Chereads / Teratogénesis. El nacimiento de un monstruo libro I / Chapter 6 - Capítulo VI: Hijos del Rigor

Chapter 6 - Capítulo VI: Hijos del Rigor

 

Capítulo VI

166 de la sexta era.

Hijos del Rigor.

Era una sensación increíble. Correr, tan rápido como el viento. Saltar, tropezar y caer. Seguir corriendo. La brisa helada que golpeaba su frente lo mantenía en una sensación de alerta que le impedía cerrar los ojos. Incesante viento se abalanzaba sobre los cerros y valles, ignorante e indiferente a todo aquél que pudiese verse arrastrado por su paso. Algo estaba cerca, una alta atalaya de piedra negra como las noches más oscuras, se alzaba alta desafiante frente al viento que la golpeaba en sus vértices triangulares. Algo que no puede ser detenido. A través de valles y montañas, entre mares y ciudades de metal. Al final del todo, el sonido de una tetera.

Aru se despertó de golpe. Sus ojos recibidos por cortinas blancas y pesadas sabanas negras. El olor a café barato impregnaba fuertemente la estancia, incluso a través de las cortinas que rodeaban su cama. Mientras se incorporaba y dirigía su mirada al cielo alto de madera el murmullo de sus compañeros de cuarto lo traía devuelta al mundo de los vivos. No recordaba su sueño, pero sabía que había sido importante, pues en la boca del estómago lo aquejaba una gran sensación de vacío, la cual igual podría deberse a que no había cenado nada la noche anterior por quedarse platicando con Wu'Kon. Los sueños de ese tipo se habían vuelto recurrentes para Aru desde aquella noche en la oficina del Guardián. Nunca era ningún tema en específico, sin embargo, la sensación de angustia siempre permanecía. Estrés quizá, pensó Aru para sus adentros, intentando obviar la sensación.

Casi 3 meses habían transcurrido desde que Wu'Kon le reveló la verdad sobre su padre. Para bien o para mal, nunca se había sentido de ninguna manera hacia la figura fantasmagórica de aquel hombre que nunca había visto. Ahora que sabía la verdad, o al menos un atisbo de ella, podía decir con total certeza que se sentía mucho más cómodo en el gentil abrazo de la ignorancia.

Mientras apartaba la cortina que separaba su cama con el resto de la habitación, el conocimiento sobre la naturaleza de sus orígenes palpitaba sobre la mente de Aru como si tuviese vida propia. Tenía asumido que sería muy complicado compartir este tipo de información con alguien que no fuese Wu'Kon, quien en sí no era muy hablador. Se preguntaba cuanto tiempo sería capaz de aguantar esa sensación de ahogo que se hundía sobre su pecho como una almohada de plomo, cerró los ojos e intentó sacudir ese pensamiento de su mente. Sentado al borde de la cama buscó entre sus bolsillos y extrajo un largo trozo de hilo negro, el cual uso para atar su largo cabello negro en una coleta improvisada antes de echar un vistazo alrededor de la pieza.

Su habitación no era suya como tal, sino más bien compartida por sus dos compañeros de clase, cuyas camas podía ver separadas por las mismas cortinas que colgaban de la suya, generando una barrera visual desde las vigas del techo hasta el frío suelo de madera. Tres de las esquinas de la pieza estaban ocupadas por las camas y las cosas de cada uno, dejando una esquina libre donde una pequeña cocinilla con un lavaplatos y una mesa servían de improvisada zona de cocina. Como era de esperarse, uno de sus compañeros se encontraba preparando café en un pantalón de piyama. Era uno de los chicos sobredimensionados que había visto en la ceremonia de introducción, particularmente, aquel que estaba sentado justo al lado de Aru.

 Su nombre era Rigel y se erguía más de una cabeza por encima de Aru. Tenía el cabello castaño corto con una barba incipiente del mismo color que le había ganado algo de fama entre las chicas del templo durante las primeras clases que habían compartido. Aunque era algo flacucho para su altura su rostro no dejaba de ser intimidante a la hora de luchar. Irónico, pues si bien gozaba de la envergadura y fuerza necesaria para vencer a la mayoría de sus contrincantes cuerpo a cuerpo, Rigel era un hechicero, tal y como lo era Aru y la tercera persona con quien compartían habitaciones.

-Hey - Dijo Rigel mientras vertía el contenido de la tetera sobre una de las tazas de cerámica 

 que se encontraban desparramadas sobre la mesa.

-Buenas- respondió Aru medio dormido al mismo tiempo que se rascaba la cabeza y se abría paso hacia una de las tazas sobre la mesa de la cocina, la cual Rigel se apresuró a llenar. -Gracias- dijo el desgarbado hechicero echando un vistazo al resto de la habitación - ¿Ezra ya salió? –

-Ya sabes cómo es ella- expresó Rigel moviendo la cabeza de lado a lado al mismo tiempo que colocaba la tetera sobre la cocinilla. -Aunque igual me sorprende que salga tan temprano los días libres. No le haría mal relajarse un día- remarcó el chico.

Era cierto, cada catorceavo día el templo les daba a los aprendices un día para ellos mismos, del cual podían disponer de la forma en la que quisieran. Muchos de sus compañeros lo usaban para socializar o salir a caminar por los alrededores del templo, aunque la última requería una especial resistencia al frio o niveles peligrosos de bebida en la sangre. Aru prefería otro tipo de distracción.

Aru compartió una rápida taza de café con Rigel, quien le avisó que optaría por ir al pueblo que se encontraba a medio camino de la bajada de la montaña, Ténor, un pequeño mercado donde el templo se abastecía en ocasiones. Aru no había encontrado tiempo para ir a visitarlo por lo que todo su conocimiento se basaba en las historias que contaba Sake al volver con resaca a la mañana siguiente. 

Tras encontrar una chaqueta y un pantalón para el viento de montaña se despidió de su compañero de cuarto y salió por la puerta frontal de su habitación, la cual se encontraba directamente al frente de uno de los patios exteriores, donde tenía clases de acondicionamiento físico cinco veces a la semana. Para la poca sorpresa de Aru, había un grupo significativo de aprendices entrenando por su cuenta a estas horas del día, lanzando patadas y hechizos al aire en un ritmo marcial.

Entre ese grupo de gente se encontraba su compañera de cuarto, Ezra. Una chica encantadora, si te gustaban las "maniáticas controladoras", como la había llamado Rigel la primera semana que convivieron juntos. Por lo que Aru alcanzó a entender, Ezra no paraba de retarle por no guardar bien las tazas de la cocina, a lo que Rigel respondía escondiéndolas en diversas partes de la habitación. Ezra no era tímida al responder, solo que lo hacía sacando a relucir sus habilidades mánicas y congelando a Rigel al techo de la habitación.

La forma de entrenar en el templo era similar a la de su academia en Mojarek, aunque con ciertas adiciones a la malla curricular. Los Aldmer se enfocan en mejorar su forma física de cualquier manera que les permita adquirir fuerza. Aru fue testigo en primera persona de aquello, los recuerdos de las noches largas practicando en los gimnasios vacíos de la academia, los desgarros y dolores tras el entrenamiento, sin darse el tiempo para descansar. Una terrible forma de entrenar, en retrospectiva, en especial después de que su madre lo inscribiese en clases de esgrima mánica. Por otro lado, los Altos Aldmer nunca cambiaban, no necesitaban cambiar. Frente a sus ojos se encontraban una docena de hechiceros lanzando mahem letal al aire de la misma manera que los mahoi lo habían hecho por miles de años, recitando cánticos y haciendo bailes tontos que resultarían divertidos de no ser que invocaran poderes capaces de subyugar a cualquier mer.

