Chapter 14 - 11

Era un demonio. El mismo demonio que había huido por los túneles de los albañales, llevándose consigo la cabeza de X. Estaba de pie muy cerca de Cull, las manos en las caderas, la cabeza echada hacia atrás, la boca muy abierta, riendo desaforadamente en un explosivo acceso de hilaridad.

Antes de que Cull decidiera lo que tenía que hacer, Fyodor, echándole a un lado, regresó al interior del túnel, se arrojó sobre el demonio. Le hizo caer al suelo y empezó a golpearle frenéticamente la cabeza contra el suelo, aullando:

—¡X! ¿Por qué X? ¿Quién es él?

Cull corrió hacia ellos y, agachándose, sujetó los brazos del demonio para ayudar a Fyodor a inmovilizarlo contra el suelo. De pronto el demonio dejó de reír, las lágrimas empezaron a brotar de sus ojos, y un incontenible torrente de sollozos surgió de su garganta.

Fyodor, inmovilizado por la sorpresa, dejó de golpear su cabeza contra el suelo. Cull no estaba menos sorprendido que su compañero, ya que nunca antes había visto llorar a un demonio.

—Hombres —exclamó el demonio a través de sus lágrimas—, hay tantas cosas que vosotros ignoráis. Pero hay también tantas que ni siquiera yo conozco. De hecho, estoy tan desprovisto de recursos y de esperanza como vosotros mismos.

—¿Qué quieres decir con esto? —preguntó Cull.

—Bueno, yo no soy exactamente un demonio. No al menos en el sentido que lo entendéis vosotros. Pertenezco a una raza, a una especie, que podría ser calificada de extraterrestre. Los habitantes de nuestro planeta se parecen físicamente a vosotros. La diferencia estriba en que, en nuestro mundo, muchos de nosotros han sido provistos de formas y atributos para los cuales no habían sido destinados por la Naturaleza. Manipulaciones genéticas, transmutación directa de las configuraciones protoplasrnáticas, todo ello trae consigo modificaciones en la apariencia. Teníamos razones para proceder así… razones que no tengo la menor intención de explicaros.

Cull comenzaba a sentir náuseas, a causa del efecto combinado de giro, vaivén y zarandeo a que habían estado sometidos a lo largo de toda su exploración de los túneles. Pero se forzó a no pensar en ello, ya que quería saber todo lo que el demonio tenía que decirles.

—Este lugar es también el Infierno para nosotros —prosiguió el demonio—. Pero no somos muy numerosos aquí porque ya hemos dejado de existir en nuestro planeta. Nuestra raza se extinguió hace ya mucho tiempo, justo en el momento en que comenzábamos a civilizarnos… al menos en el sentido en que nosotros entendemos esta palabra, que no es ni con mucho el que vosotros le dais.

—¡Está bien, está bien! —interrumpió Cull—. ¿Pero qué son los objetos que rodean esta esfera? ¿Quién los ha puesto ahí, y para qué sirven?

—¿Quién? —gritó el demonio—. ¡Los Otros! ¡Los Otros!

—¿Qué Otros? —gritó Cull, como un eco.

El mugido y los gritos que provenían del exterior del túnel eran ensordecedores. Y las contorsiones del túnel eran cada vez más intensas.

—¡Otra especie de seres inteligentes, infinitamente más antiguos que cualquiera de nosotros, incomprensiblemente más sabios y mucho más poderosos! ¡Nosotros los ofendimos, y éste es nuestro castigo!

—¿Pero y nosotros? —gritó Cull—. ¿Qué les hemos hecho nosotros?

—Vosotros también les habéis ofendido. Antes, hace mucho tiempo

—¿De qué modo? ¡Si ni siquiera les conocemos!

—¡Fueron vuestros más antiguos antepasados quienes cometieron la ofensa!

—¿Pero de qué modo? ¿Y quiénes son esos Otros?

—¡No puedo decíroslo! ¡No, no puedo! Esto forma parte de nuestro castigo. Hemos sido transformados, inhibidos. Sufrimos una compulsión. ¡Nos está prohibido deciros lo que sabemos! Ya os he dicho todo lo que me era posible decir. ¡Y, a causa del terror, he hablado incluso más de lo que me era posible!

—¿Pero qué son esas máquinas que rodean esta esfera? ¿Qué significa nuestra resurrección física en este lugar? ¿Cómo y por qué ha sido fabricado este mundo?

—Este mundo no es ni metafísico ni sobrenatural. Es un mundo físico, que obedece a leyes y principios que conocemos. ¡Hay algunas leyes que nosotros ignoramos, pero Ellos las conocen! ¡Ellos poseen-el-Poder! ¡El Poder del que nos hubiéramos visto investidos nosotros mismos si nuestra propia arrogancia y nuestra locura no nos hubieran desposeído de él! ¡El Poder que vosotros, seres de la Tierra, hubierais podido detentar si hubierais conseguido vencer vuestra estupidez!

—¡Dinos lo que debemos hacer! —gritó Cull.

Pero Fyodor golpeaba de nuevo la cabeza del demonio contra el suelo, mientras gritaba:

—¡X! ¡X! ¡Háblame de X!

De repente, con esa inestabilidad de temperamento y esa impulsividad de comportamiento que caracterizaba a aquellas criaturas, el demonio se echó a reír. No histéricamente, sino francamente divertido.

