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Chapter 4 - Rose

Era hora del desayuno, Gabriel despertó gracias a los gritos de su madre que golpeaba su puerta. Mientras se frotaba los párpados intentaba entender la razón de despertar adolorido, por supuesto, encontró la explicación al ver que se encontraba en el suelo, al parecer se había caído de la cama.

— Es extraño, nunca duerme hasta tan tarde — dijo Anita preocupada mientras se sentaba en su correspondiente silla del comedor.

— Seguro estuvo hablando hasta tarde con las lombrices —opinó el señor mientras tomaba un sorbo de su café.

— ¿Aquella costumbre ha empeorado? Él sólo las usaba para molestarme, amenazando ponerlas en mi cabello, cuando éramos niños.

— Creo que desde que te fuiste las usa para charlar, pero como estás aquí acompañándole... ¡Tiene a alguien para conversar y dejar los anélidos a un lado! Por fin se comportará como un joven normal.

— Buenos días familia, perdón por la tardanza.

A medida que transcurría el desayuno la Sra. Ana comentaba sobre la fiesta a la que por cierto Gabo no pudo asistir. Hablaba de la buena comida y la calidad del alcohol, que al terminarse no detuvo la fiesta, puesto que aparecieron unos señores regalando barriles llenos pero era hecho de forma tradicional. Se reía relatando la pelea de unos borrachos contra una bestia imaginaria, pero como debieron retirarse con miedo a la carrera de caballos que se organizó repentinamente, habían personas enloquecidas que para participar decían que usarían hasta vacas para así ganar un dinero que recogieron entre todos los participantes. La dama había terminado de relatar todo lo sucedido, con la emoción que la caracterizaba, cuando notó que su hijo murmuraba entre dientes y se tapaba los oídos cada que ella iba a decir algo.

De repente los dos empezaron a discutir en la mesa, se lanzaban panes mientras Gabo le reprochaba haberle abandonado, e irse a disfrutar sin él, mientras que ella le regañaba por haberse tomado su medicina. Estaban llegando al extremo de lanzarse los platos cuando sintieron un aura intimidante, al girarsen al tiempo para ver que les causaba que su piel se erizara con temor, vieron que era el Sr. Humberto, que con sólo la mirada y un leve puñetazo que dio en la mesa, bastó para calmar el pleito para que así retomaran sus puestos. Mientras tanto Mercedes estaba con sus grandes ojos abiertos como platos y fruncía los labios, mientras inmóvil analizando la situación, olvidaba que estaba derramando todo el contenido del frasco del azúcar en su café.

— Discúlpanos Merce... son eventos normales en una familia ¿no? — decía la señora avergonzada intentando tapar su rostro con su corto cabello.

— Ah...Si, señora. — Ante ello, en su mente se decía: «mi hogar está tan destruido que nunca hicimos esas cosas, que triste, no puedo creer que esto sea común».

— Por cierto Mercedes ¿has dejado grandes amigos en el país en que te encontrabas?

— No tantos, mi señor. El idioma me dificultaba hacer amigos, pero los pocos que conseguí son oro puro, espero algún día poder verles de nuevo.

— ¡Que bien mi Merce! Nos tenias preocupados con tu vida social, con eso de que te peleaste con una compañera...

— ¿Quién les contó? — dijo Merce angustiada ante la afirmación de la señora, se giró a ver a su amigo incrédula de que fuese él, sabia que era discreto con ese tipo de asuntos.

— Fue Ferrec. Puede que Ana tenga muchas semejanzas con Gabo, pero algo en que se denota una gran diferencia es en que mi hijo si es discreto.

— Ya van dos regaños hoy, no sé qué hacer conmigo. —Suspiró la señora mientras miraba con timidez los ojos de su enojado esposo.

— Lo de pelear sólo fue una vez, una y nada más. Pero aún así tuve pocos amigos, conocidos obviamente muchos, pero tuve sólo tuve dos grandes amigas, mi tutora la novicia Angélica y Giselle.

— Ojalá pudiera conocerlas, deben ser personas muy amables y les debo toda mi gratitud por haber hecho más feliz tu estancia.

— Bueno, como dijo mi padre, cuando llegues a tierras que no consideras tu hogar, hazte buenos amigos, y sentirás que eres parte de ese nuevo mundo.

Terminaron de desayunar, el Sr. Humberto antes de retomar sus funciones en el trabajo, le pidió a Gabo hacer un encargo en el banco, dando permiso para que diera un corto paseo con su amiga y volviera pronto con los recibos, entonces el joven se apresuró a alistarse para salir.