Ezra era fácil de distinguir entre la multitud de hechiceros. Era la única que no estaba aventando hechizos al aire, más la forma en la que movía su cuerpo y sus brazos descubiertos le hizo recordar una instancia durante las clases de acondicionamiento físico cuando Ezra noqueó a una chica Orionmer casi dos veces su tamaño sin usar una pizca de maná, Aru estaba seguro de que era el mismo movimiento. La misma forma, la misma cadencia una y otra vez mientras arremetía contra un enemigo invisible sin dejarle una oportunidad.

Tras caminar un poco más se encontró a si mismo detrás de la forja, un edificio negro de piedra de dos pisos al lado del comedor, restringido para los aprendices la mayoría del tiempo. No era problema, pues Aru no planeaba entrar a la forja, sino llegar a un famoso punto en los límites del templo. "El salto" como le decían los alumnos y algunos maeses que visitaban la ubicación con recelo. Se trataba de un simple peñasco, un trozo de roca plana que se asomaba por una buena cantidad de metros sobre el vacío abismal que significaba la falda de la montaña. Con frecuencia era visitado por parejas y grupos de alumnos que querían pasar el rato lejos de las miradas escrutiñadoras de sus superiores. Sin embargo, una vez al mes esa normalidad no se cumplía y el solitario peñasco quedaba abandonado y a libre disposición de quien quisiera disfrutarlo.

El par de veces que había visitado El Salto, Aru siempre lo encontraba vacío. Esta sería la última, pues al final del primer trimestre se debía pasar por el proceso de selección para después abandonar el templo en busca de misiones. Él lo tenía claro. No volvería a esta roca una cuarta vez. Pensó mientras bajaba por el corto sendero que llevaba a la porción del peñasco que estaba enterrada en la ladera de la montaña.

Las vistas desde ese punto eran difíciles de igualar por cualquier otro lugar del templo. "Quizás el templo de la luna" pensó Aru brevemente, pero hizo el esfuerzo de librarse de ese pensamiento con presteza. Desde El salto las vistas eran reales. Se asomó caminando con paso firme hacia la punta del peñasco, donde algún visitante había esculpido un asiento en la piedra en algún momento del pasado. Aru dobló la rodilla para sentarse y con un resoplido dejó caer su peso sobre la butaca de piedra. Frente a sus ojos se alzaba la belleza plena del valle, el mar y las montañas que podía ver a lo lejos.

El sol se encontraba en su apogeo y se dejaba caer con fuerza sobre su frente protegida sólo por su brazo izquierdo, el cual utilizaba como visera contra el abrasador peso de la luz del mediodía. Las ráfagas del viento de montaña le fueron suficientes por un momento por lo que Aru decidió bajar los brazos y comenzar lo que se había dispuesto a hacer antes de que algún deambulante lo interrumpiese, en este pequeño pedazo de cielo que había apartado para él mismo.

Tras colocar sus piernas en posición de loto dejo reposar sus antebrazos sobre sus rodillas mientras juntaba sus dedos anulares con sus pulgares a cada lado de su cuerpo. El ritmo de su respiración bajó de forma considerable y el único estimulo que inundaba la mente de Aru era el sonido de una gaviota que volaba cerca en alguna parte. Era incapaz de verla, sus ojos se encontraban completamente cerrados y su cuerpo a cientos de metros de distancia, sin embargo, de alguna forma Aru podía sentir lo que sentía la gaviota. Su mente luchaba contra una corriente que amenazaba con dominarlo cada segundo, sin embargo, las alas que tenía en lugar de brazos le permitían usar esa corriente para elevarse y llegar más alto. Era una sensación familiar, por lo menos de eso estaba seguro.

Aru abrió los ojos lentamente casi esperando encontrarse volando sobre las nubes del cielo cordillerano. Para su poca sorpresa, seguía siendo el mismo, un solitario chico sentado en el borde del mundo, sin alas y sin nubes bajo sus pies. Cerró los ojos una vez más.

Las conversaciones que había sostenido con Wu´Kon salieron a flote en su mente tras concentrarse en el sonido del viento por unos segundos. Tras enterarse sobre la naturaleza de su padre el guardián se había esforzado de gran manera en no perderlo de vista, en el buen sentido. Se reunía con él una vez por semana para entrenar y conversar sobre cualquier duda que pudiese tener Aru, las cuales fueron cientos las primeras veces que se encontraron, aunque Wu'Kon siempre encontraba una manera de evadir la mayoría mandándolo a entrenar a alguna parte, más notoriamente, al templo de la luna.

El templo de la luna no se trataba de nada más que un modesto altar de piedra tallado sobre una roca detrás del dormitorio del guardián, al menos a simple vista. La realidad era muy diferente, si alguien se sentaba frente al diminuta efigie y cerraba los ojos bajo la luz de la luna, cosas pasaban. Aru era testigo en primera persona de las capacidades de ese ídolo, escondido en un área apartada del templo. El Salto, en comparación, no era más que una recreación, un sitio para sentir el viento en el rostro mientras se observa sin rumbo el horizonte. Aru tenía sus propias razones a la hora de ir hacia ese lugar, era pacífico, para empezar, nadie podía molestarlo.

El tiempo que había pasado con Wu'Kon no había pasado en vano, por lo menos así lo esperaba el joven hechicero. Las sesiones con el guardián se encontraban casi en las docenas, siendo la próxima el viernes siguiente, en cinco días. El entrenamiento por el que el guardián lo hacía pasar era arduo y en muchas ocasiones poco ortodoxo, eso sin contar las diferencias con el entrenamiento estándar que recibía junto con sus compañeros.

Aru agradecía los días libres con toda su alma, por esa misma razón se enfocaba al máximo en no hacer nada que significase esfuerzo físico, dándole tregua a su cuerpo, aunque fuese por un solo día antes de volver a la rutina. Confiaba en los frutos del entrenamiento de Wu'Kon, más la urgencia con la que había llegado al templo se había ido disipando sin mayor escándalo. Su objetivo aún era el mismo, encontrar a su madre, aunque esa idea se alejaba cada vez más con cada día que pasaba.

 En el segundo mes de su estadía en el templo Aru había llegado a la conclusión de que, en ese punto, ya no hacía gran diferencia si pasaba un día más o una semana más en este sitio. Existía un punto clave que el guardián había dejado en claro en los entrenamientos recientes. El estado de su madre no cambiaría de un día para otro, menos aún si Aru se enfocaba solo en preocuparse en vez de fortalecerse. Solo le quedaban dos semanas para la iniciación como guerrero de Adam, donde tendría mayor libertad y herramientas para perseguir su objetivo. No iba a desperdiciar esta oportunidad que le habían entregado los Dioses.

Pensar mucho sobre su madre lo ponía ansioso. En realidad, las salidas hacia el peñasco en los días libres no eran más que una excusa para intentar despejar su mente de la incertidumbre de la situación. No obstante, Aru había descubierto una función adicional a sus escapes. Abriendo los ojos y sin desviar la mirada del reflejo distante del sol en las olas, dejó que su rostro esbozara una sonrisa de satisfacción. "Puntual como un reloj" pensó Aru con bravata.

-Linda vista ¿no? – dijo Aru al viento con voz clara. El viento no respondió, sin embargo, una familiar risa brotó a las espaldas del chico.

-Me alegro de que por fin te hayas dado cuenta, ya estoy harto de escabullirme por los arbustos- Respondió la inconfundible voz de Torche.

