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Larga vida al Imperio

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Synopsis

Chapter 1 - Capítulo 1

La guerra es una masacre entre gentes que no se conocen, para provecho de gentes que si se conocen pero que no se masacran.

-Paul Valéry

"El hombre nace bueno, pero al relacionarse con la sociedad se corrompe". Esas fueron las palabras del filósofo Rousseau, aunque hay otros que dicen que el hombre nace malo por naturaleza, y que la sociedad lo corrompe más. Pero aunque digan diferentes cosas, todas se refieren al mismo punto, el hombre es malo por excelencia.

Pero siempre me he preguntado qué es lo que se considera malo ante los demás. Yo considero que seguir tus propios intereses no está mal, las personas con dinero han llegado a donde están por su avaricia; las personas que están en la alta política son exitosos por sus insaciables ansias de poder. Aunque, todo en exceso está mal, nuestra libertad como persona termina donde la del otro comienza.

Ahora, supongamos un caso hipotético en el que tu vida está puesta en peligro por culpa de otra persona. Basándonos en la tercera ley de la robótica hecha por el escritor Asimov y aplicándola en ámbito más humano, se podría decir lo siguiente: "Un humano debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con hacer daño a otro humano". Pero, ¿es esto posible?, decenas de guerras han sido la causante de miles de muertes de personas, y solamente para defender las ideas de un bando sobre los demás. Si una guerra se peleara bajo tal ley, iniciarían y terminarían con el diálogo entre los dirigentes de una nación.

Es triste ver cómo hay personas que luchan por sus vidas en el campo de batalla, sólo para defender ideas de una nación a la que tal vez nunca le tomaron un cariño por el cual serían capaces de defenderla con su propia vida. Por ejemplo, durante la Segunda Guerra Mundial, miles de hombres provenientes de las colonias francesas viajaron hasta Francia para pelear por una nación que nunca conocieron, y qué ocurrió al final, los hombres negros y no franceses fueron echados de las filas del ejército y los regresaron a su país de origen, pero nadie les agradeció por sus enormes sacrificios al país.

Y sabiendo todo eso, volvamos al presente. Alguna vez hubo un chico y su mejor amigo, que durante la Tercera Guerra Mundial, quisieron pelear por su país, consiguieron identificaciones falsas porque al no ser mayores de edad, no podrían enlistarse, lograron entrar al ejército, y después de varios meses de capacitación militar, los enviaron a pelear al frente, donde vivieron un infierno. Al final, la guerra se convirtió en una de desgaste, donde se peleó en muchos frentes en trincheras hasta que quedara un solo vencedor. Los altos mandos del Imperio, la nación por la que pelearon esos chicos, decidieron hacer un fuerte contraataque en el frente donde estaba el chico y su mejor amigo. Pero para llevar ese plan a cabo, tenían que retroceder mucho para reunir a la fuerza principal, pero el enemigo podría tomar el período de retirada a su favor y seguir a los soldados que retrocedian, para evitar eso, decidieron que un grupo de soldados haría una ofensiva sobre las trincheras del enemigo, entre ellos, estaban esos chicos jóvenes e inexpertos.

….

De pronto, se escuchó el silbato del oficial en jefe y todos salieron de la trinchera. Armados con fusiles de asalto y subfusiles, corrían hacia la trinchera enemiga, que se defendió muy bien. Torretas desplegadas a lo largo de la trinchera disparaban hacia los soldados que llevaban la ofensiva, sin tener un lugar en donde cubrirte por culpa de la devastación en el campo de batalla, solo podías rezar para que ningún soldado te pusiera en sumira.

El chico y su mejor amigo lograron llegar a la trinchera y defendieron su posición sin temblar. Cuando pensaron estar a salvo, bajaron su arma, y al hacer eso quedaron indefensos y uno de los dos recibió un disparo en la cabeza por parte de un soldado enemigo.

El chico tomó a su querido amigo que iba a caer al suelo, con mucho enojo y rabia, sacó su pistola de su funda y rápidamente le disparó al enemigo mientras llevaba el cuerpo de su difunto amigo en su brazo. Dejó el cuerpo de su compañero en suelo y con su mano cerró sus ojos. Todos sabían que la orden que tomaron los altos mandos se definía en sacrificar vidas de peones en el frente para lograr un mayor ataque. Lleno de enojo, el chico se dispuso a barrer la trinchera enemiga, recibiendo varios disparos que no les tomó importancia. Al final, sólo quedó él y algunos soldados, que no celebraron su victoria, sólo se sentaron contra la pared, sin decir nada, tristes y molestos por lo que había ocurrido.

El ataque de la fuerza principal no sirvió de nada, pues tiempo después se firmó la rendición del Imperio. Quedando en una enorme bancarrota, con extrema pobreza en las personas.

Con ayuda de sus compañeros que no conformes con la solución de la guerra, formó un grupo militar muy fuerte formado por soldados que sobrevivieron a la guerra, tomó el palacio de gobierno, matando a todos las personas que no estuvieran de acuerdo con sus principios. Y así comenzó un período de reconstrucción, donde se recuperó una estabilidad económica, pero a qué costo, se cerró el país a la inversión extranjera, los negocios más importantes eran monopolios controlados por el gobierno. El enlistamiento militar era obligatorio para los hombres si eran elegidos por el gobierno, siendo arrancados a la fuerza por su familia, aunque algunos eran devueltos a sus hogares después de algunos años.

