April Beláu D'Angelo
Necesitaba averiguar dónde estaba papá.
Oh, querido diario, quisiera que volviera a casa.
Cuando llegué a casa encontré los cojines de los sofá regados por toda la sala, habían residuos de comida en la alfombra, DVDs que mí madre aún usaba esparcidos sobre la cabeza del estéreo bajo el plasma, y un condón usado encima de la mesita de cristal. El estómago se me revolvió con violencia al imaginar lo que había sucedido en los muebles que papá había comprado hace unos años como regalo de cumpleaños para mi madre. En ese entonces, mi madre moría por tener siempre la casa modernizada y mí padre por darle el gusto sacó un préstamo.
Ahora a ella le importaba mierda, como también mi presencia u opinión.
Ya el sol estaba sobre mí cabeza, alumbrando con vigorosidad cada extremo de la pieza y es que la sala tenía una ventana con vista al jardín. Amaba ésta casa, como también amaba a papá. Cogí el condón y rocié su contenido espeso sobre el cristal de la mesita y con el borrador de un lápiz escribí "Puta" para que lo tenga presente cuando lo lea. Era asqueroso lo sé, pero ya estaba harta de su cinismo.
Y la reprimenda llegó mientras dormía, y como siempre, ella no tocó para entrar.
—¿Se puede saber qué tienes en la cabeza?
Suspiré bajo mis sábanas sintiendo como el aire salía de mis pulmones con trémulo.
—¿Cómo se te ocurre hacer eso? —rio con frustración—. Es asqueroso si quiera imaginarlo. Estás mal, April. No sé en qué fallamos para que seas así.
Él no había fallado, lo hiciste tú, pensé.
—Exijo unas disculpas —Sonaba muy mortificada y sus pasos no daban tregua al piso—. Fué una falta de respeto hacia mí persona y hacia Gael. Oh, Dios. No puedo creer que hayas sido capaz de hacer eso, April. ¿Si quiera me estás oyendo?
Claramente, mamá.
Sin embargo fingí dormir.
—Despierta —Palmó mi hombro con exasperación—. Despierta ahora mismo.
Agitó mi cuerpo por mi hombro.
—Sé que estás despierta, quizá puedas engañar a otra persona pero a mí no. Soy tu madre.
Harta de sus regaños descubrí mi rostro de entre las sábanas. Y apenas ocurrió eso arrugó sus bien delineadas cejas para mirarme con decepción.
—¿Has bebido? —inquirió perpleja—. ¿Qué demonios sucede contigo?
¿Pensaba que bebería agua en una fiesta de adolescentes?
—Todo el mundo bebe a mi edad, mamá —resoplé—. Cómo si fuera un delito ingerir mimosas.
Ella me tomó del brazo y me hizo salir de la cama.
—Báñate, estás apestando —Me empujó hacia la puerta del baño, pero no me moví—. Vete a bañar, April.
Mi nombre no sonaba bonito en sus labios, ella lo pronunciaba como si cada palabra fuera una tortura...
Entonces apreté mis puños hasta que mis nudillos quisieron romper la delgada piel del dorso de mi mano para salirse. Había soportado tantas cosas de ella para no molestarla, había callado sus irresponsabilidades como madre, sus faltas de respeto hacia mi persona y hacia la memoria de mi padre, pero ya estaba cansada de callar a menudo. Quería explotar otra vez, y si era preciso borrarla de la faz de la Tierra.
Ella volvió a empujarme por mi espalda con sus manos.
—No voy a permitir que te comportes de esa manera tan libertina en mí propia casa.
Y exploté.
—¡Ya cállate, mamá! —Ella retrocedió cuando yo giré para encararla—. Te indignas conmigo porque bebí cuatro mimosas y porque dibujé puta sobre los espermatozoides de tu pareja de turno, y qué dices de tí. ¡¿Qué opinión tienes de tí? ! —Tragué el nudo en mi garganta que amenazaba con dejarme muda, y volví a hablar—. No has dejado de fornicar con uno y con otro en ésta casa desde que murió papá. Si no estás en tu trabajo estás con uno de esos tipos haciendo quién sabe qué. Te oigo gemir mañana, tarde y noche. No limpias, no cocinas, solo te quejas porque a veces yo no lo hago —resollé—. Yo también estoy decepcionada, mamá. Eres una extraña para mí. Una mujer que no me respeta, ni a mi hermano, ni respeta la memoria del hombre que alguna vez amó.