Aru volteó la cabeza dedicándole una mirada desinteresada al hechicero de pie a sus espaldas. Torche vestía sus zapatillas clásicas de aprendiz a guerrero, sin embargo, sus pantalones negros ajustados y su chaqueta blanca con cremallera dorada denotaban la naturaleza laxa de su día libre. En comparación, Aru solo traía una chaqueta negra que le había prestado Rigel y sus pantalones y zapatos del templo. Devolvió la mirada hacia el mar.

- La verdad es que ya me preguntaba cuando saldrías de la maleza en vez de quedarte mirando. Se estaba volviendo raro ¿no crees? – respondió finalmente Aru con sarcasmo imperturbable.

Torche arqueó una ceja - ¿raro? – inquirió el hechicero mientras daba un par de pasos hacia atrás con las manos en los bolsillos de su chaqueta – Raro sería que cortase este trozo de roca dos centímetros frente a mis pies. Me preguntó cuanto tardarías en caer desde esta altura- dijo sin perder de vista la espalda de Aru, pendiente ante cualquier movimiento súbito.

- ¿Sigues empeñado en echarme de acá? Creí que habíamos llegado a un entendimiento mutuo la última vez que hablamos- contestó Aru con tono tranquilo. No le había dirigido palabra a Torche desde aquella tarde bajo el árbol de corteza blanca, cuando su puño se había encontrado con el rostro de hechicero.

-Eres gracioso Aru. Eres un hombre gracioso- Una sutil sonrisa se asomaba por sus labios -La verdad es que consideré dejarte en paz por un momento, en verdad lo hice. "¿Qué es un Aldmer más para eliminar en el examen de admisión?" Pensé… Pero ese puñetazo que me diste me hizo darme cuenta de algo que había pasado por alto sobre ti- Torche avanzó lentamente hasta donde se encontraba Aru. Sin romper contacto visual, procedió a sentarse en el extremo opuesto del banco de piedra, poniendo un buen par de metros entre ellos.

Aru observó a Torche ahora sentado junto a él, perturbando su lugar de meditación favorito. - ¿Por qué no me dices qué quieres de una vez por todas? Me gustaría volver a lo mío, ¿sabes? – Aru no lo hubiese admitido en ese momento, sin embargo, desde aquel día en el patio del templo, se había preparado para esta conversación cada día de su formación como guerrero.

Torche sacó de sus bolsillos un encendedor dorado y lo que parecía ser un cigarro liado de forma artesanal. -No tengo nada contra ti, Aru, enserio. Ese golpe fue tu forma de expresarte, lo entiendo, tiene que ser muy duro de dónde vienes. No tener una pizca de maná y tener que enfrentarte a todos estos increíbles hechiceros día a día. Tiene que ser intimidante ¿no crees? – Colocó la colilla del cigarro en su boca y con el pulgar de la mano destapó el ornamentado encendedor, dando luz a una llama morada que ardía con fuerza suficiente para resistir el viento de montaña. Tras un par de profundas caladas, Torche se dirigió a Aru, cigarro en mano.

 -Pero hay cosas más escalofriantes en este mundo. Cosas que harían a cualquier hombre renunciar a sus dioses. Y no me refiero a vampiros u otras creaturas que se arrastren por las sombras, tampoco a los terribles desastres naturales que azotan villas alejadas de la civilización. Sino a los verdaderos monstruos que caminan entre nosotros. -El filtro del cigarro encontró la boca de Torche una vez más y el silencio se apoderó del momento mientras profundas bocanadas de humo llenaban y abandonaban los pulmones del rubio hechicero. - ¿Quiénes piensas que son esos, Aru? – preguntó Torche con un semblante más relajado.

Aru miró al chico sentado a su lado con seriedad. Torche se comportaba de forma muy diferente a la vez anterior que conversaron. Desvió la mirada hacia el intenso azul del cielo que plagaba el horizonte. La respuesta le resultó obvia, quizá era por su crianza o simplemente lo que significaban sus experiencias, pero sentía que conocía la respuesta desde hace mucho tiempo. -Nosotros- Replicó Aru con certeza.

Torche soltó una única risotada la cual acompaño con una sonrisa extrañamente afable. – Por qué te esfuerzas en encasillarte con nosotros, Aldamerí. Jamás podrías conocer la angustia que significa tener estas cosas en tus brazos- dijo mientras se daba golpecitos en el antebrazo con su mano abierta. -Ya sabes porqué estoy aquí. No deberías estar con nosotros- Los ojos del hechicero brillaban con una luz blanca intensa mientras hablaba.

La mirada de Aru no flaqueó -No voy a renunciar estando tan cerca de la iniciación, no después de todo lo que he sacrificado para llegar acá. También quieres ser guerrero ¿no? Estoy seguro de que alguien como tú puede entender eso, así que por qué no me respondes de una vez que es lo que quieres en realidad y te dejas de andar en putos círculos- espetó Aru con confianza infundada, pues estaba totalmente consciente de la disparidad de poder entre ellos dos. De igual manera, se mantenía pétreo, fuera del alcance de las provocaciones del hechicero, al menos eso pretendía aparentar. Plantó sus pies con fuerza sobre el suelo de piedra a la vez que se inclinaba hacia adelante con una lentitud teatral- ¿Entonces? – inquirió Aru arqueando una ceja.

Torche se llevó el cigarro a la boca una vez más, no obstante, se detuvo a centímetros de su rostro. Tras una infinitesimal pausa, sus ojos se centraron en Aru. -Es simple en realidad, quiero que mueras por mi mano-

La respuesta de Torche alertó los sentidos de Aru. De forma involuntaria llevó su mano al costado de su cuerpo en busca de la funda de algún arma, en vano, por supuesto, los maeses no dejaban que los aprendices caminasen con cuchillos por el templo, aunque no existiese una regla equivalente para los hechiceros. Una variedad de opciones atravesó su mente en un instante, ninguna lo suficientemente rápida para salir de esa posición tan desaventajada. Los ojos de Torche ardían con una intensidad temeraria que Aru había visto en otras ocasiones, era maná líquido brotando de sus cuencas y esa, era la mirada que tiene un hechicero justo antes de matar. Tras reflexionar por un segundo, Aru llegó a la conclusión que no le hacía daño escuchar por un momento.

Una risa alegre escapó de la boca de Torche contrastando duramente con la hostilidad que exhibía hace tan solo unos segundos. -No te asustes, Aru. Me refería a que quiero enfrentarte en la prueba de selección. Ya sabes, dentro de las máquinas que usan los Adamitas en esa torre extraña. Tienes que haberla visto en la inducción, es ese edificio circular al fondo del patio de los aprendices. No me digas que no los has visto- manifestó el joven hechicero inclinando ligeramente la cabeza.

Aru replicó con cautela - ¿te refieres a las MIP? No confió en esos aparatos ni por un segundo- Durante las primeras semanas los maeses les habían hecho recorrer las instalaciones del templo a modo de inducción. La mayoría de los edificios fueron explicados casi con urgencia, sin hacer énfasis en ningún aspecto de ellos ni dando tiempo para preguntas. Lo hicieron con todos, menos con uno, el misterioso edificio que se llenaba de Adamitas experimentados de cuando en cuando. La llamaron Máquina de Inmortalidad Programada, o MIP, y era el artefacto más interesante de todo el templo. Para la mayoría al menos.

