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Chapter 54 - EL FABULOSO BARCO FLUVIAL (23)

Se despertó en mitad de la noche preguntándose si no tendría que preocuparse, después de todo. ¿Y si Van Boom no era tan leal como decía? ¿Y si el astuto Firebrass le había dicho a Van Boom que le explicase la historia a Clemens? ¿Qué mejor modo de acogerle con la guardia baja? Pero entonces hubiese sido mejor que Van Boom fingiese ante Sam que fingiría estar de acuerdo con Firebrass.

-¡Estoy empezando a pensar como el rey Juan! -dijo Sam en voz alta. Por último decidió que tenía que confiar en Van Boom. Era rígido y a veces un poco extraño, cosas muy de esperar en un ingeniero, pero tenía una base moral tan inflexible como la espina dorsal de un dinosaurio fosilizado.

El trabajo en el gran barco fluvial continuaba día y noche. Ya estaban terminadas las planchas del casco y estaban ajustándose las vigas. Se terminaron el batacitor y los motores eléctricos gigantes, y se terminó también el montaje del sistema de transporte de grúas y motores. Las propias grúas eran enormes estructuras sobre inmensos raíles, alimentadas con electricidad del modelo de batacitor. Venía gente a ver aquello de miles de kilómetros Río arriba y Río abajo. Venían en catamaranes, grandes galeras, canoas y piraguas, a ver aquellas famosas obras.

Sam y el rey Juan decidieron de común acuerdo que tanta gente vagabundeando por allí acabaría interfiriendo en el trabajo y permitiría a los espías actuar con más eficacia.

-Además, sería poner ante ellos la tentación de robar, y nosotros no queremos ser responsables de las tentaciones de la gente. La gente ya tiene bastantes problemas tal como está -dijo Sam.

Juan no sonrió. Firmó la orden que expulsaba a todos los no ciudadanos, salvo embajadores y enviados, y esto impidió la entrada de nadie más. Pero no impidió, sin embargo, que muchos barcos pasaran navegando mientras sus ocupantes observaban. Por aquel entonces estaban terminándose ya los muros de barro y piedra de la orilla. Había, sin embargo, muchos huecos a través de los cuales los curiosos podían observar. Estos se dejaban para el acceso de los barcos cargueros que traían madera, mineral y pedernal. Además, como la llanura iba elevándose hacia las colinas, los turistas podían

ver varias de las fábricas y las grúas, y la gran estructura del astillero se veía desde kilómetros de distancia.

, Después de un tiempo, el tráfico turístico cesó. Caían demasiados en manos de los esclavistas de cilindros por el camino. Se corrió la voz de que estaba haciéndose peligroso pasar el Río por aquella zona. Transcurrieron seis meses. El suministro de madera en la zona se agotó. El bambú alcanzaba su desarrollo máximo en un período de tres a seis semanas; los árboles tardaban seis meses en llegar a su plena madurez. Todos los estados que limitaban con Parolando, entre los setenta y cinco kilómetros a ambas fronteras, sólo tenían madera suficiente para sus propias necesidades. Los representantes de Parolando hicieron tratados con estados más distantes, intercambiando mineral de hierro y armas por madera. Había gran cantidad de siderita, por lo que Sam no tenía miedo a agotarla. Pero su extracción ocupaba a muchos hombres y mucho material, y hacía que la zona central de Parolando pareciese un paisaje de bombardeos. Pero a medida que se traía madera se necesitaban más hombres, materiales y máquinas para hacer armas con las que obtener otros productos; hombres, materiales y máquinas que no podían utilizarse en la construcción del barco.

Además, el incremento del comercio marítimo aumentó la necesidad de construir cargueros de madera. Y hubo que entrenar a más hombres como marineros y soldados de las flotas encargadas de transportar la madera y el material. Llegó un momento en que tuvieron que alquilar barcos a los estados vecinos, y la renta, como siempre, fue mineral de ferroníquel y armas terminadas.

