Cuando Mercedes se fue con su padre, Gabo se retiró al campo a adelantar trabajo, pues se aproximaba la temporada de cosecha. Al llegar a casa en la noche, Doña Aracelly le entregó una carta de parte de su amada donde avisaba que iria mañana temprano a visitarle para tratar un asunto de importancia. Luego de rasgar la carta (como sucedía con cada una, por convenio entre ambos), pensaba como recibirla de forma especial hasta que se quedó dormido.
Al día siguiente llegó un carruaje muy elegante, del cual bajó la dama dueña del pensar de Gabriel. Tenía un porte finísimo, era una mujer alta, de piel blanca con un destacable cabello negro liso que se rizaba en las puntas que siempre llevaba suelto (lo que era muy escandaloso ante la sociedad) y se colocaba uno que otro adorno, además de tener un flequillo. El rostro también era destacable, pequeños ojos grisáceos con largas pestañas que le daban un toque de sensualidad a su mirada, los labios gruesos, pómulos definidos y nariz respingada, eso si, usaba gran cantidad de maquillaje. Su cuerpo poseía una cintura en miniatura, el corsé que usó desde la niñez hizo que este tomara esa forma, teniendo un cuerpo de reloj de arena.
La Señora Ana y Doña Aracelly tomaban café en la sala, conversaban sobre el avance de los cultivos cuando una voz firme y potente, que evidenciaba su gran orgullo avisaba su visita ante la señora.
— Ah ¿Cómo estás Helena?¿Visitando tan temprano? No suele ser la costumbre.
—Lo sé... ¿él está en la recámara? —La señora afirmó y Helena pidió permiso, retirándose en busca del amado.
— Esta desgraciada... ¿Es que acaso soy invisible?¿ Qué le costaba saludar? —cruzaba los brazos la doña y murmuraba insultos.
—Deja el drama, a mi tampoco es que me hablara mucho —decía mientras se reia al ver la furia de su amiga —. Y creo que siguió con esos maquillajes de arsénico porque está muy pálida.
— ¿Arse....qué?
—Esa cosa que usan para verse blancas, te pones pálida enferma, de la que te conté que Humberto iba a comprarme pero no me gustó al oír como se sienten quienes la usan.
—Vea pues esos inventos, pero ahora que oigo su tono ¿acaso no le agrada la maleducada esa? Que Gabo como anda de tonto, es capaz de que la convierte en su nuera.
—Deja las locuras, Dios me ampare de que seamos familia, además Gabo anda así porque es como su primer novia, aunque aún no me lo confirmen, pero te soy sincera, no es que la odie ni nada de eso, Helena es bonita, de mucha clase, imponente y todo eso, pero no se...mhay algo que no me agrada de ella, además de su arrogancia, es un mal presentimiento. Prejuicios tontos de mi parte.
Mientras tanto la señorita tocaba la puerta del cuarto donde él se encontraba,al nadie atender decidió abrir la puerta, encontrando a Gabo tirado en el piso durmiendo, de nuevo se había caído de la cama, ella blanqueó los ojos y se sentó en el suelo para despertarlo hablándole al oído. El joven al despertar estaba desorientado hablando rarezas, Helena solo podía reír al escucharlo.
— Lo siento Hele, quería ir a recibirte adecuadamente, pero mira, me quedé dormido. — Se frotó los ojos y dijo otra incoherencia —.Hay un pez persiguiendome.
—Tienes el sueño pesado ¿no? —dijo mientras acomodaba la pesada falda de su vestido, mientras permanecía en el suelo —Y no te preocupes tanto por mi, puedo venir aquí por mi misma, además, me encanta encontrarte en tu cotidianeidad.
—¿Quieres que vayamos a conversar a la sala?
—Oh no, quedémonos aquí, no me molesta estar en el suelo, así se cambia la rutina¿no?, eso sueles decirme. Además tu madre está con la mucama amenazante y me da algo de vergüenza, pensarán que soy una mujer que te sofoca por venir desde la mañana a verte.
— Bueno, si no te molesta, nos quedaremos aquí en el suelo, menos mal tengo buena alfombra.
—Entonces.... ¿qué hacemos? —preguntaba mientras se acostaba al lado de él, cuidando de no estropear su vestido que tenia perlas pegadas a el. En realidad no entendía el objetivo de hacer eso.