- Pues será difícil que pases la selección si no confías en ellas. El examen es dentro de esas cosas después de todo - replicó Torche con presteza. – Te sacan una foto y luego te mandan a masacrar a quien tengas enfrente. Espero que no te perturbe ese pensamiento-

Aru apartó la mirada. Era cierto, tendría que entrar a uno de esos aparatos para el examen final, pero detestaba la idea de dejar su vida en manos de una máquina desconocida. Solo los Adamitas y maeses tenían permitido usar las MIP a voluntad, a diferencia de los aprendices que solo podían combatir en ellas durante la selección. Aru volteó la mirada hacia Torche. – ¿qué ganarías con enfrentarme? Creí que el magnífico hechicero de la casa Escaffor elegiría rivales de su mismo nivel- respondió Aru con creciente fatiga en sus palabras.

El cigarro de Torche se enterró en la roca con un sonido ciceante. Antes de que la colilla dejase de humear, el chico la arrojó al vacío con un movimiento de su dedo. La mirada del hechicero divagó hacia el mar por unos momentos – Llamémoslo retribución. Entiendo porque decidiste golpearme cuando estabas acorralado, pero, eso no significa que te haya perdonado. Aún mantengo lo que dije en esa ocasión. Tú no perteneces con nosotros. No porque así lo queramos, sino porque simplemente no naciste con las cualidades para ser como nosotros, Aru. Sé qué sabes a qué me refiero- Torche volteó a mirar a Aru con un semblante difícil de descifrar.

- ¿Entonces solo quieres venganza? Quieres derrotarme frente a todos en el examen de selección para qué. ¿Enseñarme una lección? – replicó Aru con escepticismo - ¿Sabes que es lo que realmente me molesta de los hechiceros? Tienen todo ese poder en la punta de sus dedos, pero aun así deciden perseguir cada pequeña pelea que se les aparezca en su camino- Aru se puso de pie en un rápido movimiento ya cansado de la conversación -No eres diferente a un matón de pueblo, Torche. No aspiras a nada más de lo que ya eres- Aru dio media vuelta y se dispuso a caminar devuelta al templo, sin embargo, antes de que pudiese alcanzar la mitad del peñasco las palabras de Torche lo golpearon como un balde de agua fría.

- ¿Y tú aspiras a la grandeza, Aru Hazard? – Inquirió Torche a la silueta que se alejaba de él, paralizando el cuerpo de Aru en su lugar. Torche esbozo una sonrisa de satisfacción. Sus ojos, abiertos como platos, se hundían en la nuca estoica del chico frente a él.

Aru se encontraba catatónico. Las palabras que habían salido de la boca de Torche sonaban como campanas dentro de su mente. El único secreto que debía esconder del mundo se encontraba ahora en el mismo aire que respiraba Torche. Mil preguntas se agolparon en la mente de Aru, listas para ser expulsadas de su boca, sin embargo, en un momento de máximo autocontrol, respondió con lo único que se le pudo ocurrir a la aturdida mente del chico. - ¿De qué estás hablando? – Respondió Aru fingiendo ignorancia.

 

- Pude sentirlo cuando la piel de tu puño tocó mi mejilla. No había nada ahí dentro. ¡estabas vacío! Sin ni una muestra de maná en tu interior e incluso así, alguien te inscribió en clases de manipulación mánica, ese vejete del Guardian, seguramente– Torche soltó una carcajada. – ¿Pero sabes que es lo más raro? Que ahora mismo, sentado junto a ti, puedo sentir que no estás vacío en absoluto.

Aru volteó sobre sí mismo para mirar las manos del hechicero sentado detrás de él, aún escondidas entre sus bolsillos. Sería complicado defenderse de cualquier ataque si a Torche se le ocurría cambiar el tono de la conversación a uno más belicoso.

- ¡Hay algo ahí dentro, algo corrupto y repugnante que no se encontraba en ti la primera vez que nos vimos y creo que sabes exactamente que es! - Torche se puso de pie sin romper contacto visual con Aru, su rostro torcido en una mueca de malicia -Verás, aquella tarde en la que decidiste resolver las cosas con los puños tomaste una decisión. Elegiste enemistarte con alguien que solo quería ahorrarte problemas y tiempo. Actuaste por impulso, lo que resultó en una decisión estúpida - Torche se detuvo por un instante para tragar saliva- Sentí que había algo raro desde el principio. No lucías como alguien capaz de ganarle a nadie en una pelea, mucho menos a unos bandidos a las afueras del templo- El chico rio con fuerza antes de proseguir -Vaya excusa de mierda se le ocurrió a Wu'Kon-

Aru tragó saliva. Torche conocía algo que ni él mismo comprendía del todo. El peso del apellido Hazard. -Lo que sea que te hayan contado…- intentó decir Aru antes de ser cortado de golpe.

-Te seguí al despacho del Guardián- Espetó Torche con firmeza al mismo tiempo que una sonrisa se dibujaba en su rostro -Los chicos que me acompañaban tampoco estaban contentos, Ossas y Vecker, ¿sabes? No te imaginas lo ansiosos que estaban por ayudarme a que ningún maese nos interrumpiese. Aunque debo admitir que jamás esperé que ustedes se enfrascasen en una conversación tan interesante, hasta tuve la oportunidad de escucharte llorar- confesó el hechicero regodeándose.

Los nudillos de Aru se pusieron blancos de tanto apretarlos. Una ira helada lo bañaba de pies a cabeza mientras su mente le gritaba a sus sentidos que actuase contra aquella persona de pie frente a él. -No sabes nada. No sabes lo que escuchaste- respondió Aru con ímpetu.

- ¿Ah no? ¿Entonces cómo puedo sentir como te hierve la sangre? Te congelaste cuando pronuncié su nombre y lloraste cuando Wu'Kon soltó esas palabras sobre ti. No engañas a nadie Aru Hazard- Los ojos de Torche, afilados como cuchillas, se hundían sobre la carne de Aru profundamente, atentos a cualquier posible movimiento de su parte.

Aru sentía el corazón en la garganta, más inspiró profundamente sopesando sus opciones - ¿Esa es tu idea de venganza? ¿Escuchar a escondidas las conversaciones del Guardián? Suenas desesperado, Torche. Creí que los hechiceros de tu casa tendrían más clase– Contestó con aparente clama mientras intentaba someter el terror que sentía.

Torche soltó una risotada breve - ¿A escondidas? Yo creo que el Guardián quería que escuchasen hablar, fue demasiado fácil hacerlo. Además, mis razones no son tan superficiales como simplemente quedarme con esa información. No señor, tengo grandes expectativas para ti Aru- replicó Torche con ojos rebosantes de malicia.

Sudor frío caía por el rostro de Aru. Si bien antes de llegar al templo era apenas capaz de detectar la presencia mánica de un hechicero, el entrenamiento de Wu'Kon no había ayudado de enorme manera. En ese momento y lugar, podía de ver de forma clara cómo el maná de Torche se agitaba con violencia dentro de su cuerpo, esperando una excusa para ser liberado.

- ¿Qué crees tú que pasaría si decidiese divulgar tu secreto? ¿Crees que te quedarían amigos? ¿O siquiera si los maeses se dignarían a hacerte clases? –inquirió Torche con voz mezquina.

- Nadie te creería. No tienes pruebas. No sabes de los que estás hablando. No serías capaz de hacer que todos los maeses se traguen la mierda que sale de tu boca - dijo Aru.

- ¿Mierda? ¿Cuál mierda? Yo solo estoy diciendo la verdad. Eres el hijo de Hazard y tu sangre no debería estar entre nosotros. Tu nombre aún está fresco con sangre de la gente de Ebion, no creo que sea el único que pueda ver ese hecho- replicó Torche mientras una de sus manos revolvía sus bolsillos en busca de algo. Tras unos momentos, extrajo un cigarro liado de la misma manera que el anterior.

