El grupo llegó a otra meseta de unos quince kilómetros. Durmieron o procuraron hacerlo, comieron, y continuaron la ascensión. Ahora, aunque las montañas eran muy
empinadas y ásperas, eran escalables. El principal obstáculo era la falta de oxígeno. Respiraban con dificultad, y tenían que pararse a menudo a descansar.
Por entonces, a Joe le dolían los pies y cojeaba. No preguntaba si podía descansar. Mientras los otros siguiesen, él seguiría.
-Joe no aguanta tanto de pie como un humano -dijo Clemens-. Todas sus especies tienen los pies planos. Pesan demasiado para ser bípedos. No me sorprendería que este género se extinguiese en la Tierra debido a la ruptura de los arcos.
-Yo conozco a un ezpécimen de homo zapienz que va a padecer ruptura de cuello zi no deja de meterze en mis azuntoz y me deja contar mi hiztoria -dijo Joe.
Escalaron hasta que el Río, pese a toda su anchura, era solo un hilo bajo ellos. Durante casi todo el tiempo ni siquiera podían ver ese hilo debido a las nubes. La nieve y el hielo hacían aún más peligrosa la ascensión. Luego encontraron un camino de bajada a otra meseta y caminaron a través de la niebla en contra del viento que aullaba y les azotaba.
Y se encontraron ante un pavoroso agujero entre las montañas. Del agujero brotaba el Río, y en todas partes, salvo en el curso de éste, la montaña se alzaba recta y lisa. Sólo se podía ir por el agujero. Salía de él un estruendo tan grande que apenas si podían oírse entre sí. Era como la voz de un dios que hablaba tan fuerte como la muerte. Joe Miller descubrió un estrecho reborde al principio de la cueva por encima de las aguas. Joe se dio cuenta de que el jefe se había puesto ahora detrás de él. Después de un rato, el titántropo se dio cuenta de que todos los pigmeos le miraban como a su guía y salvador. En sus gritos para hacerse oír por encima del bramido de las aguas, le llamaban Tehuti. No había nada extraño en esto, pero antes siempre captaba tonos burlones cuando usaban el nombre. Ahora no. Ahora él era realmente su Tehuti.
-Era como si nosotros -interrumpió otra vez Clemens- llamásemos Jehová a un tonto de pueblo o algo parecido. Cuando los hombres no necesitan a los dioses, se burlan de ellos. Pero cuando tienen miedo, les tratan con respeto. En aquel momento podría decirse que Thoth estaba introduciéndolos en la entrada del mundo de las sombras.
"Por supuesto, no hago más que señalar el viejo vicio del género humano de intentar convertir una coincidencia en un símbolo. Todo perro tiene su pulga.
Joe Miller respiraba pesadamente por su grotesca nariz, y su amplio pecho subía y bajaba como un fuelle. Resultaba claro que el revivir aquella experiencia despertaba en él el antiguo terror.
El saliente no era como el túnel de la montaña. No había sido preparado. Era áspero y sin desbastar y había huecos, y a veces se elevaba tanto que Joe tenía que arrastrarse para pasar por entre el saledizo y el techo de la caverna. La oscuridad le cegaba como si le hubiesen arrancado los ojos. Su oído no le ayudaba; el estruendo lo anulaba. Solo le quedaba el sentido del tacto para guiarse, y estaba tan nervioso que a veces se preguntaba si no estaría traicionándolo. Hubiese desertado si no fuese que, en caso de hacerlo, los que le seguían no habrían podido continuar. -Noz paramoz doz vecez para comer, y una para dormir -dijo Joe-. Cuando yo empezaba a penzar ya que podríamoz arraztrarnoz hazla quedarnoz zin comida, vi un grizor delante. No era ninguna luz. Zólo como una dizminución de la ozcuridad.
Estaban fuera de la cueva, al aire libre, en la ladera de la montaña. Varios miles de metros por debajo, había un mar de nubes. El sol estaba oculto entre las montañas, pero el cielo aún estaba claro. El estrecho saledizo continuaba, y prosiguieron, hacia abajo ahora, aferrándose con sus manos y rodillas ensangrentadas, penosamente, pues el saledizo se había estrechado aún más.
Temblando, se agarraban como podían. Un hombre resbaló y cayó y arrastró a otro. Ambos desaparecieron gritando entre las nubes.
El aire se hizo más cálido.
-El Río empezaba a irradiar su calor -dijo Clemens-. No sólo se origina en el Polo
Norte; también se vacía después de almacenar calor en sus recorridos por todo el
planeta. El aire del Polo Norte es frío, pero muchísimo menos que el del Polo Norte de la
Tierra. Todo esto es teoría, desde luego.