Ella negó llevando sus manos temblorosas a su boca para ahogar sus sollozos.
—¿Cómo puedes decir eso de mí, April? Yo dediqué mi juventud para criarte y me correspondes así —gimió—. Tu padre estaría decepcionado si—
—¡No metas a mi padre en esto! —pedí, no teniendo el control de mis emociones—. Él ya no está! Aquí solo somos tú y yo, nadie más.
—Me duelen tus palabras, April.
Con ambas manos presioné el centro de mi pecho. Mi corazón dolía tanto.
—¡A mí todo! ¡Me dueles tú! ¡Tú comportamiento! ¡Tus malos tratos y palabras! ¡Me duele mi familia rota! ¡Me duele mi vida! —Limpié mis lágrimas con el puño del disfraz—. A veces quisiera ser yo quién hubiera desaparecido, no papá, ¿porqué desapareció él?
Ella también limpió sus lágrimas.
—Yo también deseé que fueras tú, April. Deseé cambiar el destino e intercambiarte pero no puedo hacer nada. ¿Crees que es fácil para mí verte cuando me recuerdas todo lo que quise y lo que no? No es fácil —Me señaló mientras me deshacía en mil pedazos—. Tú me decepcionáste desde que supe de tu preferencia. Y me heriste en lo más profundo de mi alma cuando vi tu amor hacia tu padre, ignorando que él nos abandonó. Tú no eres mi hija, April. ¡Eres una extraña para mí también!
Ella salió de mi habitación cuando caí deshecha de rodillas sobre el piso. Ni siquiera se había fijado en mi disfraz roto, ni los rasguños en mi cara o rodillas. Si hubieran abusado de mí, estaba segura que ni cuenta se daría. Si no llegaba a casa sería lo mejor para ella. Ella no me amaba. Yo no era su hija.
Y esa noche huí de casa.
Desde esa noche era un alma en pena en la casa del viejo que había muerto. Su sótano se había convertido en mi guarida por las mañanas y por las tardes iba a buscar otra, porque alguien tarde o temprano se daría cuenta de mi presencia en esa casa abandonada. No asistí a Russenhold por una semana y cuando lo hice fué solo por las primeras horas del Lunes, cuando tocaba el examen para ingresar a no sé a dónde como becado. No era mi deseo de cambiarme de lugar de estudio, pero si eso significaba irme a otra ciudad lejos de mi madre y hermano, con gusto iba a darlo.
Y felizmente la casa del anciano tenía agua aún y para mí buena suerte también unas velas, que me sirvieron de luz en la oscuridad durante mi estadía. Me duché sin jabón ni shampoo, me peiné mi cabello en una cola alta de caballo, la blusa floreada de hombros caídos que me puse jugó con el jeans estrecho junto a las sandalias que mi padre una vez me regaló. Y cuando llegué en patines a Russenhold me dí cuenta que yo era la primera en llegar a clases, claro de los alumnos, porque los maestros encargados del examen, como también otras personas muy elegantes ya estaban en el aula.
Los saludé y bajo sus miradas ocupé un escritorio solitario que no pertenecía a ninguna de las filas, justamente que estaba frente al escritorio del profesor, y suponiendo que era el mío porque era la única oveja negra de la preparatoria. No es que sea un orgullo serlo, más me servía para ser un ejemplo de no ser y rebeldía, al menos así la mayoría me conocía. Con discreción ordenaba lo que necesitaría para el exámen, preguntándome también porqué recién lo tomarían si ya había pasado un mes de haber iniciado labores en Russenhold. Iba a preguntar más un crujido de mí estómago bastó para olvidar todo y recordar que había sobrevivido esta semana a base de agua y de lo que pude tomar de la alacena de casa antes de irme. Pero hoy justamente se había acabado y para el colmo de mis males, ni un dólar poseía como para comprarme algo de comer. Si seguía así iba a morir de inanición y yo no quería morir, al menos no sin antes de encontrar a mí padre y preguntarle personalmente porqué me había abandonado, si es que en verdad lo había hecho, claro.