Aru dirigió la mirada a la piedra caliza bajo sus pies. Era inútil negarlo, a fin de cuentas. Inmediatamente después de que Wu'Kon le contase la verdad sobre su padre Aru se había puesto a pensar en todo lo que eso significaba. Para empezar, su madre le había mentido toda su vida por razones que no llegaba a comprender. Por otra parte, tenía que hacer las paces con el hecho de que su padre fue un poderoso hechicero que mató a miles de personas en el lapso de unas pocas décadas. La rabia de Torche parecía justificada si la veías desde cierto punto. Aru levantó la mirada hacia Torche, quien ahora prendía su cigarro con la punta de su dedo índice, del cual brotaba una diminuta llama de maná amarillento.

-No soy mi padre. Esa sangre no está en mis manos- dijo Aru mientras apartaba el humo del cigarro con una mano. -Ni siquiera sabía que era mi padre hasta hace unas semanas atrás-

Torche miraba el cielo detrás de Aru a medida que los contenidos del cigarro invadían sus pulmones. -Lo sé- respondió eventualmente. -No pretendo juzgarte por los crímenes de tu familia. Seria… algo injusto de mi parte, aunque tu sangre sea la misma que la de un condenado, o, aunque el maná dentro de ti tenga un olor francamente horrible. No, no soy ese tipo de persona- afirmó mirándolo de reojo.

Aru lo miró desconcertado - ¿Entonces que coño quieres? ¿Por qué haces esto? – sonando mas enfadado de lo que pretendía.

-Ya te dije lo que quiero- contestó Torche con presteza.

- ¿Luchar conmigo en la selección? No creo que hayas ido a tales extremos solo por un combate-

- ¿Qué puedo decirte, Aru? Tú mismo lo dijiste, soy alguien vengativo- afirmó Torche con ojos de zorro -Enfréntame en el segundo combate de la selección y te juro, sobre el honor de mi nombre y la casa Escaffor, que tu secreto estará a salvo conmigo- dijo antes de llevarse el cigarro a la boca una vez más. 

Era una trampa como lo vieras, chantaje en el sentido más literal de la palabra, sin embargo, para Aru en ese momento, era la mejor opción que tenía. Había verdad en algunas partes del discurso de Torche, no podía imaginarse como reaccionarían sus profesores a la noticia de su nombre, si se negaban a enseñarle ahí acabaría todo, jamás podría salir en búsqueda de su madre. No le importaba que sus compañeros lo miraran con desprecio, a fin de cuentas, estaba acostumbrado a no depender de la opinión de desconocidos, sin embargo, extrañaría perder a los escasos amigos que había logrado hacer en este tiempo. Disfrutaba la compañía de Sake, Rigel el incluso de su arisca compañera de cuarto, Ezra.

- ¿Porqué el segundo combate? – preguntó Aru apretando los labios. - ¿Porqué no me enfrentas en el primer combate y acabamos con esto más rápido? O mejor aún…- dijo mientras señalaba el entorno alrededor de El Salto con los brazos abiertos. - ¿Por qué no me enfrentas aquí mismo, en este preciso momento si es que tanto lo deseas? – las palabras de Aru, cargadas de fuego, se dejaron caer sobre el semblante aparentemente inmutable del chico frente él.

Torche soltó una risita – Pues sería interesante ver que sucedería en ese caso. Ver como quedaría el peñasco pintado con tu sangre…- Dijo el hechicero poniéndose de pie y acercándose con paso lento a donde se encontraba Aru, aún de pie en la mitad del peñasco. Torche acercó una mano al hombro de Aru y apretó con fingida simpatía -Lo hago porque necesito que el templo entero vea como desparramo tus míseras tripas en el suelo de la arena. Es algo de hechiceros, no lo entenderías…- Espetó Torche con amarga crueldad.

Aru dio un paso alejándose de Torche, quien lo liberó de su agarré con presteza, manteniendo su mano en alto por unos instantes antes de esconderla entre sus bolsillos.

-Puedes pelear dos veces en la selección- Expuso Torche mientras levantaba su cigarro sostenido por dos dedos de su mano derecha -Una victoria en cualquiera de esas dos te asegura un puesto cómo Adamita… Todo lo que tienes que hacer es enfrentarme en la segunda fase, y tu secreto estará a salvo conmigo, no pido nada más- Finalizó el hechicero dándole caladas a su cigarro despreocupadamente.

Aru sopesó sus posibilidades, no confiaba en la palabra de Torche tras ser espiado en el despacho del Guardián tan abiertamente, sin embargo, rehusarse a enfrentar al hechicero para la selección significaría que su verdadero apellido saldría a la luz de forma inmediata. No, necesitaba unos días más para planear que hacer. La selección era en dos semanas, aún tenía tiempo para buscar una solución. -Muy bien- Respondió Aru armándose de valor – Si te enfrento en el segundo combate, ¿Cómo sabré que mantendrás tu palabra? – inquirió Aru con aire dubitativo.

Torche cambió su cigarrillo de mano al mismo tiempo que se acercaba nuevamente a Aru -Tendrás que correr ese riesgo, Aru Flagg- respondió Torche dándole unas palmaditas en la espalda mientras pasaba de él y se dirigía la salida del peñasco que dirigía hacia el templo -Y no lo olvides- Se interrumpió Torche señalando con un dedo a Aru, antes de desaparecer completamente detrás de unos arbustos – Segundo combate, no me decepciones, Aru-

Aru soltó un resoplido de cansancio cuando se encontró nuevamente solo en su lugar de meditación favorito -Vaya mierda…- musitó a si mismo antes de darle un último vistazo a El Salto y dirigirse de vuelta hacia el templo por el mismo camino que Torche había tomado. Aún le quedaba la mitad del día disponible pero ya no le apetecía permanecer en ese lugar un segundo más. Su mente, antes enfocada únicamente en completar el entrenamiento, se veía enfrentada a un nuevo desafío. Aru se encontraba seguro de que Torche le estaba plantando una trampa de alguna forma, sin embargo, su mente no alcanzó a vislumbrar el verdadero alcance de la malicia del hechicero hasta que fue demasiado tarde.

 

-o-

 

La noche comenzaba a caer sobre el templo de Adam de forma que las nubes que se estrellaban contra las montañas se teñían de un sinfín de tonalidades de rojo y anaranjado. Aru, tras saciar su hambre en el comedor, se encontraba caminando bajo el cielo multicolor en dirección a los patios exteriores a las afueras de su dormitorio. No había sido capaz de dejar de pensar en la propuesta de Torche, si bien ya había aceptado enfrentarle, un sentimiento de inquietud permanecía en el fondo de su mente aun cuando devoraba los deliciosos panes con chicharrón que acostumbraba a comer en las tardes después de su entrenamiento con Wu'Kon. Era imperdonable que alguien como Torche le impidiera disfrutar de la poca comida buena que tenía para ofrecer el templo, tenía que pensar en algo pronto antes de perder la cabeza por completo.

Antes de que la mente de Aru pudiese divagar más sobre comida una voz familiar lo sacó de su ensimismamiento – ¡Ey! – Exclamó una voz cerca del suelo. - ¿Cómo estás, Aru? – Preguntó Sake, quien caminaba hacia Aru en compañía de otras dos diminutas figuras.