—Reflexionemos mirando el techo, no me digas que no miras al techo cuando tienes un problema, invadiendote en la noche.
—Gabriel, lo nuestro empezó hace un año. Aceptaste esto a pesar de que soy mayor, de reputación dudosa y con la firme decisión de querer tener esto oculto. Tú me has aceptado totalmente.
— Bueno.... yo esperaba algo no tan reflexivo ¿Eso a que viene?
—Es que mientras estoy aquí entiendo que contigo me divierto mucho, cambia mi rutina, me tratas no como el collar lujoso de la vitrina de la joyería, me haces sentir humana.
—Hele ¿a que vienen todas esas palabras? Yo nunca he pensado tan a fondo las cosas, ni mirando el techo.
— Gabriel yo... yo... esto... —Helena se veía dudosa, pero ¿cuál era la razón de tanto tormento? Gabo no podía mostrar su duda mientras inclinaba su cabeza de un lado a otro. Ella le miró fijamente a los ojos, estaba a punto de llorar, pero desvió su mirada hacia el suelo y sólo sonrió —.Sólo... quería decirte que debo viajar a la capital, estaré ausente por unos días, debo realizar unos trámites para heredar la mansión en la capital.
—Ah, la herencia de tu abuelo
—Si,si, exacto. Toda mi vida me la he pasado reclamando herencias. Pero te prometo escribirte y contarte como estoy.
—Entiendo, pero ¿ por qué estás tan nerviosa?
—Ah ya sabes la ansiedad del viaje y las responsabilidades. Soy la cabeza de la gran familia Marín, soy responsable de todo y .....
—Ya calma Hele, estás alterada, piensa que eres la mujer con mayor temple de todas y sabrás que podrás realizarlo.
—Gabriel, prométeme que a pesar de que tome decisiones que puedan herirte, tú nunca me verás como la mujer vacía que todos creen, yo en verdad te aprecio mucho... muchísimo.
—Esto es raro ¿acaso me ocultas algo, traviesa? Parece el típico discurso para terminar, tipo: "eres perfecto, pero te termino"
—No seas tonto. En la capital debo resolver algo muy importante para mi futuro, me guiará a por fin decidir una vida a tu lado... u otro destino.
—Helena ¿A qué te refieres?
—Tengo muchas responsabilidades, eso es todo, no sé si pueda permanecer mucho en Ciudad Naciente. Tengo tantos sitios que visitar en la capital que incluso me puse este vestido tan elegante y este collar de perlas, de nuevo me ahoga la etiqueta —decía levantando un poco la voz, lo que fue extraño para el joven, desde que la conoció a pesaf de tener una voz potente, siempre mantuvo un volumen moderado para hablar.
Ambos se dirigieron al portón, Helena se puso el velo de seda para cubrir su rostro, notando al contacto con su cabello que la horquilla del cabello que llevaba se había caído, seguramente en la recámara. Antes de subir al coche retrocedió y miró a Gabriel que le ayudaba con su mano a subirse, se giró hacía él, se inclinó y le besó, cubriendo a ambos con el velo.
—Hasta la próxima, Gabriel —diciendo esto se giró de nuevo para entrar al coche.
—Helena ¿y tu horquilla? Ví que la traías cuando llegaste, iré a buscarlo.
—Tú siempre tan observador, pero tranquilo, creo que debió caerse cuando me recosté a tu lado. Déjalo como un recuerdo de mi parte.
—Más bien...Yo te prometo que te lo devolveré hasta el próximo beso.
—Es una linda promesa. —Sonrió y entró a su transporte, se asomó por la ventana y dijo una última frase mientras avanzaba el vehículo —Recuerda Gabriel, silencio ante el secreto nuestro.
—Que drama el tuyo, ya sabes que sí.
Helena siempre tenía esa forma singular de despedirse usando esa frase en tono coqueto, pero esta vez fue serio e impuesta como si fuese una orden.
Gabo se dirigió a su habitación, y allí en la alfombra encontró la horquilla, aquella que tenia la forma de una flor de pensamiento negro, lo sostenía en su mano pensando en que hace poco ella había estado allí y ahora se había esfumado. Tomó el objeto y lo guardó en un cajón de su mesa de noche, aguardando el día en que se viesen de nuevo, aunque lo perturbaba aquel asunto tan importante que su dama debía solucionar para su futuro.