A la mañana siguiente se levantó sin haber recuperado sus fuerzas en un mundo recobrado. La lluvia de las tres había lavado la sangre y borrado el olor de la pólvora. Los cuerpos habían desaparecido y el cielo estaba claro y azul. Las actividades se reanudaban como siempre, pero faltaban unos cuatrocientos cincuenta hombres y mujeres. La mitad de ellos estaban en la planta transformadora. El resto en el hospital. A los que querían poner fin a su calvario se les proporcionaba el medio. Hubo tiempos en que el único sistema de eutanasia que existía era el hacha, pero ahora, gracias a la tecnología de Parolando, podía utilizarse una píldora de cianuro potásico.
Algunos decidían aguantar. Los que no podían soportar el dolor cogían El Expreso de los Suicidios, y los cuerpos que quedaban atrás iban a la planta transformadora.
La secretaria de Sam había resultado muerta. Sam preguntó a Gwenafra si le gustaría ocupar el lugar de Millie. Gwenafra pareció muy complacida. El nuevo puesto le proporcionaba un elevado status, y siempre había mostrado claramente que le gustaba estar cerca de Sam. Pero Lothar von Richthofen no parecía tan complacido.
-¿Por qué no puede ser mi secretaria, independientemente de tus intenciones para con ella? -dijo Sam.
-No hay ninguna razón -dijo Lothar-. Salvo que yo tendría mejores oportunidades con ella si no está siempre contigo.
-Que gane el mejor.
-Y aparte de mis sentimientos, no quiero que la hagas perder el tiempo. Tú sabes que no tomarás a otra mujer como compañera mientras esté aquí Livy.
-Livy no tiene nada que decir sobre lo que yo haga -dijo Sam-. No olvides eso. Lothar sonrió levemente y dijo:
-Por supuesto, Sam.
Gwenafra se unió a él, tomando notas, enviando mensajes, recibiéndolos, disponiendo programas y citas. Aunque él estaba muy ocupado, encontraba momentos para charlar y
bromear con ella, y se sentía animado cada vez que la miraba. Gwenafra parecía adorarle. Pasaron dos días. El nuevo turno continuo de veinticuatro horas de trabajo en el anfibio estaba dando buenos resultados. La máquina estaría terminada en dos días. La delegación de Soul City anduvo paseando con dos de los hombres del rey Juan siempre a su lado. Joe Miller, que había vuelto a la cama después de la batalla, dijo que estaba otra vez bien. Ahora Sam tenía con él a Gwenafra y al titántropo, y su mundo parecía mucho más confortable, aunque estaba muy lejos de ser Utopía. Llegó la noticia, transmitida por el telégrafo de tambores, de que Ulises había cargado sus barcos de pedernal y que estaría de regreso en un mes. Había ido al mando de una flota de diez barcos a comerciar con la reina de Selinujo. Esta había sido en la Tierra la condesa Huntingdon, Selina Hastings, nacida en 1707 y muerta en 1791. Estaba afiliada a la Iglesia de la Segunda Oportunidad, e intercambiaba su pedernal con Parolando sólo porque Parolando permitía a los misioneros de Goering predicar libremente en su territorio. A cambio del pedernal le habían prometido un pequeño barco de vapor metálico en el que se proponía recorrer el Río predicando.
A Sam le parecía una locura. En el primer sitio en que desembarcase le cortarían el cuello para apoderarse del barco. Pero aquello no era asunto suyo.
Los consejeros se reunieron con la delegación de Soul City en una mesa redonda en la habitación mayor del palacio de Juan. Sam hubiese preferido aplazar la reunión, pues Juan estaba de un humor más borrascoso de lo habitual. Una de sus mujeres había intentado matarle, o al menos eso decía él. Había logrado pincharle en un costado, pero él le rompió la mandíbula de un puñetazo y la lanzó de cabeza contra una esquina de una mesa. La mujer murió una hora después sin recobrar el conocimiento. Y se había aceptado la palabra de Juan de que ella había atacado primero. A Sam le hubiese gustado oír la versión de algunos testigos oculares neutrales, pero fue imposible.
Juan estaba torturado por su herida del costado, medio borracho de whisky, que había utilizado como anestésico, y enfurecido porque la mujer se hubiera atrevido a desafiarle. Se retrepó en una gran silla de roble tallado de alto respaldo cubierta de piel roja de pez cornudo. Rodeando con una mano una jarra de arcilla llena de whisky, con un cigarrillo en los labios, lanzaba miradas furiosas a todos.
