[Perspectiva del Duque Albert du Eylos]
El día era ordinario. Todo era lo mismo, la misma gente saludándome con respeto desde la primera hora del día. El baño preparado, la ropa preparada, y el desayuno esperándome en la siguiente habitación. Incluso el clima parecía no haber cambiado.
Mi asistente y mi mayordomo me esperaban fuera de la habitación para comenzar con el día de trabajo.
"Su Excelencia," James, mi mayordomo se acercó para ofrecerme una taza de té y señalar a uno de los sirvientes para ayudarme a vestir. "Es un día magnífico."
Si, siempre era un día perfecto, aunque no lo entendía.
Desde aquel día en que mis padres abandonaron este mundo, y el título de Duque cayera en mis hombres, no podía entender cómo podría el mundo ser tan magnífico como James lo describía. Yo veía lo mismo, monotonía y hábito. Nada más.
Nada parecía cambiar. Igual, normal. Sin sentido.
Yo realizaba mis tareas como se suponía, revisaba documentos que Vincent, mi asistente, me daba para firmar. Cientos de documentos, informes, reportes.
Incluso la comida seguía siendo la misma. O tal vez no, nunca me di cuenta, era como si mi paladar se hubiera quedado estancado.
"Hoy a las tres de la tarde habrá una cena con los socios para el proyecto del puente en Belcom, Su Excelencia."
"Vincent, no tienes que ser tan formal conmigo."
Vincent y yo crecimos juntos, convivimos juntos y estudiamos juntos desde el primer día de escuela hasta la universidad, y, aunque cada miembro de la familia de Vincent había trabajado en el Ducado de Eylos por generaciones, en realidad ellos eran mi familia más cercana. A excepción, tal vez, de la tía Felicia. Sin embargo, ella era como un hada que le gustaba aparecer y desaparecer en mi mundo sin anuncio. No estaba seguro, incluso, de dónde estaba en este momento.
Por otra parte, Vincent se había hecho mi sombra, me seguía y conocía hasta el último detalle. Su padre, Eliot Tate, era quien manejaba la empresa en mi lugar cuando tenía que asistir a clases. No podía confiarle a nadie más esa responsabilidad.
"Su Excelencia…"
"Vincent…"
"Está bien, pero James no me dejará en paz si me escucha."
Sabía que James era muy exigente con todas las formalidades de la mansión y, aunque, le había sugerido en numerosas ocasiones que relajara un poco las reglas, ese viejo no lo haría. No había forma de hacerlo cambiar de opinión.
"Tienes una cena con esos viejos zorros del consejo de directores a las tres, y después una cena con Marina Belmont."
"¿Quién?"
"La hija del profesor Belmont, ¿no la recuerdas?"
Mi cara le dio la respuesta. No, no la recordaba.
"La rubia que no dejaba de sonreírle toda la cena en la fiesta de compromiso de Héctor."
Odiaba esas fiestas. Esas mujeres no dejaban de verme con lujuria o codicia. Era evidente el deseo en sus caras. Desagradable.
"¿Por qué?"
Mi pregunta era un reflejo de la decepcionante labor de mi asistente para rechazar dicha cena. Él tenía entendido que yo no aceptaba tales citas con mujeres tan desagradables como ella, cuando sus intenciones eran tan evidentes.
"No pude rechazarla, es la hija del profesor Belmont," ahora recuerdo que Vincent tenía una promesa con ese hombre. Después de todo era uno de los mejores profesores de negocios de la Universidad Imperio, y si no fuera por su ayuda en aquella ocasión, Vincent habría sido expulsado del Colegio.
"Está bien," no pude más que aceptar.
Solo comería, bebería y después me marcharía sin mirar atrás.
***
Más tarde en el restaurante del viejo Jin, me encontraba sentado frente a una mujer que no dejaba de lanzarme pequeñas miradas, y sonrisas. Aunque, noté que no podía ocultar un toque de decepción en sus ojos. Después de todo, no me interesaba ni por un instante tener una relación con ella.
Si no fuera hija de alguien conocido, tal vez habría llegado a más con ella. Una o dos noches no estarían mal pero nada más. Sin embargo, qué lástima que resulta ser una de esas hijas de esos nobles que esperan un compromiso a largo plazo conmigo.
"¿Puedo brindar con usted, Su Excelencia?"
Me ofreció una copa de vino con una sonrisa cautivadora. No puedo negar que es una mujer hermosa que sabe jugar con sus cartas, además de ser brillante en su conversación.
Sin embargo, que pena que no es alguien con quien yo quisiera pasar más que una noche. Su máscara es obvia, esos ojos brillantes con codicia y ansias de poder no los puede esconder, ni siquiera con el aire de seducción que demuestra.
Tomé la copa y sorbí.
"Ja…" solo un trago. "Vete de aquí."
"¿Su… su Excelencia?"
"Vete de aquí, antes de que pierda la paciencia."
La mujer drogó la bebida. No entiendo cómo, pero debe ser el mesero que nos trajo el vino. Tendré una charla con el gerente más adelante.
"Pero…" se acercó más a mí, "yo solo quiero ayudarlo."
Su mirada estaba enfocada en mi boca a punto de entregarme sus labios. Qué desagradable. Incluso si era hermosa y llevaba un vestido mostrándome lo bien que le sentaba, su perfume se combinaba con su codicia. Era desagradable.
"Largo," apreté el botón de emergencia en mi reloj y dos de mis hombres entraron a la habitación para llevarse a la mujer.
"Su Excelencia, yo…" su mirada me suplicaba que la dejara estar conmigo.
Debía haber algo en la ansiedad de su cara que me pareció tan molesto que no pude más que esperar a que los guardias se la llevaran.
"Déjenme solo," les dije mientras uno de ellos cerró la puerta y escuché sus pasos alejándose.
Me quedé solo, esperando que el efecto de la droga pasara y me dejara. No pensé que tardaría, solo fue un trago, no más que unas gotas cayeron a mi garganta, así que solo tenía que esperar.
El calor que sentía era incómodo, y la sensación de deseo subía por mi cuerpo, pero no me moví. Ya había pasado por una situación semejante en el pasado. Podía soportarlo, la única condición era que me dejaran solo.
Sin embargo, parece que el destino salió a jugar y se encontró con mi vida y la de ella. Tal vez, debería agradecerle, tal vez, debería darle algunos beneficios a esa mujer rubia que drogó la copa y la botella, porque sin ellas, la mujer que sería mi esposa no habría abierto esa puerta, no hubiera tomado la botella, y no hubiera caído a mis brazos.
"¿Quién eres?"
Me preguntó cuando sus bellos ojos azules enfocaron mi cara y me sonrió. Después me empujó a la silla y sin dejarme contestar, y sin ninguna explicación me besó.
Dulce… tan dulce…
Después el deseo creció y creció hasta que su vestido ya no seguía en su lugar. El calor nos inundaba y ese día la hice mía.
La droga, el destino y un beso fue lo que nos condujo a que tres horas después su familia entrara mientras ella seguía gimiendo, mientras yo seguía llenándola. No había más que hacer, su padre nos vio.
"¡Edén!"