No había pobreza, pero la gente vivía triste, no podían salir del país a excepción de que fueras poseedor de un permiso otorgado por el gobierno, que solo se le otorga a familias poderosas. Tampoco podías saber mucho sobre el exterior, pues se controlaba la entrada de información al país por parte del gobierno, por otra parte, los servicios de salud y de educación son gratuitos, aunque los materiales de educación no incluyen referencias que dejen mal parado al gobierno actual, al contrario, lo hace ver como el mejor Estado de todo el mundo.

Esto era la nueva forma del fascismo moderno.

***

Estaba sentado cómodamente en un sofá rojo individual, observando la ventana que daba una hermosa vista al jardín delantero de la mansión. El lugar se veía muy solo, a comparación de lo normal, pues siempre hay un anillo de seguridad que cuida cada rincón del lugar, pero esta vez no había nadie a cargo de la seguridad.

La pequeña biblioteca donde estaba, era mi habitación favorita de toda la mansión, pues tenía una buena iluminación y temperatura, además de que había estantes repletos de libros para leer. Aunque también había un televisor en caso de que no quisiera leer.

De pronto, una hermosa mujer entró, con un aroma delicioso a flores, rubia y de cabello largo, con unos lindos ojos verdes. Vestía un cálido suéter naranja, del cual sobresalía un cuello de una camisa blanca de botones que llevaba debajo. También, vestía una falda corta de color negra, con unas medias que hacían relucir sus piernas, y unas botas negras. Ligeramente, Leyna es mayor que yo por algunos años, aunque a simple vista parece de mi edad.

Con una voz seria y de respeto hacia mí, me dijo: "Gracias por la ropa, señor Emil, pero no entiendo por qué hizo que me la pusiera, ¿es un fetiche suyo?"

-Sólo es un experimento, me da igual cómo estés vestida- dije seriamente viéndola con una sonrisa.

-Entonces me iré a cambiar- dijo Leyna, dando media vuelta y caminando hacia la puerta.

-¡Sí, es por un fetiche!¡No te cambies de ropa!- dije apresuradamente antes de que se fuera de la habitación.

La verdad es que elegí especialmente esa ropa para ella, el uniforme que siempre lleva, a pesar de que muestra su belleza, no resalta su cuerpo, y este sí lo hace. Sueño en que ella deje a un lado su uniforme y se vista con ropa casual para el trabajo, pero ella es muy estricta con eso.

-Entonces está bien- respondió con una voz seria.

Leyna caminó a un sillón rojo que se encontraba en medio de la habitación, quedándose callada y sin hacer nada. Mientras que yo seguía observando la ventana.

-¿Viste las noticias?- pregunté.

-¿El ataque a la mansión del general Fischer?- respondió.

-Sí, ¿qué piensas respecto a eso?

- Dudo que el Emperador les tome mucha importancia, pues no ha ordenado un ataque directo. Además de que sus recursos son inútiles frente al Imperio. Sólo dejan ver que los ataques de la guerrilla son apresurados e inútiles, la calidad de los canales de comunicación del Ejército de Liberación Imperial hacen que haya una mala coordinación en los ataques en los frentes. Sus ataques son muy predecibles.

-Pienso lo mismo. Tu qué crees respecto a los guardias y trabajadores, ¿que los amenazaron o los sobornaron?

-Tal vez es la primera, junto que sus instintos los hicieron actuar de esa manera. Sigue siendo una figura del Imperio, puede que tengan un rencor hacia su persona.

-La guerrilla no sabe quién soy realmente, sólo piensan que soy pariente de una figura de autoridad del gobierno que puede tener cierta información que los ayude. Así que tampoco saben de ti- decía seriamente, volteé a ver a Leyna con una sonrisa tentadora- Sabías lo de los empleados y no me dijiste nada.

-Yo no haría nada que pusiera en riesgo su integridad, señor- respondió Leyna, manteniendo su firme compostura.

-Bueno, no importa. Para mí también es algo divertido, me aburre estar todo el día en la mansión.

Regresé a ver de nuevo la ventana y vi cómo de manera apresurada llegaron tres camionetas negras, con ventanas oscuras.

-Parece que llegaron- dijo Leyna.

Hombres armados con fusiles salían de las camionetas, llevaban ropa militar, chalecos antibalas y el rostro cubierto. Atravesaron fácilmente el portón de hierro y ya estaban dentro de la mansión. No tardaron mucho en encontrar la biblioteca donde estábamos, al último piso de la mansión. Forzaron la puerta y entraron varios hombre apuntándonos con sus armas.

Asustados, Leyna y yo levantamos las manos, sin mostrar resistencia.

-¡Jefa, lo encontramos!- gritó uno de los soldados mientras nos apuntaba.

-¡De pie!- nos ordenó uno de ellos.

Leyna se levantó asustada, yo tomé mi bastón y con ayuda de este me puse de pie, mostrando un poco de dolor. Llamando la atención de los soldados, por su parte estaba el hecho de que usaba un bastón y por otra parte estaba el bastón, pues era un poco llamativo, y no los culpo. Mi bastón era de madera marrón, con acabados de oro al inicio y al final del cuerpo del bastón, teniendo una cabeza de un dragón chino de oro por empuñadura. Me costó una fortuna, ya que se tuvo que mandar a hacer a China, y muy pocos conocen la técnica con la que se hizo, además de que lleva oro y un acero especial, que para nada son minerales baratos.

Luego, los soldados nos cubrieron el rostro con capuchas negras que nos impedían ver lo que pasaba. Amablemente uno de los soldados tomó mi mano para bajar las escaleras, nos llevaron fuera de la mansión porque podía sentir el aire fresco golpear mi cuerpo.

Nos subieron a una de las camionetas, donde podía escuchar la voz de los soldados, donde pude distinguir una voz femenina, pero no podía ver quién era. Nos sedaron y caímos rotundamente dormidos.