Hablaba Firebrass:
-Hacking creía antes en la segregación total de blancos y no blancos. Creía, apasionadamente, que los blancos jamás aceptarían de corazón a los no blancos... es decir, a los negros, los mongoles, los polinesios y los indios. El único modo de que los blancos pudiesen vivir con dignidad, sentirse bellos, ser individuos con personalidad y orgullo propios, era seguir el campo de la segregación. Iguales pero separados.
"Luego su dirigente, Malcolm X, abandonó a los musulmanes blancos. Malcom X se dio cuenta de que estaba equivocado. No todos los blancos eran diablos y enemigos racistas, lo mismo que no todos los negros tenían las narices planas. Hacking dejó los Estados Unidos y se fue a vivir a Argelia, y allí descubrió que era la actitud lo que provocaba el racismo, no el color de la piel.
Un descubrimiento muy poco original y muy poco sorprendente, pensó Sam. Pero hubo de decirse a sí mismo que no podía interrumpir.
-Los jóvenes blancos de los Estados Unidos, o al menos muchos de ellos, rechazaron los prejuicios de sus padres y apoyaron a los negros en sus luchas. Se lanzaron a las calles y se manifestaron y combatieron entregando sus vidas por los negros. Parecía que los negros realmente les agradaban no porque creyesen que debería ser así, sino porque los negros eran seres humanos y los seres humanos pueden gustar y agradar, e incluso ser amados.
"Sin embargo, Hacking nunca se encontró a gusto con un blanco norteamericano, por mucho que se esforzó en considerar a los blancos norteamericanos como seres humanos. Le era imposible como les era imposible respecto a los negros a la mayoría de los
blancos, a la mayoría de los blancos viejos. Pero procuró que le agradasen los blancos que estaban de su parte, y respetaba a los jóvenes blancos que mandaban al infierno a sus padres y a su sociedad racista blanca.
"Luego murió, como todos, blancos o negros. Resucitó entre chinos antiguos, y no fue demasiado feliz con ellos, porque consideraban inferiores a todos los que no fuesen chinos.
Sam recordó a los chinos de Nevada y de California de principios de la década de
1860, aquellos hombrecitos y aquellas mujerucas, trabajadores, activos, pequeños y sonrientes. Habían recibido un trato inferior al que se daba a las mulas. Les habían escupido, insultado, torturado, apedreado, robado, violado. Habían sufrido todas las indignidades y crímenes que un pueblo podía sufrir. No tenían derecho alguno, ni protección ni protector. Y jamás habían murmurado ni se habían rebelado. Simplemente aguantaban. ¿Qué pensamientos se ocultaban tras aquellos rostros como máscaras?
¿Habían creído, ellos también, en, la superioridad de cualquier chino sobre cualquier demonio blanco? Si así era, ¿por qué no habían reaccionado, por qué no se habían sublevado ni una sola vez? Los habrían aplastado si lo hubiesen hecho, pero habrían actuado como hombres por unos instantes.
Pero los chinos creían en el tiempo. El tiempo era su aliado. Si el tiempo no elevaba la posición de un padre, elevaría la del hijo, o la del nieto.
-Así que Hacking -prosiguió Firebrass- cogió una canoa y se fue Río abajo. Tras varios miles de kilómetros, se estableció entre unos negros africanos del siglo xvii. Antepasados de los zulúes, antes de que emigrasen al sur de África, Al poco tiempo los abandonó. Sus costumbres eran demasiado repulsivas y tenían demasiada sed de sangre.
"Luego vivió en una zona habitada por una mezcla de hunos y blanco-morenos del Neolítico. Lo aceptaron bastante bien, pero echaba de menos a su propio pueblo, los negros norteamericanos. Así que se embarcó de nuevo y fue capturado por antiguos moabitas que los esclavizaron; escapó, fue capturado por antiguos hebreos que lo sometieron a la esclavitud del cilindro; escapó otra vez, encontró una pequeña comunidad de negros que habían sido esclavos antes de la Guerra de Secesión, y se sintió feliz por un tiempo. Pero sus actitudes a lo Tío Tom y sus supersticiones le sacaban de quicio, y se fue otra vez Río abajo. Vivió con otros grupos de gente. Luego, un día, unos blancos rubios y altos, germanos de algún tipo, asaltaron el pueblo en que estaba, y resultó muerto en la lucha.
"Y resucitó aquí. Hacking se convenció de que los únicos estados felices del Río serían los compuestos por individuos del mismo color de piel, de gustos similares y del mismo período terrestre. Cualquier otra asociación no funcionaría. La gente no va a cambiar aquí. En la Tierra él podía creer en el progreso, porque los jóvenes tenían una mentalidad flexible. Los viejos morirían y luego los hijos de los blancos jóvenes estarían aún más libres de prejuicios raciales. Pero eso no va a suceder aquí. Todos los hombres se afirman en sus puntos de vista. Así que, a menos que Hacking encuentre una comunidad de blancos de finales del siglo xx, no dará con blancos que no tengan prejuicios u odios raciales. Por supuesto, los antiguos blancos no tenían nada contra los negros, pero resultan demasiado extraños para un hombre civilizado.