Sam quería estar en los astilleros de la mañana a la noche, e incluso durante ésta, porque disfrutaba con cada minuto de avance en la construcción del gran barco. Pero tenía tantos deberes administrativos sólo indirectamente (y en ocasiones ni siquiera eso) relacionados con el barco, que no podía estar en el astillero más de dos o tres horas al día... los días de suerte. Intentó conseguir que Juan se hiciese cargo de más sectores de la administración, pero Juan sólo aceptaba tareas que le proporcionasen más poder sobre las fuerzas militares y le permitiesen ejercer presión sobre quienes se oponían a él.

Las previstas tentativas de asesinato de los partidarios de Sam no se produjeron. Los guardaespaldas y la estrecha vigilancia por las noches continuaron, pero Sam decidió que Juan pensaba estarse quieto durante un tiempo. Se había dado cuenta, probablemente, de que sería mucho mejor para sus propósitos esperar a que el barco estuviese casi terminado.

-Zam -dijo Joe Miller en una ocasión-, ¿no creez que quizá eztéz equivocado con

Juan? ¿No creez que quizá ze contente con zer zegundo de a bordo en el barco?

-Joe, ¿crees posible eso?

-¿Por qué no?

-Juan está podrido hasta la médula. Los antiguos reyes de Inglaterra nunca fueron gran cosa, moralmente hablando. La única diferencia entre ellos y Jack el Destripador era que ellos operaban abiertamente y con la aprobación de la Iglesia y del Estado. Pero Juan fue un monarca tan malvado que se instituyó la tradición de no nombrar jamás a ningún otro Juan rey de Inglaterra. Ni siquiera la Iglesia, tan tolerante con el mal de los poderosos, podía soportar a Juan. El Papa lanzó un interdicto contra toda la nación y obligó a Juan a arrastrarse a sus pies y pedirle perdón como un niño travieso. Pero supongo que incluso cuando estaba besándole el pie al Papa, logró chuparle un poco de sangre del dedo gordo. Y el Papa debió comprobar si le faltaba algo de los bolsillos después de abrazar a Juan.

"Lo que estoy intentando afirmar es que Juan no podría reformarse aunque quisiese. Siempre será una hiena humana, un zorrino, una comadreja.

Joe dio unas chupadas a un cigarrillo aún más largo que su nariz y dijo:

-Bueno, no zé, los humanoz pueden cambiar. Mira lo I que ha hecho la Iglezia de la

Zegunda Oportunidad. Mira a Goering. Mírate a ti. Me decíaz que en tu tiempo laz

mujerez llevaban ropaz que laz cubrían del cuello a loz tobilloz, y que quedábaiz en éztaciz zi veiaiz un tobillo bonito, y un muzlo. ¡Dioz mío! Ahora no te alteraz gran coza aunque veaz...

-¡Lo sé! ¡Ya lo sé! -dijo Sam-. Las viejas actitudes y lo que los psicólogos llaman reflejos condicionados pueden alterarse. Por eso yo digo que cualquiera que aún arrastre los prejuicios raciales y sexuales que tenía en la Tierra no está aprovechándose de lo que ofrece el Río. Un hombre puede cambiar, pero...

-¿Pero puede? -preguntó Joe-. Tú ziempre me dijizte que todo en la vida, incluzo la forma en que un hombre actúa y pienza, eztaba determinado por lo acontecido mucho antez de que hubieze nacido. ¿Qué ez ezo? Zí, ez una filozofía determinizta, ezo ez lo que ez. Pero zi creez que todo eztá fijado en zu curzo, que loz humanoz zon máquinaz, por azi decirlo, entoncez, ¿cómo puedez creer tú que loz hombrez pueden cambiarze a zí mizmoz?

-Bueno -masculló Sam, enfurecido, con las cejas excesivamente tupidas enarcadas y los ojos verdiazules brillando sobre su nariz de halcón-. Bueno, incluso mis teorías están mecánicamente determinadas, y si chocan es inevitable.

