Esa misma noche, del granero de la familia Kent surgía un estruendo constante y rítmico. El viento soplaba suavemente pese a que el año se encontraba en lo más profundo del otoño.
Dentro del granero, en el centro del piso, se observaba una abertura que daba a un bunker secreto que ya hemos conocido anteriormente. El ruido –un ruido metálico– provenía de allí mismo.
Un Clark Kent sin camisa y de pie frente a unas brasas ardientes martillaba una porción de plomo caliente y flexible buscando darle una forma definida.
Cuando pareció satisfecho con su labor dejó el martillo a un lado y metió las manos desnudas en las candentes brasas, el fuego lamió su piel sin afectarla en lo más mínimo. De ese infierno Clark sacó una caja de plomo brillante de unos treinta centímetros cuadrados.
Después sumergió la caja en un tanque de agua. El humo surgido del contacto entre el líquido y el metal candente le cubrió el rostro.
–¿Clark? ¿Clark? –llegó hasta sus supersensibles oídos la voz de una mujer que le llamaba desde la casa.
Clark salió del establo poniéndose una camisa. Encontró a Lana ataviada con un vestido de verano y luchando por sacar de su auto unas bolsas de comida para llevar.
–Cuando dije que tendrías la visita de un viejo amigo, ¿mencioné que sería hoy?
Se veía hermosa con la luz de la luna. Ella miró por encima del hombro de Clark, fijando su atención en el granero. Conocía demasiado bien a ese hombre como para saber que se estaba ocupando del algo importante, con toda seguridad relacionado con atrapar a los chicos malos.
–No podemos estar luchando contra el mal todo el tiempo, ¿verdad?
Él todavía no estaba seguro, aún no había concluido con su labor. De repente, Lana empezó a abanicarse el pecho, luego en una actuación artificiosa se llevó el dorso de la mano a la frente en forma de damisela en apuros.
– Oh, me siento desmayar. Oh... –sus rodillas se doblaron–. Ay, ayúdame, Superman.
Lana se dejó caer, sin embargo, en ese mismo instante Clark estaba a su lado sosteniéndola en sus brazos. Ella sonrió y él le devolvió esa sonrisa.
–Funciona todo el tiempo.
Lana siguió a Clark dentro de la cocina y tuvo la previsión de dejar la puerta abierta. "Por respeto a tu mamá", le dijo nostálgica.
–Lo recuerdas –habló Clark admirado de su buena memoria–, era una mujer que odiaba una puerta cerrada.
Clark se acercó al lavabo a lavarse las manos mientras Lana ponía la mesa. Era como si el tiempo volviera, conocía tan bien esa casa y sabía perfectamente dónde se hallaba cada cosa.
–¿En qué estás trabajando ahí fuera? –le preguntó Lana con naturalidad.
Clark se mantuvo serio sin responder. Ella conocía bien esa señal.
–Bueno, seguro no era algo interesante –dijo ella continuando con lo que hacía.
Clark se fijó en la oscuridad de afuera y caminó hasta la ventana. Las luciérnagas parpadeaban.
–¿Estás bien? –escuchó detrás de él la voz de Lana.
–Es solo que este es el único lugar en el que me siento... humano.
♣ ♣ ♣
Bruce se sostenía colgando de un juego de anillos de gimnasia. Los brazos extendidos, sus músculos tensados por el esfuerzo realizado. Los ojos cerrados, la mente en un enfoque perfecto.
–Alfred.
–Señor –le respondió la voz del mayordomo.
Sus ojos se abrieron de golpe. Se dejó caer y sus pies hicieron un sonido seco al chocar en el piso acolchado.
–Necesito el auto.
La plataforma de vehículos giró revelando diferentes modelos de batimóviles. De entre ellos uno avanzó en dirección a Bruce Wayne. Era una máquina imponente.
Unos minutos más tarde una puerta oculta se abrió en una roca escarpada. Con un rugido el bólido se adentró en la noche.
Como un elegante cohete de color negro cruzó veloz por una acera vigilada por majestuosos árboles. Su acelerada marcha lo alejaba de las luces de Gotham.
♣ ♣ ♣
Clark y Lana terminaban una agradable cena preparada por esta última, quien se había esmerado en sorprender a su acompañante. Clark se levantó de la mesa y comenzó a juntar los platos.
– Eres una cocinera increíble –le manifestó con entera sinceridad por la comida que había degustado, pero también como una forma de expresarle su gratitud por ese delicioso momento.
–Cierto. Señor salsa picante.
Clark la miró sin comprender. Lana se apuntó la comisura de su boca. Él se sonrojó y tomó una servilleta retirándose la salsa de la boca. Clark satisfecho le mostró su mejor sonrisa.
–Entonces –habló Lana poniendo suspenso al momento–, ¿quieres hablar sobre lo que te molesta?