-¿A qué viene todo esto, Sinjoro Firebrass? -preguntó Sam.
-Nosotros queremos una nación homogénea. No podemos reunir a todos los negros de finales del siglo XX, pero podemos formar una nación lo más negra posible. Sabemos que hay aproximadamente tres mil negros en Parolando. Nos gustaría cambiar a nuestros dravidianos, árabes y demás no blancos por vuestros negros. Hacking está haciendo propuestas similares a vuestros vecinos, pero con ellos no tiene ningún argumento de peso.
-¿Quieres decir que no tiene nada que ellos quieran? -preguntó con voz agria el rey
Juan, incorporándose. Firebrass miró fríamente a Juan y dijo:
-Más o menos. Pero algún día lo tendremos.
-¿Quieres decir cuando dispongáis de suficientes armas de acero? -inquirió Sam. Firebrass se alzó de hombros. Juan rompió su jarra vacía contra la mesa.
-¡Pues bien, no queremos a vuestros árabes ni a vuestros dravidianos ni a ninguna basura de vuestra Soul City! -gritó-. Pero te diré lo que haremos. ¡Os entregaremos a nuestros ciudadanos negros a razón de una tonelada de bauxita o de criolita o una onza de platino por unidad! Podéis quedaros con vuestros infieles sarracenos o empaquetarlos río abajo o ahogarlos, a nosotros nos da igual.
-Espera un momento -dijo Sam-. Nosotros no podemos entregar a nuestros ciudadanos a nadie. Si ellos quieren irse voluntariamente, de acuerdo; pero nosotros no echaremos a nadie. Esto es una democracia.
La expresión de Firebrass se había endurecido ante el exabrupto de Juan.
-Yo no quería decir que pretendiésemos que nos entregaseis a nadie -dijo-. Como sabéis, no somos tratantes de esclavos. Lo que queremos es un intercambio voluntario de ciudadano por ciudadano. Los árabes wahhabi, a los que Abderramán y Fajuli representan, no están a gusto en Soul City, y preferirían ir a un sitio en que pudiesen agruparse formando una comunidad propia, una especie de kasbah.
A Sam esto le pareció sospechoso. ¿Por qué no podían hacer esto mismo en Soul City? ¿O por qué no se iban sin más? Una de las ventajas de aquel mundo era que no existían lazos, propiedades o dependencias a causa del dinero. Un hombre podía llevar a la espalda todo cuanto poseía, y construir una nueva casa era fácil en un mundo donde el bambú crecía constantemente a una media de cinco centímetros al día.
Era posible que Hacking desease introducir a su gente en Parolando para poder espiar o para organizar una rebelión coordinada con una invasión.
-Propondremos lo que nos decís sobre el intercambio individual -dijo Sam-. Es todo lo que podemos hacer. ¿Piensa Sinjoro Hacking continuar suministrándonos minerales y madera?
-Siempre que continuéis enviándonos mineral y armas de acero -dijo Firebrass-. Pero
Hacking está considerando la posibilidad de subir el precio.
Juan aporreó la mesa.
-¡No nos dejaremos robar! -gritó-. ¡Ya estamos pagando demasiado! ¡No nos apretéis, Sinjoro Firebrass, porque podéis veros sin nada! ¡Nada en absoluto! ¡Ni siquiera vuestras vidas!
-Cálmate, Majestad -dijo Sam rápidamente. Y añadió para Firebrass-: Juan no se siente bien. Perdonadle, por favor. Sin embargo, tiene razón en parte. No podemos subir más los precios.
Abdula X, un negro alto y de piel muy oscura, se puso en pie de un salto y señaló con un gran dedo hacia Sam.
-Vosotros, blancos malditos -dijo en inglés-, debéis medir vuestras palabras. ¡No admitimos ningún insulto de los blancos! ¡Ninguno! ¡Y menos aún de un hombre que escribió un libro como el que escribiste tú sobre el negro Jim! No nos gustan los racistas blancos, y sólo tratamos con ellos porque en este momento no nos queda más remedio.
-Cálmate, Abdula -dijo Firebrass. Sonreía, y Sam se preguntó si el discurso de Abdula no sería la segunda parte de un programa bien preparado. Posiblemente Firebrass estuviese preguntándose a su vez si la expresión de Juan no habría sido también algo planeado. Los actores no tienen por qué ser políticos, pero los políticos tienen que ser actores.
