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Chapter 47 - 47: Comité de los Espejos

Él estaba impaciente, digo, era natural, lo que iba a informarles a los demás a penas llegaran decidiría el destino de la ciudad. La palabra "destrucción" se cruzaba por su mente, con menor frecuencia que "inhumano".

—A veces… —musitó. —Me gusta imaginar que los problemas acabarían con mi muerte.

Padd le tocó el hombro, le dedicó la mejor sonrisa que su rostro pálido y débil pudo.

—Por eso es que te escogimos, Alcalde.

El Alcalde cerró los ojos. Él era un hombre blanco con unos veinte centímetros de altura menos que Padd, cargaba una camisa manga larga amarilla de botones plateados, un pantalón y unas zapatillas negras. A primera vista confundirías la falta de cabello de su cabeza con vejez, sin embargo, apenas está en la víspera de sus treinta, por lo que la escasez del rubio era por estrés. Su quijada era puntiaguda y sus ojos verdes casi siempre iban a medio abrir.

Se encontraban de pie en el tercer plano dela ciudad de Dingars, un plano cristalino y puro, repleto de vidrios que reflejaban un cielo infinito—¿o quizás mar? —, las sombras no existían y las personas allí dentro eran bañadas por una luz que cubre cada porción con equidad. Lo único aparte de ellos dos en ese lugar eran unos nueve espejos grandes que reflejaban un vacío negro y verdoso. Esos espejos estaban posicionados en un círculo, todos apuntando al mismo lugar, todos dando la espalda a ese mundo interminable.

De uno de los espejos salió Keith, vistiendo su armadura dorada como siempre y con sus espadas en el cinto. No mucho después, a dos espejos de distancia, llegó otro guardia dorado con una figura más robusta y una barba rojiza gruesa que se le escapaba por el casco.

Ambos se quedaron frente a los espejos, Padd le dio unas palmadas al Alcalde y fue a pararse frente a su espejo respectivo.

Con el pasar de los minutos fueron llegando los demás miembros de la reunión. Una señora morena, de pechos enormes y labios gruesos con una camisa marrón salió del espejo a la derecha de Padd, bufó al ver que era el auténtico y se ajustó las grebas —la única parte de armadura que usaba aparte de las braceras —. Al otro lado, una mujer mucho más pequeña y menos voluminosa vestida en la armadura dorada, atravesó el espejo, a ninguno de los presentes le afectó el hecho de que la cabeza de la joven fuera una llama con los colores del arcoíris; al contrario.

—Hola Hiko—Keith le saludo con la mano y ella agitó sus manos súper contenta mientras los colores e intensidad de la llama aumentaban.

Por último, Gregory salió del espejo junto a ella al tiempo que Naoru llegaba por el espejo que quedaba en medio de los dos únicos espejos desocupados.

—Gracias a todos por venir, —dijo el Alcalde desde el centro. —en especial a ti Gregory, se supone que es tu mes libre.

—No hace falta, Alcalde, —Se rascó la cabeza. —de hecho, me disculpo por ser el único sin armadura.

—Bertha tampoco trajo la suya —murmuró Padd y la morena a su lado le hizo entender que no le causó gracia tronándose los nudillos.

—Dejen al Alcalde continuar —dijo Keith.

Con ese comentario, la atención de todos se centró en el Alcalde, quien suspiró, enderezó su espalda y sacó unas cartas con el sello abierto de su pantalón.

—Hace unos seis meses, recibimos cartas de parte de los archimagos —caminó hasta cada uno de ellos y les entregó más de una carta. —Como podrán notar, el motivo principal de ellas es que: Destruyamos los espejos de la ciudad para siempre.

La noticia era vieja para Padd y Naoru, por lo que ellos fueron la excepción al repentino impacto que vivieron los demás. La llama de Hiko se perdió intensidad y se tornó opaca, Bertha comenzó a leer la carta con prisa en busca de respuesta, Keith se sujetó la cabeza y Gregory —sin duda el más afectado —palideció ante esas palabras y con temor ojeó su alrededor.

—¡¿Qué mierda están pidiendo esos incompetentes ahora?! —Hector, el guardia de la barba roja, explotó. —¡¿DESTRUÍR LOS ESPEJOS?! ¡¿Acaso saben de lo que están hablando?! ¡¿Se puede saber cuál es la razón?! —Las cartas en sus manos quedaron hechas trisas.

Hiko se alteró e hizo un montón de señas para intentar calmar a Hector.

—Es la leyenda —respondió Bertha con pesar —, dicen que la historia de la Archimaga Dingars y lo que encerró del otro lado es cierta, que por eso debemos destruirlos —No le agradó decirlo.

—¡Eso no es posible! —dijo Hector.

—¡Eso mismo creemos! O eso hacíamos Hector. —Padd se adelantó un poco. —Cuando el Alcalde me mostró la primera carta creímos que era falsa, es decir, usaron un ave mensajera común y no una criatura de Kao'em.

—Por eso decidimos enviar a Zui'le con una carta a buscar a los archimagos personalmente —prosiguió el Alcalde —. Ella regresó el día de ayer en la noche, y confirmó lo que más temíamos: Zugham'ko y Arkgas ordenaron la destrucción de los espejos.

—¿Por una estúpida leyenda…? —masculló Hector.

—¿Dicen que es por la seguridad de la gente? —preguntó Gregory, falto ánimo.

—Así es —dijo el Alcalde.

Hiko movió sus manos para comunicarse en señas.

—Hiko quiere saber qué pasa si nos negamos —tradujo Keith.