Merce se dirigió a la cocina para llevar con sigilo el daño que hizo con el azúcar excesivo en el café, allí se encontraban Doña Aracelly y Tigre conversando sobre como hacer un postre de fresas que a ella le encantaba, pero al ver a la chica entrar al lugar, la doña se retiró y la dejó a solas con el cocinero.

— Permitame le recibo esa taza. — Se levantó de la mesa estirando sus manos.

— Oh, no debe molestarse. Sólo quería comprobar algo... lo vi pasar por el corredor pero fue sólo un instante, se me parece a alguien... aunque usted es inconfundible. Usted es Crispiniano ¿verdad?

— Han sido años desde que escuché que alguien pronunciara mi feo nombre.

— Éramos vecinos ¿me recuerda? Solía ir a su casa a menudo.

— ¿Cómo no, señorita? A usted jamás la olvidaría, era como una sobrina para mi. De hecho ¿me permite darle un abrazo?

— Jamás me negaría. — Le abrazó y le dio un beso en su cabeza — Me hace muy feliz verle de nuevo, hay tanto por comentar.

Tigre la invitó a sentarse en los banquitos de la mesa de la cocina, mientras le preparaba una taza de café, ya que por lo visto la de desayuno no pudo ser tomada.

— Lamento nunca haber podido comunicarme con usted, ya sabe que su padre es renuente a que yo "la moleste".

— Dígame Crispiniano... ¿es verdad lo de su amado?

— Si, lamentable mi amado Claudio... falleció, me imagino que Gabriel fue quien le contó.

-Si, fue algo impactante para mi. Perdóneme, no debí hacer esa pregunta que le traerá tristes recuerdos, pero no supe mucho del asunto, creí que era una broma o algo así.

— Ojalá lo fuese, pero me duele tener que decir que no. Yo le pedí al joven que no le diese muchos detalles del asunto, no quería preocuparla o agobiarla estando tan lejos.

— No puede ser...

Tigre junto a su amado vivían en una pequeña casa entre la propiedad de los Ferrec y la propiedad de la Viuda. Casi alcanzaba los 2 metros de altura, era musculoso, de cabello y vello crespo, tenia albinismo y un mostacho que no dejaba ver su labio superior. Claudio "el minero" era de mediana estatura, un mulato muy guapo que lucia cabellos largos oscuros y andaba por ahí sin camisa. Gracias a la madre de Mercedes podían vivir juntos sin temor de que los llevasen presos, ya que ella atestiguaba que simplemente eran amigos de ella que compartían la casa.

— Claudio enfermó luego de un accidente en la mina, falleciendo hace un par de años. Aún lloro al ver la casa vacía, con él sentía que yo no pecaba sino que amaba, amaba llegando al punto de querer arriesgarlo todo, pero todo se esfumó. Unos tres años antes de que él muriese, yo había aceptado trabajar aquí y por eso... hoy nos encontramos en esta circunstancia.

— No sé cómo reaccionar ante todo esto... me llena de pena. Ante esto te pido que dejes de tomar alcochol, no quiero perder a alguien más y que sea por ese vicio. Si deseas contarme algo o liberarte, podemos conversar.

— Lo de mi estado ebrio créame que está controlado, es algo de los domingos nada más. Por cierto, evitemos hablar de mi conducta con los hombres, no quisiera incomodar a mi patrón, aunque nunca le he visto repudio hacia mi, es mejor estar en paz.

— ¡Vaya aquí estabas! Vámonos que ya está listo el coche — dijo Gabo al encontrarla, mientras aún se ponía su chaleco y saludaba a Tigre.

— Ya voy.  —Se despidió de Tigre y se marchó junto con Gabo.

Al salir, Mercedes se llevó una gran sorpresa al ver que su estimado amigo era el conductor, lo jalaba para impedirle subir temiendo que no tuviera experiencia en la conducción y sólo improvisara, por lo cual podría matarlos, ella le guardaba aún algo de temor a esos coches sin caballos. Él la tranquilizó asegurando que ya estaba bien capacitado y solía conducir para darse escapaditas para divertirse por ahí de vez en cuando.

Mercedes en el auto se mostraba callada, reflexionando, seguramente era un asunto serio porque no le comunicaba nada, así que él le mencionó el tema de Claudio con la posibilidad de que eso fuese la causa de la preocupación ella ante eso hizo un resuello y le comentaba lo frustrante que era confirmar el triste evento.