Sam soltó un gruñido y dijo:
-¿Leíste Huckleberry Finn, Sinjoro X?
-Yo no leo basura -dijo Abdula riendo.
-Entonces no sabes de qué hablas, ¿no es así? La expresión de Abdula se oscureció. Firebrass rió entre dientes.
-¡No tengo por qué leer esa basura racista! -chilló Abdula-. ¡Hacking me habló de él, y para mí es suficiente lo que diga Hacking!
-¡Léelo, y luego vuelve y lo discutiremos! -dijo Sam.
-¿Estás loco? -dijo Abdula-. Sabes que en este mundo no hay libros.
-Entonces perdiste, ¿no es así? -dijo Sam. Temblaba un poco. No estaba acostumbrado a que un negro le hablase así-. De todos modos -añadió-, no estamos en una tertulia literaria. Vayamos a la cuestión.
Pero Abdula no quería dejar de gritar contra los libros que Sam había escrito. Y Juan, perdiendo el control, se levantó de un salto y chilló:
-Silentu, negraco!
Juan había utilizado la palabra negro en esperanto modificándola ligeramente. Hubo un momento de conmoción y de silencio. Abdula X abrió la boca, luego la cerró, y en su rostro se pintó una expresión triunfante, casi feliz. Firebrass se mordió los labios. Juan se apoyó en la mesa, sobre sus puños, y frunció el ceño. Sam dio una chupada a su puro. Sabía que el desprecio que Juan sentía por toda la humanidad le había llevado a inventar aquel término. Juan carecía de prejuicios raciales, no había visto más que una media docena de negros durante su vida en la Tierra, pero desde luego sabía insultar a una persona. Ese conocimiento era para él como una segunda naturaleza.
-¡Yo me voy! -dijo Abdula X-. He de irme de aquí... Y si vuelvo a Soul City podéis apostar vuestros culos blancos a que os costará mucho conseguir más aluminio y más platino.
Sam se puso en pie y dijo:
-Un momento. Si quieres una disculpa, yo la presento en nombre de todo Parolando. Abdula miró a Firebrass, que desvió la vista.
-¡Yo quiero que se excuse él, inmediatamente! -Señaló al rey Juan. Sam se inclinó hacia Juan y le dijo en voz baja:
-¡Nos jugamos demasiado para que te pongas a representar el papel de monarca orgulloso, Majestad! Y es muy posible que estén aprovechándose de tu rabieta. Se proponen algo, estoy seguro, pero no sé exactamente qué. Discúlpate.
Juan se levantó y dijo:
-¡Yo no me disculpo ante ningún hombre, y menos aún ante un plebeyo que además es un perro infiel! Sam lanzó un bufido e hizo un gesto con su puro.
-¿Cuándo borrarás de una vez de esa cabeza de Plantagenet que no existe aquí sangre real ni derecho divino de los reyes, y que todos somos plebeyos... o reyes?
Juan no contestó. Se levantó y se fue. Abdula miró a Firebrass, que hizo un gesto con la cabeza. Abdula salió también.
-Bueno, Sinjoro Firebrass, ¿y ahora qué? ¿Os volvéis a casa?
-No -dijo Firebrass, agitando la cabeza-. A mí no me van las decisiones precipitadas. Pero la conferencia quedará suspendida para la delegación de Soul City. Hasta que Juan Sin Tierra se disculpe. Os daré hasta mañana al mediodía para decidir lo que queréis hacer.
Firebrass se volvió para irse.
-Hablaré con Juan -dijo Sam-, pero es más terco que una muía de Missouri.
-Me molestaría que nuestras negociaciones fracasaran porque un hombre no sea capaz de guardarse sus insultos -dijo Firebrass-. Y me molestaría también que cesase nuestro comercio, porque significaría que tú no tendrías tu barco.
-No nos confundamos, Sinjoro Firebrass -dijo Sam-. No es que te amenace, pero no me detendré. Conseguiré el aluminio aunque tenga que echar a patadas a Juan del país personalmente. O, también, aunque tenga que bajar a Soul City a coger el aluminio yo mismo.
-Te entiendo -dijo Firebrass-. Pero lo que tú no entiendes es que Hacking no persigue el poder. Solo quiere tener un estado bien protegido para que sus ciudadanos puedan
disfrutar de la vida. Y disfrutarán de la vida porque todos tendrán gustos similares y objetivos similares. En otras palabras, serán todos negros.
Sam soltó un gruñido y luego dijo:
-Está bien. -Después quedó en silencio, pero cuando Firebrass se iba dijo-: Un momento. ¿Leíste tú Huckleberry Finn?