-Entoncez, por amor de Dioz -dijo Joe, agitando sus manos como balones de fútbol-

¿que zentido tiene hablar de ello? ¿E incluzo hacer algo? ¿Por qué no echarlo todo a rodar, zencillamente?

-Porque no puedo esquivarme a mí mismo -dijo Sam-. Porque cuando el primer átomo de este universo chocó contra el segundo, quedó decretado mi destino, quedaron fijados mis pensamientos y mis acciones.

-Entoncez no erez rezponzable de lo que hacez, ¿no ez cierto?

-Es cierto -dijo Sam. Se sentía muy incómodo.

-Entonzes Juan no puede evitar zer un traidor azezino y un cerdo dezpreciable.

-No, pero tampoco yo puedo evitar despreciarle por ser un cerdo.

-Y zupongo que zi alguien máz lizto que yo vinieze y te demoztraze, por eztricta e innegable lógica, que eztabaz equivocado en tu filozofía, diríaz que no podía evitar penzar que eztabaz equivocado. Pero él eztá equivocado, aunque ezté predeterminado mecánicamente a penzar como pienza.

-Yo tengo razón y lo sé -dijo Sam, dando vigorosas chupadas a su puro-. Ese hombre hipotético no podría convencerme porque sus propios razonamientos no brotan de una voluntad libre. Es lo mismo que un tigre vegetariano... es decir, no existe.

-Pero tu propio razonamiento no zurge de una voluntad libre tampoco.

-Desde luego. Estamos todos atornillados. Creemos lo que tenemos que creer.

-Tú te ríez de ezaz perzonaz que tienen lo que tú llamaz ignorancia invencible, Zam. Zin embargo, también tú eztáz lleno de ella.

-¡Dios nos libre de que los monos se crean filósofos!

-¡Zí! ¡Tú recurrez a inzultoz en cuanto no ze te ocurre nada que dezir! ¡Admítelo, Zam!

¡No tienez ningún argumento lógico para defenderte!

-Lo que sucede es que tú eres incapaz de comprender lo que yo quiero decir, por ser como eres -dijo Sam.

-Deberíaz hablar máz con Cyrano de Bergerac, Zam. Ez un cínico tan grande como tú, aunque no va tan lejoz con zu determinizmo.

-A vosotoros dos os imagino incapaces de hablar de frente. ¿No os molesta ser tan parecidos? ¿Cómo puedes ponerte ante su nariz y no romper a reír a carcajadas? -Como dos osos hormigueros...

-¡Inzultoz! ¡Inzultoz! Oh, ¿qué adelantaz con ezo?

-Exactamente -dijo Sam. Joe no dio las buenas noches, y Sam no le llamó. Estaba irritado. Joe parecía tan bestial con aquella frente baja y aquellos ojos rodeados de hueso y aquella naricilla cómica, aquel aspecto de gorila y aquella pelambrera. Pero tras aquellos ojillos azules había una innegable inteligencia.

Lo que más le molestaba a Sam era el comentario de Joe de que su fe determinista era sólo excusa de su culpa. ¿Culpa por qué? Culpa simplemente por todos los males que habían padecido los seres que él había amado.

Pero era un laberinto filosófico que desembocaba en una trampa. ¿Creía él en el determinismo mecánico porque deseaba no sentirse culpable, o se creía culpable, aunque no lo fuese, porque el universo mecánico determinaba que él había de sentirse culpable?

Joe tenía razón. De nada valía pensar en ello. Pero si el pensamiento de un hombre se ponía en marcha por la colisión de los primeros dos átomos, ¿cómo seguir pensando entonces que él fuese Samuel Langhorne Clemens, alias Mark Twain?

Aquella noche se despertó más tarde de lo habitual, aunque no para trabajar en sus deberes. Bebió por lo menos un quinto de alcohol etílico mezclado con jugo de fruta.

Dos meses antes, Firebrass había dicho que no podía entender por qué Parolando no lograba hacer alcohol etílico. Sam se había quedado sorprendido. El no sabía que pudiera hacerse alcohol de grano. Pensaba que el único suministro de licor tenía que ser el que los cilindros proporcionaban.

