Año 166 de la 6ta era.
Destellos de violeta y azul atravesaban los ojos de Aru mientras su cuerpo caía ingrávidamente por un vacío celeste. Frente a él, nada, tras de él, nada. Su mente recorría un millar de posibilidades a una velocidad vertiginosa antes de caer en cuenta que no era capaz de recordar cómo era que se encontraba en ese lugar. Lo último que recordaba era una luz cegadora del mismo color que el vacío circundante. El primer lugar que visitaron sus pensamientos era el escenario de la muerte. "Quizás la liga me había pillado de la misma manera en que habían encontrado a mi mamá"
Aru bajó la mirada para buscar alguna pista en su cuerpo. No encontraba particularmente herido pero si sentía magullados el pecho y la barbilla. Miró sus manos y vio cómo las fibras que parecían conformar el entorno se entrelazaba con sus dedos y discurría por ellos. "maná" pensó el chico y en ese preciso instante las memorias se agolparon en su cabeza e inundaron su conciencia cómo una botella de vino inunda una copa vacía. Todo se encontraba devuelta. Recordó el puente; la hechicera que quería capturarlo y por qué querían capturarlo; las letras del códice que se iluminaban para luego explotar en sus manos. Recordó a su madre y lágrimas brotaron de sus ojos.
Los colores del entorno se tornaron en manchas distantes apenas distinguibles a medida que su cuerpo aceleraba por el vacío. La presión en su cara por la velocidad se volvió casi insoportable y llevó a Aru a pensar que quizás lo que había detonado en el puente si se trataba de una bomba realmente, en un cruel revés del destino. Quizás la muerte había llegado a llevárselo a él sin esfuerzo alguno y éste se encontraba en una último viaje de despedida antes de conocer a su creador y convertirse en polvo estelar.
Creyó de forma equivocada, pues de un momento a otro su cuerpo golpeó el suelo estrepitosamente y el vacío multicolor que lo rodeaba se desvaneció para revelar un frío suelo de piedra y un cielo nocturno cubierto de estrellas. La tenue luz de las lunas le permitía ver vagamente el entorno. Se encontraba en un patio exterior con un par de árboles en la periferia de éste. Su visión estaba borrosa y sentía resentidas sus extremidades, sin embargo, Aru logró ponerse de pie con magno esfuerzo. El frío de la noche le calaba los huesos y parecía encontrarse en un lugar completamente nuevo. Miró a sus pies y notó una serie de quemaduras en una circunferencia perfecta en torno a él. Los extraños símbolos no se asemejaban a ninguna runa Singámica o en Aelio que hubiese visto antes. -El códice! – dijo Aru recordando súbitamente el artefacto que lo había traído aquí. Buscó alrededor con la mirada pero no encontró nada, había perdido el último regalo de su madre en un patio desconocido. Su moral estaba por los suelos junto con sus fuerzas que llevaban ya un rato ahí. Sondeó el entorno una vez más y notó la luz de unos faroles frente a un edificio a unos metros del patio, la oscuridad lo desorientaba aún más que los golpes que había recibido pero sabía que podría haber gente ahí, gente que lo ayudase. "o matase" pensó en el fondo de su mente. Intentó dar un paso adelante pero perdió el equilibrio y se vio de cara contra el suelo en pocos segundos. La visión de Aru se vio oscurecida y su conciencia comenzó a abandonarlo lentamente sin antes de que se percatase de unos lentos pasos que se acercaban en su dirección.
-Parece que Louise ya no se encuentra con el chico- Dijo una voz grave y carrasposa en algún punto cerca de él. Aru intentó abrir los ojos pero el sopor del viaje por el espacio-tiempo le impidió divisar más que una barba canosa que se cernía sobre él.
-Parece que la has pasado bastante mal, pero no te preocupes, estás en buenas manos ahora, hijo- Dijo la voz mientras unos brazos lo levantaban con facilidad. La conciencia finalmente lo abandonó y su mente se deslizó de forma espontánea hacia el sueño. Soñó con maná y puentes, con agujas y serpientes que recorrían su cuerpo mordiéndole por su sangre, donde de sus heridas brotaban lenguas de fuego y de sus brazos surgían rayos que se apagaban con pesadez mientras todo se desvanecía a su alrededor.
-O-
El sol del mediodía cegaba los ojos de Aru mientras el helado viento de la montaña golpeaba contra su rostro de la misma manera en la que lo había hecho la noche anterior, y en el mismo lugar también. Se encontraba nuevamente en el patio exterior que donde había "aterrizado" hace unas horas, solo que ésta vez no se encontraba solo.
Aru había despertado en la mañana en una cama de enfermería conectado a muchos tubos. Los doctores que lo atendieron le explicaron que había sufrido heridas de maná en varias partes de su cuerpo, incluso en su tórax y abdomen donde era imposible recibir este tipo de quemaduras.
Aru sabía por qué tenía esas heridas, eran por el tiempo que pasó en ese limbo de maná multicolor donde lo había llevado el códice. Antes de que pudiese ofrecer cualquier tipo de explicaciones a los doctores que lo trataban un hombre marchó dentro de la habitación y se presentó a sí mismo como Wu'Kon. La historia que el hombre procedió a relatar no quedaba corta de ser fantasía pura mientras hablaba de heridas de lucha y bandidos misteriosos. La forma en la que el hombre había mentido frente a sus ojos con absoluta confianza en su locuacidad lo que llevó a Aru a desconfiar de su palabra, al principio por lo menos.
Resulta que se encontraba en un templo de Adam, cerca de la cordillera que limita con el mar estigio, en el mediterráneo sur del continente, según había averiguado luego de salir de la enfermería donde Wu'Kon se dio el tiempo de resolver brevemente sus dudas además de entregarle lo que él mismo llamó "generosos regalos". Un cupo para el día de admisión en el templo junto con una carta de recomendación escrita por el mismísimo guardián de ese lugar le fue facilitada de forma conveniente a lo largo de la conversación, donde al concluirla Aru se encontró con aún más preguntas que antes.
-o-
Antes que pudiese darse cuenta se encontraba sentado en posición de loto en medio de una hilera de gente con un asiento en primera fila a un curioso espectáculo de colores y cuchillas. Una docena de bailarines en intrincados ropajes de encajes verdes y blancos recorrían y danzaban por una pista de baile de roca sólida en lo que inicialmente parecía una simple demostración de agilidad y diversión. En un abrir y cerrar de ojos el espectáculo se transformó en un despliegue de destellos plateados y celestes cuando los bailarines revelaron una serie de dagas escondidas entre sus ropajes. El baile constaba principalmente en dar giros sobre si mismos y ocasionalmente en torno a una bailarina que utilizaba una ornamentada máscara ceremonial mientras se pasaban los cuchillos de una persona a otra. La danza le recordaba a aquella de las culturas Koboi que habitan en lo profundo de los grandes bosques mediterráneos del continente, sin embargo, y como había aprendido en la academia Falador en Mojarek, esos bailes se hacían con piedras sagradas y no con cuchillos, aunque supuso que probablemente tenían un significado diferente en este sitio.
Aru dio un vistazo alrededor intentando ver que podía tener en común con toda esta gente. La mayoría era de aspecto joven y vestían la misma polera y pantalones blancos que él, sin embargo, era ahí donde se terminaban las similitudes. Para empezar, había hombres y mujeres de todas las razas y colores ahí presentes. Cerca de dos tercios de todos los presentes eran de aspecto Aldmer o Alto Aldmer, el tercio lo ocupaban varias razas diferentes. De entre las que más llamaban la atención se encontraban los diminutos alumnos de orejas puntiagudas que en algunos casos tenían que estar de pie pues la amplia espalda de quienes tenían delante les impedía ver el espectáculo tan parecido a aquél nativo de sus tierras en el bosque Koboi. Notó también la presencia de chicos con una complexión más robusta y grande que destacaban por sobre la contextura esbelta y adolescente de la mayoría de los aspirantes a alumnos, una característica propia de los Orionmer que habitan Olus, el continente occidental vecino. Extrañamente, y a pesar de ser una raza abundante en el Ether, Aru solo pudo ver cerca de media docena de gente con esa piel rojiza tan características de los Patetmer, ávidos hechiceros espirituales de las llanuras al otro lado del mar estigio y tan solo pudo discernir 2 pares de cuernos que sobresalían de entre la multitud de cabezas lisas, aunque no pudo ver sus caras, daba por sentado que serían de algún Cornibusmer de piel gris que se encontraba muy lejos de casa.
