Cómo era su rutina, Marta llegó a su apartamento a las seis y media de la tarde. Fue a la cocina y se preparó algo sencillo para cenar. Se puso su bata color celeste, que era su pijama y se acostó a dormir después de desmaquillarse y echar a su rostro crema humectante. Rápidamente se adentro en un sueño profundo y, por primera vez después del accidente, reparador.
Marta estaba en un fino restaurante, elegante y moderno, que exhibía retratos y pinturas, antiguas y modernas por igual, ubicadas estratégicamente para llamar la atención a su manera. Llevaba puesto un vestido azul marino, con su falda hasta la rodilla, con su curpiño adornado de encaje y su escote más revelador de lo que ella acostumbraba a usar; sus zapatillas eran blancas y su bolso hacía juego con ellas; llevaba zarcillos blanco con plateado en forma de mariposa y una gargantilla de plata a juego con diamantes en las alas de la mariposa, un brazalete dorado con pequeños brillos azules que parecían cristales y zafiros. Pero ella no estaba sola, frente a ella había un hombre muy apuesto, rubio de ojos castaños, contextura atlética y mirada ardiente, vestido elegantemente con un traje negro con corbata azul, que sin duda hacia suspirar a muchas chicas a su alrededor... ¡Era Miguel!
A Marta le costó mucho reconocer aquel hombre frente a ella, pero cuando lo hizo se sorprendió, porque jamás creyó que aceptaría tener una cita con él.
- Me alegra mucho de que hayas aceptado venir - dijo él con el rostro un poco enrojecido por su timidez.
- Tranquilo, me la estoy pasando bien contigo - respondió ella sin darse cuenta de lo que estaba diciendo.
- Entonces... provienes del campo, ¿verdad? - preguntó él con cierta curiosidad.
- Si, yo crecí en el campo, pero gracias a mi talento logré llegar a esta gran ciudad, aunque el aire no es tan puro como en mi pueblo, siento que no es del todo mala - respondió ella con un brillo inusual en sus ojos al recordar aquellos bellos momentos qué pasó en su pueblo natal.
- Me alegra cuando sonríes al recordar ciertos momentos felices que has vivido... yo también quisiera hacerlo - dijo él de repente con un brillo de tristeza en sus bellos ojos.
- ¿A qué te refieres? - respondió ella con un gesto de preocupación y confusión.
- Eso no importa, no quiero aburrirte con historias que no tienen ni revés ni derecho.
- Pero yo aún así quiero saber, ¿porque no me explicas?
El hombre se levantó de su asiento frente a Marta y caminó unos pasos hasta estar frente a frente con ella, Marta no sabía lo que estaba pasando, pero de repente se sentía muy excitada por la corta distancia en la que se encontraban. Con una lentitud calculada, los labios de Miguel acariciaron los de Marta, causándole a ella un revoloteo de mariposas en su estómago, pero está caricia se volvió más apasionada con cada momento que pasaba y Marta sentía como si el mundo que estaba alrededor de ella empezará a desaparecer, ella dejó que la lengua de él atravesará la barrera de sus dientes y empezará a entrelasarse con la suya. hubo una pequeña distancia entre ellos y Marta esucho a Miguel murmurar su nombre, una y otra vez. el escenario se empezó a volver oscuro y el susurro apasionado se empezó a escuchar más bien como un grito estridente, no de un hombre sino de una mujer.
- ¡Marta, Ya despierta! - dijo Carol zarandeandola de un lado al otro.
A Marta le costó recuperar un poco el sentido, abrió lentamente los ojos y encontró ante ella a una mujer, de unos 19 años, con cabello rubio rojizo y ojos verdes esmeralda como los suyos. Ella era Carol su hermana menor.