La mañana de la cacería amaneció fresca y despejada, ofreciéndoles a los caballeros un excelente día. Arropado por los consejos de Darcy, fruto de su experiencia en la organización de esta clase de asuntos, su naturaleza afable y su nueva escopeta ligera, Bingley se integró con facilidad entre los cazadores más importantes del condado. Su arma fue objeto de numerosas aclamaciones, sus presas, alabadas, y su compañía tan solicitada en las futuras cacerías que no se le hubiera podido culpar por considerarse el hombre más afortunado del mundo.
A pesar de los repetidos intentos por parte de los otros caballeros de entablar conversación, Darcy permaneció tercamente en la retaguardia, concentrado en el entrenamiento del joven lebrel que había traído con él, en lugar de prestar atención a la charla del grupo. Pensó que lo más probable es que fuera tal como Caroline Bingley había dicho: «sólo hablan de caballos y cacerías» y, en consecuencia, se trataba de una conversación a la que únicamente necesitaba prestar atención de vez en cuando. E incluso eso sólo lo hizo por Charles, para ayudarlo a distinguir a todo el mundo más tarde, cuando comentaran los acontecimientos del día alrededor de un vaso de oporto en la biblioteca. Ése era el momento en que Bingley debía dejar su huella, y Darcy no tenía intención de desviar la atención de los habitantes de la zona hacia nada distinto de su amigo.
Respiró una gran bocanada de aire fresco y tonificante, lo retuvo un momento y lo saboreó tal y como había hecho con el vino de la cena la noche anterior; luego exhaló lentamente, lo que hizo que el campo y el bosque frente a él comenzaran a vibrar a través del vapor de su respiración. El grupo había atravesado el campo sin él y sus voces se iban desvaneciendo en un silencio que alimentaba la paz del alma. Sin embargo, una llamada de atención a la altura de sus rodillas rompió, de repente, aquella sensación de paz. Darcy se puso en cuclillas, balanceándose sobre la planta de los pies, mientras acariciaba al perro detrás de las orejas.
El animal, que había dejado de ser un cachorro, tenía unas patas enormes, y lo alentaba una pasión por complacer a su amo que rayaba en lo cómico. La mirada de infinita adoración que levantaba hacia Darcy luchaba abiertamente con la pura dicha que experimentaba por estar, al fin, al aire libre. Darcy no pudo evitar una sonrisa al ver cómo la batalla entre obediencia e impulso hacía que el perro temblara debido a la tensión y el entusiasmo. El lebrel le lanzó finalmente una mirada de súplica tan conmovedora que Darcy habría tenido que ser de piedra para resistirla, a pesar de que él mismo no sintiera un eco de la misma lucha en su interior. Le dio al animal una caricia rápida y vigorosa y, recogiendo del suelo un palo de buen tamaño, se incorporó totalmente y miró al perro con firme autoridad. Sabueso y amo se miraron mutuamente, atentos a captar en el otro cualquier asomo de debilidad. Darcy dejó que la tensión entre ellos creciera hasta que, levantando el brazo todo lo que pudo, lanzó el palo y gritó la palabra más hermosa que puede esperar oír un perro:
—¡Tráelo!
Como un resorte muy apretado que se suelta de repente, el sabueso saltó hacia delante en silencio, totalmente concentrado en su presa. En cuestión de segundos, un ruido entre la alta hierba indicó que el sabueso estaba buscando el palo. Darcy comenzó a caminar en la dirección que había tomado el grupo, seguro de que el entusiasmo del perro por el juego lo traería otra vez rápidamente a su lado. El animal no lo decepcionó. Después de quitarle el palo con dificultad, Darcy lo volvió a lanzar, pero esta vez no dio ninguna orden. El sabueso se sentó directamente frente a él, interponiéndose en el camino, y en sus grandes ojos apareció reflejada una pregunta. Darcy esperó. Un breve aullido de impaciencia se escapó de su hocico y terminó con un ladrido agudo.
—¡Tráelo! —La orden casi pilla al sabueso por sorpresa, pero salió corriendo y Darcy continuó su camino, apurando el paso. Alcanzó a los demás justo cuando el animal regresó, llevando su tesoro con orgullo, fuertemente apretado entre los dientes.
—Vaya, Darcy, su perro debe de ser de una utilidad increíble para usted. El mío sólo trae la presa, ¡mientras que el suyo también se preocupa por conseguir la leña para cocinarla! —señaló jocosamente uno de los caballeros que estaba con Bingley. El grupo se rió de buen grado y Darcy los acompañó.
—Caballeros, ésta ha sido una mañana muy agradable —dijo Bingley y esperó un momento con satisfacción, pues fue interrumpido por varios gestos de aprobación—. Gracias… ha sido un placer. —Inclinó la cabeza para agradecer los comentarios—. Yo, por mi parte, encuentro que me ha despertado un considerable apetito. ¿Qué tal si regresamos y vemos qué ha elegido mi cocinero para alimentar a unos caballeros que vuelven de una exitosa mañana de cacería?
Levantando el arma por encima del hombro, Darcy llamó a su perro para que abandonara la búsqueda del preciado palo y dio media vuelta para dirigirse a Netherfield. Un golpe en su otro hombro le hizo girar la cabeza rápidamente, pero se relajó de inmediato cuando se dio cuenta de que era Bingley, que venía detrás.
—¿Qué opinas? —le preguntó su amigo en voz baja, mientras se quedaban un poco rezagados—. ¿Puedo informar a mis hermanas de que he cumplido con mi misión?
—Sin duda alguna —le aseguró Darcy y añadió con una sonrisa irónica—: Procura no presentarte a un escaño en el Parlamento en la próxima elección, ¡porque seguro que ganarías si continúas en esta dirección!
Bingley soltó una carcajada de felicidad y luego se inclinó hacia Darcy con gesto conspirador.
—Según una fuente fidedigna, la familia de cierta jovencita también ha aceptado una invitación a cenar en la casa del squire mañana por la noche. Y —continuó, sin ver el brillo peligroso que apareció en los ojos de Darcy al enterarse de aquella noticia— aunque es probable que las encontremos en casa de los King, también es seguro que estarán en la cena del coronel, porque la hija más joven, según he sabido, es muy amiga de la esposa del coronel.
—Te has olvidado de mencionar la reunión en casa de sir William. Me pregunto por qué. —Darcy decidió que la creciente excitación de Bingley podía soportar un poco de ironía.
—Ah, sabía que ellas estarían invitadas a esa reunión —contestó Bingley, sin percatarse de las segundas intenciones de la pregunta—. ¡Yo me pregunto cómo es posible que no notaras que la señorita Elizabeth Bennet y la señorita Lucas son buenas amigas! Con frecuencia están juntas. —Bingley sacudió la cabeza en señal de incredulidad y miró a Darcy—. De verdad, Darcy, normalmente eres más observador.
Darcy soltó un resoplido al percibir la ingenuidad de Bingley, pero se abstuvo de corregirlo. Entonces, señorita Elizabeth, ¿parece que estamos destinados a encontrarnos continuamente?, pensó. Me pregunto cuál será su próxima táctica. Bingley se alejó para reunirse con los otros caballeros y dejó a su amigo pensando en las fuerzas que necesitaría desplegar para el compromiso del día siguiente.