Los minutos pasaban y conforme lo hacían ví llegar uno a uno a quienes darían ese exámen, los cuales cada que ingresaban parecían mirarme como si tuviera tres cabezas, supuse por mi larga ausencia en Russenhold porque aún nadie sabía que la gallina de esa fiesta era yo. ¿O sí?... Na.
—Alumnos —saludó el maestro Stewart, ingresando también al salón. Apenas notó mi presencia se acercó a mí escritorio para hablarme por lo bajo—. Señorita Beláu, su madre la ha estado buscando desde el Lunes pasado. Hay una denuncia de escape en su contra, ¿sabe la gravedad de la situación?
Ah, ya sabía porqué todos me miraban, pero ¿por qué denunciaría si yo no era nada suyo?
Cómo no respondí empezó a presentar a las personas elegantes y pulcras que vi en un inicio, siendo éstas los representantes de esa institución del examen, no presté atención en gran parte del discurso que dijeron, en mi cabeza solo estaban las palabras que dijo el profesor sobre mi madre y el temor a que la gallina Silkie fuera descubierta. No por la vergüenza, sino por Kyle. Aún en mi rostro y rodillas tenía las marcas de su tacleada que me dió para detenerme, había resultado no ser tan caballero y no quería ni encontrarlo por ahí aunque fuera mi crush, porque no quería enfrentarlo.
Se repartieron los exámenes y al terminar, siendo yo la última cabe resaltar, le fui a entregar el examen a Stewart.
—Me alegra que esté de nuevo con nosotros, señorita Beláu —Le entregué la pluma también al ver su mano aún extendida. Él sonrió raramente amable—. Sabe, si ganara la beca no sabe cuán feliz me haría, a Russenhold y creo que también a su madre. ¿No le da lástima esa pobre mujer?
No le rebatí, ni respondí, él no tenía idea de como era mi vida y tampoco le importaba como para estarle aclarando o corrigiendo lo que ahora pensaba de mí, tomé mi mochila y abandoné el salón, bajo su mirada y la de aquellas extrañas personas. Y cuando ya giraba al recodo de otro pasillo él habló desde la puerta de su salón:
—¡Y señorita Beláu, vaya a la oficina del rector. Alguien muy importante quiere hablar con usted!
Aceleré mis pasos fingiendo tomar el pasillo que me llevaría a la Dirección, ahí me escondí y cuando el hombre metió la cabeza dentro del aula, tomé otro pasillo muy distinto. No quería ver a mi... a esa mujer. Aún no. Estaba muy dolida como para oír su llanto fingido otra vez, porque era obvio que ella no me quería. Yo no era nada para ella. Sentía mucho enojo, también tristeza e impotencia, más aún así caminé a grandes zancadas por el estacionamiento de Russenhold sopesando la idea de buscar un trabajo de medio tiempo para poder pagar mis estudios y mi alimentación. Necesitaba ingresos y un nuevo lugar para alojarme provisionalmente.
Desenganché los patines de mi mochila e intentaba ponérmelos arrimada de cuclillas a un coche, cuando un fuerte agarre me hizo poner en pie para halarme hacia un muro oscuro.
—Oye, oye... —Traté de safarme pero él me empujó contra la pared, para seguido con sus manos rodear lentamente mi cuello, cerrándose en el de forma dolorosa. Mirando esos inéditos ojos claros ubiqué mis manos sobre las suyas mientras su cuerpo se apagaba más a mí—. ¿Quieres matarme por algo Kyle?