Rio hasta casi ahogarse. Luego, serenándose ya, gritó:

—¿Me creeríais si os dijera que X era un traidor a la causa de los seres humanos? ¿Que nos ayudó porque quería atormentaros dejándoos acariciar una vana esperanza?

—¡No, no lo creeré! —aulló Fyodor.

—¿Y me creeríais si os dijera que es el Salvador en quien depositabais todas vuestras esperanzas, pero que, en este universo cerrado, tenía que actuar siempre según las órdenes que le daban los Otros y obedecer Sus leyes?

—¡No! ¡No! —repitió Fyodor.

El demonio se echó nuevamente a reír antes de continuar:

—¿Y me creeríais si os declarara que todo lo que os he contado no es más que una mentira? ¿Que todo lo que voy a deciros ahora será también otra mentira… aunque tal vez se deslicen una o dos verdades en medio de esas mentiras? ¿Por qué no tendríais que creerme? ¡Vosotros, los terrestres, y vuestro sentido de la verdad! ¡Me ponéis enfermo! ¿Qué es la verdad?

Cull hubiera deseado poder matarlo en aquel mismo instante. Estaba perdiendo la cabeza, como Fyodor. Éste, engaritando sus manos en torno a la garganta del demonio, intentaba estrangularlo. Su rostro estaba tan rojo como el del propio demonio. Cull se levantó, vacilando, e intentó patear el rostro del demonio. Anhelaba sentir los huesos crujir bajo sus pies, hubiera deseado aplastar su nariz, hacer saltar sus dientes, reventar sus tímpanos, arrancar sus ojos…

Hubo un estrépito parecido al que haría, al caer, un gigantesco árbol. Cull fue proyectado contra la pared del túnel. Aunque aturdido por el choque, se dio cuenta de que aquella porción del túnel había sido arrancada de su lugar y precipitada lateralmente colina abajo.

El túnel rodó varias veces sobre sí mismo. Sus ocupantes: Fyodor, Phyllis, el demonio, Cull, los bustos de piedra, las cabezas de las estatuas, los cuerpos momificados, la cabeza de X, rodaron al mismo tiempo que él. El túnel cilíndrico descendió por la ladera de la colina, mientras sus ocupantes se deslizaban y caían los unos sobre los otros en su interior. Cull se preguntó cómo no habían sido aplastados por las estatuas. Salieron indemnes, aunque en un momento determinado uno de los ídolos pasó tan cerca de Cull: que le despellejó un hombro. No fueron aplastados, pero las piernas de Cull se enredaron con las del demonio, y éste aprovechó la ocasión para hacerle una llave y sujetarlo firmemente, reduciéndolo a la impotencia.

—¿Lo ves, hombrecito? —exclamó, radiante—. ¡Este mundo es el Infierno! ¡Es realmente un mundo sobrenatural! ¡Lo que viste por aquella ventana no era más que una ilusión, creada para empujarte a continuar tu búsqueda de la verdad y de un medio de evasión!

¡Mentiras, mentiras, mentiras!, pensó Cull. ¡Pero quizás haya una verdad, o una parcela de verdad, disimulada en medio de todas estas mentiras!

De pronto hubo un estruendo, y el túnel dejó de rodar sobre sí mismo. El demonio fue separado bruscamente de Cull. Antes de que éste pudiera recuperar el aliento, el demonio saltó en pie, se lanzó hacia él y le mordió salvajemente en el hombro.

Al primer momento, Cull estaba aún demasiado aturdido como para sentir el dolor; luego, este dolor se le hizo intolerable.

—¡Es la marca de Caín! —gritó el demonio, con la boca llena de sangre—. ¡La firma de Satán, el mordisco de Baal, como quieras llamarlo! ¡Besa por mí el calvo cráneo de tu amigo el buscador de X! ¡Dile que X sigue aún vivo, y que le proporcionará salud y le dará el paraíso si consigue encontrarlo!

Se echó a reír, con una risa literalmente diabólica.

—¡Mentiras, mentiras, mentiras! —agitó las manos—. ¡Quizá! ¡Adiós, hermano!

Lanzando aullidos lobunos, escapó corriendo del túnel a través del desierto en erupción. Pero no fue muy lejos. A su lado se abrió bruscamente una grieta que avanzó zigzagueando ante sus ojos, ensanchándose a medida que avanzaba y proyectando ramificaciones por todos lados. Una de ellas se abrió bajo los pies del demonio. Éste agitó los brazos en el aire, giró sobre sí mismo en un esfuerzo por huir, pero no pudo escapar a tiempo y cayó dando vueltas, con la boca enormemente abierta en un espantoso rugido que hubiera llegado a oídos de los tres seres humanos de no ser por el espantoso estruendo general. Desapareció en la grieta, agitando por última vez sus piernas en el aire.

Inmediatamente después, el túnel dio una sacudida, como levantado por la cresta de una ola que hubiera atravesado la llanura.

La porción de túnel desgajado empezó a girar. Sus tres ocupantes consiguieron, moviendo los pies, mantenerse en equilibrio, como ardillas en el interior de una rueda.

Pero no pudieron seguir mucho tiempo aquel ritmo; sus piernas les dolían atrozmente, y poco a poco fueron disminuyendo su ritmo. Entonces, el movimiento de rotación ganó velocidad con respecto a ellos, y los arrastró hacia arriba, y los proyectó contra las paredes, y luego de nuevo abajo. Y así una y otra vez.

Hasta que, de repente, el túnel se detuvo con un estruendo.