- ¡Sake! – Respondió Aru disimulando la comida que aún masticaba - ¿Cómo estás, hermano? – replicó el chico con familiaridad mientras se limpiaba las migajas del pan y ofrecía su puño a modo de saludo. Sake chocó su puño con su diminuta mano purpura al mismo tiempo que volteaba a mirar a sus acompañantes, dos chicas Koboi aparentemente de la misma edad que él,

- Ella es Sefyl de Iruna – Expuso Sake mientras Aru estrechaba la mano de la joven Koboi, su cabello corto y castaño le daba una apariencia aun mas joven de la que ya proyectaba, aunque sus ojos afilados y las ojeras que portaba sobre su piel rosada revelaban su verdadera edad -Sefyl, este es Aru Flagg de Mojarek, si no me equivoco-

– Un gusto – saludó la chica con una sonrisa levantando la mirada para alcanzar los ojos de Aru – Ella es mi hermana pequeña, Oummu – indicó la chica señalando a la figura a su lado, una joven Koboi de similar estatura, aunque con cabello largo y negro en comparación a su hermana.

- Un placer conocer a los amigos de Sake – dijo Oummu extendiendo su brazo hacia Aru, quien lo estrechó con presteza – Aunque… creo que te he visto antes - explicó la chica una vez finalizada el saludo.

- ¿Se conocen? – Preguntó Sake dirigiendo miradas de complicidad a ambos. Aru, por su parte, parecía tener la misma pregunta.

- No realmente, pero eres el chico que se sienta casi al final del aula en las clases de manipulación de mahem, ¿no es así? – inquirió Oummu con perspicacia – Estoy segura de haber visto esa cola de caballo antes -

Una corta risa escapó de la boca de Aru antes de contestar – Es posible, el fondo de la sala siempre tiene la mejor vista en mi opinión- replicó el chico con una sonrisa antes de percatarse que la chica Koboi se encontraba ahora mirándolo de pies a cabeza con mirada perpleja.

- Que extraño, podría jurar que no siento nada de maná a tu alrededor – Comentó Oummu con voz preocupada – ¿Es una técnica de camuflaje o algo? Es fascinante – añadió la chica con sus ojos abiertos de par en par.

Una mirada de desconfianza atravesó brevemente el rostro de Aru antes de caer en cuenta que podría tratarse de una duda genuina por parte de la joven Koboi. – ¡Así es! - replicó el chico energéticamente cruzando miradas con Sake – Pero es una técnica secreta, pasada de generación en generación en mi familia… me temo que no puedo revelar de que se trata-

Oummu asintió asombrada – ¡Es increíble! Realmente sutil… Hasta pareciese que fueses un Aldamerí normal- Espetó la joven Koboi soltando unas carcajadas.

- Ey, no seas grosera Mu– intervino Sefyl llamando a su hermana.

- Discúlpame Aru, no lo decía con mala intención- dijo Oummu agachando la cabeza mientras recuperaba la compostura. – Es una habilidad verdaderamente útil, solo quería mencionar eso…-

Aru sonrió con amabilidad mientras Sake se reía por su cuenta detrás de las chicas. -No te preocupes, no eres la primera persona que se pregunta eso- respondió el chico soltando una risa disimulada.

-Esta habilidad me pasa factura a menudo- espetó Aru soltando una risa nerviosa.

-En fin, nos dirigimos al comedor ahora, ¿nos quieres acompañar? – Preguntó Sefyl mientras tomaba a su hermana de la mano.

-Me encantaría la verdad, pero ya con esto estoy satisfecho- anunció Aru señalando el pan con chicharrón masticado casi por completo. -Además ya está cayendo la noche, no me gustaría pasar los últimos rayos de sol encerrado dentro de un comedor, sin ofender por supuesto-

Sefyl sonrió con amabilidad al mismo tiempo que le dirigía una mirada inquisitiva a Sake, quien la observaba con entusiasmo.

-Yo claro, por supuesto. Las acompaño en un segundo chicas, eso sí…- respondió el chico Koboi con presteza - ¿me pueden esperar en una buena mesa mientras discuto unos asuntos con mi hermano? No me demoro nada –

- Vale, pero no te demores, ¿ok? – Contestó Oummu aferrándose al brazo de su hermana, quien asentía de acuerdo con ella.

Unos momentos transcurrieron mientras el par de chicas Koboi se alejaban antes de que alguno musitara palabra. Sake parecía mas interesado en ver como se alejaba el par, mientras que Aru no le sacaba la mirada ni los dientes de encima a sus restos de pan con chicharrón.

- ¿Ves lo que hago por ti Aru? – Preguntó Sake aun viendo los últimos vestigios de las Koboi desapareciendo de entre las puertas del comedor. – Dos hermosas chicas y están interesadas en mí. En MI, Aru, y las dejé ir por ti, mi hermano-

- ¿De qué estás hablando? Tu les dijiste que se fueran por tu cuenta. Yo solo quiero comer y ver como atardece en el cerro frente a las habitaciones- Las palabras le pesaban en la boca mientras observaba con detenimiento la carne que se mezclaba con la masa del pan entre sus dedos. – He tenido un día de mierda, la verdad- dijo Aru tras espirar con cansancio.

Sake relajó la mirada – A eso mismo me refería. ¿Sabías que los Koboi somos seres espirituales altamente sensibles? –

- Pues no paras de hablar de ello… – Contestó Aru fingiendo poco interés.

- Lo somos – Respondió Sake antes de que Aru terminase de hablar – Y tanto yo como esas chicas pudimos sentir como tu vibra estaba por todos lados. Hay algo que te pesa enormemente hoy que no te pesaba hace unos días. Dímelo Aru, habla conmigo- habló el chico Koboi mientras observaba a Aru con rostro turbulento. – Además que las chicas me van a preguntar que te pasaba apenas vuelva, jajaja –

 

Aru soltó un resoplido mientras sonreía levemente. – Sentemonos en alguna parte- dijo el chico.

 

Llegaron a unas pequeñas graderías de piedra justo en frente del patio exterior cercano al cuarto de Aru. Se vislumbraban unas figuras en un movimiento hipnótico sobre el suelo de piedra del patio, las cuales soltaban el ocasional hechizo al cielo de vez en cuando. Desde lejos, solo podía distinguir a Ezra, su compañera de cuarto, vestida de indumentaria deportiva color blanco y celeste, quien lanzaba puños y patadas hacia un enemigo invisible. Si bien ella se encontraba entre las figuras que no lanzaban maná a lo alto, sus letales movimientos se le hacían aún más hipnóticos que los demás.

- Es Torche – Explicó Aru mientras se tomaba el tiempo de relatar la historia completa a quien quizá era su amigo más cercano en el templo. Tuvo que omitir ciertas partes con "ciertos" nombres para no lanzar por la borda una amistad que le había tomado tiempo forjar. Al final, después de que la noche cayera y la mayoría de los alumnos del patio se vieran replegados hacia sus dormitorios, Aru se limitó a hablar de "problemas familiares inespecíficos".

Sake se quedó con las cejas levantadas en un gesto de incredulidad por un momento, pero con le transcurso de la historia, la vibra que emitía Aru se fue calmando progresivamente, señal clara de alivio en cualquier cultura del continente.

- ¿Estás diciendo que te está extorsionando? ¿Con un secreto de tu familia? – cuestionó Sake aún haciéndose la idea de lo que ocurría. Aru asintió en silencio lo que llevó al Koboi a dar un resoplido mientras se acomodaba sobre su asiento de piedra. – ¿Me dices que Él, de todas las personas del templo, te está extorsionando? –

-Pues sí. Mas o menos. Me pide que pelee con el en el segundo combate, por lo que debo perder sí o sí en el primero para poder combatir contra él en los remediales. Pero si pierdo ahí pues se acaba mi carrera como guerrero de Adam, no puedo permitirme perder otros tres meses…- respondió Aru ligeramente exasperado.