Firebrass se giró.
-Claro. Cuando era niño lo consideraba un gran libro. Lo leí luego en mi juventud, y pude ver sus fallos; pero de adulto disfruté aún más leyéndolo, pese a sus fallos.
-¿Te molestó lo que decía del negro Jim?
-Has de tener en cuenta que yo nací en 1975 en una casa de labranza próxima a Syracusa, Nueva York. Las cosas habían cambiado mucho por aquel entonces, y la finca había sido adquirida por el abuelo de mi tatarabuelo, que subió desde Georgia al Canadá por el "ferrocarril subterráneo" y luego compró las tierras después de la Guerra de Secesión. No, no me ofendió lo que decías de Jim. Esas cosas se decían abiertamente en la época en que tú escribiste, y a nadie le parecían graves. Por supuesto, constituían un insulto. Pero tú estabas retratando a la gente tal como era, como realmente hablaba. Y la base ética de tu novela, la lucha de Huck entre sus deberes de ciudadano y sus sentimientos por Jim como ser humano, y la victoria del sentimiento humano en Huck... Bueno, me conmovieron. El libro era en su conjunto un ataque a la esclavitud, a la sociedad semifeudal del Mississippi, a la superstición... A todas las cosas estúpidas de aquellos tiempos. ¿Por qué habría de ofenderme?
-Entonces, ¿Por qué...?
-Abdula (cuyo nombre original era George Robert Lee) nació en 1925, y Hacking en
1938. Los negros eran despreciados entonces por muchos blancos, aunque no por todos.
Descubrieron a su costa que la violencia (o la amenaza de ella, lo mismo que los blancos habían utilizado para esclavizarles) era el único medio de obtener derechos plenos de ciudadanos de los Estados Unidos. Tú falleciste en 1910, ¿no? Pero deben de haberte explicado muchas veces lo que sucedió después...
-Es difícil de creer -dijo Sam, asintiendo-. No la violencia de las sublevaciones. Mucho de eso sucedió en mi época y nada, tengo entendido, pudo igualarse a las sublevaciones con motivo de la Ley de Reclutamiento en la ciudad de Nueva York en la Guerra de Secesión. Quiero decir, lo que resulta difícil de imaginar es que se llegase a tal licencia de costumbres a finales del siglo xx.
Firebrass se rió y dijo:
-Sin embargo, estás viviendo en una sociedad donde hay mucha más libertad y licencia, desde el punto de vista del siglo xix, que en cualquier sociedad del siglo xx, y te has adaptado.
-Eso supongo -admitió Sam-. Pero las dos semanas de absoluta desnudez al principio, después de la Resurrección, aseguraron que el género humano jamás volviese a ser el mismo. Al menos, respecto a la desnudez. Y lo innegable de la Resurrección hizo derrumbarse muchas ideas y actitudes fijas. Aunque aún persista el reaccionarismo fanático, del que son ejemplo vuestros musulmanes wahhabi.
-Dime, Sinjoro Clemens -dijo Firebrass-. Tú eras un primitivo liberal, muy por delante de tu época en muchas cosas. Hablaste contra la esclavitud y abogaste por la igualdad. Y cuando escribiste la Carta Magna de Parolando insististe en que hubiese igualdad política para toda especie, raza y sexo. He visto que casi junto a tu casa vive una pareja formada por un negro y una blanca. Honradamente, ¿no te molesta ver una cosa así?
Sam tragó el humo, lo expulsó, y dijo:
-Honradamente, sí. Me molesta. Bueno, ¡la verdad es que me molesta muchísimo! Lo que dice mi mente no es lo mismo que lo que dicen mis reflejos. Me resulta odioso. Pero enfundé mis pistolas, no dije nada, y me relacioné con la pareja y aprendí a quererlos. Y
ahora, transcurrido un año, solo me molestan un poquito. Y este poquito desaparecerá con el tiempo.
-La diferencia entre tú (que representas al blanco liberal) y la juventud de la época de
Hacking y de la mía es que a nosotros no nos molestaba. Lo aceptábamos.
-¿Y no merezco algún crédito por elevarme mentalmente sobre mis contemporáneos? - preguntó Sam.
-Quizá -dijo Firebrass, volviendo al inglés-. Dos grados de desviación es mejor que noventa. No hay duda.
Se fue. Sam se quedó solo. Se sentó, y permaneció largo rato sentado. Luego se levantó y salió. La primera persona que vio fue a Hermann Goering. Llevaba aún una toalla enrollada a la cabeza, pero su piel estaba menos pálida y sus ojos no parecían extraviados.
-¿Cómo va esa cabeza? -preguntó Sam.