La gran diversidad del lugar dejó sorprendido a Aru, al final de cuentas, vivió casi toda su vida en Mojarek, una ciudad casi en su totalidad dedicada a los Altos Aldmer, y aunque estudió en una prestigiosa academia de mahem donde si conoció otras razas sentía que había estado en una burbuja toda su vida.
Decidió dejar de acosar gente con la mirada y se centró en lo que ocurría frente a él, o al menos se disponía a aparentar. Habían pasado solo 2 días desde que vio a su madre por última vez y su vida se encontraba efectivamente hecha un desastre, no tenía un hogar donde volver y aunque su padre nunca estuvo presente en su vida él nunca se sintió abandonado, más que nada por los esfuerzos de su madre para mantenerlo ocupado con alguna actividad. Ya fuesen clases de defensa personal, esgrima, Aelio avanzado e incluso el elusivo arte de Singamia rúnica habían servido para desviar la mente de Aru del hecho que, en realidad, se encontraba muy solo. Hecho del que solo pudo darse cuenta ahora que se encontraba a cientos de kilómetros de distancia de su antigua vida y con una poderosa organización pisándole los talones.
La voz grave de un hombre lo devolvió a la realidad, una voz familiar. Se erguía en el punto medio del patio frente a los futuros alumnos del templo. Tenía un aspecto Aldamerí con una barba que delataba más de algunos años, vestía una simple túnica marrón hasta el suelo con terminaciones negras ornamentadas en sus mangas y una capucha arrugada sobre sus espalda. Era el hombre de la enfermería, Wu'Kon, una vez más.
-Es de mi más profundo agrado contar con un número tan grande de postulantes en este nuevo ciclo- Dijo el hombre de manera solemne -Mi nombre es Wu'Kon, hijo de Wu'Xhin, y soy el guardián del templo de Adam sur y orgulloso guerrero de Adam de primer grado- Expresó mientras recorría las filas de nuevos reclutas de extremo a extremo con los brazos detrás de su espalda -Es mi trabajo y también mi vocación llevarlos por el largo y arduo camino de Adam para moldearlos en guerreros y personas excepcionales- Se acercó al extremo donde se encontraba Aru- Para muchos el llegar hasta este punto no es más que el comienzo, el primer escalón de la interminable escalera de la vida. Para otros, solo es un medio para un fin- Detuvo la mirada en Aru, solo por un segundo, pero fue un segundo que no le había dado a nadie más -El pasado que nos trajo hasta este punto deja de importar desde este preciso momento en adelante, los guerreros de Adam hemos sido conocidos a través de los años por nuestras hazañas y participación en grandes hechos históricos, como son así la guerra de los gigantes en Olus, la coronación de Emmenice y la infame invasión verde, entre otras. Hemos luchado junto a heraldos divinos contra las malignas fuerzas del antiether y sellado al aborrecido Hazard para toda la eternidad. Sin embargo, no son estos sucesos los que nos definen y no es fama lo que perseguimos- Wu'Kon volvía a estar delante de la primera fila y se dirigió a la multitud con un tono más serio -No poseemos el inmenso poder de La liga de Radiam o el conocimiento ancestral de los guerreros espirituales Koboi, pero si poseemos un temple más duro y resistente que el acero que nos permite perseverar incluso en las situaciones más abismalmente desiguales y sobrevivir en los páramos más inhóspitos que el Ether tiene para ofrecer- Se detuvo un momento para observar el momento, todos sus futuros estudiantes frente a él le daban una sensación de esperanza de esa que solo se encuentra en la inocencia de la juventud.
Finalmente continuó -Todos los aquí presentes se encuentran en este lugar por la recomendación de una persona notable, no tenemos otro requisito de admisión. No discriminamos por capacidad mánica, por sexo, raza o procedencia. Al final de cuentas, ¿de qué le sirve a un hechicero poderoso ser capaz de descargar sus amplias arcas de maná si no saben cuándo, dónde y cómo hacerlo? Las verdaderas peleas no se dan en el campo de batalla, sino en las mentes de los estrategas horas antes de que siquiera se lance la primera piedra. Hizo señales a la bailarina con la máscara para que se acercase -Quítate la máscara, Naga, deja que tus alumnos te conozcan- La bailarina se sacó la máscara y la sostuvo a nivel de cadera con sus manos para revelar el rostro claro de la chica, su cabello era blanco como la nieve de las montañas que los rodeaban y de su cintura colgaban 2 espadas envainadas en su lado izquierdo.
-Mi nombre es maese Nagatomi y seré su profesora de esgrima y conductividad mánica durante este ciclo, espero hacer de ustedes grandes espadachines capaces de luchar con mahem y un arma al mismo tiempo- Dijo mientras hacía una leve reverencia.
-Me temo que el resto de los profesores se encuentra fuera en estos momentos, pero tendrán la oportunidad de conocerlos en poco tiempo- Explicó mientras mantenía una mano en el hombro de Nagatomi -Respecto a su estadía en el templo ustedes van a comer, dormir y entrenar acá. Hay dormitorios en el ala norte de las instalaciones que compartirán con alumnos de años superiores y comedores en el área sur, al lado del gimnasio. Durante los próximos 3 años serán sometidos a clases teóricas y prácticas en materias fundamentales para la vida de un adamita íntegro. Una vez cada tres meses tendrán evaluaciones junto al resto de generaciones donde deberán demostrar algún progreso, de no darse esa situación el estudiante dispondrá de 3 intentos para mostrar avances o será expulsado-
-No se preocupen, si logran sobrevivir los primeros meses probablemente lograrán graduarse, pero que eso no los engañe, el camino sólo se pone más difícil una vez terminan sus clases- Agregó Nagatomi con una presumida sonrisa en sus labios mientras colocaba sus esbeltos pero tonificados brazos sobre sus caderas.
-Dicho esto, debo recordarles que hay ciertas áreas del templo que están prohibidas para los aprendices- Agregó el guardián mientras recogía sus manos detrás de su espalda nuevamente -Estas son mis aposentos y los de los maestros, el altar de la luna y la forja, una vez pasen por el rito de iniciación al final de este trimestre se les liberará el acceso a la forja y el altar. Cualquier estudiante que sea sorprendido en alguno de estos lugares será enviado a casa inmediatamente para jamás volver a poner un pie en este templo. Y seré claro con esto, no se tolerará la desobediencia con las reglas, no son muchas, no hagan algo estúpido- Terminó Wu'Kon entrecerrando los ojos.
Aru intercambió miradas con sus compañeros que lo rodeaban, a su izquierda una chica de aspecto Aldamerí con piel clara y cabello negro con unos ojos azules rasgados indiferentes, a su derecha un extrañamente musculoso chico de cabello castaño y ojos cafés que debía sacarle al menos 20 centímetros de altura, detrás de él se encontraba una Koboi de ojos grandes y amarillos que lo observaba con la misma mirada que el resto, una mirada de fría seriedad tan común entre desconocidos. Aru no había caído en el hecho de que si bien los guerreros de Adam eran una buena manera de adquirir poder para enfrentar a sus persecutores y encontrar a su madre debía mantenerse a un nivel de exigencia mucha mayor que al que se había acostumbrado. En su tiempo en la academia de Falador debió enfrentarse en muchas ocasiones al acoso de sus compañeros. Empujones en los pasillos, palizas después de clase y el nunca ser invitado a las celebraciones o eventos del grado eran escenarios recurrentes en su vida pasada y se preguntaba si pasaría lo mismo en su tiempo acá o si siquiera sería capaz de durar el tiempo de instrucción. Múltiples gotitas de sudor se formaron en su frente, las cuales se limpió con rapidez en un esfuerzo por disimular su pánico.
-Al final de estos 3 años ustedes serán graduados como guerreros de Adam de noveno grado y podrán liderar misiones a lo ancho y amplio del continente de Ebion, donde si logran grandes hazañas como nuestra maese Nagatomi aquí presente podrán escalar los rangos de esta organización y podrían incluso llegar a convertirse en guardianes de su propio templo en algún futuro- Wu'Kon terminó esa última frase con un aire suspensorio juntando sus manos con firmeza- ¿Alguna pregunta? -
Solo silencio fue la respuesta. Wu'Kon soltó un resoplido – Les aconsejo que aprovechen esta instancia para preguntarme personalmente a mí, no suelo estar disponible durante los días de semana o durante sus clases- Espero unos segundos en silencio, finalmente alguien alzó la mano. Wu'Kon le hizo una seña para que hablase.