No, había respondido Firebrass. ¿No se lo había dicho ninguno de sus ingenieros? Si se disponía de los materiales adecuados, ácido, gas carbónico o acetaldehído, y un catalizador adecuado, podía convertirse la celulosa de la madera en alcohol etílico. Eso era del dominio público. Pero Parolando, hasta hacía poco, era el único lugar del Río (suponía) que tenía materiales con que hacer alcohol de grano.

Sam había acudido a Van Boom, que contestó que ya tenía bastantes preocupaciones para dedicarse a proporcionar bebida a gente que ya bebía demasiado.

Sam dio órdenes de que se asignasen materiales y hombres suficientes. Por primera vez en la historia del Río, se estaba haciendo alcohol bebible en gran escala. Esto tuvo como consecuencia no solo una mayor felicidad entre los ciudadanos, dejando aparte a los fieles de la Segunda Oportunidad, sino también una nueva industria para Parolando: exportaban alcohol a cambio de madera y bauxita.

Sam se echó en la cama y a la mañana siguiente, por primera vez, se negó a levantarse antes del amanecer. Pero al otro día se levantó como siempre.

Sam y Juan enviaron un mensaje a Iyeyasu comunicándole que considerarían un acto hostil el que invadiese el resto del territorio de los ulmaks o la tierra de Chernsky.

Iyeyasu contestó que no tenía la menor intención de atacar aquellas tierras, y lo demostró invadiendo el territorio situado a su frontera norte, la Tierra de Sheshshub. Sheshshub, un asirio nacido en el siglo vil antes de Cristo, había sido general de Sargón II, y como la mayoría de las personas poderosas en la Tierra, se había convertido en el mundo del Río en un jefe. Opuso a Iyeyasu una encarnizada resistencia, pero los invasores eran más numerosos.

Iyeyasu era una preocupación. Había muchas más, las suficientes para que Sam estuviera día y noche en movimiento. Hacking envió al fin un mensaje, por mediación de Firebrass, diciendo que Parolando podía verse en un buen atolladero. Quería el anfibio prometido desde hacía tanto tiempo. Sam había alegado dificultades técnicas, pero Firebrass le dijo que esa excusa no era ya aceptable. Así que se fletó a regañadientes el Dragón de Fuego III.

Sam hizo una visita a Chernsky para confirmarle que Parolando defendería Cernskujo. De regreso, a un kilómetro de las fábricas pero soplando el viento en dirección contraria, Sam sintió ahogos. Había estado viviendo tanto tiempo en una atmósfera de humo de ácidos que se había acostumbrado a ella, pero cualquier vacación limpiaba sus pulmones. Era como entrar en una fábrica de pasta y azufre. Y aunque el viento fuese una brisa de veinticinco kilómetros por hora, no transportaba el humo con la suficiente rapidez. El aire era claramente neblinoso. No le extrañaba que Publiujo, situada al sur, se quejase.

Pero el barco seguía creciendo. De pie ante la puerta de entrada de su timonera, Sam podía mirar todas las mañanas y consolarse de su cansancio y de la fealdad y el hedor de

la tierra. Y a los seis meses estarían terminadas las tres cubiertas y se instalarían las grandes ruedas giratorias. Luego se colocaría una capa de plástico en la parte del casco que hubiese de estar en contacto con el agua. Este plástico no solo impediría la electrólisis del magnalio, sino que reduciría también la turbulencia del agua, añadiendo así quince kilómetros por hora a la velocidad del barco. Durante este tiempo, Sam recibió algunas buenas nuevas. En Seminujo, país situado inmediatamente al sur de Soul City, habían encontrado tungsteno e iridio. El informe lo trajo el propio prospector, que no confiaba en ningún otro para transmitirlo. Transmitía también otras malas noticias. Selina Hastings se negaba a permitir a Parolando excavar allí. De hecho, si ella hubiese sabido que Parolando andaba hurgando en sus montañas, hubiese expulsado a los invasores. No quería en realidad ser hostil, apreciaba a Sam Clemens, pues era un ser humano. Pero no aprobaba el proyecto del gran barco fluvial, y no permitiría que saliese nada de su tierra que pudiese ayudar a construir el barco.

