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Chapter 22 - C A P Í T U L O 1 9

EL cansino verano se alargaba. Cuando llegaron los meses de otoño, el calor no disminuyó. Burton regresó eufórico del encuentrocampamento de Pacific Grove. Describía entusiasmado la encantadora península y la bahía azul y contaba cómo habían transmitido la palabra a la gente los predicadores.

Algún día le dijo a Joseph me iré allí y me construiré una casita y me quedaré el año entero. Mucha gente se está instalando allí. Algún día será una ciudad importante.

Se mostró muy satisfecho con el niño pequeño.

Es de nuestra familia dijo sólo que algo cambiado. Y alardeó ante Elizabeth. Somos de un linaje fuerte. Sale siempre. Desde hace casi doscientos años, todos los niños han tenido esos ojos.

El color es muy parecido al de mis ojos dijo Elizabeth en tono de protesta. Y, además, el color de los ojos de los niños cambia cuando crecen.

Me refiero a la expresión explicó Burton. Es la expresión de los Wayne, que sale siempre en los ojos. ¿Cuándo pensáis bautizarlo?

Oh, no lo sé. Quizá vayamos a San Luis Obispo dentro de poco y, naturalmente, a mí me gustaría ir una temporada a Monterrey en alguna ocasión.

El calor del día madrugaba en las montañas y echaba a los pollos de su charla matutina sobre los montones de estiércol. Para las once ya no se podía aguantar bajo el sol, pero antes de las once, Joseph y Elizabeth a menudo sacaban un par de sillas de la casa y se sentaban a la sombra de las ramas del enorme roble. Elizabeth daba de mamar allí al bebé pues a Joseph le gustaba ver al niño mamando.

No crece tan deprisa como yo creía se quejaba Joseph.

Estás acostumbrado al ganado le recordaba ella. Los animales crecen mucho más deprisa, pero viven menos tiempo.

Joseph contemplaba a su esposa en silencio. «Se ha vuelto muy juiciosa», pensaba. «Ha aprendido tantas cosas sin haberlas estudiado». Le desconcertaba.

¿Te sientes muy diferente de la chica que vino de maestra a la escuela de Nuestra

Señora? le preguntó.

Elizabeth se rió animadamente.

¿Parezco diferente, Joseph?

Naturalmente que sí.

Entonces supongo que lo seré.

Cambió al niño de pecho, poniéndolo sobre la otra rodilla y el bebé agarró hambriento el pezón, como una trucha el cebo.

Estoy dividida siguió Elizabeth. No había pensado en ello seriamente. Antes pensaba con términos de las cosas que había leído. Pero ahora ya no. Ahora no pienso nada. Sólo hago las cosas que me ocurren. ¿Qué nombre le pondremos, Joseph?

¡Es verdad! dijo Joseph. Me imagino que John. Siempre ha habido un John o un Joseph en la familia. John ha sido siempre el hijo de un Joseph y Joseph, el hijo de un John. Siempre ha sido así.

Elizabeth asintió con la cabeza y sus ojos miraron a la lejanía.

Sí, es un nombre bonito. No le causará problemas ni le avergonzará. No tiene ningún significado. ¡Ha habido tantos Johns, de todo tipo, buenos y malos!

Retiró al niño del pecho y se abrochó el vestido y después incorporó al bebé para que echara los gases.

¿Te has dado cuenta, Joseph, de que los Johns son siempre o buenos o malos, pero nunca neutrales? Si un niño neutral se llama John, no conserva el nombre. Se convierte en Jack.

Dio la vuelta al pequeño para verle la carita. Tenía los ojillos cerrados como un cerdito.

Te llamas John, ¿lo oyes? le dijo jugueteando. ¿Lo has oído? Espero que nunca sea

Jack. Preferiría que fueras malo a ser Jack.

Joseph sonrió divertido ante la ocurrencia de Elizabeth.

Todavía no lo hemos sentado en el árbol. ¿No te parece que ya es el momento?