-Qué ocurrirá con nuestros padres, ¿los podremos ver? – Preguntó una Aldamerí de cabello gris y agudas facciones en la segunda fila.
-No exactamente, desde este día hasta el próximo solsticio de invierno en 3 años más ustedes no pondrán un pie fuera del templo a menos que se los digamos explícitamente. Puede ser difícil para algunos de ustedes pero es vital que puedan recorrer este camino por sus propios medios. De todas formas igual serán capaces de contactarlos con los holofonos que se encuentran en la recepción una vez al mes- Dijo al mismo tiempo que buscaba más preguntas entre la multitud con la mirada. -Tú, el Orionmer- dijo señalando con la barbilla.
El chico a la derecha de Aru habló con voz grave - ¿Es necesario ser bueno con el mahem para… emm…triunfar como guerrero?, señor? – dijo el chico nerviosamente. Aru notó como la cara de su compañero adquiría varias tonalidades de rojo.
-No, joven gigante, como guerrero de Adam tendrán que aprender las formas del combate tanto con armas físicas cómo con armas de mahem, a través del estudio y complementación de ambas es que se moldea el guerrero ideal, sin mencionar que un joven Orionmer como tu debe tener mucho potencial dentro, cuento con ello- Le dedicó una sonrisa al chico. - ¿Alguien más? – La Aldamerí a la izquierda de Aru levantó la mano.
-Yo tengo una pregunta señor guardián- Dijo con tono irascible - ¿Por qué tenemos que dormir chicos y chicas en las mismas habitaciones? No sé si hablo por el resto de las mujeres acá pero preferiría no tener que dormir con un ojo abierto en las noches- Un murmullo de asentimiento podía oírse entre los aprendices de guerreros.
Wu'Kon sonrió -Me alegra que hayas hecho esa pregunta, justo me disponía a explicarlo. Verás, todas las transgresiones o vulneraciones que pudiesen ocurrir van en contra de todo lo que Adam, nuestro fundador, creía, sin mencionar los serios problemas morales que involucran querer cometer ese tipo de actos-
-Entonces ¿por qué no hizo habitaciones separadas para hombres y mujeres? No tiene sentido- Dijo la chica con flequillo cruzándose de brazos.
Wu'Kon suspiró -Entenderás que en los tiempos de Adam las tradiciones eran diferentes a las actuales, después de todo, estaban demasiado ocupados matando dioses como para preocuparse con quien dormir. Sin mencionar que es una técnica que también forma parte del entrenamiento. Cualquier chico o chica que se descubra agrediendo a un compañero será expulsado inmediatamente de los guerreros de Adam y públicamente denigrado entre los nuestros. Después de todo no podemos darle nuestro nombre a alguien incapaz de respetar la integridad de cada uno. Pero no se preocupen, no es algo que ocurra comúnmente, al final de cuentas, me imagino que a nadie le gustaría perder una oportunidad como esta solo por no poder quedarse con los pantalones puestos-
La chica lo miró perpleja - ¿Es decir que es toda una prueba? –
-Cada momento de su estadía aquí será una prueba, joven aprendiz- Respondió el Guardián con tono suave.
Ahora era la oportunidad de Aru, tenía miles de preguntas que hacerle a ese hombre, como por qué el códice lo había transportado a este templo en particular o más aún por qué razón, motivo o circunstancia era que él había pronunciado el nombre de su madre cuando Aru caía en la inconciencia. "el conoce a mi madre de alguna parte, quizás sepa donde se encuentra" Pensó sin albergar muchas esperanzas, sin embargo, no podía hacer esas preguntas aquí y ahora, no frente a tanta gente.
Como nadie pareció hacer más preguntas Wu'Kon se disponía a dar la introducción por finalizada cuando la mano alzada de un joven Aldmer de cabello negro captó su atención. Era el chico de Louise. -Habla, joven aprendiz, estoy aquí para resolver tus dudas-
Aru bajó la mano y miró a Wu'Kon directamente a los ojos. -Gracias. La verdad es que tengo una pregunta muy simple señor Guardian, ¿qué nos diferencia de la liga de Radiam? – Notó como le brillaron los ojos al hombre cuando pronuncio las últimas palabras.
-Es una pregunta interesante, en realidad. Déjame explicártelo de esta forma- Dijo Wu'Kon sin romper contacto visual -La respuesta corta es nuestros principios. La larga es algo más compleja, pues existen cientos de diferencias entre nosotros y la aclamada liga. Mientras que a nosotros nos llaman cuando nos necesitan, la liga tiene a un Radiante en cada gran ciudad y miembros en cada pueblo del continente- Desvió la mirada y se dirigió a la multitud en general -Nosotros no recibimos dinero por nuestros servicios de combate y no estamos ligados a ninguna nación o dominio. Sin embargo, y aunque tengamos muchas más diferencias, también tenemos muchas similitudes. Ambos tenemos la intención de proteger al más débil, solo tomamos caminos distintos. Luchamos codo a codo con la liga durante la invasión verde cuando del cielo cayeron gigantes come hombres que amenazaron con desaparecer ciudades completas. Claro que hemos tenido nuestras diferencias a través de los años pero no podemos vivir del rencor por siempre, ojo por ojo y el mundo entero perderá la vista- Dijo la última frase rotando su cabeza nuevamente en dirección a Aru.
Las palabras de Wu'Kon casi no le aclararon ninguna duda, sin embargo, si le hicieron darse cuenta de algo. La frase que dijo al final era exactamente igual a una que su madre solía decirle cuando era pequeño y se metía en peleas con sus compañeros de curso. La sensación de que ese hombre le escondía algo solo se hacía más grande a medida que respondía sus preguntas.
En realidad siempre odió esa frase, lo hacía sentirse impotente y eso lo frustraba. Era otra pieza más del puzle que intentaba armar en su cabeza, sin embargo parecía que con cada pieza nueva que encontraba se hacía más incomprensible el rompecabezas.
Wu'Kon hizo señas para que se acercase una Patetmer que se encontraba observando la ceremonia desde la periferia del patio. -Muy bien, si no hay más preguntas no tengo más que decirles bienvenidos a la familia. El día de hoy se convierten en aprendices de guerrero, el onceavo grado de nuestra organización pero definitivamente no menos importante- La mujer Patet se plantó frente a sus estudiantes, usaba una camisa blanca que dejaba sus fornidos brazos oscuros en contacto con el frío aire de montaña junto con un pantalón negro que resaltaba su atlética figura. -Ella es Ileana, ella se encargará de enseñarles defensa personal sin armas al más puro estilo de Adam- El guardián se dirigió a ella -No seas muy dura con ellos, ya sabemos cómo terminó con la última generación- Wu'Kon notó como a ella se le escapaba una leve sonrisa aunque intentase mantener el rostro serio.
-Si, Guardián, me encargaré de no romperlos esta vez- Dijo mientras sonreía plenamente frente a todos. -Muy bien novatos, el día es joven así que comenzaremos con ejercicios de calentamiento de inmediato, después podrán almorzar en el comedor al lado del gimnasio y quedarán libres por el día. No se acostumbren, cuando todos los profesores vuelvan el tiempo libre será escaso, así que les recomiendo que disfruten la calma antes de la tormenta- Ileana sonrió mostrándole los dientes a todos sus nuevos alumnos.
El resto del día transcurrió normalmente. A Aru le recordaba a cuando tenía clases de educación física en la academia, todo era muy diferente antes. En esos tiempos él era el último en ser elegido a todos los juegos de bola caliente, donde terminaba convirtiéndose en la diana y teniendo que escapar de una docena de niños hechiceros que le aventaban bolas de maná para derribarlo. Era un juego cruel y entretenido sólo para aquellos que tuviesen maná, el cual era escaso para Aru.
Sin embargo, ahora se encontraba en los comedores del templo rodeado de nuevos compañeros que no lo conocían. Parecía un nuevo comienzo para Aru, una posibilidad de ser más, de alcanzar un propósito más grande, de salvar a su madre. Hizo nota mental de no desviarse de su verdadero propósito.