Sam tuvo una explosión de cólera, el tungsteno se necesitaba con urgencia para las máquinas herramientas, pero incluso más para las emisoras de radio, y quizá, para los aparatos de televisión de circuito cerrado. El iridio podía utilizarse para endurecer el platino para diversos usos, instrumentos científicos, quirúrgicos y puntas de plumines.

El Misterioso Extraño había explicado a Sam que había emplazado allí el yacimiento de minerales, pero que sus camaradas los Éticos no sabían que lo había hecho. Junto con la bauxita, la criolita y el platino, debería haber tungsteno e iridio. Pero se había cometido un error, y estos dos últimos metales habían sido depositados varios kilómetros al sur de los tres primeros.

Sam no habló con Juan inmediatamente del asunto, porque necesitaba pensar con calma en el problema. Juan, por supuesto, querría exigir la entrega comercial de los metales a Parolando o declarar la guerra.

Mientras paseaba arriba y abajo en la timonera, llenando la estancia de nubes de humo verde, oyó tambores. Utilizaban un código que no conocía, pero que enseguida reconoció como el utilizado en Soul City. Unos minutos después Firebrass estaba al pie de la escalera.

-Sinjoro Hacking está al corriente del descubrimiento de tungsteno e iridio en Selinujo. Dice que si podéis llegar a un acuerdo con Selina, bien. Pero que no ataquéis su territorio. Lo consideraría una declaración de guerra a Soul City.

Sam miró por la portilla de estribor, por encima de Firebrass.

-Ahí viene Juan, que también parece al tanto -dijo-. También ha oído las noticias. Su sistema de espionaje es casi tan bueno como el vuestro. Unos cuantos minutos menos bueno, diría yo. No sé dónde están las filtraciones de mi sistema, pero son tan grandes que me hundirían si fuese un barco, y quizá me hundan de todos modos.

Juan, con los ojos hinchados, rojo, bufando y jadeando, entró en la estancia. Desde la introducción del alcohol de grano había engordado aún más, y parecía estar medio borracho siempre que no estaba borracho del todo.

Sam estaba irritado, pero al mismo tiempo divertido. Juan hubiese preferido citarle en su palacio, de acuerdo con su dignidad de ex rey de Inglaterra. Pero sabía que Sam no lo aceptaría durante mucho tiempo, si es que lo aceptaba, y entre tanto nadie podría controlar las charlas de Firebrass y Sam.

-¿Qué es lo que pasa? -preguntó Juan, relampagueante.

-Dímelo tú -dijo Sam-. Tú siempre sabes más que yo del aspecto oculto de las cosas.

-¡Basta de bromas! -dijo Juan. Sin que se lo ofrecieran, se sirvió en una jarra un cuarto de licor-. ¡Sé lo que dice el mensaje, aunque desconozca el código!

-Yo pensaba lo mismo -dijo Sam-. Para tu información, por si te has perdido algo... -y le explicó lo que Firebrass había dicho.

-Esa arrogancia vuestra, la de los negros, es insoportable -dijo Juan-. Osáis decirle a

Parolando, un estado soberano, cómo debe resolver sus asuntos vitales. Bien, pues yo te

contesto que eso es inadmisible. ¡Conseguiremos esos metales de un modo u otro! Selinujo no los necesita, ¡nosotros sí! ¡A Selinujo no le hace ningún daño el entregárnoslos! ¡Haremos un buen trato!

-¿Con qué? -dijo Firebrass-. Senilujo no quiere armas ni alcohol. ¿Qué podéis ofrecerles?

-¡Paz: no hacer la guerra!

Firebrass se alzó de hombros y soltó una risilla, irritando aún más a Juan.

