AKKA: TIERRA DE SANGRE (Libro 1)

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Synopsis

Prefacio

Leonardo está seguro de que es su última noche con vida. Lleva casi diez minutos escapando a través de un sendero completamente oscuro y que no conoce; pero no se permitirá hacerles el trabajo tan fácil. Tiene en mente seguir corriendo hasta que sus pulmones no puedan absorber más aire, o hasta que sus músculos sean incapaces de contraerse. Piensa consumir hasta la última gota de energía, porque ha luchado lo suficiente como para morir sin haber librado una última batalla que le permita partir con algo de dignidad.

Sabe que es su culpa, pero de ninguna manera iba a permitirse morir en manos de las asquerosas bestias que asesinaron a sus hermanos.

Él viviría. Pelearía. Se volvería incluso una bestia más peligrosa que todos los brillanti juntos.

Y algún día volvería para cobrar su venganza.

En algún momento el olor a humedad impregna el aire a su alrededor y se permite tomar el desvío que su intuición le señala: hay un río cerca y tiene esperanza. Siempre ha sido el mejor de los hermanos Hylls conteniendo la respiración bajo el agua, y en ese momento es consciente de que el agua puede convertirse en su vía de escape, a menos que un animal decida que sea su cena.

Cuando la suela de sus zapatos comienza a impactar ruidosamente contra el agua, deja de correr y se vuelve más cuidadoso, más silencioso. Seguramente los brillante que le persiguen ya escucharon que entró al río, pero no estarán contando con sus habilidades de supervivencia.

—¡Entró al agua! — escucha que uno de ellos grita, y maldice. No esperaba que estuviesen tan cerca.

—¿Por qué diablos aún no lo han capturado? — esa es la voz del asesino de su hermano, está seguro. Y a pesar de que quisiera romperle el cuello, sería un estúpido solo por intentarlo. — ¡Es un jodido niño, grupo de inútiles!

¿Y por qué no me atrapaste tú, cabrón?

—Revisen toda el área, ¡no se puede perder!

—Señor, el niño no va a sobrevivir en el agua. Podríamos solo...

El décimo disparo de la noche.

Acaban de asesinar a quien trataba de volver al campamento sin su cabeza.

Leonardo deja de mover los pies cuando choca contra la primera roca. Logra sostenerse al borde, pero sabe que en cualquier momento se resbalará porque la superficie está llena de moho.

De todas maneras no podía quedarse en el mismo lugar por mucho tiempo.

Un grito de dolor sale de su garganta cuando unas manos tiran de su cabello para sacarlo del agua. Intenta zafarse arañando las manos de su agresor, pero solo consigue ser arrojado por el aire, hasta que su espalda choca contra el tronco de un árbol.

—¡Lo tengo! — grita el brillanti que lo ha sacado del agua, y Leonardo siente como se aproxima.

La luz de una linterna lo ciega de repente, y se obliga a cerrar los ojos porque empieza a doler. Desesperado, se toca la cabeza para tratar evaluar los daños, pero solo siente algo pegajoso cuando pasa los dedos a través de sus bucles mojados.

Sangre, piensa.

Pero al menos, no duele tanto.

Cuando escucha los primeros pasos detenerse cerca, toma una última respiración que le permita saborear el olor a tierra mojada.

No está seguro de qué llegará primero: si el golpe o el disparo. Pero ya está preparado para morir.

Pasa el tiempo y el cese de su respiración no llega.

El dolor de su cabeza va cediendo.

El brillo que le obliga a mantenerse en penumbras se hace más potente y cada vez más cálido.

Y en algún momento se desata una ronda de gritos, rugidos y golpes, como si estuviesen tocando un tambor enorme y muy hueco. Hay muchas voces y no entiende lo que quieren decirle, pero puede seguir respirando. Y está confundido, porque pensaba que iba a morir.

Intenta abrir los ojos cuando siente que algo cálido y muy suave lo comienza a rodear, pero todo está blanco. No puede ver nada.

Y grita fuerte, con pánico, cuando empieza a dar vueltas en el aire como si estuviese dentro de un tornado.

Pero tan rápido como empieza: termina.

Y Leonardo cae sobre sus rodillas, pero no duele. Su estómago está revuelto, pero no duele. Su respiración está acelerada, pero no ausente.