En su plato había papas cocidas y pescado asado acompañado de jarras de un líquido transparente e insípido parecido a agua, no obstante al tomarlo sentía que le refrescaba todo el cuerpo y que el dolor de sus músculos, adoloridos por el entrenamiento, desaparecía sutilmente. Aru se encontraba sentado entre un Koboi y un Patetmer, ambos aparentemente concentrados en los platos delante de ellos. No se escuchaba el típico bullicio de un comedor lleno de gente, sino que en cambio se podía oír un leve murmullo general y una que otra carcajada aislada. El techo del comedor era alto y de éste colgaban 3 arañas de luz que iluminaban la estancia, no parecían estar hechas de hexmahem pero no podía estar seguro a esa distancia. Las altas paredes de ladrillo de piedra daban la impresión de una estancia fría, aunque hubiera chimeneas encendidas a ambos lados del comedor.
De repente sintió un tirón en su polera. Volteó ver unos grandes ojos cafés que lo miraban desde abajo.
- ¿Te vas a comer eso? - Dijo el chico Koboi de cabello marrón señalando a sus papas. – No pareces estar muy entusiasmado en comer, yo quedé reventado después de correr tantas vueltas allá afuera, tenía que comer algo-
Aru lo miró, sabía que el chico debía tener la misma edad que él o incluso era mayor pero no podía decirle que no a alguien tan parecido a un niño pequeño. No ayudaba tampoco el hecho de que el chico no tuviese un pelo de barba en su rostro el cual, aunque ligeramente purpura, era el de un preadolescente.
-Claro, tómalas si quieres, me da igual- Respondió Aru mientras le acercaba el plato al chico. No tenía tanta hambre a pesar de solo haber comido una manzana y un té en la mañana. - ¿Cómo es que comes tanto siendo tan pequeño? – preguntó por curiosidad.
-Pues para crecer, claro, ¿para qué más? – Dijo mientras volvía a su asiento y comenzaba a devorar las papas. Aru lo miró perplejo, en ese momento, el chico soltó una carcajada.
-Deberías haber visto tu cara- Dijo mientras se le iba la risa. Le estrechó una mano a Aru. -Me llamo Sake y no, no voy a crecer ni un centímetro más- Aclaró mientras esbozaba una amplia sonrisa. La mano de Aru encontró la suya y se dieron un firme apretón.
-Me llamo Aru, mucho gusto, yo tampoco creo que crezca mucho más- Dijo dedicándole una media sonrisa.
-Bah, tonto Aldamerí, seguro creces otros 5 centímetros más. En cambio yo me quedé del porte de un barril de vino para siempre- espetó Sake mientras masticaba las papas con la boca abierta. -En fin, ¿qué es lo que te trajo a este templo tan lejos de tu hogar? – Dijo cuando terminó de masticar.
Esa pregunta tomó a Aru por sorpresa - ¿Cómo sabes que estoy lejos de mi hogar? – En su cabeza se imaginó un sinfín razones de porqué ese chico Koboi sabía lo que sabía, nada lo preparó para lo que dijo.
-Te ves algo nostálgico, - respondió Sake al mismo tiempo que dejaba sus cubiertos y le daba tregua a su plato. – Mi papá siempre decía que un hombre lejos de casa solo está buscando algo o escapando de algo. Si te fijas en los rostros de la gente de este cuarto te darás cuenta eventualmente. Entonces, ¿cuál es tu rollo? – Preguntó Sake demostrando una sabiduría que parecía demasiado grande para su pequeño cuerpo.
Aru dejó caer sus cubiertos sobre la madera oscura de la mesa. No esperaba que alguien fuese capaz de leerlo tan fácilmente y después de tan poco tiempo en el templo. Sorprendido por la perspicacia de Sake vio confirmados los rumores que hace algún tiempo había oído de su madre. Historias sobre la sagacidad y conocimiento espiritual de las excéntricas creaturas que eran los Koboi, sin mencionar lo entrometidas, aparentemente.
– Supongo que ambas- Respondió resignado. No sabía si confiar en ese chico, al final de cuentas lo único que sabía de él era su gusto por la comida del resto, sin embargo, algo le decía que no le vendría mal un par de caras amistosas por estos lados. - Estoy buscando a un familiar desaparecido y supuse que quizás los guerreros de Adam podrían entregarme los medios necesarios para encontrarlo- Era una verdad a medias, necesitaba las enseñanzas del templo para tener alguna oportunidad de sobrevivir pero no tenía idea de porqué el códice que le había dado su madre estaba ligado a este templo en particular. Wu'Kon aún le debía una charla como la gente.
Sake lo miró con los ojos y boca abierta. -Wow, suena como una verdadera motivación para unirse a este sitio. La mía sonará bastante aburrida en comparación- comentó el chico.
-Por favor, también me interesa oír la tuya- Dijo Aru inclinándose hacia adelante.
-Bueno pues, es simple. Soy un Koboi nacido y criado en Baltze, a unas leguas de aquí. Este es el lugar al que más lejos he viajado, pero sueño con que mis travesías me lleven por todo Ebion, incluso el bosque Koboi, donde quizás encuentre algún familiar que eche de menos a algún sobrino o hijo- Dijo Sake sonriente mientras desviaba su atención hacia la comida restante sobre la mesa.
-Creí que vivías con tu padre- Señaló Aru.
-Si, vivo con él, pero no es mi padre biológico. Es un comerciante Aldamerí de Baltze. Dijo que me encontró abandonado en la puerta de su casa cuando aún era un bebé- comentó casualmente el chico. -No es que no quiera a mi papá pero me gustaría conocer a mis padres algún día. Sería interesante no lo crees? - Dijo las últimas palabras sin ánimo, como si ya se hubiese rendido en cumplir su sueño.
Aru se tomó un segundo antes de responder. A fin de cuentas, sus historias tenían puntos en común -Te entiendo, yo jamás conocí a mi padre. Lo único que sé es que no era un buen hombre. Murió hace mucho según me contó mi madre- El joven Koboi le devolvió una mirada difícil de descifrar. Aparentaba una mezcla entre empatía y compasión, aunque sus grandes ojos color caoba hacían difícil la distinción.
En ese momento comenzó a sonar una campana en alguna parte del templo, aparente indicador de que la hora de comida había llegado a su fin pues todo el mundo se puso de pie y se dispuso a caminar hacia la salida. Aru se percató de la ventana de tiempo libre que tenía, perfecta para tener una charla con el Guardián del templo, pensó.
- Estoy seguro de que eres distinto a tu padre- Dijo Sake mientras recogían sus platos y los dejaban con la pila de vajilla en el mesón fuera de la cocina.
-Ciertamente eso espero- Dijo Aru mientras caminaban hacia la salida.
Aru despidió a Sake y procedió a dar buen uso a su tiempo libre. Fuera del comedor había un pequeño patio cubierto de diminutas piedras grises con una fuente y un par de árboles en el centro. El tronco de los árboles era blanco con grietas color marrón de forma que las oscuras hojas verdes resaltaban sobre él. Se le vino a la mente los colores de la ropa que le habían provisto en el templo.
Con la demostración de esta mañana Aru llegó a percatarse de varias cosas. Los principiantes, es decir ellos, vestían de blanco totalmente, los bailarines que abrieron la presentación vestían de blanco con franjas verdes en los bordes de sus camisas. En cambio las ropas de Nagatomi, su nueva maestra, eran de un kimono de seda con franjas color jade sobre un fondo tan blanco como la cumbre de la montaña en la que habitaban.
Mientras recordaba como vestía su nueva maestra no pudo evitar pensar en lo bella que era, a decir verdad la mayoría de las chicas del templo lo eran, no es que los hombres fuesen monstruos, sino que la diferencia era muy marcada, aunque no es que importara de algo tampoco. Aru arrancó una hoja del árbol y la sostuvo entre sus dedos permitiendo que el sol permeara a través de ella y dejara en evidencia los diminutos capilares que la componían.
