—Aget… —sus manos tiran de las mías hacia arriba, hasta que tiene los cuatro brazos a la altura de mi estómago y es capaz de envolverme en un abrazo contra su pecho.
Su rostro se esconde en mi cuello y un escalofrío recorre mi columna cuando me besa en ese punto en donde se siente el pulso.
—Aget… detente. —prácticamente le estoy implorando.
Pero a pesar de que mis palabras dicen una cosa mi cuerpo dice otra... y termino inclinando el cuello hacia un lado para darle más acceso a mi piel.
—Hueles increíble —dice, dejando otro beso en mi cuello. —¿Tres minutos?
—Los dos sabemos que se escapará de nuestras manos antes del minuto.
Su risa ronca me hace apretar los párpados con más fuerza. Estoy tratando de mantener el control con todas las fuerzas de mi alma, pero de verdad es muy difícil. Sobre todo después de haber estado tanto tiempo lejos de él. Es como si la conexión que existe entre mi cuerpo y mi mente se evaporara por completo cuando estoy cerca de él. O cuando me toca. O cuando está pasando la lengua y los dientes por la piel de mi...
A la mierda.
Me doy la vuelta de golpe y apoyándome sobre la punta de mis pies consigo pegar mis labios a los suyos. Un gemido escapa de su boca cuando enredo mis dedos en los rulos de su nuca para atraerlo más cerca y sin ningún tipo de esfuerzo me alza entre sus brazos para que nuestras bocas queden al mismo nivel. Mis piernas terminan rodeando su cadera para poder sentir su pecho cálido contra el mío y en algún momento termino sentada sobre un escritorio alto, mientras los libros y papeles que antes ocupaban mi legar caen estrepitosamente al suelo.
—¿Por qué tienes que ser tan terca? —gruñe contra mi boca, antes de chupar y morder mi labio inferior.
Un suspiro escapa de mis labios cuando sus dedos se cuelan por debajo de mi camiseta. Sus manos siempre están calientes, siempre me hacen sentir en casa. Y siempre tocan en el lugar específico, de la manera en la que necesito que lo haga.
Es como si sus manos hubiesen sido hechas para acariciarme.
—Aget… —susurro, moviendo mis labios desde la comisura de su boca hacia su mandíbula. Él se ríe cuando pongo mis manos sobre sus nalgas para acercarlo más a mi cuerpo y en respuesta a su burla le muerdo la mandíbula.
Me escucho gemir cuando sus manos aprietan delicadamente mis pechos y sin poder evitarlo muerdo su cuello.
—Joder, Vlie. No hagas eso si quieres que siga cumpliendo con mi palabra. —me reclama con voz es grave, haciéndome sonreír. De repente aprieta con fuerza mis pezones entre sus dedos para castigarme, haciendo que mi pecho se levante y un gemido más profundo salga desde el fondo de mi garganta.
—Aget, creo que… —comienzo a decir, pero me tengo que callar cuando se inclina y me besa con fuerza, metiendo la lengua en mi boca. Mis manos se detienen sobre el borde de su cinturón y después de escuchar su primer gemido de la noche... mis manos quedan suspendidas en el aire y siento como si el ambiente se hubiese enfriado de golpe.
Al abrir los ojos me encuentro con su mirada desde el lado contrario de la habitación. Su pecho sube y baja con fuerza y tiene las manos apretadas en puños, tratando de conservar la poca fuerza de voluntad que le queda.
Al principio estoy sorprendida por su fuerza de voluntad, porque no sé de dónde logró sacarla. Pero cuando la puerta se abre de golpe cualquier rastro de sorpresa o incredulidad se esfuma por completo de mi mente.
Estuvimos a punto de ser interrumpidos en pleno…
—Vaya, vaya... —dice Leo, entrando hasta la mitad de la oficina y mirándome de arriba a abajo. —Parece que mi plan funcionó, mis queridos tortolitos.
Aget está dándonos la espalda, tratando de recuperar la respiración y el control de su cuerpo mientras finge ver con mucha concentración hacia el exterior.
Como si no hubiese estado toqueteándome hace menos de un minuto.
Estoy segura que si no fuese porque sigo sentada sobre el escritorio con los labios hinchados, la respiración acelerada y completamente despeinada, nadie sería capaz de darse cuenta que estuvieron a punto de cacharnos teniendo sexo en la oficina del jefe.
—No quise interrumpirlos, niños —bromea Leo, ganándose una de mi más sinceras miradas de odio. —Mentira, si quise. Pero la verdad es que las cosas se complicaron un poquito y necesito a mi general.
Sus palabras son suficientes para que se me pase cualquier tipo de trance que me provocan los besos de Aget y en dos segundos estoy sobre mis pies, lista para volver a trabajar.
—¿Qué ocurre? —interrumpe Aget, llegando hasta nosotros.
Leo nos mira alternativamente con indecisión mientras se aclara la garganta.
¿Qué diablos le pasa?
—Kyra resultó ser... el príncipe del Norte. Se estaba escapando de su padre y al parecer, aquel grandote al que heriste, era el encargado de llevarlo de vuelta a casa.
Mis cejas se disparan por la sorpresa, porque de todas las cosas que estaba esperando que me dijera esa fue la única que jamás se me ocurrió.
—Vaya... —responde Aget con una media sonrisa. —Tenemos suerte, entonces, de que el Rey no podrá encontrarnos.
Leo se ríe mientras aprieta el hombro de Aget.
—El Rey ha hecho un anuncio oficial para informar a todo el mundo que está dispuesto a pagar una gran recompensa por la cabeza de tu novia, Aget. Yo que tú no estaría tan feliz.
Aget maldice y se tapa el rostro con ambas manos, negando con la cabeza.
Perfecto.
Justo lo que me faltaba.