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Chapter 5 - Propuesta tentadora

—Me gustaría hacerte una propuesta.

Al escuchar esto, miré fijamente al capitán, y noté que tenía una mirada maliciosa. Eso me hizo dudar de que tuviera buenas intenciones. El capitán al notar mi recelo, se rió tan fuerte y caminó hacia su escritorio.

—Eres una chica interesante —dijo mientras tomaba asiento—. Esta propuesta te beneficiará. ¿Qué te parece convertirte en mi protegida? Puedo hacer que hoy duermas en un camarote con todas las comodidades y no convertirte en esclava en el Nuevo Mundo.

—¿A cambio de qué? —pregunté rápidamente.

Antonio volvió a reír y me miró maliciosamente.

—Veo que piensas mal, no quiero tu cuerpo si es lo que imaginas.

—¡Antonio! Qué cosas le dices a una niña —regañó fray Juan.

—¿Niña? ¿Tan inocente te parece? —contestó de forma burlona— En donde vivía, ella ya estaba en edad de casarse, así que no me sorprende que sea tan astuta.

—Pero no debes hacer ese tipo de comentarios, Indira es inocente y tiene otro tipo de cultura. No tiene malicia como tú —replicó el misionero.

El capitán de "La Castiza" ignoró al religioso y continuó hablando.

—Mira niña, fuiste afortunada de caer en mis manos, ya que otros mercaderes te habrían vendido a un burdel. Debes estar agradecida por salvarte.

—Ja ja ja ja ja ja —comencé a reír, tomando por sorpresa a Antonio y a fray Juan—. ¿Agradecida? Gracias a gente como tú perdí a mi familia —reclamé mientras mi furia salía en forma de lágrimas—. Hubiera sido mejor haber muerto de hambre en mi aldea, que estar aquí en medio de la nada.

Cuando terminé de hablar, Fray Juan me abrazó y yo escondí mi cara en su pecho. Estaba tan dolida, que en todo este viaje no había podido desahogarme por haber perdido a mi familia. Ahora que ese hombre se decía mi salvador y me proponía ser su protegida, era una burla para mi.

Cuando logré calmarme, noté que el capitán estaba en su escritorio y parecía que no se había inmutado por mi reclamo. Éste al ver que había dejado de llorar, dijo con una mirada dura.

—Retírense.

De inmediato el hermano Juan me llevó hacia la puerta. Antes de que saliéramos, volvió a hablar.

—Prepara a otra chica.

Eso fue como una sentencia para mi. Sentí que mi orgullo me hizo perder la oportunidad de tener un poco de libertad, pero ¿a cambio de qué?

Fray Juan me llevó a mi celda y antes de que entrara, él trató de consolarme:

—Eres muy valiente, conservaste tu dignidad. No puedes vender tu alma a cambio de una vida fácil.

—¿Dignidad? ¿Crees que eso cuenta en este momento? —cuestioné.

—Dios, nos pone pruebas que podemos cargar. Sus pruebas son como el fuego que forja el metal.

—Entonces, ¿tu Dios permite que nos arrebaten nuestra libertad para ser fuertes como el metal? —repliqué.

El misionero me miró con ojos de tristeza y acariciando mi cabeza, insistió.

—Sé que parece difícil de creer, pero si confías, verás que él ha obrado en ti muchos milagros. Si hoy estás aquí debe ser una señal de que estás destinada a hacer cosas que te enaltecerán. ¿Qué harías ahora si aún siguieras en la comodidad de tu hogar? Hubieras esperado a casarte, tener hijos y seguir las costumbres de tu aldea. Eso no es malo, ¿pero habrías conocido el dolor de tus hermanos que ahora son esclavos? ¿Habrías ayudado a ese niño que estaba a punto de morir anoche? ¿Acaso no tienes una nueva visión de este mundo?

Sus palabras fueron como un golpe de realidad. Él tenía razón. Antes de ser raptada, sólo pensaba en hacer lo mismo que las demás mujeres de mi aldea. Sabía que me iba a casar, pero incluso eso estaba decidido desde antes de que yo tuviera conciencia. Ahora sentía que quería conocer las cosas maravillosas que el hermano Juan me había contado en sus clases y luchar por mi libertad.

Entonces una especie de fuego invadió mi corazón e hizo que mis piernas se movieran, dejando atrás al misionero. Si hubiera una forma de negociar mi libertad, tomaría la oportunidad antes. No me me di cuenta cómo llegué hasta la cabina del capitán, pero entré sin avisar y grité:

—Acepto ser su protegida.