—Pues, —El Alcalde tragó saliva. —Zughan'ko dijo que no dudaría en encargarse el mismo.

Hector apretó los puños, Bertha cruzó los brazos y Gregory no pudo con la impresión y se tuvo que sentar en el suelo. Hiko fue a ver si estaba bien y se arrodilló a su lado. Padd y Naoru apartaron la mirada, Bertha aspiró profundo y Keith sostuvo el mango de sus espadas.

—¡Esto no hubiera pasado hace treinta años! ¡Esta generación de archimagos está condenada! ¡¿Es que no pueden encargarse de lo que sea que esté del otro lado del espejo?! —Hector expulsó su frustración con más quejas.

—Hector… —dijo Bertha

—¡Ustedes no lo saben porque no tienen mi edad! —Se señló a sí de manera agresiva. —¡Que esta sea la primera generación masculina de Archimagos es una señal! ¡Mi abuela, y su abuela y su abuela, no tuvieron este tipo de problemas en su época!

—Hector —dijo Padd.

—¡FUE DINGARS! ¡UNA ARCHIMAGA FUE QUIEN FUNDÓ ESTA MARAVILLOSA CIUDAD!

—¡Hector! —Naoru le calló. —Gregory tiene algo que decir.

Hiko ayudó a Gregory a ponerse de pie.

—Lo lamento —dijo y ella le hizo señas de "no hay de qué" —, nunca imaginé que algo así pasaría.

Sus ojos estaban a punto de correrse en lágrimas, fue la primera vez en que los demás Guardias Dorados vieron ese rostro, no el de su amigo Greg, o su compañero Gregory; vieron el rostro de un Tío, el rostro de un hombre muerto.

—¿Ellos saben? —Se alejó de los brazos de Hiko y esta se alejó un poco. —Qué hay que hacer para destruir los espejos… ¿Ellos saben que hay que matar a Samantha?

El Alcalde y Padd negaron con la cabeza.

—Je… —Gregory vio sus temblorosas palmas. —Supongo entonces que hay esperanza, a menos que…

Gregory cerró los puños, subió su guardia y con una mueca de profunda tristeza estuvo por decir la pregunta más cruel del mundo y estrujar su propio corazón hasta dejarlo tan seco como fuese posible.

La flama de Hiko explotó en una ola de colores de más de dos metros de alto. En vez de asustarse, Gregory observó las expresiones de los demás, serios y concentrados en él.

—Quien esté de acuerdo con poner la vida de los ciudadanos por encima de la suya, levante la mano. —Apenas el Alcalde dijo eso, todos menos Gregory levantaron sus manos. —Está decidido.

La cara de Gregory se retorció de dolor, le moqueó la nariz y se la limpió mientras acomodaba su postura. Era el fin. ¿Enfrentarse a todos ellos? Imposible. El instinto de supervivencia que forjó en su adolescencia guio sus pensamientos a la estrategia menos riesgosa, huir por el espejo y escapar de la ciudad.

El dilema recaía en si eso era factible o no, con Naoru y Hector allí… no lo parece.

—Entonces no dejaremos que nadie, ni siquiera los Archimagos o un peligro desconocido hagan daño a alguno de ellos, eso incluye a Samantha por supuesto —aclaró el Alcalde con una sonrisa nerviosa.

Los latidos agitados de Gregory se detuvieron por un instante, parpadeó aliviado, los hombros y las rodillas le flaquearon y cayó aliviado. Las siluetas de sus compañeros se grabaron en sus pupilas, firmes, carentes de temor; eran sus salvadores.

—Me ofende que hayas pensado que te abandonaríamos —comentó Bertha con una extraña combinación de decepción y cariño en su tono de voz ahogado.

Hiko agitó sus bracitos al lado de Gregory mientras su llama se agitaba irritada, sin embargo, ella y los otros notaron el silencioso llanto de Gregory y la caída de las gotas al suelo.

—Gracias… muchas gracias… —sollozó con un hilo de voz. —En serio muchas gracias…

—¡No tienes que agradecer nada Greg! —exclamó Hector. —¡Yo seré el primero en plantar mi puño en la cara de Zughan'ko!

—Antes de eso —Keith interrumpió la fanfarronería de Hector. —Tengo el presentimiento de que los Archimagos contrataron personal para encargarse de esta orden.

—¿Cómo? —dijeron Bertha, el Alcalde y Gregory al mismo tiempo.

Padd y Naoru intercambiaron miradas con Keith.

—No tengo pruebas más allá de mi intuición, pero supongo que con saber mi resonancia eso debe ser suficiente.

—Gracias por la información Keith —dijo el Alcalde.

—Gracias a usted por la reunión.

El Alcalde desabotonó el cuello, también las mangas.

—Vamos a culminar la reunión, Padd, Bertha y yo pensaremos en cómo lidiar con lo que sea que esté en el desierto dorado y la posible llegada de los Archimagos, Hector y Hiko sigan con sus labores usuales.

—Tendré un escuadrón listo —dijo Hector dándose un golpe en el pecho.

Hiko levantó el pulgar.

—Keith, tienes libertad total, trata de prevenir eso que sientes.

Kieth asintió.

—Gregory, disfruta las vacaciones con tus sobrinas.

—¡Sin duda! —Gregory se levantó sonriente.

—Yo iré a hablar con la adivina —avisó Naoru.

—¡Perfecto! —dijo el Alcalde. —Apenas tengamos algún plan Padd se comunicará con ustedes, hasta entonces… ¡Recuerden que ustedes son el reflejo de nuestra ciudad! —Con esas palabras finales, cada uno de los presentes se fueron por sus respectivos espejos.