El horizonte expresionista de Gotham se cubría de una densa neblina que a esas horas de la noche por momentos dejaba entrever su estructura de hormigón, acero y amenaza.
La intimidante ciudad de Nueva Jersey que había sido moldeada según los delirantes diseños de Cyrus Pinkney, poseedora de estructuras que iban desde lo directamente gótico y art deco hasta lo más contemporáneo y futurista.
Ruidosos truenos revelaron que una fuerte lluvia bañaba las calles de la ciudad, a través de las cuales navegaba imprudentemente un rolls royce. El claxon avisaba de su inminente recorrido, cruzando las calles ahora, patinando en una esquina, a través de las aceras pasando muy cerca de un niño y a sus padres que salían del cine, quienes se sobresaltaron al ver ese vehículo infernal.
Bruce conducía con la vista fija en el camino rodando a través de la tormenta. Despeinado, arruinado por completo. Un hombre poseído.
El auto subió por un camino oscuro, resbaladizo y arbolado. Iba anunciado por las luces de los relámpagos como una fantasía surgida de la febril imaginación de un Horace Walpole actual.
Las puertas de la mansión Wayne se abrieron de par en par y dieron paso a Bruce Wayne que con el cuerpo empapado por la lluvia y con pasos de autómata se dirigió en medio de la oscuridad a la biblioteca.
La biblioteca de la familia Wayne era uno de los grandes tesoros de tan noble casta, atesoraba raros y valiosos ejemplares en los estantes con vidrieras que asemejaban muros altísimos. El lugar a ratos se iluminaba por los destellos de los relámpagos y desde afuera se escuchaban distantes truenos.
Bruce enrumbó hacia un gran estante colocado contra la pared de fondo.
-Bruce.
Y vio a Elizabeth de pie en las sombras cuando un repentino relámpago iluminó su rostro ensangrentado.
-Elizabeth.
Pero cuando caminaba hacia ella el relámpago volvió a brillar y ya no la vemos a ella, sino a Clark Kent.
-Ella se ha ido, Bruce. Lo sabes.
Bruce se quedó quieto un momento, recomponiéndose. Respiraba lo último del pasado; entonces sacudió la cabeza, aclarando la visión.
-¿Qué estás haciendo aquí? -le preguntó con voz firme al inesperado intruso.
-Escuché lo que pasó. Yo..., lo siento mucho. Quiero ayudar.
Bruce lo miró pétreo, inconmovible. Clark intentaba encontrar más palabras.
-Quien te esté atacando. Nos está atacando a los dos. Podemos...
-Está muerta, Clark. Entonces, ¿qué es exactamente lo que vamos a hacer?
Clark miró a su amigo sin saber exactamente qué decir. Bruce le tomó la delantera.
-Deberías irte.
-Desde hace tiempo no sé lo que piensas...
-No. No puedes imaginar lo que estoy pensando. Voy a encontrar a quien hizo esto. Y cuando lo haga voy a tomar su piel y colgarla frente a sus ojos. Conocerá el dolor y lo que siento ahora parecerá un susurro distante.
Un relámpago lejano iluminó el rostro de Bruce, de tal forma que hasta Superman podría sentir miedo.
La voz de Clark era compasiva.
-Dejar que la justicia se convierta en venganza no aliviará el dolor.
Silencio.
Bruce se acercó a una mesa y abrió una paleta falsa de libros para revelar una placa de metal en la pared bloqueada con un candado.
-Tú colgaste la capucha para que eso no pasara, ¿recuerdas?
Bruce tomó un trofeo de metal del escritorio, lo levantó y comenzó a golpear el candado con una furia tremenda. Tenía una mirada casi sanguinaria. Las palabras que Clark pronunciaba eran casi suplicas.
-No puedes volver ahí abajo. Destruirás todo lo que eres, todo lo que has hecho, y todas esas muertes, tus padres, Dick, incluso Elizabeth, serán en vano.
