Chereads / Las Treinta Caras del Diablo / Chapter 4 - CAPÍTULO II: LA CLARIDAD DE LA NOCHE

Chapter 4 - CAPÍTULO II: LA CLARIDAD DE LA NOCHE

"𝕮𝖗𝖊𝖔 𝖖𝖚𝖊 𝖙𝖔𝖉𝖔𝖘 𝖘𝖔𝖒𝖔𝖘 𝖊𝖓𝖋𝖊𝖗𝖒𝖔𝖘 𝖒𝖊𝖓𝖙𝖆𝖑𝖊𝖘. 𝕬𝖖𝖚𝖊𝖑𝖑𝖔𝖘 𝖉𝖊 𝖓𝖔𝖘𝖔𝖙𝖗𝖔𝖘 𝖖𝖚𝖊 𝖊𝖘𝖙𝖆𝖒𝖔𝖘 𝖋𝖚𝖊𝖗𝖆 𝖉𝖊 𝖑𝖔𝖘 𝖒𝖆𝖓𝖎𝖈𝖔𝖒𝖎𝖔𝖘 𝖘𝖔𝖑𝖔 𝖑𝖔 𝖊𝖘𝖈𝖔𝖓𝖉𝖊𝖒𝖔𝖘 𝖚𝖓 𝖕𝖔𝖈𝖔 𝖒𝖊𝖏𝖔𝖗, 𝖔 𝖙𝖆𝖑 𝖛𝖊𝖟 𝖓𝖔 𝖒𝖚𝖈𝖍𝖔 𝖒𝖊𝖏𝖔𝖗 𝖉𝖊𝖘𝖕𝖚é𝖘 𝖉𝖊 𝖙𝖔𝖉𝖔"

𝕾𝖙𝖊𝖕𝖍𝖊𝖓 𝕰𝖉𝖜𝖎𝖓 𝕶𝖎𝖓𝖌.

Acepto que no todo en mi vida ha sido muerte. El hombre que está junto a mí me ha detenido en mi locura, se podría decir que es primordialmente el tanque de oxígeno que necesito. Me había dicho muchos días antes que tuviera cuidado, porque él me podría meter en problemas, pero la verdad es que es así, tal vez no deba estar con él, pero quiero hacerlo; es como mi "mini pecado capital", es malo pero quiero seguir, es un vicio como la Marihuana; él es algo que me encanta, me devora por dentro, pero sin ser dañino o peligroso. Él es mi vida sin tener que serla, él es como mi complemento, el que llena el vacío que hay en mi interior, el único que me puede decir "eres hermosa" y darme la autoestima suficiente para poder creerle, y eso está bien, creo que así debe ser, debía hacer lo que fuese posible para hacerlo feliz, ya saben, uno se sega cuando está enamorado, siempre hacemos cualquier cosa por las personas que amamos. Se puede decir que es lo único perfecto que hay en mi vida, por ello me podrían llamar loca, esta vez sí lo aceptaría.

Lo conocí en mi colegio. La primera vez que lo vi fue… Wow. En realidad no sé cómo describir ese momento; sus ojos eran grandes, brillantes, algo indescriptible que me hipnotizó por completo, su sonrisa me consumió, no podía dejar de mirarlo, ¿Qué oportunidad tendría yo con él? Cruzamos un par de miradas tiempo después, pero seguía pensando que jamás lograría llamar su atención. Los días siguientes comenzamos a hablarnos y de repente todo surgió entre los dos. Llegaron las salidas tiernas donde nos entregábamos amor, una que otra vez nos entregábamos el alma en la intimidad, siempre con la esperanza de jamás acabar lo nuestro y prometer que fuera eterno. Ahora, muero por él. El tiempo pasó con rapidez mientras cada día me entregaba más, teniendo la seguridad de que tendría que estar junto a él por un largo tiempo, a lo mejor durante toda mi vida. Sentía que le pertenecía, que me complementaba en todo sentido, por primera vez, después de un par de intentos fallidos, por fin sentí que me enamoré de alguien hasta tal punto de querer pasar el resto de mi vida con él. Mis ojos solo veían a aquel tierno chico. Lo necesitaba, pero más allá de eso lo quería en mi vida. Él era mi vida.

Los próximos días después de haberlo conocido me fue difícil dormir sin estar pensando en él. Hablábamos casi todo el día, todos los días. Nunca me fijé en lo que me podrían decir los demás, por fin me sentí feliz, por fin tenía la oportunidad de serlo. Igualmente, el insomnio seguía consumiéndome en cada una de mis noches, casi nunca podía dormir bien, en algunas ocasiones ni siquiera dormía. Una noche me levanté del sofá en donde solía dormir y me dirigí con sigilo hacia la ventana de la pequeña salita, esperando que ninguno de mis "padres" me escuchara. Después me apoyé con cuidado en el marco, tomé impulso con mis pies y salté. Caí en el jardín. Luego trepé la reja y giré mi cuerpo hacia el otro lado; caí de pie pero no faltó mucho para que eso se convirtiera en un esguince. Por suerte no fue así. Tenía miedo; aún no me acostumbraba a salir de mi casa a media noche. Quería despejarme un largo rato en la oscuridad nocturna. Muchos temerían salir a la una, dos o tres de la mañana sin ninguna compañía, sin saber qué carajos te pueda pasar, pero en mí ya se había vuelto una adicción corta hacerlo. Aunque no pareciera, habían bastantes personas en la calle, siempre adultos, no por ellos era que ya no tenía miedo de que algo me pasara, sino que llegué a tal punto en donde todo me daba igual, toqué fondo y ya no me importaba nada, ni en el peor de los casos, morir. Me senté en una banca de un parque. Tenía un tono gris claro, estaba fría, se podría decir que casi congelada. Luego de haber caminado dos horas y media sin rumbo previsto en la ciudad, me acosté en aquella banca y miré el cielo que a cada minuto se aclaraba un poco más. 3.58 A.M. Saqué del bolsillo de mi chaqueta un porro de Marihuana y lo encendí procurando que fuera la última vez que lo haría. Lo haría por él. El humo comenzó a rodearme y el pacer de drogarme sació cada parte de mi mente. ¿Cómo podría dejar tanta excitación? Mi cuerpo quería lo mejor, pero últimamente dejé de confiar en todo, así que esta era mi pequeña salvación que me rescataba del infierno por diez minutos placenteros, con la condición de que cuando yo regresara de mí misma, todo sería peor. Y así lo fue. Siempre lo era.