Algo que se mueve cerca lo obliga a abrir los ojos. Levanta la cabeza, esperando ver el cañón de un revólver frente a sus ojos, pero está solo. Arrodillado en medio de un bosque de árboles frondosos, llenos de flores de todos los colores y hojas de un verde tan brillante que parecen de mentira. Los troncos que se alzan sobre su cabeza son enormes, de un grosor impresionante. Y hay un enorme gato negro que lo está mirando perezosamente desde las alturas.

Su mirada vuelve a centrarse en el suelo, sobre sus manos. Su ceño se frunce cuando se encuentra sosteniendo entre sus dedos y la palma, un pergamino de color blanco, que tiene su nombre impreso en la cinta que lo mantiene enrollado.

—¿Cómo te sientes, Leonardo?

Se endereza tan rápido, que cae de bruces contra el suelo. Levanta la cabeza, pero no hay nadie.

Solo está el gato gigante.

Estás muerto. Claro. Estás muerto y por eso los fantasmas pueden hablarte...

—No estás muerto, Leonardo. Y no soy un fantasma.

Los ojos de Leonardo se mueven voraces, a través de todo el bosque. Y después de un tiempo, decide que definitivamente no hay nadie. Está solo.

—Aquí arriba, Leonardo.

Sube la mirada con prisa, pero de nuevo: solo está el gato gigante que mueve la cola de un lado al otro. Y como está seguro de que los animales no hablan, se desentiende del gato.

Los minutos pasan y la voz fantasma no vuelve a comunicarse, por lo que decide caminar hasta sentarse sobre una piedra para descubrir lo que contiene el pergamino:

Leonardo:

A pesar de que nunca me has visto antes: te conozco.

Pero tú no sabes quien soy. Y te daré todo el tiempo que necesites.

Sé que hoy en día confiar es un lujo que ningún humano se permite, pero quisiera acercarme para sostener tu mano y asegurarte que todo va a estar bien, que no tienes por qué lucir tan a la defensiva. Quisiera decirte que no quiero hacerte daño sin correr el riesgo de que me quieras dañar.

Un día me miraste con odio, pero no puedo culparle.

Sé que no me odias a mí, sino al color que tiene mi piel: porque conozco tu historia. He visto como te golpeaban, excusándose por el color que tiene la tuya. O por tus ideales, preferencias, gustos o costumbres.

Pero tranquilo, no te guardo rencor.

Sé por lo que estás pasando.

Algo que no sabes sobre tu servidor: mi familia luchó por la tuya.

Aunque no lo hicimos público o alardeamos sobre ello, luchamos por ti y por los tuyos. Nos toma tiempo, pero lo hacemos.

La piel de mi padre no es del mismo color que la tuya. Tampoco la de mi madre, o la de mis otros hermanos; pero desde que tenemos uso de razón, nos han enseñado que el respeto debe brindarse y recibirse a partes iguales y desde que somos conscientes de lo importante que es luchar por lo que es correcto, trabajamos todos los días para educar al resto: porque parece que nadie ha sido capaz de hacerlo hasta ahora (al menos, no como nos educaron a nosotros).

No es sencilla nuestra tarea, y muchas veces parece imposible; pero tú y yo sabemos que no lo es.

Odias a todos los que lucen como yo, y te comprendo. Pero recuerda esto para cuando vuelvas a verme:

Ganarme tu confianza y la de todas aquellas personas que han sufrido maltratos por otros que lucen como yo, jamás ha sido sencillo. Ni lo será. Normalmente todos quieren asesinarme. Por eso voy a saber defenderme si me atacas: he sido entrenado para sobrevivir cada vez que intenten cortarme el cuello. A veces tengo que defenderme, pero no tomo la justicia en mis manos: no soy un juez o un Dios. Por eso, si algún día me ves con la manos manchadas de rojo: no te asustes, es el color de mi sangre.

No soy brillanti, tenebri, umbri o serenum. Solo soy un humano, así como tú.

Volveré por ti cuando estés listo. Mientras tanto, Zafiro cuidará de ti.

Con cariño: Dorothy Akka

PD: No te asustes si Zafiro se comunica, a veces le gusta molestar a los nuevos.