Bruce giró hacia él con el trofeo en la mano. Los ojos ardientes.
-No te atrevas a decir su nombre. ¿Por qué no dejaste que la turba acabara con él, Clark?
En su voz además de la atemorizante rabia, podía percibirse la profundidad insondable de su tristeza. Una vida de pérdidas terribles y violentas que lo habían marcado a fuego.
-Si no hubieras interferido, todavía estaría viva.
-Por favor, Bruce, no podría saber...
Ahora en sus palabras se habían esfumado los restos de pena y en su lugar solo se sentía hostilidad.
-Tú y tus reglas. ¿Qué sabes sobre el sufrimiento? Eres un fanático del espacio que nos mira desde arriba, predicando la sabiduría de un libro de cuentos. No tienes el derecho. Eso es lo que sabía Lois. Ni siquiera eres uno de nosotros. ¿Cómo te atreves a decidir quién vive y quién muere? Ahora mira lo que pasó. Ahora mira...
Había una luz en los ojos de Clark, podían ser lágrimas.
-La has matado.
Clark miró al suelo. Devastado.
-Lo siento. Nunca quise...
-Si buscas el perdón, has venido al lugar equivocado.
Clark levantó la mirada su expresión era terriblemente triste.
-Encontraré a quién hizo esto. Pero no puedes asesinarlo, viejo amigo.
Clark se quitó las gafas. Su rostro mostraba una sólida determinación, los ojos poderosos de un héroe.
-No te dejare.
-No me importa lo que hagas.
Bruce balanceó el trofeo y lo aplastó en la cara de Clark. El pesado metal se estrelló contra la mejilla de granito sin alterarlo en más mínimo.
-Hijo de puta moralista.
-Bruce, por favor.
-¡Lárgate de mi casa!
-Escúchame...
-¡Sal! ¡Ahora!
Luego un largo y silente rato de quietud.
Clark únicamente inclinó la cabeza para asumir su tristeza y salió de la biblioteca para marcharse.
Bruce se volvió hacia la puerta y reflexionó por varios minutos, hasta que finalmente se adentró en la oscuridad.
♣ ♣ ♣
Era una mañana de lluvia torrencial.
Las altas puertas del cementerio de Gotham eran bloqueadas por policías que impedían la entrada de la horda de reporteros, fotógrafos y camarógrafos que protegidos por paraguas e impermeables pugnaban por entrar. Sin embargo, las fuerzas del orden podían mantenerlos a raya.
Dentro de la necrópolis recorremos los cientos de lápidas y estatuas sagradas que representaban ángeles, vírgenes y seres fantásticos. Y llegamos a...
Era un espejo reverso de lo que fue la boda. Los dolientes bajo sus paraguas dejaban caer rosas blancas en una tumba abierta. El viento indiferente a todo ese sufrimiento elevaba las hojas caídas de los frondosos árboles del camposanto.
Bruce estaba de pie, empapado y sin paraguas. Con traje y abrigo negro. Miraba hacia adelante con los ojos vacíos.
Un alma en pena.
En el amplio mausoleo de la familia Wayne había cinco tumbas. Dos lápidas que por sus características denotaban mayor antigüedad. Rezaban: "Thomas Wayne" y "Martha Wayne". Dos que parecían más recientes. "Dick Grayson" y "Alfred Pennyworth".
Y luego una que acaba de ser labrada. Nueva y reluciente, por ahora.
"Elizabeth Miller-Wayne, amada esposa".
Al otro lado del cementerio Clark observaba desde una arboleda. También estaba muy empapado y vestido con un traje negro.
Bruce continuaba imperturbable. La mirada fija en la tumba donde depositaban el ataúd de aquella que fue su esposa por tan poco tiempo.
La lluvia continuaba azotando inclemente el lugar.
Clark escondió su rostro entre sus manos. No podía soportar más el dolor y se dio vuelta para alejarse.