Una mano le agarró el hombro por atrás, sacándolo de su trance. Al voltear se encontró con el rostro sonriente de un desconocido vestido con sus mismas ropas. Se trataba de un chico rubio con el cabello hasta los ojos cuya piel blanca y tersa se veía interrumpida en un único punto bajo su parpado izquierdo donde una marca en forma de estrella de tres puntas adornaba su rostro. La mueca en su cara era una ya conocida para Aru. Cada poro de su cuerpo exudaba una confianza desmedida acompañada únicamente por la malicia que brotaba de entre sus ojos color miel. A sus espaldas dos chicos, uno alto y otro bajo, ambos con la misma mirada en sus ojos. Reflexionó en lo rápido que se formaban grupos a pesar de que nadie se conociese entre sí, o así pensaba él.
-Hola compañero, es un placer por fin poder hablar contigo-Dijo el Aldamerí sin apartar la mano del hombro de Aru -Mi nombre es Torche Escaffor, seguramente te suena mi apellido de la famosa familia Escaffor de Radiam, al este del continente- El agarre del chico se mantuvo firme -Tu nombre es…? -
Aru conocía a ese tipo de gente, matones de cuna noble. Alguna familia de renombre les había heredado un poder fenomenal que combinado su fortuna los hacía creerse dueños de todo lo que alumbrase la luz del sol, al menos en Radiam, tierras de los Altos Aldmer. Pero ahora se encontraban en lo profundo de la cordillera Estigia, a muchas leguas del dominio Radiam.
-Me llamo Aru, de los Flagg de Mojarek. Discúlpame, jamás había oído hablar de ella- Dijo Aru sin tener que mentir pero no escatimando en el sarcasmo. Si bien dudaba de la importancia de aprenderse todas las castas de Ebion sí conocía un puñado de familias notables del norte del continente, más que nada porque tuvo que memorizarlas en algún punto de su estadía en las academias del distrito donde vivía. No le importaban en ese entonces y menos le importaban ahora.
- ¿Es eso cierto? – Soltó una breve risa mientras intercambiaba miradas con sus acompañantes -Bueno, no es como que esperase que cualquier Aldmer de por ahí conozca las grandes familias de Radiam. Claro que eres de los Flagg de Mojarek, o de Lokram o del maldito bosque de los enanos si son más fáciles de encontrar que la mierda de caballo en los caminos a la capital- Arremetió Torche mientras el agarre de su puño se volvía mas fuerte.
Aru apartó el brazo de Torche de un empujón. Lo estaba provocando. - ¿Ah sí? ¿Y por qué no entraste a la liga, entonces? Estoy seguro de que alguien de tu estirpe sería más que capaz de hacerse un cupo- Los acompañantes de Torche se acercaron lentamente hasta rodearlo, sin apartar la mirada de sus ojos.
La sonrisa desapareció del rostro de Torche mientras recobraba el equilibrio -Escuché tus preguntas durante la presentación, supondré que no tienes la mejor relación con la liga. Igual que yo-
Aru arqueó una ceja. - ¿qué es lo que quieres? –
-Verás, puedo notar el maná en tu aura, o más bien la ausencia de éste- Torche soltó una risa entre dientes a medida que comenzaba a caminar con soltura en torno a Aru - Tampoco portas un arma que hayas traído de otro lugar ni tienes conexiones importantes que yo sepa, lo que te hace solo un Aldmer más, tan corriente e indefenso como cualquier otro-
-Es aquí donde entro yo- continuó Torche al mismo tiempo que hacía brotar de sus dedo índice una diminuta cuchilla de luz, no más grande que la llave de un llavero. -Algo como esto es tan natural para mí como lo es respirar para ti. Simple y básico, como tú, pero sigue siendo más de lo que puedes hacer, ¿No es así? Puedo sentirlo. Puedo ver como el maná te rehúye, como se niega a fraternizar contigo-
Aru se encontraba expectante, conocía esta técnica de intimidación. Los chicos con maná le restregaban sus habilidades y futuro en la cara, proclamando como se convertirían en poderosos señores de algún dominio o en Radiantes, quizás. El hecho que siempre prevalecía era que ellos eran mejores que el resto que los rodeaba. Lobos entre ovejas, leones entre venados, genios entre la gente promedio. -Cual es tu punto- preguntó el chico con impaciencia.
El joven hechicero se plantó nuevamente frente a Aru -Directo al grano ¿eh? Qué bueno, la verdad es que detesto este momento intermedio, se siente casi como un alargue- Torche se acercó lentamente a Aru y susurró en su oído con fría claridad -Sólo quiero que te mueras-
Aru se tomó un momento mientras desviaba la mirada hacia su alrededor, sin darse cuenta había elegido el patio más alejado del comedor, donde un único camino desolado marcaba la entrada y salida desde ahí. Camino que se encontraba inequívocamente bloqueado por el acompañante más alto del trío que lo había abordado- ¿Quieres que renuncie? – Dijo finalmente con voz grave. Aunque esperaba que el camino hacia su madre fuese cuesta arriba no esperaba que las cosas se complicaran tan pronto. Si no jugaba bien sus cartas en los próximos segundos puede que su viaje encontrase un final abrupto antes siquiera de comenzar.
-Eureka! – Exclamó Torche alejándose con entusiasmo. -Veo que entiendes tu posición. Ahora, en el día de la ceremonia, que será llevada a cabo en tres meses más, te darán a elegir la opción entre renunciar a tu nombre y unirte a los guerreros de Adam o de renunciar al camino y abandonar el templo para jamás volver. Tú, amigo mío, elegirás la segunda y despejarás la pista para no estorbar a los verdaderos hechiceros- comunicó el joven rubio mientras la altanería se filtraba entre sus palabras. Sus dos matones soltaron simpatéticas carcajadas.
Aru sabía la ruta que le traería menores problemas. Seguir la corriente y ceder ante las demandas de quien tiene el poder eran respuestas naturales para calmar la situación y salir de ahí ileso, tácticas que había utilizado a más no poder antes de venir al templo. Sin embargo, algo en su mente le decía que las cosas debían ser diferentes, que no podía dejarse llevar por la situación otra vez, ya no más. Una sonrisa torcida se dibujó en el rostro del chico.
- ¿Qué sonríes, eres tarado o algo? – inquirió Torche mientras guardaba sus manos en los bolsillos de sus pantalones.
- ¿Qué me harás si me niego? – Preguntó Aru girando la cabeza hacia un lado. La sonrisa vista hace tan solo unos segundos se había esfumado sin dejar rastro.
Torche agachó la cabeza mientras daba lentos y vacilantes pasos en dirección a él. Un escalofrío recorrió la espalda de Aru. -Si te niegas…- comenzó a decir Torche mientras se ubicaba a solo un palmo de distancia -Haré que no alcances a vivir un día como iniciado en este templo, tu carne se derretirá y tus huesos serán cenizas en la tierra que servirán como abono para el pasto que crezca donde te mate. Nadie te encontrará y ninguno de mis seguidores dirá una palabra. Al final de cuentas, ¿Qué hace una hormiga cuando se encuentra en el camino de un gigante? La respuesta es nada, no puedes hacer nada. – Dijo con voz suave y melodiosa a medida que volteaba a caminar en torno a Aru, otra vez.
Aru permaneció sin mover un músculo mientras Torche lo amedrentaba, sus puños apretados fuertemente no le hacían justicia a toda la rabia que sentía dentro de su cuerpo. Se había enfrentado a gente como él toda su vida y la sensación de impotencia era siempre la misma, como estar confinado dentro de un ataúd donde no hay ni espacio para mover los brazos. Pero no para Aru, él iba a escapar de ese ataúd de una vez por todas.
- ¿Sabes que pienso de tu propuesta? – Dijo Aru mientras seguía a Torche con la mirada sin apartar la vista ni para parpadear. El raciocinio fue tirado por la ventana y antes de que el joven hechicero pudiese responder con alguna palabra astuta el puño de Aru cayó con todo el peso de su cuerpo sobre su nariz, borrando la sonrisa del rostro del noble de un golpe, en el sentido más literal de la palabra.
Torche cayó de espalda al suelo llevándose la mano al rostro de forma instintiva. Los dos matones intercambiaron miradas fugazmente y se abalanzaron sobre Aru, dejándolo inmovilizado con el rostro contra el suelo en cuestión de segundos. Torche se irguió mientras un hilo de sangre brotaba de uno de los orificios de su nariz y se acercó a Aru mientras musitaba una palabra en un lenguaje antiguo. Desde el suelo vio cómo se materializaba otra vez una pequeña daga de luz en la mano derecha de Torche, solo ahora la hoja no era tan insignificante como antes.
