"¡Ey zanahoria! Dame tu almuerzo", "¡Qué asco! ¿Por qué eres tan anaranjado como una zanahoria?", "Zanahoria, pásame tu tarea"...
Leo sufría por el desprecio de sus compañeros debido a su cabello casi naranja y su piel pecosa, al punto de que las chicas lo miraban con desprecio y los varones lo molestaban a cada rato llamándolo "zanahoria".
Tan grande era el acoso que recibía en la escuela, que ni los maestros podían controlar las palabras despectivas con las que el pobre chico era señalado, de manera que el bullying que los alumnos ejercían contra él crecía exponencialmente.
Esta terrible situación lo llevó a creer en esas crueles palabras, al grado de percibirse así mismo como un personaje animado mal dibujado. Lo que más odiaba eran sus cejas y pestañas, las cuales eran más rojizas que su cabellera.
Cuando entró a la universidad fue más sencillo para él esconder su apariencia. Para asistir a las clases usaba todo tipo de gorras que ocultaran su cabello y vestía sudaderas holgadas de colores neutros que le ayudaban a pasar desapercibido. Incluso dejó crecer su barba, que para su fortuna era bastante tupida y no era tan rojiza, un detalle que lo ayudó a mimetizarse entre el resto de sus compañeros, quienes también vestían desaliñados.
Al graduarse de artes plásticas, Leo decidió trabajar en el taller de su padre, Jacob Brown. En un principio, dicho lugar era un espacio seguro que lo hacía olvidar del bullying que sufría en sus años escolares, donde también ahí fue donde descubrió su talento como tallador de madera.
Esta habilidad fue de gran utilidad para su progenitor, quien le encargaba a Leo que perfeccionara los trabajos que realizaban, lo cual impulsó en gran medida el negocio de su padre, provocando que este se volviera muy famoso en Ciudad M por la calidad de sus muebles.
Un día, el taller recibió un particular pedido desde la página web, de la cual se encargaba Leo, para ofrecer los productos que hacían. Dicho encargo consistía en una puerta de caoba rojiza, con un acabado rústico con detalles de flores y hojas. Este trabajo atrajo mucho la atención del chico pelirrojo, que, sin dudarlo, de inmediato se puso manos a la obra.
Era tal su gusto por esculpir y tallar objetos de madera, que no durmió durante tres noches seguidas, hasta el punto de que olvidó comer a sus horas con tal de perfeccionar su obra. Al cuarto día terminó, dejando que su padre se encargara del resto del proyecto.
Debido a su desvelo, Leo durmió como 12 horas, en las cuales soñó que se encontraba en la playa mirando el atardecer, tan rojizo como su cabello. Todo el ambiente era del mismo color y parecía que se perdía en él. La escena lucía demasiado onírica, que se sentía embelesado por la calma que emanaba la puesta del sol.
Luego de recorrer con la mirada aquel lugar, notó que una mujer de vestido azul marino caminaba por la orilla de la playa, resaltando en ese escenario de tonos rojizos. La chica tenía un sombrero que cubría su rostro, lo cual impedía que Leo pudiera ver cómo era.
Mientras observaba que esa mujer se acercaba, una parvada de gaviotas cruzó frente a él, haciendo que perdiera de vista a aquella joven. De repente, Leo sintió que unas delicadas manos tomaban su rostro, para después ser besado por esa misteriosa persona.
Cuando volvió en sí, vio que la joven le decía algo. Sin embargo, el ruido de las olas le impidió escuchar su mensaje. Entonces, la alarma de su teléfono móvil lo despertó.
Aturdido, se dio cuenta de que todo había sido un sueño, por lo que luego de unos minutos, se levantó perezosamente y caminó hacia el baño para orinar. Cuando terminó, se lavó el rostro y comenzó a asearse, para posteriormente vestirse y bajar a desayunar.
Mientras comía los hot cakes que había preparado su padre, Leo trataba de recordar los detalles de ese peculiar sueño.
Al notar que su hijo estaba tan pensativo, Jacob sintió curiosidad por lo que le ocurría, así dejó de leer su periódico y se dirigió a él para preguntarle qué le pasaba.
—¿Dormiste bien?
—Mmmm, más o menos —murmuró sin mucho ánimo.
—¿Quieres descansar hoy? Puedo ir solo a entregar el pedido —sugirió Jacob con sumo interés en el bienestar de su hijo.
—No te preocupes, estaré bien —contestó el chico con voz ronca—, ¿me pasas la miel?
Jacob le entregó el frasco de miel y continuó hablando.
—Bueno, si tú lo dices. Por cierto, Abraham me marcó temprano para pedirme que lo ayude a instalar unas ventanas. Después de llevar la puerta, puedes acompañarme a su casa.
—Ok —contestó Leo de manera apática.
Al notar que Leo no tenía muchas ganas de hablar, Jacob suspiró de frustración para luego seguir leyendo el periódico mientras tomaba a sorbos su café.
Cuando terminaron de desayunar, ambos hombres se dirigieron al taller para cargar la puerta a la camioneta y partir a la casa del cliente a entregar el pedido.
Media hora después, llegaron a una casa de dos pisos, color azul brillante. El predio tenía un jardín completamente descuidado, cuyo el pasto estaba muy amarillo y las hojas secas de los árboles se encontraban en el piso formando un tapete anaranjado.
Jacob fue el primero en bajar y llamar a la puerta. Sin embargo, nadie respondió, por lo que decidió contactar por teléfono al comprador.
Mientras Leo esperaba en la camioneta, se percató que las casas del vecindario tenían un diseño similar, muy diferentes al domicilio del comprador, el cual rompía con la estética de la colonia. Ante esto, pensó: «Quien viva aquí es una persona con poco sentido de la belleza y buen gusto».
De repente, su vista notó que a lo lejos venía una mujer corriendo. Vestía una sudadera azul y pants negros que resaltaban su silueta, lo que provocaba que las personas que se encontraban en la calle volteaban verla cuando cruzaban a su lado.
Su atención también centró en el largo cabello negro de la mujer, el cual estaba sostenido con una coleta y se balanceaba graciosamente, lo que la hacía lucir como una modelo salida de un comercial de ropa deportiva.
Cada vez que esa chica se acercaba, Leo sentía que había algo en ella que le parecía bastante familiar. Luego de un rato, la joven se detuvo frente a la casa. Era la clienta que estaban esperando.