-Desde luego -dijo Firebrass- podéis hacerles esa oferta. Pero habrá que ver lo que dice Hacking.

-A Hacking no le agrada en especial Selinujo -dijo Sam-. Echó a patadas de Soul City a todos los de la Segunda Oportunidad, blancos y negros.

-Lo hizo porque predicaban el pacifismo inmediato. También predicaban, y aparentemente practicaban, el amor hacia todos, al margen del color de la piel, pero Hacking dice que son un peligro para el estado. Los negros tienen que protegerse a sí mismos, si no serían esclavizados de nuevo.

-¿Los negros? -dijo Sam.

-¡Nosotros! ¡Los negros! -replicó Firebrass sonriendo.

No era la primera vez que Firebrass daba la impresión de que no le preocupaba tan profundamente como debiera el color de su piel. Su identificación con los negros, como tales, era débil. No es que en su vida no hubiese padecido el prejuicio racial, pero no le había afectado gran cosa. Y de vez en cuando hacía comentarios que indicaban que le gustaría tener una plaza en el barco.

Todo esto, por supuesto, podía ser pura comedia.

-Negociaremos con Sinjorino Hacking -dijo Sam-•Sería magnífico tener radios y televisores para el barco, y las fábricas de maquinaria podrían utilizar el tungsteno. Pero podemos continuar sin ellos.

Hizo un guiño;a Juan para indicarle que debía hablar él. Pero Juan estaba tan atontado como siempre.

-¡Lo que nosotros hagamos con Selinujo es problema nuestro, y de nadie más!

-Se lo diré a Hacking -dijo Firebrass-. Pero Hacking es hombre muy entero. No se doblegará ante nadie, y menos aún ante los imperialistas del capitalismo blanco.

Sam se rió, y Juan le miró asombrado.

-¡Eso es lo que os considera a vosotros! -dijo Firebrass-. Y según define él esos términos, sois lo que dice que sois.

-¡Porque deseamos ardientemente terminar este barco! -gritó Sam-, ¿Sabes tú para qué es este barco, cuál es su objetivo final...?

Logró aplacar su cólera, jadeando por el esfuerzo. Se sentía aturdido. Casi había dicho lo del Extraño.

-¿De qué se trata? -preguntó Firebrass.

-De nada -contestó Sam-. De nada. Yo solo deseaba llegar a las fuentes del Río, nada más. Puede que allí se encuentre el secreto de todo este mundo... ¿quién sabe? Pero desde luego no acepto la crítica de alguien que solo quiere sentarse a coleccionar almas hermanas. Si desea hacer eso allá él, pero aún sostengo que lo ideal es la integración. ¡Y soy un blanco de Missouri nacido en 1835! Voy contra mi herencia y mi medio ambiente... La cuestión es que si yo no utilizo el metal de siderita para construir el barco, diseñado solo para viajar, no para la agresión, entonces, algún otro lo hará. Y ese otro puede que lo use para conquistar y someter, en vez de para fines turísticos.

"Hasta ahora hemos aceptado las demandas de Hacking, hemos pagado sus precios abusivos, cuando podríamos muy bien haber llegado allí y haberle arrebatado lo que necesitábamos. Juan se disculpó por lo que dijo de ti y de Hacking, y si crees que es fácil para un Plantagenet hacer eso es que no conoces su historia. Es absurdo lo que cree Hacking. No entiendo de qué me hace responsable.

Claro está, odia a los blancos. ¡Pero esto no es la Tierra! ¡Aquí las condiciones son radicalmente distintas!

-Pero la gente persiste en sus actitudes -dijo Firebrass-. Sus odios y sus amores, sus gustos y sus disgustos, sus prejuicios, sus reacciones, todo.

-Pero puede cambiar.

-No, según tu filosofía -dijo Firebrass burlonamente-. O más bien no hasta que las fuerzas mecánicas las cambien. Así que Hacking no está determinado por nada a cambiar su actitud. ¿Por qué habría de estarlo? El ve la misma explotación y el mismo desprecio aquí que en la Tierra.