- ¿Sabes que es posible tomar el examen más de una vez cierto? Además, no me refiero a eso – Explicó el chico Koboi mientras escaneaba con la mirada la zona alrededor de ellos. Solo una figura quedaba dando vueltas bajo la luz de la luna, era Ezra, completamente ensimismada en su danza.

-Me refiero a que no le faltan huevos a ese tipo. Él, de todas las personas, no tiene el mínimo derecho a andar juzgando o amenazando por secretos familiares. Tu sabes a qué me refiero ¿no? – El tono de Sake se había agravado con rapidez, faceta que le era curiosa de ver a Aru.

-No tengo la menor idea de lo que estás hablando. Digo, sé que es un imbécil, si a eso te refieres- replicó Aru.

-Vaya que vives debajo de una piedra, no. Me refiero al rumor que está dando vueltas desde la primera semana de entrenamiento- Sake miró a Aru quien portaba una inconfundible confusión en su rostro. El chico Koboi respiró profundamente – Bueno, si pasas todo tu tiempo entrenando con el Guardián, es obvio que te vas a perder un poco del drama. ¿No te has preguntado porqué el gran Torche Escaffor de la casa Escaffor no está en la Liga de Radiam? ¿Porqué alguien de su estirpe y poder se conformaría con los guerreros de Adam? –

- Claro que sí, parece que le enoja simplemente estar aquí. ¿Qué te han contado, Sake? – preguntó Aru con interés.

Sake se acercó de forma disimulada a Aru y le indicó que acercase la cabeza – Dicen que mató a su hermana – Susurró el chico Koboi.

Aru volteó sorprendido, su rostro tiene que haberlo dicho todo pues Sake no esperó a que tuviera tiempo de hacer una pregunta indagatoria.

- Eso escuché. Aparentemente pasó cuando él era pequeño, 10 años he escuchado, practicando con mana en alguna torre de Radiam. Se dice que por equis razón Torche se enfadó con su hermana y la atacó con un poderoso hechizo. Se dice que no quedó nada de ella, solo los zapatos que traía en sus pies-

-Demonios- fue lo único que se le ocurrió decir a Aru.

-En efecto, voltearon la mansión de pies a cabeza buscando a su hermana, desplegaron una búsqueda que duró semanas sin encontrar nada. No se culpó directamente a Torche por ser de la "alta sociedad" de Radiam, aparentemente, pero su reputación si se vio afectada- relató Sake con aplomo.

-Por eso no entró a la Liga, ¿no es así? – preguntó Aru. El chico Koboi solo asintió – No pudo entrar a la Liga por cargar con ese crimen…-

-Así parece, la Liga te revisa hasta la sangre que corre por tus venas, un incidente de ese tipo no pasaría desapercibido para ellos- Sake se llevó la mano al mentón de forma pensativa. -Lo que sí me pregunto es, ¿Qué tiene que ver esto contigo? Digo, ¿Querrá luchar contigo en la selección solo por el golpe que el diste? Si es así el también tendrá que perder el combate inicial para estar contigo en el secundario… Es demasiado esfuerzo sólo por un golpe- el chico Koboi dirigió una mirada pensativa a Aru – ¿No crees? –

Aru suspiró – Pues me pregunto lo mismo, parece empeñado por darme alguna lección. Quizá se trate de algún tema de honor, no lo sé en realidad- llevó su cuerpo hacia adelante, apoyando sus codos sobre las rodillas mientras sus manos se encontraban en un gesto pensante sobre su boca.

 -Pero sí sé que ese bastardo no parará hasta tenerme herido contra las cuerdas- Le dirigió una sonrisa solemne a su compañero Koboi al tiempo que se ponía de pie y desempolvaba sus pantalones. – Gracias Sake, me has ayudado muchísimo. Quizás si te das prisa aún encuentres a las chicas en el comedor- añadió Aru volteando a mirar la puerta de un edificio el cual filtraba luz a través de las rendijas de la puerta y ventanas.

Sake se desperezó y asintió la cabeza de acuerdo con Aru. -Nos vemos por ahí, hermano. Ten cuidado por donde andes hasta la selección- se despidió el chico Koboi mientras caminaba hacia el comedor con las manos en los bolsillos con una mirada despreocupada. Una mirada que Aru envidiaba.

 -o-

Intentó no detenerse. Seguir de largo disimulando la mirada hacia otro lado, pero no se permitió hacerlo después de un día tan cabrón. La charla con Sake le había ayudado pero el problema permanecía aún, más poco le importaba el futuro en este momento, plantado con sus pies frente a Ezra, haciendo el esfuerzo de no escapar de la chica que le sacaba 5 centímetros de altura y que lanzaba puños y patadas al aire.

- Hey – dijo Aru intentando sonar relajado.

- Hey – respondió Ezra al momento que exhalaba y lanzaba una patada cerca de su hombro, llevaba un cintillo blanco para apartarle el flequillo.

Aru se sobresaltó ligeramente, pero respondió con una sonrisa relajada. Todo su cuerpo relajado, en realidad, como si se estuviese a punto de enfrentar a una bestia salvaje.

- Llevas un buen rato entrenando- espetó Aru notando como se le comenzaba a secar la boca -Recuerdo verte cuando salía del dormitorio en la mañana, creo que ni te has movido de ese mismo punto-

-No lo he hecho- comentó Ezra sin romper su concentración. Otro puño voló cerca de Aru.

- ¿No has comido? Fua, yo estos días los prefiero para descansar la verdad, es relajante no tener nada que hacer una vez cada dos semanas, ¿no crees? – Aunque hablar con Ezra le resultase incomodo al principio, con el pasar de las semanas se habían afianzado en lo que podría describirse como una relación de hermanos, no amigos, hermanos, con todo el amor-odio que involucraba. Convivir con otra gente era complicado para él, la vida en Mojarek siempre fue solitaria y pacífica. En el templo de Adam la vida es de todo menos pacífica. Extraña las tardes mirando al cielo después de un largo entrenamiento durante el día, o incluso la fiebre por estudiar materias y hechizos que nunca utilizaría con el fin de aprobar tal o tal examen. La vida pasaba muy rápido en las montañas donde se encontraba, pero no le desagradaba en absoluto.

Ante la atónita mirada de Aru, Ezra tranquilizó sus manos y pies en una forma de relajación marcial, poniendo fin a la larga jornada de entrenamiento con un breve ejercicio de respiración.

- Entiendo lo que quieres decirme, Aru, pero no todos tenemos el privilegio de que nos enseñe el Guardian en persona, ¿no crees? – respondió la chica con sarcasmo, al menos Aru esperaba que fuese sarcasmo.

- Bueno si piensas así… - pausó Aru -…Supongo que tendrán que cocinarse sus propios platos esta noche, justo cuando me tocaba cocinar- contestó Aru con un arsenal de excusas preparadas.

Ezra rio. Fue una risa corta y espontánea pero cargada de vida y jovialidad. -Por favor todo menos eso! – Exclamó Ezra mientras iba a buscar su bolsa de deporte y botella con agua. -La comida que Rigel ha hecho estos días le ha quedado fatal, pero me da vergüenza decirle. ¿Tu no le sientes nada? –

-Hm- resopló Aru mientras simulaba tomarse el tiempo para pensar. -Pues que está saladísima creo yo-

- Eso mismo – dijo Ezra colocando una toalla sobre sus hombros por encima de la cinta de su bolso. -Cocina algo delicioso por favor te lo pido. Yo creo que a Rigel lo malcriaron un poco de niño, por eso le pone sal a todo–

- Es que lo criaron sus abuelos, me parece- replicó Aru encogiéndose de hombros con aire despreocupado.