—Dime tú, señorita Beláu —Mis pupilas se dilataron y mí loco corazón empezó una danza de latidos al sentir su aliento amentolado acariciar la punta de mi lengua y mi olfato.
Sonreí con pulla, bajando mi mirada a sus labios.
—No lo sé, no veo los pensamientos de las personas —gemí de dolor cuando presionó más su agarre en mi cuello—. Aún quiero vivir, bebé.
Entonces apegó sus labios a mí mejilla lastimada, borrando así mí sonrisa.
—Alguna información sobre lo que sucedió en la fiesta del Viernes pasado en algún diario de chismes en Russenhold u otro lugar, por más mínimo que sea, te mato. ¿Entendiste?
Dios, su maltrato me excitaba.
¿Qué me estaba pasando?
¿Sería la adolescencia?
¿Y cómo sabía que la gallina era yo?
—¿Es una amenaza? —balbuceé con socarronería, por más que ya casi respiraba con dificultad.
Él presionó más su agarre.
—Tómalo como quieras —Y me soltó.
Tosí sobando con fruición mi cuello en lo que veía como extraía algo del bolsillo de su pantalón para tirarlo cerca a mis pies.
—Tu billetera, Cenicienta.
Dicho eso dió media vuelta, caminó entre los coches de lo más tranquilo y se subió a su convertible.
Esa mañana mí crush me había retado. Kyle ya me notaba. Yo estaba en su mira, aunque sea para asesinarme ya era un logro. Y yo había aceptado el reto. Si él no quería que nadie en Russenhold se enterara que no la veía hace más de dos años, yo me encargaría de que todo el mundo lo supiera.
Jeje
Sonreí con maldad.
En patines busqué un cyber café, era zona riquilla pero siempre había uno que otro negocio por la ubicación de Russenhold. Saludé a la señora que atendía en el mostrador de cristal y pedí una cabina privada. La mujer me miró con picardía y me señaló una desocupada, justo en una esquina, en donde dos macetas marrones con vivaces Bambú de la suerte decoraban el lugar. Al ocupar la cabina me fijé que tenía las herramientas necesarias para conectar el móvil al cpu. Entonces descargué vpn, lo activé y procedí a abrir mi blog, sí, porque yo April Beláu era blogger de cafetería, una famosa entre los de Russenhold y algunas preparatorias, solo por alabar, admirar, endiosar al amor de mi vida: Kyle Pierce. Mi blog se mostraba en una mezcla de varias fotografías justamente de él, los colores en contraste eran de blanco y negro con un gran CRUSH de continúas luces de neón como título. Tenía varios post de diferentes opciones como lo que me gustaría hacerle a mi crush, su novia la zorra blanca, poemas a Kyle, vídeos de Kyle, y mis estados diarios.
Variedad de alumnos de Russenhold visitaban mi blog, justamente por Kyle. En mi blog habían fotografías que le tomaba cada que podía y lo veía, la última que subí fué hace un año y es que mi canon había fallecido, ya no tenía con qué capturar su bella y masculina humanidad, aparte que él ya casi no iba a recoger a Schwarz como para robarle un recuerdo...
También tenía otras redes sociales dedicadas a él con millones de suscriptores y seguidores, pero todo estaba en stand by, hasta hoy.
Volví a sonreír con maldad.
Necesitaba desquitarme con alguien y quien mejor que Schwarz.
Mi identidad: La gata.
Sin arrepentimientos subí el vídeo previamente editado en un programa para que solo la parte de la discusión en la sala se viera y seguido lo que pasó en la habitación. No necesitaba palabras, ellos ya lo decían todo. Con una sonrisa satisfecha borré historial, desinstalé el programa vpn y guardé el móvil ya cargado en mi mochila. Antes de llegar a la casa abandonada arrojé el móvil a un contenedor de basura, previamente reseteado. Y por si acaso también le acompañó mi teléfono celular. No quería ser rastreada para luego ser encontrada. Cada que regresaba a mi guarida tenía mucho cuidado de no ser vista, no iba a delatarme por un móvil, por muy sofisticado que sea.
