"𝕹𝖔 𝖈𝖚𝖆𝖑𝖖𝖚𝖎𝖊𝖗𝖆 𝖘𝖊 𝖛𝖚𝖊𝖑𝖛𝖊 𝖑𝖔𝖈𝖔, 𝖊𝖘𝖆𝖘 𝖈𝖔𝖘𝖆𝖘 𝖍𝖆𝖞 𝖖𝖚𝖊 𝖒𝖊𝖗𝖊𝖈𝖊𝖗𝖑𝖆𝖘"
𝕵𝖚𝖑𝖎𝖔 𝕮𝖔𝖗𝖙á𝖟𝖆𝖗.
Noche fría, pensamientos claros. La confidente de todos mis males, Luna. Brillante, blanca, tan natural, tan hermosa. Luna sabía todo, me susurraba siempre al oído cosas que yo nunca entendía. Pronto comprendí que no éramos la una para la otra, sino que estábamos juntas sin pertenecernos. Ella tenía más voces que le suplicaban cosas todas las noches, mientras que yo estaba junto al amor motivacional de mi vida. La naturaleza de sobrevivir siempre es injusta para todos, cada quien vive con sus problemas, pero solo somos algunos los que dejamos que esos problemas se conviertan en nuestros demonios; ya me lo habían advertido muchas veces, sin embargo, dejé que todo siguiera creciendo y ahora son ellos los causantes de mi ansiedad por los días y de mi insomnio por las noches. Como quisiera largarme de toda esta mierda que me invade, solo por un momento desaparecer e irme a un lugar tranquilo en donde la gente no me juzgue por lo que soy, un lugar en donde los demás me entiendan, donde pueda ser yo misma sin tener que estar aparentando lo que no soy, creo que en su momento tú y yo hemos querido estar en un lugar donde grotescamente no nos jodan la vida, al menos uno en el que podamos estar tranquilos, esto es algo así como el mundo de fantasía que cada uno de nosotros tiene muy internamente. Por desgracia solo puedo ser yo misma con mi perro y con mi novio, y con eso me basta, pero lastimosamente solo estoy con ellos por momentos.
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Vi a la chica caminado al otro lado de la calle; para ser sincera no la había visto jamás en mi vida, pero se me antojó seguirla. Esa chica entre toda esa multitud de vacas andantes me pareció intrigante; sentía que debía conocer más acerca de su cotidiana locura, tal vez solo por curiosidad, tal vez solo para imaginarme a mí misma en los zapatos de alguien más. Ella era alta, tenía ojos tan oscuros que ciertamente parecía poseída por algún espíritu o algo parecido; tenía un saco rosado, unos pantalones grises de bota recta con grandes rotos con un dobladillo al final y zapatos amarillos con un bordado de cuadros blancos y negros a los lados. Aparte de su ropa parecía ser una chica muy bien puesta, algo delgada, con el pelo negro, con una cara altamente sensible, como si a cualquier noticia mala rompiera a llorar, pero en general se veía feliz y parecía satisfecha con la música que sus auriculares proporcionaban.
El día gris comenzó a atraer las nubes y con ellas la lluvia. Era un placer que me encantaba sentir, la humedad de las gotas recorriendo mi cuerpo y empapando mi pelo y mi ropa. Todo durante la lluvia parecía ir en cámara lenta siempre; aunque la gente sacaba sus sombrillas o se hacían debajo de los pórticos de las residencias mientras apretaban el paso para llegar más rápido a su destino. Las personas empezaban a desaparecer lentamente hasta que las calles quedaban completamente solas, y así fue. La chica parecía tener prisa, caminaba rápido ajena a los sucesos a su alrededor, con la mirada perdida en la infinita suciedad del suelo cargando una pequeña mochila café y amarilla mientras sostenía sus asas con las manos apretando aquella maletita contra su espalda. No tenía sombrilla, o al menos supuse que no porque a pesar de estarse mojando por las grandes gotas que caían del cielo no sacó nada para cubrirse. La seguí por un largo rato, no lo sé, tal vez unas dos o tres horas de camino, volteando a la izquierda y a la derecha en varias calles. Los barrios empezaron a subir de estrato y las casas empezaron a volverse más grandes y lujosas. Los jardines y prados de las casas estaban bien podados y eran extensos, las calles estaban limpias y sin carros. El aire continuaba helado mientras la cara de la chica se empezó a tornar de aspecto pálido y su nariz se enrojecía tanto como sus mejillas y sus orejas. Sus pecas ya no se veían a causa del frío. Dobló a la izquierda por una de las lindas cuadras de millonarios, se paró en frente de una de las gigantescas casas, subió las escaleras de esta y se quedó parada en el gran pórtico mientras su dedo apretó un timbre dorado muy bonito. Una mujer de ropas elegantes salió a la puerta y abrazó a la chica mientras le daba un beso en su mejilla, ella debía ser su madre. Luego la mujer gritó algo dentro de la casa y salió su padre con una toalla y un saco, la saludó con un beso en su frente, la cubrió con sus brazos y entraron a la casa. Me acerqué con cuidado de no ser descubierta y me asomé en el enorme ventanal que quedaba por el lado derecho de la casa. El padre de la chica estaba frotando sus brazos con una manta mientras la madre preparaba una bebida caliente para darle a su hija.