-No quiero discutir sobre eso -dijo Sam-. ¡Te explicaré lo que creo que deberíamos hacer!

Se detuvo y miró por la portilla. El casco de un gris blanquecino y las partes más altas del barco resplandecían al sol. ¡Qué hermoso! ¡Y era, en cierto modo, todo suyo! ¡El barco valía todo lo que le estaba costando!

-Veamos -dijo más lentamente-. ¿Por qué no viene aquí Hacking? ¿Por qué no viene a hacernos una breve visita? Puede ver todo esto, ver por sí mismo lo que estamos haciendo. Ver nuestros problemas. Puede que entienda nuestros problemas, que vea que no somos demonios de ojos azules que queremos esclavizarle. En realidad, cuanto más nos ayude, antes se librará de nosotros.

-Le transmitiré el mensaje -dijo Firebrass-. Puede que quiera hacerlo.

-Le recibiremos con todos los honores -dijo Sam-. Un saludo de veintiún cañonazos, una gran recepción, comida, bebida, regalos. Verá que, después de todo, no somos tan malos.

Juan escupió. "¡Puaj!" Pero no dijo nada más. Sabía que la propuesta de Sam era la mejor.

Tres días después, Firebrass trajo un mensaje. Hacking vendría cuando Parolando y

Selinujo hubiesen llegado a un acuerdo sobre los metales.

Sam se sentía como una vieja caldera oxidada de un barco del Mississippi. Un poco más de presión y explotaría.

-¡A veces pienso que tienes razón! -gritó a Juan-•¡Quizá debiésemos simplemente apoderarnos de esos países y liquidarlos!

-Sin duda alguna -dijo Juan suavemente-. Es evidente que la ex condesa Hantingdon (que debe ser descendiente de mi viejo enemigo el conde de Hantingdon) no está dispuesta a ceder. Es una fanática religiosa, una chiflada, como tú dices. Y Soul City nos atacará si invadimos Selinujo. Hacking no tiene más remedio que cumplir su palabra. Y es más fuerte ahora que le hemos dado el Dragón de Fuego III. Pero sobre eso no digo nada. No te lo reprocho. He estado pensando mucho en todo eso.

Sam dejó de pasear y miró a Juan. Juan había estado pensando. Sombras se moverían entre las sombras; se desenfundarían las dagas; el aire se volvería gris y helado, se llenaría de acechanzas e intrigas, correría la sangre. Y el sueño se desvanecería.

-No digo que haya estado en contacto con Iyeyasu, nuestro poderoso vecino del norte - dijo Juan. Estaba retrepado en una silla de alto respaldo tapizada en cuero rojo, y miraba el licor de su jarra.

"Pero tengo información, o medios de conseguirla -prosiguió-. Estoy seguro de que Iyeyasu, que se siente muy fuerte, desearía adquirir más territorio. Y le gustaría también hacernos un favor. A cambio de ciertos pagos, claro. Digamos un anfibio y una máquina voladora. Está loco por pilotar una de esas máquinas voladoras, ¿no lo sabías?

"Si él atacase Selinujo, Hacking no podría acusarnos. Y si Soul City e Iyeyasujo combatiesen, y Soul City quedase destruida e Iyeyasujo debilitada, ¿no saldríamos beneficiados? Además, me he enterado de que Chernsky ha firmado un acuerdo secreto con Soul City, un pacto de defensa mutua frente a Iyeyasu. Desde luego, la matanza

resultante los debilitaría a ellos y nos fortalecería a nosotros. Podríamos entonces dominarlos o al menos hacer lo que quisiéramos sin obstáculos, y en cualquier caso, nos aseguraríamos un acceso sin control a la bauxita y al tungsteno.

Debajo de aquella masa pelirroja, bajo aquel cráneo, debía de haber un hervidero de gusanos, gusanos que se alimentaban de la corrupción, la intriga y la malicia. Era tan malvado que resultaba admirable.