-Aún me duele. Pero puedo caminar ya sin ver las estrellas a cada paso.
-No me gusta ver sufrir a un hombre -dijo Sam-. Por eso, te sugiero que podrías evitar más sufrimientos, e incluso dolores directos, abandonando Parolando.
-¿Me amenazas?
-No te amenaza ninguna acción mía. Pero hay muchos que quizá estén tan hartos de ti que hayan decidido tirarte al Río para que te ahogues. Estás fastidiando a todo el mundo con tus predicaciones. Este estado se fundó con un objetivo básico, la construcción del barco fluvial. Ahora bien, en este país un hombre puede decir cuanto desee sin que por eso la ley le castigue. Pero los hay que a veces desconocen la ley, y no me gustaría tener que castigarles porque tú les tentaras. Sugiero que cumplas con un deber cristiano y te alejes de aquí. Así no empujarás a hombres y mujeres de buen corazón a entregarse a la violencia.
-Yo no soy cristiano -dijo Goering.
-Admiro a un hombre capaz de admitir eso. Jamás he conocido predicador que lo confesase, en tan pocas palabras.
-Sinjoro Clemens -dijo Goering-, leí tus libros cuando era joven, allá en Alemania, primero en alemán y después en inglés. Pero la suave ironía no va a llevarnos a ninguna parte. No soy cristiano, aunque procure practicar las mejores virtudes cristianas. Soy misionero de la Iglesia de la Segunda Oportunidad. Todas las religiones terrestres están desacreditadas, aunque algunos no quieran admitirlo. La Iglesia de la Segunda Oportunidad es la primera religión que surge en el nuevo mundo, la única que tiene posibilidad de sobrevivir. La...
-Ahórrame la conferencia -dijo Sam-. Ya os he oído bastante, a tus predecesores y a ti. Lo que yo digo por pura amistad y por deseo de salvarte del baño y, además, a decir verdad, para mantenerte lejos de mí, es que debes largarte. Inmediatamente. O te matarán.
-Si me matan resucitaré mañana al amanecer en cualquier otro lugar y predicaré allí La Verdad, sea el lugar que sea. Ya sabes que, aquí, como en la Tierra, la sangre del mártir es semilla de la iglesia. El hombre que mata a uno de los nuestros asegura que la Verdad, la posibilidad de salvación eterna, sea oída por muchos. El asesinato ha extendido nuestra fe Río ariba y Río abajo mucho más aprisa que cualquier otro medio convencional de viaje.
-Felicidades -dijo Sam exasperado, volviendo al inglés, como solía hacer cuando se enfadaba-. Pero dime, ¿no te inquieta que se repitan los asesinatos de tus misioneros?
¿No tienes miedo a acabar con el cuerpo?
-¿Qué quieres decir?
-Piensa en vuestros dogmas.
Sam no logró ninguna reacción, sólo una mirada de desconcierto. Entonces volvió al esperanto:
-Uno de vuestros principales dogmas, si no recuerdo mal, es que el hombre no fue resucitado para que pudiese gozar de la vida aquí para siempre. Se le otorgó un período de tiempo limitado, aunque a la mayoría pueda parecería mucho tiempo, especialmente si no gozan aquí de la vida. Vosotros postuláis algo análogo a un alma, algo que llamáis una psicoforma, ¿no es así? O a veces un ka. Teníais que hacerlo, porque si no, no podríais proclamar la continuidad de la identidad personal en el hombre. Sin ella, el que muere muerto queda, aunque su cuerpo sea reproducido exactamente y devuelto a la vida. Ese segundo cuerpo es solo reproducción. El lázaro tiene la mente y los recuerdos de los hombres que murieron, y por eso piensa que es el hombre que murió. Pero no lo es. Es sólo un duplicado viviente. La muerte acabó con el primer hombre. No existe ya.
"Y vosotros resolvéis este problema proclamando la existencia de un alfa (o psicoforma o ka), que es una entidad que nace con el cuerpo, le acompaña, registra y reseña lo que el cuerpo hace y, en realidad, debe ser una incorporación incorporal, valga la contradicción, del cuerpo. Así que, cuando muere la carne, el ka sigue existiendo. Existe en alguna cuarta dimensión o en alguna polarización que ojos protoplasmáticos no pueden ver ni instrumentos mecánicos detectar. ¿Digo bien?
-Te aproximas bastante -dijo Goering-. Burdo, pero correcto.