"Mahem de luz" Pensó Aru, considerando que quizás se había precipitado en sus acciones. Ahora se encontraba en desventaja numérica, desarmado y con un maniático armado con luz sólida que podía, y quería, cortarlo en mil pedacitos. Torche hizo bailar la diminuta espada entre sus dedos.
-No creía que fueses capaz de hacerlo, en verdad. Cuando escuché la historia de que un chico había peleado con bandidos solo un día antes de la admisión me imaginé a un gran Orionmer blandiendo una pesada espada o algún hechicero de segunda con algo de suerte. Sin embargo, todo lo que encontré esta mañana fue a un escuálido Aldamerí con un aura de maná imperceptible. Ya debes imaginarte lo decepcionado que estuve-
Torche se agachó hasta encontrarse al nivel de Aru -Debo reconocer que tiene esa chispa dentro de ti, admirable si te soy completamente honesto, lamentablemente para tu persona, no debiste probarla conmigo. Ahora te toca sangrar, Aru Flagg- Dijo Torche con voz grave mientras le levantaba una manga y posaba la punta del arma sobre la piel de su brazo. Una gota de sangre comenzó a brotar donde la hoja se encontraba con la carne.
Antes de que Torche pudiese clavar la cuchilla aún más profundo una repentina ráfaga de viento lo hizo tambalear sobre sus pies. Las hojas acumuladas bajo el árbol de la plaza volaron sobre sus cabezas en un fuerte rugido que abarcó el patio entero, golpeando al grupo de aprendices como balde de agua fría. De entre el revolotear de las hojas se pudo vislumbrar un hombre de alta estatura, aunque encorvado sobre sí mismo.
-Buenos días jóvenes aprendices- Dijo una voz detrás de todo el caos. Torche se volteó a ver y se encontró con el rostro de Wu'Kon a solo unos metros de distancia. Desmaterializó la daga rápidamente y ayudó a Aru a levantarse mientras sus matones se le quitaban de encima.
-Buenos días guardián- replicó Torche con voz temblorosa mientras se arreglaba la ropa, desordenada por el altercado.
- ¿Interrumpo algo? Tu rostro parece algo magullado. Torche de la casa Escaffor, si no me equivoco. – inquirió Wu'Kon con rostro serio. Su rostro, aunque curtido y con un par de arrugas, transmitía un respeto que les calaba hasta los huesos a los presentes, como el gélido viento de una mañana nevada.
-Todo se encuentra bien Guardián, no hay de qué preocuparse- Respondió Torche adoptando nuevamente su postura. Le dio un codazo a Aru disimuladamente.
-Si, eso, ya sabe, conociéndose entre nuevos reclutas y todo eso- Dijo Aru casualmente mientras recuperaba el aliento. No podía arriesgar perder esta oportunidad única en su vida, tendría que lidiar con el hechicero psicópata más tarde.
Wu'Kon levantó una ceja de forma pensativa. Aru sabía que el guardián del templo no era un tonto por lo que vería fácilmente a través de la fachada que intentaban aparentar. Apretó los puños hasta que sus nudillos se pusieron blancos por la fuerza, esperando la caída de algún escarmiento por parte de su maestro. Para la sorpresa y alivio de los presentes, Wu'Kon no lucía enfadado en absoluto, al contrario casi parecía disfrutar el enfrentamiento. Finalmente se relajó y escuchó la palabra del anciano.
-Vengo por ti Aru Flagg, hay un asunto que debo discutir en privado- Volteó a Torche y los 2 matones. -Ustedes pueden marcharse, aprovechen este día libre, me lo agradecerán- Miró a Aru e hizo ademan para despedir al resto con la mano. -Caminemos a mi estudio joven aprendiz, tenemos mucho de qué hablar- dijo Wu'Kon con voz seria.
Aru asintió, él también tenía unas dos cosas que decirle a la cara a aquel hombre pero sabía que debía tener cuidado, no contaba con que fuese el Guardián del templo en primer lugar así que debía moverse con precaución si quería llegar moderadamente lejos en su entrenamiento. Volteó una última vez y se encontró con el rostro de Torche, quien también volteaba a mirar. Nunca olvidaría la mirada de odio que le dirigió aquel chico ese día al mismo tiempo que articulaba claramente dos palabras con sus labios "estás muerto".
Caminaron en completo silencio hasta una gruesa puerta de roble con una manilla de acero en el centro exacto de la misma. Wu'Kon abrió la pesada puerta de madera y lo invitó a pasar mientras Aru sentía como su corazón golpeaba cada vez más rápido contra su pecho.
Era un estudio simple, paredes de madera oscura con un techo alto del que colgaba una única araña de luz que iluminaba la estancia. Un escritorio de madera oscura lleno de archivos y papeles podía verse al fondo de la habitación. A la izquierda, un alto estante lleno de libros con extrañas tapas de colores se erguía en la parte posterior a una prominente, casi estrafalaria, silla negra de escritorio. Frente a él dos sillones opuestos separados por una mesita de centro con una tetera y dos tazas en ella. Wu'Kon lo instó a tomar asiento en uno de ellos mientras él iba a buscar algo en su escritorio.
El lugar una fuerte fragancia a café que impregnaba todos los rincones de la estancia. En las paredes frente a él colgaban docenas de cuadros y certificados que junto con los diplomas cubrían la mayor parte de los muros, sin contar el par de espadas colgadas elegantemente en forma de equis detrás del escritorio o el extraña arma colocada en el reverso de la puerta.
Wu'Kon volvió finalmente con una carpeta en sus manos, tomó asiento frente a Aru y la dejó sobre la mesa mientras se dirigía a la tetera y servía se servía una taza de un líquido verdoso caliente que soltaba una columna de vapor al estar en contacto con el ambiente.
- ¿Té? – Dijo Wu'Kon mientras sostenía la tetera sobre la segunda taza.
Aru aceptó con amabilidad, decidió obviar el tratamiento exclusivo del Guardián por el momento. Había piezas del rompecabezas que aún no comprendía y no podía echar a perder su entrenamiento en el templo con suposiciones infundadas. Tomó la taza con ambas manos y encontró confort en el calor que le subía por los brazos. Las ropas que les habían dado eran holgadas y sin mangas, sumado con el frío viento de las montañas supuso que el resistir las bajas temperaturas era también parte del entrenamiento.
-El té siempre ayuda a relajarme- expresó Wu'Kon mientras tomaba un largo sorbo con los ojos cerrados. La luz de la araña se reflejaba en el sudor de su frente, dándole un aspecto indefinido entre el cansancio y la molestia de tener un nudo en la garganta. Abrió los ojos y dejo la taza, ahora vacía, sobre la mesa.
-Verás Aru…- Se interrumpió - ¿Puedo llamarte Aru? –
-Claro, pero me gustaría hacerle una pregunta a usted también, si no fuese una molestia- Respondió Aru después de tragar saliva. Sabía que era probable que el Guardián de este templo conociese a su madre, al final de cuentas, ella le había dicho que "confiara solo en el guardián" el último día que se vieron. No aguantaba más tantos secretos, lo único que sabía era muy poco como para ver el panorama completo. Wu'Kon asintió con gentileza mientras tomaba la tetera y se servía un poco más de té.
-Bueno, realmente son muchas preguntas, pero todo se resume a una muy simple- Miró directamente a los ojos marrones del Guardián. - ¿Cuál es la verdad? –
Wu'Kon soltó una pequeña risita que intentó disimular rápidamente con una tos -Es una pregunta muy amplia, ninguna verdad es agradable. La mayoría de las veces es muy terrible como para comprender o demasiado difusa como para realmente hacerse una idea de ella- Dijo con voz ronca mientras estiraba un brazo y alcanzaba la carpeta que dejó sobre la mesa. - ¿Cuál crees tú que es la verdad? – Preguntó finalmente tras ojear brevemente las páginas del documento.
Aru dirigió la mirada a la extraña espada que se encontraba colgada justo detrás de la puerta, ahora cerrada. A diferencia de otras espadas ésta tenía 5 hojas independientes, todas del mismo color gris metálico, ubicadas de tal forma que daba al arma una semejanza con una rama de árbol con varias bifurcaciones en su cuerpo. No sabía por qué, pero una sensación de familiaridad lo envolvía al mirar esa espada. Volvió la mirada hacia Wu'Kon.