Él abrió la boca haciendo un gesto que denotaba que diría que no sucedía nada, pero ella le interrumpió antes de que pudiera hablar:
–Y, por favor, no me insultes.
Clark asintió.
–Ese auto, hoy en el lago. ¿Sabes cómo llegó allí?
Ella miró hacia otro lado. Comprendió todo, a ese hombre tan poderoso y a la vez tan humano.
–Lex cortó la línea de freno del coche del hijo de Timmy Bailer. Cuando éramos jóvenes. Cuando intentaba demostrar que eras Superman.
–Pero salvé a Timmy de todos modos. Lo saqué sin que Lex me viera.
–Salvaste el día.
Clark guardó silencio un momento antes de continuar.
–Me olvidé del auto. Y ahora un muchacho casi se ahoga en su interior.
–¿Y de alguna manera eres responsable? ¿Es así?
Lana lo observó entre la admiración y la preocupación, pero sabía que él era lo suficientemente fuerte para soportar en sus hombros el peso del mundo y las responsabilidades que esto conllevaba.
La pausa que Clark hizo esta vez fue más larga. Finalmente, habló.
–¿Cómo funciona, Lana? ¿Cuándo dejamos de ser responsables?
–No estamos hablando de un coche en el río aquí, ¿verdad?
–No. Supongo que no... Ha pasado algo.
Clark no estaba listo para continuar esa conversación por ese rumbo, así que empujó su silla hacia atrás.
–¿Qué le dirías a un paseo?
–Pensé que nunca preguntarías.
Caminaron por los campos escoltados por las luces de las luciérnagas y por el canto de los grillos. El viento que soplaba le daba una especial frescura a la noche.
–Me he pasado –dijo Clark después de unos minutos de silencio entre ambos– los últimos veinte años dictando lo que está bien y lo que está mal. Quién de ustedes puede vivir, quién puede morir. Mi código. Pero yo no soy uno de ustedes. Nada de esto es mío, no este cielo, estos campos, esas estrellas. Incluso nuestra carne es diferente –él tomó la frágil mano de su acompañante–. No puedo evitar preguntarme cómo sería, aunque sea por un momento, ser humano.
–¿Sueñan los hombres normales con ser Superman mientras que Superman sueña con ser normal?
–¿Por qué no soñar lo imposible?
–¿No es ese el punto? –preguntó retóricamente Lana encogiéndose de hombros y sonriendo. Luego señaló un viejo manzano en el borde del campo–. Estábamos de pie justo aquí. Halloween en el aire. Dios, ¿alguna vez fuimos tan jóvenes?
Dio un largo suspiro como si todos aquellos recuerdos la rodearan suavemente.
"Dijiste que tenías que hablar conmigo. Dimos un largo paseo. Te veias tan urgido. Muy nervioso.
–¿Nervioso? Estaba aterrado.
Ahora fue Lana la que cogió sus manos y lo llevó hasta el árbol.
– Me tomaste de la mano. Hablé sobre el bien que podías hacer... como tus poderes eran una bendición que tenías que compartir con el mundo. Y me levantaste en tus brazos y volamos. Nosotros volamos.
Clark sonrió, también disfrutaba de aquellos dulces pretéritos.
–Lo recuerdo.
–¿Sabes lo que pensé que me ibas a decir? Pensé que lo sabía con todo mi corazón. Pensé que me ibas a pedir que me casara contigo.
Clark se detuvo en seco.
–Lana...
–Chico –tenía una risa triste en su faz–, estaba equivocada.
–Yo... no lo sabía. Oh Dios, Lana, yo... lo siento mucho.
Lana le tomó el rostro, pese a todo para ella había algo de gracioso en aquel hombre extraordinario turbado por los sentimientos de una sencilla mujer.
–No lo estés. Fue la noche más extraña, hermosa y la peor de mi vida.
–¿Por qué no dijiste algo? ¿Por qué no...?
–¿Cómo podría? Vi lo que viste en ti mismo. Con el tiempo, vi en qué se convirtió Superman –lo miró a los ojos–. Tocaste muchas más vidas que las que salvaste. Representaste mucho más. Pero puedo contarte un secreto. No me enamoré de Superman.
Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas, lágrimas retenidas por tanto tiempo.
"Me enamoré de ese niñito torpe de gafas. Me enamoré de Clark Kent y esa noche lo perdí. Y aún lo extraño terriblemente.
Ella miró hacia abajo, tratando de contener sus lágrimas, pero era imposible y las vio caer en la tierra. Entonces sintió la mano de Clark tomando su barbilla y levantándola con un dedo. Sus ojos se encontraron en un momento único para los dos.
–Estoy aquí –le dijo Clark simplemente.
Y se besaron, por todos los años perdidos. Y el beso fue mágico.
Ambos caminaron tomados de la mano en dirección a la casa. Unos momentos después en la habitación de Clark dos siluetas se volvían una sola antes que las luces se apagarán cediendo su lugar a la oscuridad.