- ¿Por qué no llevaste una sombrilla hija? –Le dijo el padre.
-Se me quedó debajo de la cama, la verdad yo no pensé que iba a llover. Pero pasó algo genial.
-Ten mi vida, a ver si te calientas un poco, no quiero que te de gripa después.
-Gracias ma.
-Entonces, ¿Qué fue lo que pasó? –dijo el padre retomando la conversación.
-Hoy en el colegio mis amigos me hicieron una mini fiesta de cumpleaños, yo no lo sabía, ¡Y hasta los profes los ayudaron!
-Enserio mi vida, que bien. Me alegra que hayas tenido un muy bonito día en tu colegio, pero recuerda que hoy tu cumpleaños no sólo es en tu colegio, aquí nosotros también te tenemos una sorpresa.
- ¿Es enserio? Ustedes son los mejores papás del mundo, los quiero muchísimo, ¡gracias!
-Mi amor, pero si ni siquiera te hemos dado algo y ya estás gritando –Dijo el padre soltando una carcajada. -A demás, no solo te daré un regalo por tu cumpleaños, tu madre te dará otro también.
La chica les sonrió feliz con una cara falsa de sorpresa. Muy posiblemente así sería la situación en su casa cada año, pero pensé que no quería mostrarse desagradecida con la monotonía de los sucesos de su cumpleaños y del día de Navidad ante sus padres. Qué cosa más extraña que aún estudiara el día de Navidad, tal vez así funcionaban los colegios de las familias adineradas, además era algo extraño que su cumpleaños fuera el mismísimo día de Navidad, muchas familias solo le darían un regalo a su hijo en vez de darle todo por separado, esa era la buena vida de los ricos. Aunque muy probablemente la chica sería una mocosa maleducada… Uno nunca sabía. Tal vez era de esos tipos de padres que reemplazan el tiempo que no le dan a sus hijos con regalos, pensando que así arreglarán todo, sin embargo ahí estaban, entonces era muy poco probable.
Luego de eso estuvieron en la mesa comiendo algo que no alcancé a distinguir mientras un niño pequeño jugaba con un Golden Retriver con muy lindo pelaje. El perro ya se veía algo viejo, pero parecía tener mucha energía cuando perseguía al pequeño, el perro jadeaba y en algunos momentos se detenía a tomar aire para luego continuar persiguiendo al niño, a pesar de todo se le veía feliz. Por otro lado el niño reía a carcajadas arrastrándose por la gran alfombra que cubría toda la sala. Los padres y la chica aún continuaban cenando cuando volví a mirarlos, sin embargo la cantidad de comida había disminuido considerablemente. Repentinamente la chica giró la mirada hacia el ventanal y posó sus ojos negros sobre mí; nuestras miradas se cruzaron por un largo tiempo, tal vez tres o cuatro minutos. No sé qué fue lo que me sucedió, pero en esos instantes quedé ensimismada, solo me quedé ahí, mirando al vacío, como si no pudiera moverme, pensando. Cuando retomé mi conciencia natural, la chica aún continuaba mirándome fijamente, entonces de un momento a otro reaccioné con brusquedad tirándome al suelo esperando que la chica no me delatara con sus padres. Mi ropa húmeda se empezó a inundar de agua encharcada y a enfriar mi anoréxico y débil cuerpecito, por consiguiente comencé a temblar. Pasaron más o menos cinco minutos y con cautela enderecé mi torso y de nuevo, me asomé en el ventanal; ahora el comedor yacía abandonado mientras la madre de la muchacha repartía una especie de pudín o natilla a su familia mientras todos le sonreían. Era de un tono café pálido y algo gelatinoso; luego se sentaron en la gran alfombra a charlar un poco, el perro se recostó junto al niño y cerró los ojos como si quisiera sentir el calor de sus amos a su alrededor; esta vez no pude escuchar relativamente nada de lo que decían, pero pude ver como disfrutaban de su compañía, reían juntos y se abrazaban unos a otros. Se daban amor. Todos deben estar juntos el día de Navidad, reunidos en familia, sin dinero o con dinero, así debe ser siempre. Se sentaron en una chimenea a leer un cuento y calentarse con las llamas que salían de la leña. Esta era enorme y muy bonita, tenía una combinación entre ladrillos rojos y detalles en mármol azul. El viejo libro que tenía el hombre era de Charles Dickens, me pareció; era un libro grande y algo polvoriento. Me imaginé su olor cerca de mí, un olor placentero, dulce y suave que recorría los más profundos rincones de mi alma.