-¿Nunca te has encontrado a ti mismo al doblar una esquina? -dijo Sam.

-¿Cómo? -preguntó Juan, alzando los ojos-. ¿Es otro de tus insultos ininteligibles?

-Créeme, es lo más cercano a un cumplido que te haya; dicho nunca. Por supuesto, es pura hipótesis. Es pura hipótesis todo. Pero si Iyeyasu atacara Selinujo, ¿qué excusa utilizaría? Jamás le han atacado, y están a cien kilómetros de distancia, con otras naciones en medio.

-¿Cuándo necesitó una nación una excusa razonable para invadir a otra? -(preguntó Juan-. Pero lo cierto es que Selinujo continúa mandando misioneros a Iyeyasujo, pese a que Iyeyasu expulsó a todos los de la Segunda Oportunidad. Como Selinujo no deja de enviar misioneros...

-Bueno -dijo Sam-, no puedo permitir que Parolando entre en un pacto así. Pero si Iyeyasu decide por su cuenta combatir, nosotros tampoco podremos hacer nada por evitarlo.

-¡Y tú me llamas deshonesto!

-¡Pero si no puedo hacer nada! -dijo Sam, sacudiendo su puro-. ¡Nada! ¡Y si sucede algo que sea bueno para el barco, nos aprovecharemos de ello!

-Los suministros de Soul City podrían quedar congelados durante la lucha -observó

Juan.

-Tenemos almacenado material suficiente para funcionar durante una semana. Lo más grave sería la madera. Quizá Iyeyasu pudiese resolvernos su suministro aunque hubiera guerra, pues la lucha se desarrollaría al sur. Podríamos realizar el talado y el transporte nosotros mismos. Si no se propone invadir hasta dentro de un par de semanas, podríamos hacer almacenamiento extra del mineral de Soul City ofreciendo un aumento de precio. E incluso podríamos prometerles un aeroplano, el APM-1. Es solamente un juguete, ahora que ya casi hemos conseguido terminar nuestro primer aeroplano anfibio. Todo esto es pura hipótesis, ¿comprendes?

-Comprendo -dijo Juan. No intentaba siquiera ocultar su disgusto.

Sam sintió ganas de gritarle que no tenia derecho a mostrarse disgustado. ¿De quién había sido la idea, en realidad?

Fue al día siguiente cuando se produjo la muerte de los tres ingenieros jefes.

Sam estaba allí cuando sucedió. Estaba en el andamiaje de la zona de estribor del barco, contemplando el casco. La colosal grúa cigüeña de vapor alzaba un inmenso motor eléctrico que activaría las ruedas de paletas. Durante la noche habían sacado el motor del gran edificio donde lo habían construido. El traslado duró ocho horas y se hizo con la grúa cigüeña, que tenía también un montacargas gigantesco. Con el montacargas, y centenares de hombres tirando de cables, habían colocado el motor en el gran vagón que se movía sobre raíles de acero.

Sam se levantó al amanecer para ver el trabajo final, la tarea de levantar el motor y colocarlo luego dentro del casco y ligarlo con los ejes de las ruedas de paletas. Los tres ingenieros estaban en el fondo del casco. Sam les dijo que salieran de allí, pues corrían peligro si el motor se desprendía. Pero los ingenieros estaban situados en tres puntos distintos para poder transmitir señales a los hombres del andamiaje, que a su vez hacían señales al gruista.

Van Boom se volvió a mirar a Sam, y sus dientes brillaron en el rostro oscuro. Su piel parecía púrpura a la luz de las grandes lámparas eléctricas. Y entonces fue cuando sucedió. Se rompió un cable, luego otro, y el motor se venció por un lado. Los ingenieros

quedaron paralizados un instante y luego salieron corriendo. Pero ya era demasiado tarde. El motor cayó de un lado y los aplastó a los tres. El impacto hizo estremecerse el gran casco, y las vibraciones hicieron retemblar el andamiaje en que estaba Sam. Era como un terremoto.

Por debajo del motor empezó a escurrirse sangre.