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Chapter 2 - Capítulo 2

—Dian, querida— la voz de un hombre se escuchaba por todo lo alto— ¿Dónde estás?

Aquella niña se encontraba tendida en el suelo, en el mismo lugar donde había perdido el conocimiento minutos atrás, el árbol de roble yacía encima de ella manteniendo a la pequeña prisionera. Sus ojos se encontraban cerrados, pero estaba consciente de todo lo que pasaba a su al rededor, podía escuchar aquella voz que cada vez se acercaba más a ella y podía identificarla sin ningún problema.

—¡Hija!— Frederick vio el cuerpo de su hija siendo aplastado por un gran árbol, las piernas le temblaban y sentía el corazón acelerarse con cada latido que daba. Le entró el pánico— despierta, querida hija.

Quitaba las ramas que cubrían el rostro de Dian Victoria a medida que seguía pronunciando su nombre, como si por repetirlo varias veces dependiera su corta vida. Con mucho esfuerzo levantó aquellas ramas que aplastaban el cuerpo de la pequeña niña, seguido de ello arrastró unos cuantos metros el cuerpo de Dian, esperando hasta que reaccione.

—Querida, por favor despierta

Aquel hombre con lágrimas en los ojos se aferró a la niña, manteniendo su cabeza entre sus robustos brazos.

—¿Papá?— Dian empezaba a abrir los ojos, poco a poco, como si tuviera la luz de una linterna encendida frente a ella.

—Cariño, soy yo— una parte del alma de aquel señor volvió en sí— ¿Te encuentras bien? ¿Te duele alguna cosa?

Dian parecía no comprender lo que ocurría, estaba desorientada y no muy consciente de lo que había ocurrido, sin embargo, el recuerdo de sí misma gritando se reproducía en su mente. Era algo que ya no podía comprender porque aquel sentimiento que la sofocaba ya no lo sentía, al menos no de la misma intensidad que antes.

—Querida, respóndeme por favor— su padre aún trataba con ella.

Aquella niña miro a su padre y no pudo decir nada que ella hubiera desado hacerlo. Se limitó a repetir el nombre de su abuela, Rosa (abreviatura de Rosalinda), necesitaba tener a la señora de edad avanzada cerca de ella. Tal vez pensaba que de alguna manera aquella mujer podría entender mejor que ella lo que había ocurrido, tenía un presentimiento de que así sería y la necesidad de que ocurriera pronto crecía más en ella con cada minuto que pasaba y aún no se encontraban con su abuela.

—Ya llegaremos con tu abuela— Frederick trataba de calmar a su hija, que no dejaba de repetir el nombre de "Rosa"

Tras algunos minutos de una intensa caminata y con la niña en brazos llegó hasta la casa de la madre de su esposa Victoria, la cual no se encontraba muy lejos de la suya; a 2 hectáreas para ser específicos. Entró en ella y encontró a la señora al pié de la escalera, como si supiera que alguien vendría por ella y estuviera preparada para recibirlos.

—Deme a mi nieta— la mujer sonó un poco brusca, pero no era de sorprenderse ya que la relación que tenía con su hija no le agradaba demasiado. Y no especialmente porque él no le cayera bien mas al contrario, era por la forma en que solía expresar todos sus sentimientos y emociones que Rosa no podía soportarlo por mucho tiempo.

Tomó a la niña en sus brazos y se la llevo a la siguiente habitación, en la cual habían demasiadas velas encendidas, como si estuvieran preparando algún tipo de ritual.

—Mi niña, ¿Recuerdas lo que platicamos?— la mujer empezó a hacer conexión con la niña.

Frederick intentó ingresar con ellas a la habitación, pero Rosa no se lo permitió. Ni si quiera dio explicaciones antes de cerrar la puerta a centímetros de distancia del rostro de aquel hombre que yacía preocupado por su hija de 5 años.

—Tienes que recordar esto siempre— le recordó a Dian en vista de que ella no afirmaba a su pregunta.

—Cuando te sientas igual que ahora, no desesperes. Cierra tus manos en forma de puño y resiste, resiste lo más que puedas. No tienes que dejar, JAMÁS, que nadie lo sepa o podrían acabar contigo, mi niña.

Dian parecía comprender lo que su abuela le decía, ya que asentía con la cabeza con cada palabra que salía de la boca de Rosa. Pero, por más que afirmara a todo, ella no sabía que es lo que le ocurría, sabía que era algo malo que tendría que ocultarlo siempre, pero aún no entendía el motivo o la razón para hacerlo. Aún era demasiado pequeña para entenderlo.

—Abuela, vienen por mí— Dian dijo sin inmutarse, ni un sólo músculo.

Aquella chica, de una muy corta edad, empezaba a experimentar lo que sus ancestros calificaron como Viziune extinsă, que era un Don de poder ver situaciones o personas que estuvieran ligadas a uno de alguna manera, como cuando alguien te menciona en una conversación o hablan de ti, tienes el poder de saber de quien fue y de dónde.

Dian visualizaba en su cabeza a varios hombres y mujeres que venían en masa en su busca, con armas de última tecnología en sus manos, que por alguna extraña razón hizo que la niña pensará en trincheras y palos. Como en los mitos que contaban en su pequeña escuela, de lo que solía ser la sociedad en el viejo mundo (El planeta Tierra).

—No podrán encontrarte, no lo harán— Rosa afirmó con cierto énfasis en su oración.

Dio la espalda a la niña y empezó a mover las manos, formando símbolos con ellas mientras pronunciaba unas palabras que no tenían mucho sentido, mejor dicho, susurraba para sí misma. Destellos de luz azul empezaron a llenar la habitación, disparados por todas partes, yendo por el aire sin ningún rumbo fijo, como si su único propósito fuera perderse en el espacio y no hacer nada más, que su única vida fuera iluminar el lugar por un par de segundos hasta antes de desaparecer por completo y perderse en el olvido de quien lo presenciara.

—Ya están aquí— fue lo último que aquella niña dijo antes de cerrar los ojos y perderse en el miedo que todo ello le producía.