-La verdad es que no tengo idea. Todo lo que sé probablemente sean mentiras. No entiendo por qué estoy aquí parado, en este templo, ni porqué nadie me dice nada. Mi madre me dijo que confiara en el Guardian, quien es usted, pero no entiendo por qué. ¿Por qué solo puedo confiar en quien quiera que sea usted? ¿Por qué una maldita mercenaria quiso abducirme en Mojarek? - Escupió Aru mientras sentía que un peso al que ya estaba acostumbrado se levantaba lentamente de sus hombros. – Y lo más importante ¿Por qué se llevaron a mi madre? - Musitó mientras la congoja le apretaba la garganta.
El anciano inclinó la cabeza al oír la última parte quien apretó los labios y se pasó la manga por la frente, secándose el sudor acumulado. Finalmente el guardián tosió de forma seca, aclarándose la garganta.
-Verás, es una muy larga historia. Nos tomaría toda la tarda, la noche incluso- argumentó el viejo.
- Tengo todo el tiempo del mundo, usted mismo lo dijo, este es mi único día libre en mucho tiempo – señaló Aru. Su madre solía decir esas mismas palabras cada vez que intentaba preguntar por su padre o se excusaba con que no tenía tiempo para conversar de nimiedades. Recordó haberle preguntado cómo había muerto su padre cuando era pequeño. Su madre solo respondió que falleció durante un brote de gripe urticante poco después de que él naciera. Tampoco le explicaba por qué Aru tomó el apellido de su madre, Flagg y no el de su padre, el cual le era desconocido. -Solo quiero saber quién soy- Añadió el chico con determinación en sus ojos.
Wu'Kon hizo una pequeña pausa antes de contestar. Entendía las frustraciones de Aru, el no saber por qué ocurren ciertas cosas, el estar a merced de una mano invisible que te controla sin que te des cuenta. Era algo que lo carcomió durante su juventud hace cientos de años atrás. Si la historia se repetía una vez más, Aru tendría que cargar con un gran peso sobre sus hombros, sin embargo, no podría protegerlo eternamente. Necesitaba conocer la verdad. Soltó un suspiro.
-Aru, ¿por qué crees que estás aquí? En el templo, quiero decir- preguntó el guardián con voz grave.
-El códice, ese cubo que me pasó madre antes de irse. Eso me trajo aquí- Respondió Aru tras meditar por un segundo.
-No me refiero a cómo, sino porqué. ¿Por qué te mandó tu madre a este lugar? – Dijo Wu'Kon con voz ronca.
-Esa es una de las preguntas que esperaba usted pudiese responderme. Sé que me persigue gente peligrosa, por alguna razón. Gente dispuesta a contratar cazarrecompensas para que hagan su trabajo sucio. Asumo que mi madre quería enviarme a un lugar lejano, donde pudiese escapar y fortalecerme mientras me buscan- Aru se rascó la cabeza en busca de una comezón inexistente -Pero son solo suposiciones, ella nunca me contó nada sobre los adamitas, sólo que colaboraron en unas cuantas ocasiones mientras servía en la Liga, antes de retirarse-
Wu'Kon endureció la mirada. -Veo que estás al tanto de que Louise fue una Radiante durante su vida- Dijo mientras sostenía nuevamente la taza de té entre sus manos. -Eso es bueno, hasta ahora lo que desconoces se alza como una enorme montaña a tu lado. Déjame liberarte un poco de tu carga, aunque te advierto, vas a desear no haberlo sabido- Articuló el anciano mientras se llevaba la taza a la boca.
-Estoy listo señor- Declaró Aru con la valentía de los ignorantes.
-No es cierto, pero me gusta tu iniciativa- Cerró los ojos y enfocó su mente, intentando hablar de la forma más fácil de comprender posible. -Hace 216 años atrás el continente de Ebion, no, me equivoco, el Ether completo se vio atacado por una serie de criaturas humanoides gigantes, algunos llegando incluso hasta los 20 metros de alto. Los portales que rasgaron el cielo y dejaron entrar a estas aberraciones en ese fatídico día eran de un color verde intenso con bordes oscuros como el enebro, de ahí el apodo de "Invasión verde" que le dieron los historiadores de la época, un nombre que no comprendía los auténticos horrores de ese día. Mirar hacia dentro de los portales hacía perder la cordura a las mentes más sencillas lo que esparció pánico y terror masivo en cuestión de horas…- Abrió una mano por debajo de la mesa y se sorprendió al ver que temblaba -…Fue difícil para todos reaccionar a tiempo. Las criaturas eran tenaces y casi inmortales, con un poder regenerativo muy potente y una fuerza titánica difícil de igualar. Estos monstruos come hombres acabaron con cerca de trescientos mil almas Mer y Koboi en un solo mes. Entre la liga de Radiam, la hermandad de Soren, los guerreros de Adam, los guerreros espirituales Koboi y fuerzas independientes de Ebion pudimos contenerlos medianamente, aunque costó decenas de miles de vidas. El día que desaparecieron misteriosamente, dejando únicamente sus esqueletos, surgieron más preguntas que respuestas- Levantó la mirada hacia Aru.
- ¿Qué tiene que ver esto conmigo y mi madre? – Preguntó el chico aprovechando la pausa.
Wu'Kon dirigió sus ojos a la espada de 5 puntas que colgaba de la pared -Pues todo, en realidad. Pero todo a su debido tiempo. Dime, Aru, tu conoces al Rey de los espectros? – Dijo con voz grave.
Aru parpadeó por un momento. Vivían en Mojarek, la ciudad más alejada del epicentro de la invasión, las dunas de Osimir, en la llanura Patet– Pues sí, he oído de Hazard en la escuela, hay todo un capítulo sobre él y su influencia en las guerras de la quinta era. Dicen que él causó la invasión verde por alguna razón que no recuerdo muy bien ahora mismo-
Wu'Kon sentía una pequeña punzada en el templo derecho de su cabeza cada vez que se nombraba la invasión, aunque hubiese ocurrido hace cientos de años, era aún un recuerdo doloroso. Más aun teniendo a un fantasma del pasado sentado frente a él, mirándolo con esos intensos ojos verdes que hace centenarios atrás le habían arrebatado todo.
-En efecto, esa es una de las versiones. Los días que antecedieron la invasión fueron sangrientos y definieron crucialmente el curso de la historia que ahora conocemos. Sin embargo, hay una parte de esa historia que no es enseñada en los colegios ni academias y es desconocida hasta en la mayor parte de las enormes y complejas esferas sociales- expuso Wu'Kon mientras se inclinaba hacia adelante y cruzaba sus dedos con sus codos sobre sus rodillas. -Hazard no causó la invasión verde, al menos, no por su cuenta, como se cree popularmente-
Era información que intrigaba a Aru pero seguía sin comprender la conexión con él. -Bueno, se decía que tenía un séquito enorme de seguidores y que era capaz de invocar guerreros fallecidos arrancando y esclavizando almas del Antiether- Algo no cuadraba -Pero usted se refiere a alguien de este mundo, alguien conocido-
-Se dice que la invasión verde fue provocada por la apertura de portales desde al Antiether por Hazard en un vil ataque contra la vida etherica. Pero eso es solo una parte fuera de contexto de la verdad- Cerró los ojos mientras continuaba su monólogo -Casi 100 años antes de la invasión un dios desconocido donó a cada una de las razas del Ether un artefacto parecido a un huevo ornamentado minuciosamente con cientos de runas completamente desconocidas sobre un metal indestructible tan rojo como la sangre seca y tan pesado como mil lingotes de acero, se les dio el nombre clave de huevos de faisán para referirse a ellos en secreto. Estos artefactos contenían en su interior una cantidad de maná inconmensurablemente grande capaz de realizar cualquier cosa. Desde otorgar inmortalidad a quienes se encontraran en las proximidades inmediatas del huevo hasta ser capaz de dar poder a maquinarias mánicas tan grandes como ciudades, estos objetos podían hacer de todo. Debido a la naturaleza conflictiva de los seres pensantes, esto solo desencadenó en el caos- Abrió los ojos nuevamente, esta vez lucían cansados y pensativos, como si tuviera su mente a miles de años luz de distancia.