Y esa noche dormí con hambre.
Al día siguiente madrugué para patinar hasta el extremo de la ciudad, llevaba conmigo mi mochila y muchas ilusiones de conseguir un empleo. La hilera de mansiones alejadas una de la otra me dió la bienvenida con una gigantesca puerta arqueada de hierro forjado, en cuya cima las letras de Kenilrich se mostraban imponentes y nítidas. Una villa del condado de cook en donde un plato valía el precio de una casa como la mía.
Ajusté mis rodilleras, mi gorra y me adentré al inicio de Kenilrich. La primera mansión en la que toqué la puerta era una casa de tres pisos de colores amarillo, marrón y blanco, muy al estilo de las casas inglesas. En ambos extremos de la residencia yacían dos robles de ramas secas plantados en contraste con el verde del césped. De ella una mujer emergió a mi tercer toque.
—¿Si? —preguntó mirándome de pies a cabeza con una ceja oscura alzada. Ella vestía un uniforme de servicio.
—Sandy Russell —me presenté con seguridad en mi mentira—. Soy paseadora de perros, y me preguntaba si a los dueños no les interesaría mis servicios.
Ella me dió la espalda.
—Los dueños no crían animales.
Y sin más que agregar, me cerró la puerta en la cara.
Continué tocando y ofreciendo mis servicios en cada mansión con la mejor sonrisa que pude mostrar, pero si no tenían perros recurrían a agencias para eso. Mi bebida hidratante ya se estaba terminando cuando toqué la décima puerta. Era la mansión más grande de la zona y el diseño de sus infraestructuras eran más complejas, también estaba rodeada de gigantescos frondosos árboles. Tenía los colores gris, blanco y verde limón combinando sus paredes, techos, muros y marcos. De alguna manera me recordó a la propiedad de mi abuela ya muerta.
De su interior una mujer vestida con aire contemporáneo salió.
—¿En qué te puedo ayudar, querida?
Sin duda, era la dueña de la mansión y tenía un acento raro.
Dejé de observarla con curiosidad para presentarme, aunque no sabía si darle la mano o no.
—Sandy Russell, señora —Ella me tendió la mano enguantada la cual estreché por unos segundos—. Soy paseadora de perros... ¿Por casualidad no tendría algún perrito para ofrecerle mis servicios?
—Tiffani Heister —se presentó también—. ¿Qué edad tienes querida?
Carraspeé no sabiendo qué decir.
—Dieciocho, señora. ¿Por-Por qué?
Ella me respondió con otra pregunta, mirándome atentamente.
—¿Hace cuánto tiempo te dedicas a éste oficio?
—Ah, yo... bueno.
—Lo que sucede es que no confío mucho en las personas que vienen a ofrecerse para trabajar, pero Rudy necesita un paseo... —La mujer alta sonrió avergonzada—. Recién me lo regalaron ayer, y no sé aún nada de sus gustos, pero el pobrecito se ve un poco estresado.
—Oh, no se preocupe por eso señora —sonreí con sinceridad y torpeza—. Sinceramente es mi primera vez en buscar trabajo y como me gustan los animales, pensé que ser paseadora sería un buen comienzo para empezar a trabajar —Ella miró por un instante dentro de la casa y yo tuve miedo a que se negara—. ¿Me daría la oportunidad?
Necesitaba el dinero.
—Ven, pasa por favor —Y se hizo a un lado permitiendo que pase al inmenso hall.
Traté de no abrir tanto la mandíbula por tan hermoso interior blanco decorado con jarrones con flores, junto a las columnas historiadas que parecían tener detalles a lo largo de su cuerpo de cristal azul. Sus bases eran doradas como el barandal de la escalera imperial situada a un lado de la pared, la cual era blanca pero el dorado de los escalones jugaban elegantemente con el diseño. Sin mencionar la alfombra que descendía por ella, ni los azulejos del piso.
—Iré por él —avisó ella, subiendo la escalera.