Luego de unos minutos la joven comenzó a sentir mareos por la por la sacudida y las curvas del camino, sacaba la cabeza por la ventana sientiendo que asi mejoraba, pero en uno de los momentos en que entraba su cabeza de nuevo, no pudo evitar contemplar como el largo cabello de Gabo se iba ondeando con el viento, estaba fascinada viendo tal escena. — Wow —.Dejó escapar de sus labios, para luego ante la verguenza de lo que hizo, pensar en voz alta —¿Q...Qué me sucede? No debo hacer ese tipo de cosas... —.Gabo la veía extrañado mientras intentaba pronunciar una pregunta ante ello, pero sólo concluyó que la pobrecita se estaba aguantando las ganas de vomitar.

Al llegar a la ciudad se sentaron un momento en una banca, esperando a que Mercedes perdiera el color verde del que se tornó su rostro ante el mareo, mientras ella respiraba hondo mostrándose mejor ya que sus labios se tornaron rosados nuevamente, su amigo entró al banco para hacer la diligencia.

La joven sentía el aire cálido del lugar que era ameno pero incómodo por su vestido tan cubierto, observaba pasar las personas fijándose en sus expresiones e imaginando un mundo donde ella era amiga de todos, o que su vida de alguna forma conectaba con todos ellos. Vio pasar un hombre con su caballo algo descuidado y pensaba en la posibilidad de ser valiente para robarlo o siendo más correcta, comprarlo, pero robarlo tendría más adrenalina, para así dejarlo correr libre por los campos tal como lo hizo ella en su niñez. De repente su consciencia le recordó que era mejor evitar sitios de aglomeración, porque sólo le recordaba lo imposible que eran todas esos sueños y anhelos, la idea de su niñez en que mientras tuvieras esperanza podrías hacerlo, le parecia tonta desde que sintió que todo en su mundo era imposible.

Y hallándose en un momento en que la invadían sus emociones, recordó una promesa que alguna vez hizo a su padre, y así para hallar la calma comenzó a estrujar su muñeca izquierda con la mano derecha. Pero aunque todo siempre le parecía imposible de alcanzar en el encierro del instituto, allí sentada en esa banca pensó que eso no era del todo cierto, porque si logró volver a ver a los Robledo, que eran como su familia.

— Hey, Merce ¡diligencia hecha! ¿Esperaste mucho tiempo?

— No, tranquilo — dijo sintiendo una inmensa paz al verle y su sonrisa lo reflejaba.

— Muy bien, bueno... visitemos una tienda cerca de aquí y luego vamos a llevarle estos papeles a mi padre.

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Aquella tienda estaba en un buen sector de la ciudad, la luz del sol no le permitía a la joven ver el nombre del lugar, se sentía muy acalorada por su vestido y veía borroso, la fachada de la tienda tenía unos grandes ventanales que permitian la entrada de gran cantidad de luz, así, pudo ver que estaba cerrado pues al parecer estaban haciendo limpieza, por ello pensó que buscarían otro lugar para visitar pero al parecer a su amigo no le importó, entró naturalmente inclusive sin tocar la puerta o pedir permiso, Mercedes no sabía que decir ante su terrible imprudencia.

Era un hermoso sitio, estaba decorado en madera caoba y habían diversas plantas ornamentales, en las paredes colgaban ilustraciones detalladas de los postres que allí se vendían, además de un pequeño menú sobre las mesas de una madera llamada "haya".

La joven que iba detallando todo con sus ojos, no se percató de que no observaba por donde caminaba y tropezó con el mostrador, logrando observar una chica tras él. Tenía una piel pálida y estaba ojerosa, las facciones de su cara eran pequeñas pero no evitaba notar que su labio superior estaba muy cerca al septum de su nariz, su cabello era negro ondulado que llegaba hasta su cintura, peinándolo con una coleta baja, tenía uniforme de repostera siendo este banco acompañado de delantal. Mercedes apenada por su tropezón decidió sentarse cuando Gabo se lo sugirió, haciéndose lo más lejos de allí para poder ocultar la vergüenza qués sentía, además de que la mirada de aquella desconocida fue como un regaño para ella.

Luego de que su amigo hablara de algo con la chica, se sentó a acompañar a Mercedes, seguidamente la desconocida trajo tres postres y se sentó con ellos, al parecer por invitación del joven.

— ¡No puede ser!¡Lo recordaste! —dijo Merce con emoción, esa sonrisa que revelaba casi toda su dentadura le causaba gran satisfacción a su amigo.

— ¿Cómo no hacerlo? Nos enfermamos una vez por comer los frutos de una hierba del camino creyendo que eran moras, sólo porque eran tus favoritas. Ahí lo tienes, tu favorito...

