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Chapter 10 - Capítulo 10: Camino a la oscuridad

La mañana de Metropolis se iluminaba con un radiante sol.

En uno de los pisos más altos del Daily Planet podíamos ver a un hombre canoso que miraba por la ventana mientras fumaba un puro.

Era Perry White. El intrépido editor en jefe del diario. Un jefe duro, exigente, pero innegablemente justo. Un gran reportero y buen amigo de Clark.

-Buena historia -comentó Perry girándose para hablar con Clark Kent que se hallaba de pie al otro lado del escritorio. Y puso sobre la superficie de madera un ejemplar de la edición del día del Daily Planet.

El titular se lucía en letras grandes: "Máscara de terrorista desaparece de la policía".

-Gracias -dijo Clark humildemente-. No respondiste a mi pregunta, Perry.

White lanzó una turbulenta nube de humo. Observó al humo disiparse.

-Me estoy quedando sin reporteros aquí, Kent. ¿Cuánto tiempo? -y al instante preguntó como si se tuviera que hacerlo después de todo- ¿Es por lo de Lois?

Clark levantó la vista sorprendido.

-No hay secretos en una redacción, hijo.

White se acercó a Clark y puso una mano en su hombro. Era un gesto sincero de alguien que lamentaba la separación de Lois y Clark.

-Escucha. Yo mismo he pasado por esto. Solo lleva tiempo. Se supone que debe doler. Después de todo, eres solo un humano.

Clark casi logró sonreír con estas palabras.

-Una semana. Y no te pierdas.

-Gracias haré lo mejor que pueda.

White se quedó mirando a Clark irse. Pasó un momento. Luego apretó el intercomunicador.

-¡Olson!

-¡Voy, señor! -respondió una voz de tono juvenil desde el aparato.

♣ ♣ ♣

Mansión Wayne. Biblioteca.

Noche.

Sentado en un rincón de la inmensa biblioteca se encontraba durmiendo Bruce Wayne, todavía enfundado con el traje fúnebre, reseco hasta los huesos.

De pronto sus ojos se movieron rápido debajo de los parpados, despertando de golpe, aterrorizado por ignotos fantasmas.

Cuando se puso de pie se observaron restos de comida y bebida desperdigados por el suelo. Vivía como un ermitaño o un demente en esa gran casa rodeado de sombras cuando estaba despierto y de pesadillas cuando lograba conciliar el sueño.

Sus pasos lo llevaron hasta el portal de una estantería abierta. Solo había oscuridad más allá. Se detuvo en el umbral, midiendo el paso definitivo que daría ahora. Ya sabía el significado de todo ese ritual. Se aflojó la corbata y entró en la temible oscuridad.

En el interior del túnel de acceso a la baticueva Bruce se movió en el medio de una profunda e inabarcable oscuridad.

Entonces se detuvo.

-Código de autorización: Wayne uno. Iniciar secuencia de reactivación.

Una fría voz de computadora responde a sus palabras.

- Impresión de voz..., confirmada.

Una por una las luces comenzaron a encenderse y revelaron...

Se encontraba en el borde mismo de una plataforma que dominaba la inmensa caverna de cinco pisos de roca sólida. También se apreciaban diversas escaleras de hierro que llevaban a los diferentes niveles.

Diferentes laboratorios alineados con supercomputadoras, talleres cerrados, salas de entrenamiento, más abajo el centro de comando. Y en el piso del cráter una plataforma de vehículos frente a un túnel enorme.

-Bienvenido a casa -y sintió como si su voz surgía del lugar y no de su propio cuerpo.

La mítica baticueva. Con cada pisada que daba se mostraba un trofeo que le recordaba alguna vieja aventura. Los primeros en aparecer fueron el gran tiranosaurio rex animatrónico; el centavo gigante de Abraham Lincoln, producto de un encuentro con Dos Caras; y el naipe gigante del Joker. Más adelante, había otros objetos relacionados con antiguos enemigos como el Tribunal de los Búhos, el Espantapájaros, Deathstroke, el Guante Negro y otros. Cada uno contaba su propia y particular historia, como lo hacía la fila de trajes de los distintos aliados que había tenido y que eran exhibidos en pantallas de cristal, allí se hallaban entre otros los vestuarios de Azrael, Robin y Batgirl.

Entonces las luces empezaron a destellar con un blanco abrasador.

-Se requiere código a prueba de fallos.

Bruce caminaba tranquilamente, descendiendo por las escaleras cuando las luces comenzaron a parpadear en rojo, bañando la cueva con un resplandor sangriento.

La misma voz artificial prosiguió: "Se inicia la secuencia de detonación. Treinta segundos para la destrucción de la cueva."

Mientras tanto Bruce continuaba por los pasillos, con el paso uniforme, sin prisas.

-Veinticinco segundos para la destrucción de la cueva.

Bruce cruzó la plataforma hacia el batiordenador gigante y oscuro.

-Veinte segundos para la destrucción de la cueva.

Inescrutables pensamientos pasaban por su cabeza en esos instantes. Con mucha calma, suavemente, se sentó en la silla de mando.

-Quince segundos para la destrucción de la cueva.

Se acomodó sintiendo la familiar silla, pasando las cicatrices de sus manos a lo largo de los apoyamanos. Era real, todo había vuelto. Se quedó mirando fijamente la pantalla oscura.

-Diez segundos para la destrucción de la cueva.

Su rostro se reflejaba en el monitor. Lo escrutó firmemente, dejando pasar los segundos. Se inclinó hacia atrás cerró los ojos en señal de rendición.

La suerte estaba echada.

-Cuatro, tres, dos...

-Desactivar a prueba de fallos. Código de confirmación.

El baile de luces rojas cesó repentinamente, el lugar recobró la normalidad.

-Confirmado.

Bruce agachó la cabeza, casi como derrotado. La oscuridad había vencido. Se dio un tiempo para sentir como todo aquello lo envolvía de nuevo. Así es como comienza. La fiebre, la ira, el sentimiento de impotencia que vuelve a los hombres buenos... en crueles.

Al fin levantó la vista.

-Alfred, te necesito.

Una voz estoica y familiar le respondió.

-A su servicio.

Una figura surge de las sombras. Ataviado elegantemente con un frac negro. Alfred Pennyworth.

- Ha pasado mucho tiempo, señor. Cinco años si estoy en lo cierto.

Bruce solo miró a su viejo amigo.