Alcé más la vista porque me dí cuenta que un gigantesco candelabro araña de cristal colgaba justamente arriba de mi cabeza. Traté de estar quieta para no rasguñar el piso con mis ruedas, pero sobre la mesita de cristal que estaba a un lado de la escalera había una fotografía rodeada de unas flores, un caballo negro alzado en dos patas y grandes veladores. Por curiosidad me acerqué con disimulo y cogí el cuadro; sonreí al ver a un niño pequeño en el, era tan bonito que parecía un angelito de ojos azules.
Yo no tenía fotografías de mí niñez.
—Perdón si te hice esperar —La voz y los pasos de la mujer me hicieron dejar en su lugar la fotografía para volver a mí lugar y observar su descenso con un gigantesco perro en manos. Ella lo alzó, mostrándomelo —. Es el señor Rudy.
Era un gracioso Pug Carlino.
Con Rudy aprendí que no importaba el tamaño para hacerte pasar un buen rato y también uno muy malo. El pug era muy gruñón con cualquier animal que se cruzara en su camino, y es por eso que así de pequeño me tiraba por su correa al correr tras otros perros. Aprendí con él también a recoger su excremento con mi único pañuelo, porque al ser una paseadora novata no tenía las típicas bolsas que servían para eso.
—Rudy, tienes un humor de la patada —Ya regresábamos a casa, yo con un ligero bronceado en brazos y piernas, y él enlodado hasta la cabeza. Reí por su estado y porque cada rato parecía darle arcadas—. Me pregunto a quién te pareces de la familia Heister.
Apenas toqué la puerta una muchacha en uniforme abrió.
—¿Qué les sucedió?
Cargué al enano y pasamos.
—Rudy es muy divertido, ¿no es así Rudy?
La joven mujer pelirroja de pequeños ojos verdes nos rodeó, estudiando el aspecto desastroso de Rudy.
—¿Lo bañarás?
Miré arriba de las escaleras, luego a los pasillos que conectaban con éste lugar.
—¿No se encuentra la señora?
Ella negó mirando al perro.
—No, dejó encargado tu paga y que te dijera que regreses mañana... Por si regresabas de vuelta con Rudy.
La chica fué muy amable de invitarme a almorzar luego de bañar y secar a Rudy, para mí buena suerte era una persona muy platicadora. Por ella supe que la señora vivía sola y que la casa era visitada de vez en cuando por unos cuantos familiares. También que la familia de Tiffani era de descendencia inglesa, por lo que le resultaba un poco difícil no tener ese marcado acento a veces. No me contó quién le regaló a Rudy y tampoco pregunté, ya que supuse su esposo por el aprecio que parecía Tiffani tenerle al enano.
Con mi primer sueldo compré un dispensador con bolsas para excremento de perros, y algo de comer. En la soledad del sótano del viejo, a veces se podía escuchar murmullos del viento colarse por las rendijas de una diminuta ventanilla enrejada que estaba en la parte superior de una de las paredes, por ahí se podía ver la Luna y algunas estrellas. Me duché, cené lo que había comprado y me dejé caer sobre la cama improvisada de pertenencias del dueño difunto, aún habían cajas de cartón que no había rebuscado y que no rebuscaría porque con lo que había encontrado era suficiente. Cada noche le agradecía por prestarme su techo, no creía en los fantasmas pero sí tenía respeto a los muertos.
Acomodé mi almohada bajo mi cabeza, estirando mis piernas por el suave colchón situado sobre cartones en el pavimento, y deseé poder tener a alguien con quien conversar. Y sin querer mi mente dió imagen a ese deseo: Kyle. Y es que si lo vieran, me darían la razón de mí obsesión, pero él no era para mí... Era de Annette.
Suspiré con el corazón adolorido al recordarlos besarse tan apasionadamente en la fiesta. Él la deseaba, y ella también.
¿Por qué esperarían hasta el matrimonio?