-Uno fue entregado a las manos laboriosas de los usualmente llamados simples Aldmer. Uno fue encomendado al rey de las ancestrales ciudades Koboi en lo profundo de su megalítico bosque. Uno apareció en medio de las amplias llanuras Patet en el mediterráneo del continente, donde los Patetmer lo encontraron poco después. Uno coronó el edificio más alto del dominio Radiam donde el alto Aldmer conocido como Paaradax lo encontró prontamente. Uno se materializó en los cuarteles de la Hermandad de Zorem, al alcance de los Orionmer de Olus. El último se dice que apareció en la isla de Asfaan donde los Cornibusmer lo sepultaron en las profundidades del volcán Serbero, pues era sacrilegio para ellos- Dijo de forma solemne, con un dejo de tristeza en sus palabras.
-Ellos fueron los más listos, no debimos jugar a ser dioses con esos condenados juguetes del demonio. A la entidad que nos visitó se le llamó Aurken el portador de oro. Inicialmente creído un dios benevolente terminó siendo el precursor de una serie de terribles sucesos que inevitablemente llevaron a la invasión verde, el 1200 de la quinta era-
- ¿Entonces Hazard llevó a cabo los planes de un dios maligno? Eso no lo hace menos malvado- Agregó Aru quien, sentado en el sillón del estudio de Wu'Kon, era inconsciente de la áspera verdad que le esperaba.
-Cierto, hizo mucho de lo que hizo sabiendo perfectamente lo que estaba haciendo, desconocemos sus segundas intenciones y, francamente, no podemos entender su mente. Créeme, lo he estado intentando descifrar por más de 200 años- aseveró Wu'Kon mientras se frotaba las sienes con la mano derecha.
-Suena a que lo conocías más que la persona promedio. Al final de cuentas, ustedes son contemporáneos, ¿no es así? – Preguntó Aru con curiosidad. Sin quererlo, había quedado absorto en el tema de conversación.
Wu'Kon soltó un largo resoplido. -Él es 230 años mayor que yo, y ya era una eminencia cuando lo conocí. No fue siempre el hechicero oscuro que se conoce ahora. En esos tiempos era conocido por sus hazañas en las batallas del Octubre rojo y por la capacidad de reanimar cadáveres. Se dice que conoció a una mujer, una alta Aldamerí que le cambió la vida y lo hizo amar la vida de una forma que nadie le había enseñado antes. Hubieron décadas de paz y prosperidad, hasta que una extraña maldición cayó sobre la mujer. Su carne comenzó a quebrarse, provocando grietas largas y dolorosamente profundas en cada superficie con piel de su cuerpo. Cayó en cama indefinidamente, aparentemente afectada por una enfermedad desconocida o maldición. Adken, como antes se le llamaba a Hazard, hizo todo lo posible para hacerla recuperarse, pero nada funcionó. Cuando la mujer se encontraba a un paso de la muerte el hechicero espectral hizo un trato con la única deidad que sabía que lo estaba observando, Aurken, pues Hazard había robado y escondido el huevo de faisán de los Orionmer, presuntamente trayendo la desdicha con él. Hazard pidió ayuda a la deidad para poder usar el huevo, pues su funcionamiento era incomprensible para él. La entidad accedió, pero únicamente bajo la condición de que debería devolverle el favor en un futuro sin cuestionar lo que eso involucrara- Se detuvo un segundo a escanear el rostro de Aru. "El pobre probablemente no entienda nada" pensó.
-Pero era un dios malévolo, seguramente había una trampa en todo esto- observó Aru, quien creía no estar realmente tan perdido.
-En efecto, sí. El dios curó a la mujer pero Hazard se vio obligado a cumplir la voluntad de Aurken en múltiples ocasiones. Era tal la naturaleza pútrida de los actos del hechicero que la mujer, aunque agradecida por ser salvada por Hazard, tuvo que escapar las garras del monstruo en el que se convirtió su compañero- Las memorias invadían su mente en cascada, agolpándose entre ellas como agua en un embudo. A pesar de considerarse a sí mismo como una persona sabia no podía evitar sentir un peso en su viejo y agrietado corazón. -La mujer logró vivir en paz durante varios años, hasta que se reencontró con Hazard en la batalla del monte Eskavir, la que precedió la desaparición de Falador. No se sabe exactamente qué ocurrió durante el caos de la sangrienta pelea pero cuando todo terminó y Falador el trivalente había desaparecido, la mujer se había marchado con Hazard nuevamente. Pocos días después comenzó la invasión de Pariuntmer desde el antiether- Relató Wu'Kon.
-Nunca había oído hablar de la mujer en las historias de Hazard- Comentó Aru. Sintió como un escalofrío le recorría la espalda.
-Eso es porque se hicieron tremendos esfuerzos por parte de muchas facciones para hacerla desaparecer de la historia. Pues la Liga de Radiam había cometido un fatal error al dejarla marchar con Hazard aquella tarde de verano del 1130-
- ¿L-la liga? – Tartamudeó Aru. Tenía un par de ideas de a donde pretendía llevarlo Wu'Kon con esta conversación. Extrañamente, la que antes había considerado como la más descabellada antes podría tener sentido ahora. -Usted… Conocía a esa mujer, ¿es eso correcto? –
El hombre soltó un suspiro. -Sí, así es. Eres rápido Aru, justo cómo tu madre- El pecho le latía con fuerza. -Dime Aru, alguna vez te has preguntado ¿por qué siendo un alto Aldmer no tienes casi maná? –
-Todos los días- Respondió Aru rápidamente. -Desde que empecé de notar que hay gente con poder en este mundo me he hecho esa pregunta-
-Exacto, la cruza entre dos altos Aldmer puros no debería ser capaz de producir un niño sin capacidad mánica, sin embargo, acá estás tú frente a mis ojos, una copia a carbón de tu padre, aunque tienes el carácter de Louise- Aru lo miraba con los ojos bien abiertos. Era el momento de sincerarse, el momento que separa el antes y el después. El paso de la dichosa ignorancia al mortificante calvario que era la verdad.
-No querrá decir que…- Aru no alcanzó a terminar la oración cuando Wu'Kon se acercó a él y le sujetó los hombros con ambas manos.
-Tu madre fue capturada por la Liga por perpetuar el legado de Hazard al dar a luz un usuario de mahem espectral- Dijo con voz grave y penetrante. Hizo una pausa mientras miraba directamente los ojos del joven Aldamerí. En su larga y excepcionalmente movida vida se había dado cuenta que la vida era un laberinto que uno mismo creaba. Cada esquina del laberinto era creada por ciertos momentos, tan breves como un único batido de un colibrí, que en ocasiones cambiaban tu percepción del mundo abruptamente. Aunque fuese un hombre que había vivido más que algunas ciudades, podía contar esos momentos con los dedos de sus manos. -Aru, tu padre es Adken Hazard y la liga no descansará hasta tenerte de rodillas frente al tribunal de Radiam- Soltó a Aru, dejándolo aclimatarse a la información.
Aru tenía la mirada perdida, las palabras "tu padre es Adken Hazard" estaban grabadas al rojo vivo en el fondo de su mente. En su mente un enorme abismo se alzaba frente a sus pies, tan ancho que no se veía el otro lado y tan profundo que la oscuridad en su interior parecía tragarse el abismo cada vez más.
Se puso de pie súbitamente -Debo ir a mi habitación ahora- Dijo Aru con prisa mientras tropezaba torpemente con el sillón y caía de bruces contra el suelo de madera.
Wu'Kon se acercó y le tendió una mano para que se levantase. El cabello de Aru le cubría el rostro mientras le alzaba una mano temblorosa -Tranquilo chico, no permitiré que nada malo te ocurra ni que nadie te lleve a ninguna parte- Le aparto el cabello del rostro con suavidad, bajo esa fachada de estoicismo había un chico normal y corriente que dejaba que las lágrimas le recorrieran el rostro en silencio.
El chico se pasó el antebrazo por la cara, secándose las lágrimas. -Lo siento, es solo qué…- musitó Aru mientras miraba su palma derecha, se había clavado una pequeña astilla en la mano al caer. -Realmente estaba maldito- Terminó con melancolía. El camino que antes había visualizado sólo como cuesta arriba ahora se encontraba enredado en ángulos y direcciones incomprensibles, con Aros de fuego en cada subida y bestias desconocidas en cada esquina. El único camino era hacia adelante y Aru no estaba dispuesto a quedarse atrás.