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Chapter 30 - 30

Al día siguiente:

Tocaron la puerta y fui directo abrirla, pensé que sería Daniela, pero me sorprendí al ver a Daisy.

—¿La linda presa vino sin haberla buscado? Que interesante.

—Quiero pedirte que no vuelvas a aparecer por mi casa, lo que hiciste ayer estuvo fuera de lugar.

—¿La gatita traviesa dándome órdenes? Yo hago lo que se me dé la gana. Si tú le tienes miedo a tu padrastro, yo no. Por otro lado, ¿Por qué no dejamos de hablar y continuamos donde lo dejamos ayer? —le agarré la mano y la halé dentro del apartamento.

—¿Vas a continuar con esto?

—Aún no he terminado contigo. No te olvides que tienes una cuenta pendiente. En vez de estar quejándote, deberías agradecerme; evité que te golpearan anoche.

—¡Eres un idiota!

—¿Ahora por qué?

—Solo empeoraste las cosas. Mi padre quiere saber quién demonios eres y, ni yo misma lo sé.

—Debe estar muy frustrado y no podrá dar conmigo, que pena— reí.

—¡Ya detén está estupidez! ¡Solo estás complicando las cosas!

—Ya te lo dije, tengo cuentas que saldar contigo.

—¿Solo por lo que sucedió esa noche? ¿No fue suficiente?

—No, no lo fue.

—Si me acuesto contigo, ¿me dejarás en paz?

—¿Crees que acostarme contigo me hará olvidar todo lo que esa necia boquita dijo?

—¿Y si me disculpo?

—¿Tantas ganas tienes de salir de mi?

—Sí, no te soporto.

—Tenerte de rodillas sería muy interesante, pero no me interesan tus disculpas. De la única forma que permitiría que te arrodilles es para un oral, ¿Lo entiendes?

—No sé si sentirme aliviada o preocupada.

—Ambas.

—Ya me tengo que ir.

—No vas a ninguna parte.

—No puedo seguir perdiendo tiempo aquí, debo ir a la universidad. Si mi padre se entera que salí de la universidad otra vez, se molestará conmigo.

—Uy, que niña tan rebelde. Se escapa de la universidad para venir a verse con un hombre. ¡Que bárbaro!

—¡Idiota!— quiso caminar a la puerta, pero le agarré el brazo.

—Te dije que de aquí no sales. Vamos a terminar lo que habíamos empezado. Ya es la segunda vez que me dejas a flote. Si realmente quieres que te deje en paz, haz un esfuerzo.

—¿Y qué me asegura que vas a cumplir?

—No hay manera de saberlo, solo deberás arriesgarte. El que no arriesga, no gana.

Caminamos al cuarto y me senté en el borde de la cama.

—¿Qué quieres que haga?— preguntó soltando el bulto en el suelo.

—Desnúdate.

—¿No tienes una mejor idea?

—¿Debo hacerlo por ti?

—De acuerdo— se bajó el pantalón y luego quitó su camisa, quedándose así en ropa interior.

No se veía nada mal, tenía bien sus proporciones, pero lo más que llamó mi atención fueron sus moretones; tenía todo su cuerpo lleno de ellos.

—Veo que se divirtieron contigo otra vez. Estás bien jodida. ¿Cuánto más vas aguantar?

—¿Ya terminaste?

—No, aún no estás desnuda.

—Eres un enfermo— desvió la mirada y se fue quitando la ropa interior.

Podía notar su vergüenza y no podía evitar sonreír.

—¿Eso fue todo?— preguntó.

—Entra a la cama— suspiró, y se recostó en la cama—. Fíjate que desnuda no te ves nada mal; si no fuera por esos moretones, te verías mucho mejor— me subí sobre ella, y desvió la mirada.

—¿Puedes terminar rápido?

—¿Y quién dijo que haría algo? Solo quería ver lo que tarde o temprano voy a comerme.

—Quedaste en que no volverías a molestarme.

—En ningún momento dije eso.

—Ni siquiera tienes palabra. ¡Eres la peor persona que pueda existir!

—No conoces nada, mocosa.

Nos quedamos unos instantes en silencio; ella no encontraba cómo mirarme y me quedé apreciando su delicioso cuerpo.

—Si tuvieras la oportunidad de pedir un deseo y que se cumpla, ¿Cuál sería?— pregunté repentinamente.

—No haberte conocido.

—Eres más fría que el hielo; yo que creí que como yo no iban a haber dos, pero tú eres peor. Me odias bastante, pero no más que yo. Volviendo a lo que realmente importa; imagina que hay un genio imaginario que cumplirá el deseo que tú pidas, sin importar lo que sea, ¿qué deseo le pedirías?

—Ser otra persona.

—¿Eso nada más?

—Dijiste solo uno.

—Yo que pensé que no harías caso a lo que dije, pero veo que eres una niña obediente.

—¿Podrías terminar? Tengo que irme.

—¿Te duelen? — pregunté, refiriéndome a los moretones.

—No.

—¿Fueron anoche?

—¿Qué te importa?

—Deja de ser tan malcriada. Estoy de buen humor y te estoy tratando bien, no seas tan perra y responde lo que te pregunto.

—Sí, fue anoche.

—¿Por qué no acabas con él? ¿Por qué es policía?

—¿Por qué tanto interés?

—En realidad no me interesa, pero ver tu actitud es irritante. ¿No me digas que te gusta que te maltraten? ¿Te gusta que te golpeen o qué?— quiso empujarme a un lado, y le agarré ambas manos.

—¡Ese no es tu maldito problema! ¡Déjame en paz!

—Si eres tan cobarde que no eres capaz de defenderte, al menos aguanta presión. Si te siguen golpeando así, terminarán matándote.

—Ya no es algo que me importe — me dedicó una mirada vacía; era la primera vez que cruzábamos mirada, ya que normalmente la desvía y no me mira directamente a los ojos.

Realmente no tiene ganas de vivir, lo imaginé desde un principio. De alguna manera no me agrada su actitud.

—Eres una cobarde, ni siquiera te atreves a luchar por ti misma. Si tuvieras los ovarios bien puestos, les harías pagar todo lo que te hacen, pero incluso para eso eres una cobarde. Dejarte maltratar de esa forma y, creyendo en todo lo que te meten en la cabeza, te hace ver como la persona más estúpida en el planeta.

—¡Lo sé! Sé muy bien que eso soy, pero no necesito que un imbécil como tú me lo diga. ¿Quién eres tú para juzgarme?

—Solo soy un espectador, que se siente irritado viendo como una tonta se deja tratar peor que a un perro. Me das lastima, niña.

—¡Suéltame! — forcejeaba con sus manos para que la soltara, pero más fuerte la sujetaba.

—Parece que eres tú quien no aguanta que le digan la verdad en la cara.

—¡Te odio!

—Ódiame; aunque a quien deberías odiar es a ti misma.

—¿¡Y qué te hace pensar que ya no lo hago!? — una lágrima bajó por su mejilla, y me sorprendió.

Solté sus manos y me le quedé mirando.

—¿Herí los sentimientos del témpano de hielo?

—¡Muérete, idiota!— golpeó mi pecho y le sujeté ambas manos nuevamente; luego me acerqué a su boca y robé sus labios.

La besé a la fuerza, pero no me rechazó del todo. Probé esos dulces y suaves labios, que en otros tiempos, hubiera encontrado empalagoso. Lo dulce no es algo a lo que esté acostumbrado, de hecho, lo único dulce que había probado hasta ahora eran sus labios. Fue un impulso, supongo que por el momento. Acabo de romper una de mis reglas y todo por una niña tonta. ¿Hasta dónde he llegado?