Se veían bien juntos, tenían planeado casarse y él le era fiel, de eso no había duda. Nunca lo ví enrollarse con otra chica que no sea ella. Él incluso la protegía del resto, parecía ser sociable, un poco agresivo e impulsivo... Pero esos detalles a mí me gustaban, quizá porque nadie me amaba como él la amaba a ella. Esperé tanto para que me notara con la esperanza de que cupido lo flechara, pero él me notó en esa fiesta y sin embargo no le causé mayor impresión.
Si tan solo él se enamorara de mí.
¿Qué me estaba sucediendo?
Yo no era así.
Después de esa noche, la semana pasó volando en una nube de idas y venidas, siempre yo sola o a veces con Rudy, ya sea en su casa o por la avenida colindante al parque. Y en una de esas fechas, luego de entregar al enano, me atreví a ir al lugar donde antes trabajaba papá, no tenía miedo o vergüenza por los ingenieros, operarios o peones, yo a la mayoría conocía y ellos a mí, más cuando me encontré con algunos solo agacharon la cabeza, quizá por lo que se decía de papá o por la pena de lo que supuestamente él hizo con su familia y conmigo. Sin embargo yo nunca perdí la sonrisa, por más que incluso se murmurara trás mi espalda. Porque yo sabía que mi padre sería incapaz de abandonarme, aunque a veces me entraran las dudas.
Ese día dormí decepcionada ya que de ese lugar solo me llevé como respuesta que mi padre había solicitado su baja sin dar más motivos que el deseo por retirarse, y que de ahí no supieron más de él. No regresé y no sabía dónde más buscar, porque ni su teléfono había llevado, dejándolo sobre la nota de despedida el día que desapareció de mi vida. No lloré. Al día siguiente volví al trabajo más no a la preparatoria. Tiffani había resultado ser una mujer algo desconfiada pero esa desconfianza se fué perdiendo cada que me conocía mejor. No me pidió papeles de identificación y lo agradecí en silencio porque no quería defraudarla al enterarse que estaba mintiendo en nombre y edad.
Hoy ella me había invitado a desayunar, no estaba la chica de servicio de la vez pasada por lo que se me hizo raro de su parte, supuse que de algún modo u otro le daba pena o me estaba empezando a tomar cariño. Prefería lo segundo obviamente. Durante el desayuno no hablamos porque según Joyce, la chica de servicio, la educación de Madame Heister no le permitía hablar cuando se comía. Y para continuar con los sucesos extraños en esa mujer, luego de desayunar me invitó a acompañarla al jardín y ahí estábamos. Su jardín era hermoso, magistral e inmenso como todo en ésta casa. Ella vestía en esos vestidos de un diseño de los tiempos coloniales que llegaban hasta las rodillas, y sobre su fina ropa llevaba un colorido mandil.
—¿No te has planteado ir a la universidad, Sandy? —preguntó, podando algunas hojas y espinas a su bonito rosal de rosas negras.
Rudy me alcanzó su pelota a duras penas luego de habersela arrojado lejos de nuestras presencias, apesar de ser de patas cortas a el le encantaba correr. La cogí de su boca y volví a lanzársela. Con respecto a la pregunta de Tiffani, aún no había pensado mucho en la universidad, en mi cabeza solo estaba papá, Kyle, trabajar, juntar y poner un negocio.
—No lo sé aún —suspiré, poniendo la mirada a sus manos hábiles con la tijera—. ¿Usted qué estudió, señora Heister?
Sus hombros se tensaron bajo su ropa, haciéndome arrepentir el haberle preguntado eso. No quería incomodarla con mi curiosidad.
—Mis padres no me dieron oportunidad de estudiar en la universidad —Parecía avergonzada por lo que no pregunté el por qué, solo cambié la mirada hacia Rudy que jugaba con su pelota muy cerca a un roble—. Su mentalidad era que las mujeres solo habíamos venido al mundo para servir a los hombres, y cuando cumplí los diecisiete me comprometieron con Jacob Heister.
Eso sonaba tan arcaico.
—Oh, yo... yo lo siento.
Ella me miró sobre la línea de su hombro por unos segundos, con una sonrisa tranquilizadora.