¡Siempre tu árbol! le dijo ella. Crees que todo gira alrededor de tu árbol. Joseph se echó hacia atrás para mirar las grandes y tiernas ramas.

Lo conozco a fondo, ¿sabes? le dijo. Lo conozco tan bien que con sólo mirar a las hojas sé qué día va a hacer. Prepararé un asiento para el niño ahí en la horquilla. Cuando sea

algo mayor, podría hacer unos escalones en la corteza para que suba.

Pero podría caerse y hacerse daño.

No de este árbol. No le dejaría caerse. Elizabeth lo miró con ojos penetrantes.

Todavía sigues jugando al juego que no es un juego, ¿eh, Joseph?

Sí confesó él, todavía sigo jugando. Déjame al niño a mí ahora. Lo pondré en las ramas.

Las hojas habían perdido su brillo bajo una capa de polvo del verano. La corteza estaba gris y seca.

Se puede caer, Joseph le avisó Elizabeth. Te olvidas de que no se sujeta solo todavía.

Burton salía de la huerta y se acercó a ellos, secándose el sudor que empapaba su frente con un pañuelo.

Los melones ya están maduros. Los mapaches se los están comiendo. Deberíamos poner trampas.

Joseph se inclinó hacia Elizabeth con los brazos extendidos.

Pero se puede caer protestó Elizabeth.

Yo lo agarraré. No dejará que se caiga.

¿Qué vais a hacer con el niño? preguntó Burton.

Joseph quiere sentarlo en el árbol.

Instantáneamente la cara de Burton se endureció y sus ojos se volvieron hoscos.

No lo hagas, Joseph le dijo con severidad. No debes hacerlo.

Te digo que no lo dejaré caer.

No es por eso. Sabes a qué me refiero. Júrame que no lo harás nunca. Joseph se volvió a él enfadado.

No juraré nada le dijo, ¿por qué había de jurar? No veo nada malo en lo que estoy haciendo.

Burton le dijo muy calmado:

Joseph, nunca me has oído suplicar nada. No nos va a los Wayne suplicar, Pero ahora te suplico que abandones esto. Si yo me muestro deseoso de pedírtelo te puedes hacer una idea de lo importante que es.

Burton tenía los ojos húmedos de la emoción. La expresión se suavizó en la cara de Joseph.

Si te molesta tanto, no lo haré dijo.

¿Y me jurarás que no lo harás nunca?

No, no lo juraré. No dejaré lo mío por lo tuyo. ¿Por qué iba a hacerlo?

Porque estás permitiendo que el mal entre en ti gritó Burton apasionado. Porque con ello le abres la puerta al mal. Una cosa así no quedará impune.

Joseph se rió.

Entonces, deja que caiga sobre mí el castigo dijo.

Pero no te das cuenta, Joseph, de que no se trata sólo de ti. A todos nosotros nos alcanzará la desgracia.

aquí.

Entonces, ¿lo haces por protegerte a ti mismo, Burton?

No, trato de proteger a todos. Pienso también en el niño y en Elizabeth, que están

Elizabeth miraba atónita a uno y a otro. Se puso en pie y estrechó al niño contra su

pecho.

¿Qué es lo que estáis discutiendo vosotros dos? exigió que le explicaran. Aquí hay algo de lo que yo no estoy enterada.

Yo se lo diré amenazó Burton.

Decirle qué. ¿Qué es lo que hay que decir? Burton suspiró profundamente.

¡Allá tú, entonces!, Elizabeth, mi hermano está negando a Cristo. Rinde culto como los paganos antiguos. Está perdiendo su alma, dejando que el mal se apodere de ella.

No estoy negando a Cristo repuso Joseph con aspereza. Hago una cosa bien simple que me gusta.

Entonces, el colgar sacrificios, el verter sangre, ofrecer las cosas buenas al árbol, ¿es tan sólo una cosa sencilla? Te he visto salir a hurtadillas de la casa por las noches y te he oído hablando con el árbol. ¿Es eso una cosa sencilla?

