios planeados. Mientras tanto Dian Victoria no se había enterado de lo que su abuela estaba por hacer, su dolor y llanto la habían distraído por completo de su exterior, y para cuando levantó la mirada vió a su abuela con una bola de luz azulada delante de ella.
La pequeña niña le preguntó a Rosa lo que estaba haciendo, pero esta no le respondió ya que aquel hechizo requería de toda su atención para ser realizado. La niña intentó una vez más llamar la atención de su abuela pero no obtuvo respuestas, algo de todo ello le causaba temor, Dian Victoria podía ver algo que su abuela no se había percatado en ese momento, que de haberlo sabido se hubiera asegurado de que nada de lo que ocurrió ese día tuviera repercusiones en el futuro de sus tres nietos.
Rosalinda, al pronunciar una vez más la frase— Înșelăciune veșnică— completo el proceso del hechizo, ya estaba completamente listo para ser lanzado. Ahora aquella bola de luz tenía un tono azul oscuro, como la que solía tener el océano en el viejo mundo. Ahora vendría la parte más complicada para alguien de la edad de Rosa, tenía que expandir todo el poder que había acumulado en esa bola de luz a todo el planeta de Serendipia, sin duda no sería un trabajo para nada fácil de hacer.
Rosa respiro hondo antes de iniciar con el proceso, pero antes de hacerlo le dedico unas cuántas palabras a la pequeña Dian— Yo cuidaré de ti y de tus hermanos mi querida niña, de eso no tengas la menor duda— seguido de ello la anciana empezó con su labor, extendió los brazos lo más que pudo y con un grito desgarrador expandió el poder que había retenido por algunos minutos.
Una onda de luz del mismo color de aquella esfera se vió salir del cuerpo de Rosa, era casi como si se formara un campo de fuerza alrededor suyo y de su nieta el cual se iba expandiendo, cada unos cuantos segundos una onda de poder salía de la mujer, llevando a cabo el hechizo que recorría todo el planeta, cubriendo con su magia a cada ser humano que encontrara vivo. Se requería un poder lo suficientemente grande para realizar un hechizo de esa magnitud, pero la abuela Rosa lo estaba logrando.
Mientras seguía pronunciando la misma frase desde el principio, todo el poder que tenía el cuerpo de Rosalinda era expulsado en ondas que recorrían todo el planeta de Serendipia. Dian Victoria miraba todo los destellos de luz con admiración, para la pequeña niña no eran más que un espectáculo visual todo lo que ocurría, aquello la había logrado tranquilizar de su llanto y ya no sentía dolor, ya no recordaba por qué sufría minutos antes.
Tras varias ondas de luz expulsadas de su cuerpo, Rosa cayó rendida al suelo, había perdido todas las energías que le quedaban, ya no podía ni siquiera mantener los ojos abiertos, toda su energía vital se había ido. Ahora Dian era el único ser consciente en kilómetros.