Me pregunto cuándo fue que lo olvidé.
...
El sol irradiaba, iluminando la inmensa cancha deportiva frente a mí.
Abobado, imaginando todos esos días cargados de adrenalina frente al balón mientras recorría aquel enorme campo cubierto en pavimento.
Esperar expectante el segundo exacto antes de que sonara la campana para el receso.
Entrar de regreso al aula cuando mi cuerpo escurría sudor.
Ser castigado por la maestra debido al retraso de mi entrada al salón de clases.
Disfrutar cada día, sin preocupaciones.
...
Aquellos días también se plasmaron en mi memoria, dibujando un lindo recuerdo.
Sentarse al lado de una pared en dirección contraria de los rayos del sol, comer pacíficamente, alegremente.
Hablar con mis amigos de cualquier trivialidad que se nos ocurriera.
Reír inocentemente.
...
Aquel soleado día de abril mi madre, con una cara vacía, ojos distantes, pero manteniendo una leve sonrisa, me dijo:
En dos semanas nos vamos a mudar-
No la comprendí del todo en ese momento, como si cada palabra que pronunciara fuera completamente ininteligible para mí.
...-así que te vamos a cambiar de escuela.
Ni siquiera estuve triste
Ni felíz
O asustado.
Era como pensar, que se trataba de algo completamente ordinario.
Una nueva experiencia, pensé.
Aunque luego de recapacitar todo lo que había dicho mi madre hace un instante, el único pensamiento que rondaba mi cabeza, era el saber a qué tipo de casa iríamos a vivir.
...
Con completa indiferencia me despedí de mi antigua casa, mi antigua escuela, mis antiguos amigos, mi antigua vida.
...
La primera noche en mi nueva casa, luego de un largo día de mudanza.
Acostado en mi cama, mirando hacia la profunda oscuridad que teñía toda la pequeña habitación, mi mente despertaba.
Cuestionando mis últimos momentos en el lugar que me vio nacer.
Esa lenta noche de mayo, pude saborear un poco de ese sentimiento de repudio hacia mi mismo.
Mientras las gruesas pinceladas rozaban mi mente.
Incomodidad.
Arrepentimiento.
Ansiedad.
Tristeza.
¿Qué sentí en ese momento?
Ignorando los ruidos nocturnos, la débil luz que provenía por debajo de la puerta, la respiración de mis hermanos en la habitación.
Lo ignore todo, mientras mi mente quemaba esos recuerdos que antes veía como simples momentos cotidianos.
Los extrañaba.
Yo...
... comencé a llorar.
En completo silencio.
Sin que nadie lo supiera.
Sin consuelo.
Me sentí verdaderamente triste.
Angustiado al pensar cómo sería mi vida a partir de ahora.
Ignorando todo lo demás.
Esa nueva y pequeña habitación, no pudo ser mi consuelo.
Probablemente nada lo sería.
La noche me arrullaba, me silenció poco a poco.
Sin darme cuenta, me quedé dormido, con expectativas casi inexistentes, esperé al día siguiente.
...
A lo largo de todo el camino, no podía evitar sentirme cada vez más nervioso o asustado.
Una nueva escuela.
Personas completamente ajenas a mí.
Ignore todo a mi alrededor y entré por esas puertas metálicas y recorrí el pasillos siguiente.
Esperando no equivocarme de salón, me di cuenta que el mío era el último en una larga fila de aulas.
Lo dude un poco.
Cada segundo parecía eterno.
Las manos me sudaban.
En aquella aula casi deshabitada, baldosas de piedra apenas cinceladas.
Hileras enormes de sillas, y un gran escritorio en una esquina.
Todo ese ambiente me recibió de inmediato, mientras mi cuerpo se adentraba en lo más profundo del abismo frente a mí.
Sumergiéndome más, llegando al fondo, hundiendome.
En el momento que la campana me regresó del trance, mi mente trató de procesarlo, sin saber nada.
Sin escuchar nada.
Sin sentir nada.
Sin pensar en nada.
Sólo dejándome absorber.
Yo lo permití.
No hice nada en su contra.
Y aún así.
Ha logrado su objetivo.
...
Una nublada tarde de octubre, caminando por los estrechos pasillos de la escuela, escurriendo, goteando y esparciendo agua proveniente de mi ropa totalmente empapada, me di cuenta al ver el cielo sobre mi cabeza.
No estaba lloviendo y no lo había hecho en todo el dia.
Sólo no me percataba, no quería hacerlo.
Día a día la misma rutina.
Regresar a casa con el cabello lleno de tierra.
Moretones en mis brazos.
Vacío en mi pecho.
No podía recurrir a nadie.
"con qué derecho lo haría...?", pensé.
Sin ser consolado por nadie, caminé, caminé y caminé a la espera de que esté delirio terminase.
Ignorando todo a mi alrededor nuevamente.
En el fondo del abismo, sin percatarme que tratar de salir sería inútil.
Ni siquiera lo intenté.
Sólo acepté todo con la cabeza agachada.
Sin preguntarme un por qué
Sin opinar nada
Sin llorar más.
Sólo siguiendo la corriente.
...
Una soleada tarde de noviembre al salir de la escuela con las mismas condiciones, lo miré...
...cada movimiento grabado en mi retina...
...cada sonido retumbando en mis tímpanos...
...cada lágrima.
La reconocí casi al instante.
Ella siempre se sentaba en una esquina del salón.
Siempre alegre, sonriente.
Con sus cabelleras rubias cubriendo su lastimosa expresión.
Su ropa suelta, como si se estuviera desprendiendo.
Sus cuadernos regados decorando la esquina de la cuadra.
Y miles de palmas recorriendo su cuerpo en todas direcciones.
Cruzando a su lado apenas pude contener la respiración, mientras perplejo observaba la horrible escena.
Ella no se resistía.
No sé quejaba más que por sus gemidos de forma ahogada.
No miraba en la dirección de sus compañeros.
Pero, apenas pude notar su legítimo disgusto ante tal abuso.
No fue mi imaginación.
Y sin embargo, no pude hacer nada.
...
Imaginar su miedo me aterraba.
Empatizar su situación me asqueaba.
Recordar su rostro me deprimía.
Todos a su alrededor la ignoraron.
Dejaron a esos infelices satisfacerse.
Dejé que mi cobardía me ganara.
Yo también les temía.
Cada día lleno de acosos.
Me di cuenta que yo no era su única víctima.
Lo hice de la peor forma posible.