Luego de mi abrupta intromisión, el capitán dejó lo que estaba haciendo, se levantó y caminó hacia mí. Eso hizo que mi corazón palpitara tanto. Aunque mis piernas temblaban de miedo, mantuve mi cabeza erguida y la mirada fija en los ojos de Antonio. Pero cada vez que él se acercaba, pensaba que había tomado la peor decisión de mi vida.

Entonces, él pasó junto a mí y cerró la puerta de golpe. Luego se acercó, y mirándome fijamente, sonrió de forma maliciosa. A pesar de su actitud, mantuve mi postura para que no notara mi temor.

—Vaya, vaya, sí que eres interesante —dijo en tono sarcástico.

—Quiero regresar a mi casa, ¿qué tengo que hacer para conseguirlo? —pregunté con firmeza, tratando de que mi voz no se quebrara por el miedo.

—Veo que aún piensas que soy un monstruo come niñas...—se defendió.

—No te tengo miedo —señalé.

—Gánate ese derecho —dijo retándome.

—¿Qué tengo que hacer? —insistí.

—Baila para mí —propuso, mientras acercaba más su rostro.

—¿Qué? —pregunté incrédula.

—Como lo escuchaste —señaló, mientras agarraba mi quijada—. Sé que en tu país acostumbran a bailar, así que quiero que me entretengas con una danza.

Al escuchar esto, me sentí insultada. ¿Acaso este hombre me comparaba con una de esas cortesanas que se dedican a cantar y bailar para la realeza?

—No sé bailar —respondí con ira.

Tras escuchar esto, Antonio comenzó a reír tan fuerte.

—No puedo creer que no sepas bailar —dijo mientras reía—. He ido muchas veces a tu país y siempre se la pasan festejando con baile y música.

—No sé a qué lugares hayas ido, pero en mi familia no somos danzantes —contesté firmemente, lo que hizo que el capitán deje de reír.

—Entiendo —dijo mientras suspiraba y cruzaba los brazos—. Entonces ¿qué sabes hacer?

—Mi madre me enseñó cosas relacionadas con el hogar... —contesté con un poco de duda.

—Mmmm, supongo que te estaban preparando para casarte. Pero lástima, ahora estás rumbo a otro país y es probable que nunca llegues al matrimonio.

Esto último fue un golpe para mi orgullo. Era cierto que mi padre había concertado casarme con el hijo de una familia de mi misma casta y solo estaba esperando la fecha propicia para comenzar con los preparativos y finalizar el compromiso.

Realmente no conocía a mi futuro marido, pero me ilusionaba imaginar cómo sería. Deseaba que fuera un hombre igual como mi papá, que siempre fue bueno con mi mamá. Ellos habían sido comprometidos a temprana edad y se casaron muy jóvenes. De su unión nacieron mis tres hermanos y yo, que era la única niña.

En mi aldea y regiones cercanas, el matrimonio era la unión política de dos familias. Mi matrimonio estaba destinado a elevar el estatus de ambas familias y fortalecerlas ante futuros conflictos contra otros reinos.

Pero ahora que me encontraba en este barco, conocí lo aberrantes que eran los hombres, especialmente los occidentales. Esta situación hizo que empezara a dudar si realmente valía la pena casarme. Si mi marido resultaba igual de monstruoso que aquellos marineros, prefería hacer un voto de castidad.

Al verme meditativa, el capitán de "La Castiza" me tomó de los hombros, para preguntarme.

—Entonces ¿qué me ofreces a cambio de regresar a tu casa?

Esto hizo que saliera de mi trance, por lo que sólo pude responder:

—Puedo recitar para ti.

—¿Y si bailas mientras recitas? —insistió.

—Ya te dije que no sé bailar —contesté, aunque no quería decirle que había aprendido algunos movimientos para una festividad, pero definitivamente eso no era una danza como las que practicaban las cortesanas.

—No te creo, se nota que tienes pies ligeros —señaló, mientras su vista se dirigía a mis pies, sucios después de tanto tiempo de estar en hacinamiento—. Aunque noto que necesitas asearte. En fin, te daré tiempo para que prepares una danza y bailes para mí.

Luego de hablar, me jaló hacia la puerta y salimos de su cabina. Después llegamos a otra habitación, a la cual me hizo entrar, y me dijo muy serio.

—Ahora, esta será tu nueva habitación.