Ellos eran una familia unida, eso creí, y era cierto, por lo menos ahí estaban todos juntos. Un tiempo largo pasó y la lluvia comenzó a convertirse en una feroz tormenta que amenazaba con arrastrar todo a su paso; las gotas gigantes de agua comenzaron a caer con fuerza al piso, inundándolo casi al instante. Mis temblores aumentaron dramáticamente y mis ojos fueron obligados a cerrarse un poco más por la resequedad que el helado aire les provocaba. Hacía demasiado frío como para que alguna persona estuviera fuera de sus casas… Yo estaba allí. La familia continuaba junto a la chimenea, estaban tranquilos, a punto de quedarse dormidos unos encima de otros, mientras el aire del exterior era tan ensordecedor que tuve que taparme las orejas por un buen rato. Entonces la chica volvió a girar la cabeza hacia el ventanal asegurándose de que aún me encontrara allí espiándolos. La mujer se percató de ello y posó la vista en el ventanal, por lo que por obvias razones me encontró, sin embargo, seguí así como la primera vez, inmóvil, ensimismada, mirando a la mujer que se asustó y le dio unos golpecitos a su esposo mientras me señalaba con la esperanza de que el hombre hiciera algo conmigo. Pronto toda la familia tenía sus ojos posados en mí, incluso hasta el perro que parecía ya haberse dormido. Algo en ese momento cambió en mí, porque no me asusté, no me importó meterme en problemas, solo volteé mi cuerpo con lentitud y me senté en el suelo apoyando mi espalda contra la pared húmeda. En el piso había un charco con mi reflejo, solo lo miré. En realidad no miraba nada en específico, miré al vacío y pensé. La intensa melancolía que aguardaba en mi interior salió de repente apoderándose de mí como casi siempre lo hacía. Sería lindo tener una familia, por lo menos unos padres que no se dejaran de ver porque no se soportan. Mis padres nunca se separaron, por una razón muy estúpida: jamás hubo un matrimonio. Por lo que gran parte de todo este lío es mi culpa, ¿Por qué? Por el simple hecho de que si no estuviera en el medio amarrándolos cada uno se iría por su lado y dejarían de pelear; a diario me insultaban, se insultaban entre ellos, pero siempre se las arreglaban para convencer a los demás y que creyeran que éramos la familia feliz y perfecta que jamás pudimos ser. Dicen que del amor al odio solo hay un paso, y mis padres eran el claro y vivo ejemplo de ello. Nunca durmieron juntos, contadas veces se dieron un abrazo forzado, jamás se cansaron de repetirme que fui un triste accidente de Semana Santa y que si no se dio mi aborto fue porque no hubo dinero… A diario tenía que soportar esos insultos además de las golpizas que me daban cuando llegaban borrachos a casa en altas horas de la noche. Una lágrima salió y se resbaló por mi mejilla, no pasó mucho tiempo para que la fuerte lluvia la arrastrara y se la llevara consigo. Me levanté del charco sobre el que me encontraba sentada y volteé mi cuerpo decidida a marcharme de aquel alegre lugar que irónicamente despertaba la nostalgia en mí. 9.36 de la noche. De repente escuché que la puerta de la casa se abrió y la mujer y los niños se quedaron en el pórtico mientras el hombre abrió una sombrilla y encendió la luz de la linterna para comenzar a buscarme; no hubo necesidad. Me quedé de pie mirando a toda la familia con una cara la cual no sabría explicar, con la ropa empapada de agua sucia y llena de tierra y barro.
. ¿Qué es lo que quieres, niña? –me gritó el hombre.
-Yo… yo ya me iba. –dije dando un paso hacia atrás. En ese momento mi pie se atoró entre un hueco oculto por la oscuridad y caí en un charco mucho más grande que me obligó a levantarme rápido para no ahogarme entre el agua. Ahora mi cara estaba embarrada con tierra al igual que mi ropa.
- John, la estás asustando. –Le respondió la mujer con preocupación.
- ¿Qué era lo que intentabas hacer espiándonos en el ventanal?, ¿Nos ibas a robar o algo parecido? ¿Qué es lo que quieres?