La chica soltó otra risa, ahora más corta pero igual de espontánea. – Voy a ver si las duchas exteriores siguen abiertas, ¿Me dejas un plato grande si cocinas tu? – preguntó Ezra mientras se removía el cintillo de la cabeza con una mano libre.

- ¿Y si cocina Rigel te dejo un plato chico? – preguntó de vuelta Aru levantando una ceja.

-Ahí no me dejes plato- contestó la chica con una sonrisa – Espérenme para cenar, no me demoro nada- pronunció Ezra mientras se alejaba en dirección a las duchas.

Aru sonrió para si mismo. Le era cómodo hablar con Ezra, pensó mientras caminaba hacia su dormitorio compartido. Quizá Rigel se le adelantase y cocinase algo, su comida no le parecía mala en realidad, sobre todo porque no contenía la misma cantidad de sal que los platos de Ezra.

Se dejaba ver un hilo de luz a través de los espacios de la puerta del dormitorio por lo que Rigel probablemente se encontraba en casa, pensó Aru. Abrió la pesada puerta de madera con su llave personal sintiendo una ráfaga de aire helado que lo golpeaba tras adentrarse en la estancia, lo que no presagiaba nada bueno.

Más o menos anticipando lo que se venía, Aru caminó con paso tranquilo hacia el centro de su dormitorio compartido donde un enorme témpano de hielo se alzaba hasta lo más alto del techo de madera, razón de la baja temperatura en la sala.

- ¿Estás bien, Rigel? – pronunció Aru dirigiéndose a la masa que se alojaba entre el techo y el témpano de hielo mánico. No hubo respuesta. Volteó hacia la mesa de la cocina, aún cubierta con tazones mugrientos. En un instante, el por qué del tempano le parecía mas obvio.

Cogió una de las tazas de la mesa, junto con una cuchara que reposaba entre las manchas de la superficie de madera y las golpeó entre sí, generando un agudo ruido de cerámica contra metal.

- Eh, Rigel, ¿Estás bien, hombre? – preguntó de nuevo Aru al punto más alto del témpano. Esta vez, un movimiento en la cúspide le hizo saber que estaba siendo escuchado.

-Soy yo – espetó la voz de Rigel en las alturas.

-Sé que eres tú, Rigel, no me digas que estás ahí por lo de las tazas- se apresuró a decir Aru. No recibió respuesta de inmediato.

- ¿Rigel? – repitió Aru.

- Te escucho – respondió Rigel - ¿Sabes cuanto rato llevo aquí arriba? Tengo dormido todo el cuerpo menos las manos y siento un frío del demonio –

Aru dio una vuelta en torno al trozo de hielo, anclado de manera firme al suelo entablado. – ¿Llevas ahí desde la mañana? No me jodas –

- Más o menos, desde la tarde en realidad- replicó Rigel con voz esforzada – Me he pillado con Ezra justo cuando iba a salir a Ténor, que maldita mala suerte-

Dando un vistazo a la habitación, Aru se percató de numerosas tazas, muchas más de las que hubiesen necesitado un grupo de 3 personas, dispuestas en múltiples lugares de la pieza, sin contar el montón de la mesa de la cocina. – Bueno… -

- Y te prometo que he intentado disculparme con ella, pero cuando lo hice me congeló contra el puto techo. Seguro voy a querer quedarme encerrado en mi dormitorio en mi día libre- dijo Rigel interrumpiendo a Aru - ¿Acaso mis planes no importan? – refunfuñó el chico en lo alto del témpano.

Se le ocurrían una variedad de argumentos para darle a Rigel sobre las consecuencias de sus actos, pero consideró que su compañero ya había tenido castigo suficiente. – Asumo que tus barreras no pueden romper el mahem del peñasco – comunicó Aru pasando su mano por la superficie del pilar de hielo, el cual era recorrido por un mana gélido y robusto.

-Solo Ezra puede deshacer el pilar – anunció Rigel acomodando su cabeza y brazos en torno al pilar. -Eso o un mahem mayor, que no tenemos a la mano- la mirada del chico se posó sobre Aru al musitar esas palabras.

-Ya veo- dijo Aru con voz resignada, dándose la vuelta hacia la cocina donde se dejaban ver una sartén y unos platos, sucios por supuesto. - ¿Te parecen unos huevos con jamón? Creo que también vi tallarines por ahí- indicó el chico mientras revisaba los cajones de la cocina en busca de ingredientes.

- ¡No me dejes aquí, Aru! – espetó Rigel ya inquieto en la cima de su témpano. -No aguanto más el frío, hombre, estoy perdiendo la sensibilidad en los dedos también. Te juro que cuando vea a esa bruja voy…- antes de que pudiese terminar la oración, la puerta del dormitorio de abrió de par en par, haciendo paso a Ezra con una sudadera y pantalones de buzo, recién cambiada de ropa, junto con su bolso y toalla en su hombro y el cabello aún húmedo por la ducha.

El rostro de Rigel se puso pálido como el mármol, el cual ya se encontraba sin color por el frio del tempano. - ¿Decías algo, Rigel Apparossa? – pronunció Ezra con aplomo.

Rigel se veía como si se le hubiese escapado el alma por unos instantes, más se recompuso con presteza – Ezra yo…- pensó por unos momentos - ¡Ezra por favor bájame de aquí ¡Lo siento por las tazas, creí que sería gracioso-

Ezra sonrió con satisfacción. -Bueno, ¿Qué pasará con las tazas entonces? – inquirió la hechicera.

- Las lavaré, lo prometo. Y las guardaré en la repisa de la cocina, como te gusta – afirmó Rigel con vehemencia.

-No es que me guste, Rigel, es lo mínimo lavar tus platos. Además ¿de donde mierda sacaste tantas tazas? –

-Las compré en el pueblo, bájame por favor – replicó el chico.

Ezra entrecerró los ojos y se dirigió a su porción de la pieza, donde tras ordenar sus cosas brevemente soltó un suspiro y chasqueó los dedos. En un abrir y cerrar de ojos, el alto pilar de hielo desapareció de la existencia, precipitando a Rigel hacia el suelo de forma inmediata.

Rigel golpeó el suelo con estrépito, haciendo tambalear a las tazas dispuestas por toda la pieza. El silencio invadió la pieza por un segundo antes de que Ezra rompiese en carcajadas tan contagiosas que a Aru le fue imposible resistirse, doblándose de la risa mientras luchaba por abrir el empaque de los tallarines.

Finalmente, hasta Rigel se vio contagiado por la risa de Ezra mientras se levantaba con esfuerzo del suelo, agarrando el costado de su abdomen de forma dolorosa. – Fua, quien quiere enemigos con amigos como estos…- dijo el chico mientras iba recogiendo las tazas dispersadas por el dormitorio.

Ahí de pie frente a la cocinilla de su habitación, con la risa de sus amigos inundándole los oídos y con el olor de los ingredientes en el aire, Aru se sintió en paz. Si bien no se encontraba libre de preocupaciones, este breve instante de calma en la vertiginosa vida que había decidido adoptar ponía en perspectiva la situación en la que se encontraba. El descanso y la paz podían esperar hasta después de encontrar a su madre y a la gente que se la había llevado. Una vez terminado con su formación como guerrero de Adam ¿Cuál sería el siguiente paso? Pensó.

Aru no lo sabía, pero en ese momento y lugar, él era feliz. No sería hasta muchos años después que se daría cuenta de este hecho. Con un cuerpo ya cansado, su corazón se aferraría con fuerza a esos recuerdos de tiempos más dulces.