—Está bien —Le restó importancia—. La verdad, hubiera querido estudiar arte, amo pintar y plasmar en el lienzo sentimientos en imágenes. De niña solía dibujar por las paredes de la casa de papá cualquier invención —suspiró rememorando el pasado—. Era muy soñadora.
—¿Ya no lo es? —indagué, jugando con el trébol de cuatro hojas que encontré entre el razz podado.
—Algo. Digamos que de viejos soñamos más por nuestros hijos o nietos que por nosotros mismos, incluso llega un punto en la edad que ya ni se sueña, solo se espera... Creo que ya estoy cerca a ese punto.
Resoplé.
—Usted está joven, yo ya quisiera llegar a ser como usted a esa edad.
Tiffany rio de manera genuina.
—Si te mantienes soltera estoy segura de que envejeceras de forma pausada. El esposo y los hijos envejecen rápido.
Rudy volvió con su pelota, me la entregó más no volví a lanzársela.
—Discúlpeme, pero creo que usted no debe tener ningún hijo o nieto porque la noto muy joven —bromeé, sabiendo que tenía un nieto—, y su esposo debe ser un pan de Dios, porque usted es muy buena, señora Tiffani.
Ella dejó de podar para cortar una rosa extremadamente negra, giró con ella y me la alcanzó.
—No tengo hijos es cierto, pero mi marido es...—y el color abandonó mi rostro por la impresión que sus palabras habían causado en mí— es algo especial. Su forma de amar mata.
¿Y ese niño en la fotografía no era su nieto?
¿Quién era entonces?
No sabía cómo preguntarle por él, así que sonreí con confusión.
—Pensé que él niño que vi en una fotografía era su nieto.
Ella volvió a girarse hacia sus rosas.
—Es el nieto de mí esposo, yo no puedo tener hijos —oir eso me hizo sentir culpable por preguntar algo que quizá no quería compartir conmigo—. April.
—¿Si?
—Cuando vengas a quedarte con Rudy en las tardes y no me encuentres, no abras la puerta a nadie. Finge no estar para que el que está tocando se vaya.
¿Qué?
—¿Por-Por qué?
Ella me estaba asustando.
Se retiró el mandil un poco angustiada, más su mirada rehuía la mía causándome más miedo.
—Se... supone que... yo... —balbuceó, con un debate interno—. Yo debo de salir, querida. ¿Por qué no sacas a pasear a Rudy? A él le va a encantar dar un paseo.
Estaba confundida, y en shock. ¿Qué había sido todo eso?
—Cuando te vayas y si no llego a tiempo te cobras del dinero sobre la dispensa —alzó la voz, dirigiéndose dentro de la cocina—. Y comes algo antes de irte, Sandy.
Y comí algo antes de regresar a mi guarida. Tiffani no había coincidido conmigo luego de regresar con Rudy del paseo, lo tuve que dejar solo en tan enorme lugar. El sueldo que gané gracias a él me ayudó para no morir de hambre, y de algún modo ya me estaba encariñando con su cara negra después de convivir largas horas con el. ¿Pero porqué ella a veces parecía tan solitaria y misteriosa? ¿Porqué vivía solo con una empleada en tan grande casa? Tenía curiosidad de saber más sobre ella, más dejé de pensar para mirar a ambos extremos de la carretera que quedaba a unos kilómetros de la casa abandonada, no quería morir atropellada. Luego patineé acelerando el movimiento de mis piernas porque el frío ésta noche era devastadora, y el dinero me alcanzaba a las justas para comer y ahorrar. No podía darme el lujo de enfermar.
Atravesé con suma cautela la vereda de mis vecinos para que no notaran los sonidos de mis ruedas, y cuando me sentí ya segura ingresando al lugar que me refugió por unas semanas; una voz gruesa me habló desde mi espalda al cerrar la puerta.
—¿Arlett Beláu?
Juro que mi corazón quería detenerse. ¿Era el fantasma del anciano?
Giré con temor de ver lo que sea que me había hablado, y entonces morí al verlo.
Hasta aquí había llegado mi vida libertina.