Lejos de allí, en algún lugar del norte de Gotham, en lo que alguna vez debió ser una fastuosa mansión victoriana (pues ahora tenía un vetusto aspecto que denotaba que debía llevar tiempo abandonada), se desarrollaba un grotesco desayuno, el cual no podía ser observado por fuera, ya que las ventanas se hallaban tapiadas.
El lugar estaba rodeado por cercas ornamentadas donde las madreselvas habían cubierto la totalidad de los mismos, mientras que los alambres de púas se hallaban corroídos por el óxido. Dentro estaba lleno de telarañas y polvo, el cual cubría el suelo, las cortinas y los viejos muebles.
Sin embargo, en la larga mesa principal del comedor, el descuido no era tan alarmante. Allí, a la cabecera se encontraba el Joker y a sus lados sus sirvientes se sentaban frente a platos vacíos. Podemos notar que sus bocas ya no se hallaban cosidas, pero aun así se mantenían una pétrea seriedad.
-Saben, muchachos -habló el payaso con aire filosófico-, con demasiada frecuencia perdemos de vista lo realmente importante, los momentos simples, sentarnos a cenar juntos en familia -hizo una pausa dramática y tamborileó la mesa con los dedos para añadir luego-. Sentí que alguien necesitaba decirlo, ¿por qué no yo?
El Joker se levantó de la mesa y cruzó la habitación hacia una mesa de servicio. Al fondo se podía leer en una pared un rimbombante grafiti que casi vociferaba las siguientes frases: "El Joker ha muerto, ¡viva el Joker!", "El que ríe al último...".
Un hombre que era un enigma. En realidad nadie estaba seguro si su nombre realmente era Jack Napier; ni siquiera Batman, el mejor detective del mundo, había llegado a establecer su verdadera identidad (y si lo había hecho jamás lo había revelado), llegando a creerse que tal vez existía más de un Joker, pero solo era otra alocada teoría para tratar de aproximarse a una verdad esquiva.
-Ni siquiera -proseguía con su monologo el Joker- puedo describir la emoción que sentí cuando lo volví a ver por primera vez. ¡Fue como un rayo a través de mi cuerpo!
Sus sirvientes lo miraban silentes y seguían ansiosamente cada uno de sus movimientos. Eran como perros amaestrados pendientes de la orden de su amo. Mientras tanto, en la mesa de servicio, el comodín examinaba con interés una variedad de frascos de pyrex llenos de químicos coloridos.
-¿Pueden siquiera comenzar a comprender la vergüenza que sintió..., la humillación mientras yacía allí, completamente derrotado? -finalmente tomó una ampolla que contenía un elixir rojo y lo colocó en una especie de pistola jeringa- ¡Piénsalo! Su alma torturada. Su sangre hirviendo. Cada uno de sus pensamientos consumidos por fantasías de venganza.
Al terminar de decir esto se inyectó la aguja en el brazo, presionó el gatillo y el químico rojizo ingresó a su torrente sanguíneo. Sus ojos se quedaron en blanco por un momento, un momento de doloroso éxtasis.
-Más de la fórmula especial de papá que hace que el cuerpo sea ultrarrápido y extra fuerte.
Luego levantó en una mano una botella que contenía más del líquido rojizo y lo observó satisfecho y sonriente. Con su otra mano tomó otra botella que contenía un líquido negro. Podemos observar que esta botella está recubierta por un sello con una cara sonriente sobre un fondo amarillo.
- Sí, la muerte habría sido demasiado simple -ahora mezcla el contenido de ambas botellas en otro recipiente mientras tatarea una sinfonía clásica-.Tenías razón al detenerme. Primero tiene que sufrir.
El payaso criminal se acercó con el líquido mortal a sus dos sirvientes, quienes esperaban ansiosos a su amo.
-Su dedicación a mi causa es digna de aplauso. Su obediencia a nuestro, digamos, poder superior.
El líquido resultante de aquella combinación roja y negra fue vertido en las copas de los sirvientes.
-Beban -les ordenó el Joker, pero la indicación estaba de más, pues ellos ya habían apurado el contenido de sus copas sin pérdida de tiempo y ya las devolvían vacías a la mesa.
La reacción fue inmediata. Sus caras se contorsionaron en repugnantes mohines quien sabía si de dolor, placer o furia. Sentían la fuerza recorrer sus arterias y lo demostraban golpeándose reciamente el pecho. El Joker observaba sus reacciones con serenidad.
-Qué bueno que trabajan para mí.
Finalmente los sirvientes se relajaron en sus sillas. Tétricas sonrisas se manifestaron en sus rostros, sonrisas carentes por completo de alegría o sosiego.
-Siendo sincero debo agradecerles. Si no fuera por sus intrusivas atenciones, habría perdido la oportunidad de saborear su agonía, de beber sus lágrimas. Agarrar su miseria en mis manos..., presionarlo contra mi pecho..., acariciarlo.
El Joker se puso de pie sobre la mesa y con un grito homicida y de verdadera locura:
-Oh, Bruce. Tengo tu justa recompensa. Escuchas, ¿puedes oírlo venir? Escucha -cerrólos ojos saboreando el pensamiento final que apenas llegó a susurrar-. Esas hojas que se deslizan por la acera en un día de otoño..., de tu último suspiro, mientras suplicas por tu muerte.