Sí, una cosa sencilla replicó Joseph. No hay mal en ello.

Y el ofrecer tu primogénito al árbol, ¿también es una cosa sencilla?

Sí, es un juego sin importancia.

Burton se dio media vuelta y recorrió la tierra con la mirada. Las olas de calor eran tan intensas que tenían un color azul y hacían que las montañas se retorciesen de dolor y se estremecieran.

He intentado ayudarte dijo lleno de tristeza, lo he intentado incluso con más ahínco del que prescribe la Escritura.

Se volvió para mirar a Joseph con ferocidad.

¿No quieres jurar, eh?

No respondió Joseph. No juraré nada que me suponga un límite, que me impida hacer lo que quiero. Por supuesto que no juraré.

Entonces, reniego de ti. Burton escondió las manos en los bolsillos. Entonces, no me quedaré aquí para no verme involucrado.

¿Es verdad lo que dice? preguntó Elizabeth. ¿Has estado haciendo todo lo que dice? Joseph se quedó mirando malhumorado al suelo.

No lo sé. Levantó una mano para acariciarse la barba.

Creo que no. Lo que dice Burton no se parece a lo que yo he estado haciendo.

Lo he visto interrumpió Burton. Noche tras noche le he visto avanzar en la oscuridad hasta llegar al árbol. He hecho todo lo que he podido. Pero ahora he decidido alejarme de este error.

¿Dónde irás? le preguntó Joseph.

Harriet tiene ahorrados tres mil dólares. Iremos a Pacific Grove y nos construiremos una casa allí. Venderé mi parte del rancho. Quizá ponga un almacén. Esa ciudad crecerá, estoy seguro.

Joseph dio unos pasos hacia delante, como si quisiera interceptar su decisión.

Lo sentiré mucho al pensar que he sido yo quien te ha hecho marcharte. Burton se acercó a Elizabeth y miró al niño.

No eres tú sólo, Joseph. La podredumbre ya estaba en nuestro padre y no se extrajo. Creció hasta apoderarse de él. Sus últimas palabras demostraron lo lejos que lo había llevado. Lo vi incluso antes de que tú te vinieras al Oeste. Si te hubieras establecido entre gente que conocía la Palabra y que permanecían fuertes en la Palabra, se habría extinguido lo que llevas dentro. Pero viniste aquí. Extendió la mano señalando la región. Las montañas son demasiado altas dijo casi en un sollozo, el lugar es demasiado salvaje y toda la gente lleva

la semilla del mal en su interior. Los he visto y lo sé. Vi la fiesta y lo sé. Lo único que puedo hacer es rezar para que tu hijo no herede la podredumbre.

Joseph tomó una decisión rápidamente.

Si te quedas, lo juraré. No sé cómo podría mantener mi palabra, pero lo juraré. Quizá algún día, me olvidaría y volvería al camino de antes.

No, Joseph, amas la tierra con demasiada intensidad. No piensas en la otra vida. La fuerza de un juramento no tiene valor para ti.

Se separó de ellos para dirigirse a su casa.

No te vayas, al menos hasta que hayamos terminado de hablar de esto le gritó Joseph, pero Burton no se volvió ni le respondió. Joseph lo siguió con la mirada durante un minuto y después se volvió a Elizabeth. Su mujer sonreía con una expresión de diversión despectiva.

Creo que quiere marcharse le dijo.

Sí, en parte es eso. Pero también es verdad que está asustado por mis pecados.

¿Estás pecando, Joseph? le preguntó Elizabeth. Joseph frunció el ceño pensativo.

No dijo finalmente. No estoy pecando. Si Burton hiciera lo que yo hago, sería pecado. Lo único que quiero es que mi hijo quiera al árbol.

Extendió los brazos para coger al niño y Elizabeth puso el cuerpecito envuelto en pañales en sus brazos. Burton miró hacia atrás al entrar en su casa y vio a Joseph sujetando al bebé en la horquilla del árbol y las nudosas ramas doblándose para protegerlo.