El grupo llegó a otra plataforma sobre la cual pudieron ponerse en pie, mirando a la montaña, y avanzar de lado, como cangrejos. El saliente giraba alrededor de la ladera. Joe se detuvo. El estrecho valle se había ensanchado en una gran llanura. Podía oír, lejos, abajo, el rumor de la marea contra las rocas.
Entre dos luces, Joe pudo ver las montañas que rodeaban el mar del Polo Norte. Las aguas cubiertas de nubes formaban una masa de unos cien kilómetros de diámetro. Las nubes eran más densas en el otro extremo del mar. Entonces él no sabía por qué, pero Sam le había explicado que las nubes ocultaban la desembocadura del Río, donde las aguas calientes entraban en contacto con el aire frío. Joe dio unos pasos más rodeando la curva del saledizo.
Y vio el cilindro gris de metal en el sendero ante él.
Por un instante no comprendió lo que era, tan extraño le pareció. Luego fue viéndolo como algo más familiar, y se dio cuenta de que era un cilindro dejado por un hombre que había recorrido antes que él aquel peligroso sendero. Algún peregrino desconocido que había sobrevivido a las mismas pruebas que él. Hasta aquel punto, claro está. Había puesto en el suelo el cilindro para comer. La tapa estaba abierta, y había en su interior malolientes restos de pescado y de pan de molde. El peregrino había utilizado el cilindro como recipiente, esperando quizá poder encontrar en el camino una piedra de cilindros y cargarlo otra vez.
Algo le había pasado. No habría dejado el cilindro allí a menos que le hubiesen matado o que estuviese tan aterrado como para escapar corriendo sin él.
Y a Joe se le puso la carne de gallina al pensar en eso.
Comenzó a rodear el punto en que el saledizo bordeaba un saliente de granito. Por un instante quedó bloqueada su visión del mar.
Bordeó el saliente... y lanzó un aullido.
Los demás le gritaron preguntándole qué le pasaba.
No podía decírselo, porque la impresión había borrado aquella lengua recién aprendida, y sólo hablaba su lengua nativa.
Las nubes que había en el centro del mar habían desaparecido en unos segundos. De las nubes brotaba la cúspide de una estructura. Era tubular y gris, como el extremo de un cilindro monstruoso.
Las masas de niebla ascendían y descendían a su alrededor, velándola y descubriéndola cada poco...
En algún lugar de las montañas que circundaban el mar del polo existía una hendidura. En aquel momento, el sol poniente debía de haber pasado por dicha hendidura. Un rayo de luz la cruzó y fue a dar en la cima de la Torre.
Joe entrecerró los ojos e intentó ver en la claridad del reflejo.
Una cosa redonda había aparecido sobre la cima de la Torre y descendía hacia ella. Era una cosa blanca en forma de huevo, y en ella relumbraba el sol.
Al instante siguiente, cuando el sol pasó la hendidura, el resplandor murió. La Torre y el objeto que había sobre ella se desvanecieron en medio de la niebla y la oscuridad. Joe, chillando ante la visión de aquel objeto volador, dio un paso atrás. Su pierna chocó con el cilindro abandonado allí por el peregrino desconocido.
Braceó intentado recuperar el equilibrio, pero ni siquiera su agilidad de hombre mono pudo salvarle. Se desplomó hacia atrás, dando gritos de terror mientras daba vueltas y vueltas en el aire. En una de estas vueltas vio los rostros de sus compañeros, una hilera de pequeños objetos oscuros con una O más oscura en sus bocas abiertas, viéndole descender hacia las nubes y las aguas del fondo.
-No recuerdo cuándo llegué al agua -dijo Joe-. Dezperté trazladado a unaz treinta millaz de donde Zam Clemenz eztaba. Era una llanura donde vivían hombrez del norte del
ziglo décimo dezpuéz de Crizto. Tuve que empezar a aprender otro idioma. Loz pequeñoz deznarigadoz me tenían miedo, pero lez guztaba que luchaze por elloz. Luego conocí a Zam y noz hicimoz camaradaz.
Permanecieron un rato en silencio. Joe alzó su vaso hasta sus labios finos y flexibles como los de un chimpancé y tragó el resto del licor. Los otros dos le miraron sombríos. La única claridad que había sobre ellos era el resplandor del fuego de sus cigarrillos.
-Y ese hombre -dijo von Richthofen- del circulito de cristal... ¿cómo dijiste que se llamaba?
-No lo dije.
-Bueno, entonces dílo. ¿Cómo se llamaba?
-Ijnaton. Zam zabe máz zobre él que yo, y ezo que yo viví cuatro añoz con él. Por lo menoz ezo ez lo que Zam dice. Pero... -Joe pareció empavonecerse- conozco a eze hombre, y todo lo que Zam zabe de él zon datoz hipotéticos, digamoz.