— ¿Su postre favorito es el de mora? — preguntó atónita la chica, acomodó los lentes que ocultaban sus ojos oscuros y dio un suspiro — Es igual que Merce... espera un momento....

Ambas voltearon a verse fijamente inspeccionando cada detalle, para luego levantarsen de manera estrepitosa de sus sillas y gritar el nombre de la otra.

— ¡Roselin! —gritó Merce

— ¡Mercedes! — gritó Rose

— Ustedes son unas despistadas —diciendo esto, le dio una cucharada a su postre.

Luego de abrazarse y regañarse por no identificar a la otra, charlaron un poco del viaje de Merce y del negocio de Rose.

— Mis abuelos ya están viejos para seguir al tanto del negocio, mi madre ni sabe cocinar así que yo tomé las riendas de todo esto. Ahora mis abuelos pasan sus días en paz en un pueblo cercano. Pero debo reconocer que estoy algo agotada, ha sido mucho por planear, además, mis asistentes han sido terribles, creen que el negocio de los postres es sólo para ser lindo ¡no entienden que también amerita esfuerzo! —Se retiró los lentes y se masajeaba su cara.

— Mucho esfuerzo, después de todo, este es el preferido de la ciudad. Este lugar es hermoso de hecho las plantas que aquí tienes dan un agradable olor al lugar.

Rose podía ser callada la mayor parte del tiempo, pero si te tomaba confianza no había ser que pudiera parar la conversación, cambiaba totalmente su forma de ser.

Al ver que Gabo se retiró a la cocina para ayudar a lavar los platos, la querida amiga se acercó a Merce para hablarle de algo importante.

— Merce, Gabo me ha dicho que le preocupa que estás algo... seria hoy, según él, pero sé muy bien que no es eso. Sabes a que me refiero ¿cierto?

— Lo sé...

— Puedes estar tranquila, ya no estás en el instituto, estás en casa. Recuerda que tu padre sólo habló de reprimir las lágrimas, no dijo nada de tu sonrisa.

— Es difícil sonreír mientras reservas dolor en el alma. Pero... créeme que me mostraré feliz y me sentiré feliz. Tenerlos a mi lado es lo más preciado para mi.

— Me gusta oírlo, además, sé que todo algún día cambiará. —Bostezó —.Además, como siempre, aquí estoy para que te liberes.

— ¡Si, lo sé! Tú sabes que me esfuerzo por mostrarme positiva y esconder lo malo, pero hice un largo viaje para volver y mi papá brilló por su ausencia, si no es por los Robledo no sé qué habría pasado, y si me mostré rara o inquieta ante ellos, es porque han pasado años desde que estuve aquí y apenas estoy acostumbrándome de nuevo.

— Claro, y es más difícil encontrando a Gabrielito en su versión de papucho — decía esto riéndose mientras colocaba su cabeza sobre la mesa, Merce le daba toquecitos a esta.

— Sigue siendo el mismo para mi, su manera de ser es la misma, pero pues... si... es más alto ahora.

— Si, si, si, si, yo te creo. Me alivia saber que te encuentras cómoda con los Robledo, temía que algo pasase.

— Ustedes conversan muy animadas pero es hora de irnos —interrumpió Gabo. Miró a Merce que al parecer se mostraba más animada y supo que Rose había hecho su magia.

Antes de irsen, Roselin les empacó varios de sus productos como regalo, Merce prometió ir pronto a visitarle, y así, los amigos se encaminaron para ir a casa.

— Gabo, supe que estabas preocupado por mi y se lo comentaste a Rose.

— Sé que algo te sucedía, puede que yo sea tu gran amigo, pero acepto que tu gran confidente es Roselin. Espero hallas podido acomodar tus pensamientos.

— Creo que si...y gracias por tu ayuda, en verdad. Mi problema es de acostumbrarme es todo. Es difícil borrar la imagen que tuve de ustedes por tantos años para reemplazarla con la actual, aún los veo y me digo "Oh, son ellos, es verdad". Por ejemplo, sabía de la calvicie de tu padre, pero no del corte de cabello tan radical de tu madre.

— Es una historia no muy bonita, sólo diré que en parte fue mi culpa.

La joven ahora sólo podía pensar que por el afán, Gabo manejaria como loco, y tal como lo pensó se cumplió, era tan terrible que ella sólo podía abrazar el espaldar del asiento y rezar para llegar viva, además de que casi se chocan con un árbol, un sujeto y una cabaña que estaba junto el camino. Él por fin aceptó que su experiencia con el coche era muy, pero muy poca.