-Hasta ahora -dijo, Sam, expulsando una gran nube de verde humo- hemos postulado, o habéis, que yo no, la misma alma de los cristianos y de los musulmanes y de otros. Pero tú proclamas que el alma no va al infierno ni al cielo. Se queda vagando en una especie de limbo cuatri-dimensional. Y allí seguiría siempre si no fuese por la intervención de otros seres. Estos son extraterrestres que llegaron a la existencia mucho antes de que lo hiciese la Humanidad. Estos superseres llegaron a la Tierra cuando el género humano aún no existía... Visitaron todos los planetas del universo que pudiesen llegar a tener algún día vida consciente.
-No estás expresándolo exactamente como lo expresamos nosotros -dijo Goering-. Nosotros sostenemos que cada galaxia tiene una, o quizá varias, antiguas especies que habitan ciertos planetas. Estos seres pueden haber nacido en nuestra galaxia o en otra anterior, muerta ya, o en otro universo. En cualquier caso, son sabios, y sabían hace mucho que brotaría vida consciente en la Tierra, y dispusieron mecanismos que empezasen a registrar estas conciencias desde el momento de su aparición. Esos mecanismos no pueden detectarlos las conciencias.
"En cierto momento esos Ancianos, como les llamamos nosotros, deciden enviar los registros a un lugar especial. Allí los muertos son reencarnados a partir de los registros por medio de convertidores de energía en materia, vuelven a ser sanos y jóvenes, y luego se hacen registros de esos cuerpos, se destruyen, y los muertos resucitan en un nuevo mundo, como éste, otra vez por medio de la conversión de energía en materia.
"Los psicoformas, o kas, tienen una afinidad con sus gemelos protoplasmáticos. En el momento en que se realiza la duplicación del cuerpo muerto, el ka se liga a él y empieza a registrar. Así que, si muere el cuerpo y se le duplica un centenar de veces, el ka sigue reteniendo la identidad, la mente, y los recuerdos de todos los cuerpos. No se trata, por tanto, de que se cree un duplicado tras otro. Se trata de la preservación del individuo primero con un registro o recuerdo de todo lo que sucedió en el medio ambiente inmediato de todos los cuerpos protoplasmáticos del ka.
-¡Pero...! -dijo Sam, agitando su puro y arrimando luego la brasa a la mejilla de Goering-. Pero vosotros sostenéis que no se puede matar a un hombre un número indefinido de veces. Vosotros decís que, después de unas doscientas veces, la muerte tiene efectos definitivos. El seguir muriendo debilita el lazo que existe entre cuerpo y ka, y puede llegar un momento en que la duplicación del cuerpo no signifique que el ka se funda con él. El ka vaga, por los fantasmales pasillos de la cuarta dimensión o por dondequiera que sea. Se transforma en realidad en un espectro, un alma perdida. Está liquidado.
-Esa es la esencia de nuestra fe -dijo Goering-. O quizá debiera decir de nuestro conocimiento, pues nosotros sabemos que eso es verdad.
-¿De veras? ¿Lo sabéis? -dijo Sam, enarcando sus tupidas cejas.
-Sí. Nuestro fundador oyó la Verdad un año después de la Resurrección, del día en que toda la Humanidad resucitó de entre los muertos. Un hombre vino a él de noche, cuando rezaba pidiendo una revelación en una cueva del monte. Ese hombre le dijo ciertas cosas, le mostró ciertas cosas, que ningún mortal terrestre podría decir o mostrar. Ese hombre era un agente de los Ancianos y le reveló la Verdad, y dijo a nuestro fundador que saliese a predicar entre las gentes la doctrina de la Segunda Oportunidad.
"Lo cierto es que el término de Segunda Oportunidad es erróneo. Se trata en realidad de nuestra Primera Oportunidad, porque jamás tuvimos posibilidad de salvación y vida eterna cuando estábamos en la Tierra. De todos modos la vida en la Tierra fue un preludio necesario de este mundo del Río. El Creador hizo el universo y luego los Antiguos preservaron al género humano... En realidad, a todos las conciencias del universo. ¡Ellos preservaron! ¡Pero la salvación es sólo para el género humano!
"¡A cada hombre le toca salvarse a sí mismo, ahora que se nos ha dado tal oportunidad!
-A través de la Iglesia de la Segunda Oportunidad únicamente, supongo -dijo Sam. No quería burlarse, pero no podía evitarlo.
-Eso es lo que nosotros creemos -dijo Goering.
-¿Y qué credenciales exhibía aquel misterioso extranjero? -dijo Sam. Pensó en su Misterioso Extraño y sintió pánico. ¿Serían el mismo? ¿O serían un par de aquellos seres que se llamaban a sí mismos los Éticos? Su extranjero, el hombre que enviara el meteorito de ferroníquel y permitiera a Joe Miller ver la Torre y el nebuloso mar del polo norte, era un renegado de los Éticos. Si es que no mentía.