Cuando me levanté del suelo encharcado para salir a correr, un frío recorrió toda mi pierna derecha y me hizo gritar de dolor. De nuevo caí al suelo. El frío empezó a convertirse en un dolor intenso y agudo que llegaba hasta mis huesos. El hombre se empezó a acercar a mí y yo me arrastré por el suelo como pude, sin importar que entre cada movimiento que hacía, por pequeño que fuera, me generaba un agonizante sufrimiento. Seguí gritando. El hombre vio esto y le arrojó la sombrilla y la linterna a la chica y apretó el paso para alcanzarme, ya rendida en el piso. El tipo me alzó con sus brazos y me llevó a la casa. Luego me puso sobre uno de los sofás de la sala. Me encogí de hombros y tomé mi tobillo con fuerza mientras la madre de la chica trajo un pequeño botiquín de quien sabe dónde. El hombre lo tomó y de allí sacó una venda gruesa. Retiró mis manos de mi pie y cuidadosamente me sacó el zapato.
-No ha pasado nada. Solo fue un pequeño esguince. No hay fracturas o algo parecido.
El tipo me puso la venda en la boca, a lo que le hice algo de repulsión, me gritó que me quedara quieta, sujetó mi talón con las dos manos y lo dobló con brusquedad hacia fuera; pude escuchar como el hueso sonó desde adentro de mi piel mientras el grito que me producía el dolor fue ahogado por la venda que estaba entre mi boca. El tipo me sacó la venda y en un instante mi tobillo quedó vendado. La mujer llegó de nuevo a la sala con una pastilla y un vaso de agua.
-Es Naproxeno. Si quieres dormir esta noche es mejor que te lo tomes. Te ayudará mucho para aliviar la hinchazón y el dolor. –dijo la madre ofreciéndome el vaso y la pastilla. Por lógica se los recibí, me tomé la pastilla y comencé a amarrar los cordones de mi zapato lo más rápido que pude. Me levanté del sofá con lentitud, me sequé las lágrimas que aún recorrían mis mejillas y sin apoyar mi pie vendado me dirigí hacia la puerta saltando en un solo pie.
- ¿Al menos nos dirás quién eres niña? No puedes irte así de repente y ya. Aún quiero saber que era lo que hacías en el ventanal. ¿En dónde están tus padres? –Dijo el hombre mirándome con seriedad mientras les hacía señas a sus dos hijos para que se fueran a otra habitación. Una vez más las lágrimas volvieron a salir de mis ojos con vergüenza.
-No lo sé –le respondí.
- ¿Eres huérfana nena? –me preguntó la mujer con cara de pena.
Me dio algo de repulsión escuchar aquellas palabras. Me enojé de una manera extraña y por un largo tiempo sentí odio por la mujer. La miré de mala gana.
-No. Solo no los veo casi nunca. Siempre se van a algún lado. Quería ver qué hacían en Navidad, yo no lo recuerdo bien. –Les dije con frustración y rabia mientras volví a dirigir mi rumbo a fuera de la casa, cojeando, mojada, y próxima a tomar un resfriado severo en la lluvia.
Caminé con dificultad hasta llegar a mi casa tres horas después. Estaba exhausta, a punto de caer al suelo. Cuando llegué el vidrio de la puerta se hallaba completamente destrozado. Entré. Había una botella de tequila rota en el suelo, con miles de pedazos de vidrios esparcidos por todos lados, manchados con sangre en su mayoría; la casa estaba sola. Subí las escaleras con el dolor de mi tobillo aumentando y me senté en la cama de mi madre. Un condón usado se encontraba entre las cobijas al igual que una billetera abandonada debajo de la cama. La abrí. No había dinero, sin embargo la cédula de un hombre viejo y barbudo se divisaba, no era mi padre, pero tampoco me sorprendió. Me levanté de la cama con algo de asco, dándome cuenta de que las sábanas se encontraban aún sudorosas y llenas de semen. Me dirigí descalza al sofá viejito y desgastado que me había ayudado a dormir los últimos dos años. Pasé por los vidrios esparcidos por el suelo y los pisé esperando que el dolor me consumiera y me hiciera sentir que aún estaba viva, si no, me sentiría como un fantasma de carne y hueso. Mi pie comenzó a sangrar mientras la venda protegía al otro. El suelo se llenó de sangre y el dolor aumentó. Llegué al sofá con los pies descalzos y llenos de vidrios, mientras la venda se desgarraba a cada paso. Me recosté y saqué debajo de mi almohada uno de los porros de Marihuana que acostumbraba a fumar cuando me quería cortar las venas con una sierra. Tan solo fumé, esperando que el narcótico que viajara por mi cerebro y mi cuerpo evitara matarme por algo más que una sobredosis. Solo quería olvidar todo.
Sobreviví otra Navidad. Nadie lo supo.