-¿Credenciales? -dijo Goering-. ¿Documentos de Dios? Se rió.
-El fundador sabía que su visitante no podía ser un simple hombre porque sabía de él cosas que sólo un dios, o un ser superior, podía saber. Y le mostró algunas cosas que hubo de creer. Y le dijo cómo habíamos sido devueltos a la vida y por qué. No se lo explicó todo. Algunas cosas se revelarán más tarde. Otras habremos de descubrirlas nosotros mismos.
-¿Cómo se llama ese fundador? -preguntó Sam-. ¿O no lo sabes? ¿Es una de las cosas no reveladas?
-Nadie lo sabe -respondió Goering-. No es necesario saberlo. ¿Qué es un nombre? El se llama a sí mismo Viro. Es decir, hombre en esperanto, del latin vir. Nosotros le llamamos La Fondinto, El Fundador, o La Viro, El Hombre.
-¿Le has conocido?
-No, pero conocí a dos hombres que le conocieron bien. Uno estaba presente cuando
La Viro predicó por primera vez, siete días después de que le hablase el extranjero.
-¿La Viro es un hombre, no una mujer?
-¡Oh, sí!
Sam lanzó un profundo suspiro y luego dijo:
-Me quitas un gran peso de encima. Si nos saliese como fundadora Mary Baker Eddy, me pegaría un tiro.
-¿Cómo?
-Nada, nada -dijo Sam con un gruñido-. Escribí un libro sobre ella... No me gustaría volver a encontrármela; me degollaría. Pero algunas de esas fantásticas ideas místicas que me explicaste me la recordaron.
-Salvo por lo del ka, todo lo de nuestra explicación se basa en la física. Y el ka es físico, pero situado en ángulo recto, podríamos decir, respecto a nuestra realidad. Nosotros creemos que eso es ciencia, la ciencia de Los Antiguos, que nos han otorgado
una resurrección física. No hay en ello nada sobrenatural, salvo nuestra creencia en el
Creador, claro está. Lo demás es todo ciencia.
-¿Como la religión de Mary Baker Eddy? -preguntó Sam.
-No la conozco.
-¿Y cómo vamos a lograr esa salvación?
-Convirtiéndonos en amor. Y eso implica, claro está, que no debemos entregarnos a la violencia, ni siquiera en caso de defensa propia. Creemos que podremos convertirnos en amor tan sólo si logramos un cierto estado trascendente al que se llega por el conocimiento de uno mismo. Hasta ahora la mayoría del género humano no ha sabido utilizar la goma de los sueños; ha usado mal la droga, como usa mal todas las cosas.
-¿Y tú crees que te has convertido en amor, signifique esa frase lo que signifique?
-Aún no, pero voy camino de ello.
-¿Con la goma de los sueños?
-No sólo con ella. Eso ayuda. Pero uno ha de actuar además, ha de predicar su fe y sufrir por ella. Y aprender a no odiar, aprender a amar.
-¿Así que por eso te opones a mi barco? ¿Crees que "estamos perdiendo el tiempo construyéndolo?
-Es un objetivo que no traerá a nadie ningún bien. Hasta ahora ha llevado a la devastación de la Tierra; a la codicia, el dolor y la sed de sangre; a la ansiedad y la traición. ¡Al odio, al odio, al odio! ¿Y por qué? Por poder tener lo que ningún otro tiene, un barco gigante de metal impulsado por electricidad, el máximo logro de la tecnología de este planeta. El barco de los locos. Para que te conduzca hasta el nacimiento del Río. Y cuando llegues allí, ¿luego qué? ¡Deberías viajar hasta las fuentes del alma!
-Hay algunas cosas que tú ignoras -dijo Sam. Su optimismo estaba agriado por una visión. Había un diablo, encogido en la oscuridad, susurrando en su oído. Pero alguien se había encogido en la oscuridad al otro lado y susurraba en el oído del fundador de la Iglesia. ¿Sería aquel Extranjero de la Iglesia el diablo? El ser que se había aparecido a Samuel Clemens había dicho que los otros eran los diablos, y que él deseaba salvar a la humanidad.
El demonio diría algo parecido, por supuesto.
-¿No llegan mis palabras a tu corazón? -dijo Goering. Sam se dio un puñetazo en el pecho y dijo:
-Sí, y a mi estómago; y creo que tengo un poco de indigestión. Goering cerró un puño y frunció los labios.
-Cuidado, o perderás tu amor -dijo Sam, y se alejó. Pero no se sentía especialmente triunfante. Era cierto que le aquejaban ciertos trastornos estomacales. La ignorancia terca siempre le había trastornado, aunque supiera que debía limitarse a reírse de ella.