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Chapter 33 - Capítulo 33. Corrupción – Parte 1

Después de que los invitados se retiraron de la mansión, los Carmichael junto con sus familiares se sentaron en la sala de estar. La habitación era lo suficientemente espaciosa como para alojar a las hermanas de la Sra. Carmichael y a sus primos junto con Sullivan, el hermano del Sr. Carmichael.

La mayoría de ellos se sentaron en el sofá a hablar de lo que había pasado en la noche, algunos jugaban al ajedrez en la esquina de la habitación.

Las criadas entraron a la habitación sosteniendo una bandeja con vasos llenos de sangre de los niños, que fue traída por Sullivan. Aunque no comentaban el hecho de comprar tales recursos, era difícil pasar tal delicadeza porque la sangre era la más dulce de todos los seres vivos. Era un secreto sutil que fue mantenido por los vampiros de sangre pura de Bonelake que incluía al Lord anterior y al actual.

Con el paso del tiempo, gotas de agua se deslizaban por las grandes y transparentes ventanas, convirtiendo el mundo exterior en una mancha borrosa. La lluvia había comenzado de nuevo a derramarse de las oscuras nubes del cielo. Era la cantidad habitual de lluvia a la que la gente de Bonelake estaba acostumbrada, pero la corriente de vientos había cambiado junto con el aumento de los sonidos de truenos y relámpagos que venían de arriba.

—Lady Renae. Lady Priscilla —les saludó la criada en la cocina cuando entraron en la habitación.

—Nos gustaría que trajeran unos aperitivos a la sala de estar. Suaves, por supuesto. Le preguntó la señora Carmichael a la criada que inclinó la cabeza, mientras se dirigía al patio trasero a buscar el ganso que estaba atado en el cobertizo, dónde se encontraba Paul, justo a tiempo que el mismo apareció.

—Milady, ¿necesita algo? —El mayordomo preguntó mientras ella echaba un vistazo a la cocina—. ¿Milady?

—Queríamos asegurarnos de que todos ustedes cenaran de lo que se elaboró en la cocina —respondió la hermana de la Sra. Carmichael con una sonrisa.

—Gracias, por su preocupación, Señorita Priscila —Paul inclinó su cabeza y con una sonrisa en su rostro, continuó—: Todas las criadas y los sirvientes han terminado de cenar. Envié a la mayoría de ellos a su habitación, ya que se levantaron antes de que saliera el sol.

Al ver a la criada llevar el ganso vivo a la cocina, Paul la miró con curiosidad antes de que se le explicara sirería algo de comer, ya que habían tomado su bebida para la noche. Tomando la iniciativa, Paul tomó al ganso en su mano y lo llevó afuera para matarlo. Los ojos de la Sra. Carmichael se posaron en la olla que estaba a pocos metros de donde ella estaba. Caminando hacia él, preguntó: —¿Qué hay en esa olla? Parece que ni siquiera le quitaron un tazón.

—E-en esa Milady, en realidad le agregaron mucha sal —La criada miró a la puerta trasera con la esperanza de que el mayordomo viniera a responder a las preguntas.

Desafortunadamente, cuando se estaba preparando el caldo, alguien había colocado el frasco de sal junto a la olla que la otra criada había añadido sin darse cuenta de que no era azúcar. Y no fue sólo una pequeña cantidad lo que se agregó, sino más de la cantidad requerida, volviendo el plato salado e incomestible, por lo que no se sirvió a nadie.

—Está bien —contestó la Sra. Carmichael, con una pequeña risita que salía de sus labios—. Hoy ha pasado de todo. Un pequeño percance era inevitable. —Puso su mano pálida sobre el hombro de la sirvienta, sus ojos dulces sorprendieron a la sirvienta que esperaba ser regañada.

—Sí, Milady —La criada inclinó su cabeza más profundamente que nunca con gratitud.

—Ahora, déjame ver qué tan mal sabe —La Sra. Carmichael cogió una cuchara limpia que estaba en la losa, mojando la cuchara en la olla se llevó la cuchara a los labios—. Deberías probar esto, Priscilla —Se dio la vuelta para mirar a su hermana.

—Creo que estoy bien —La Sra. Easton sacudió la cabeza sin saber a qué sabía el plato.

A medida que pasaban las horas, todos los sirvientes se iban a sus camas y también lo hacían los dueños de la mansión junto con los parientes que habían decidido quedarse. La noche estaba tranquila. Leonard acababa de entrar en su habitación cuando encontró un regalo en su escritorio. Había ordenado a una de sus criadas para que quitara los regalos, diciendo que los abriría en su tiempo libre. ¿Qué hace esto aquí? Pensó para sí mismo.

Sus pies lo llevaron hacia su escritorio y alzó el papel marrón opaco en el que había algo dentro. No había ningún nombre del remitente. Era un solo regalo, curioso empezó a sacar el envoltorio para encontrar un suéter granate dentro de él.

Lo miró durante unos segundos, sintiendo la textura con sus dedos, cuando escuchó a alguien fuera de su habitación. Dándose la vuelta, giró la perilla de su puerta y no encontró a nadie. Estaba a punto de cerrar la puerta cuando vio rastros de sangre en forma de gotas. La sangre iba de una esquina del pasillo a otra. Preocupado, cerró la puerta de su habitación y caminó sobre el suelo de mármol blanco, siguiendo el rastro.

Pero antes de que pudiera ir más lejos para inspeccionar, de repente, Leonard fue atacado por uno de sus tíos, quien intentó llegar a su cuello. Lo empujó, y el hombre cayó al suelo.

—Tío Benton —dijo inseguro cuando su tío se levantó con movimientos lentos antes de revelar su rostro y dejar al descubierto que sus ojos rojos se habían vuelto completamente negros.

Ojos negros, Leonard frunció el ceño. No tuvo mucho tiempo para pensar en lo sucedido, ya que el hombre fue por su cuello de nuevo sin esperar a que el joven Duque se recuperara de lo sucedido. Empujándolo a una habitación vacía que no se utilizaba, cerró la puerta sabiendo que no había ventanas allí. La única salida era la puerta que estaba cerrada con llave. Leonard corrió por las habitaciones mientras los gritos comenzaron a llenar sus oídos.

A un lado, vio a su tía Priscila en el suelo llorando mientras sostenía a alguien en sus brazos. Cada vez más cerca, se dio cuenta de que era su primo Julliard, el que yacía en sus brazos, inmóvil como si estuviese muerto y con una expresión vaga en su rostro.

A estas alturas, las venas de Leonard no hacían más que aumentar ante la tragedia de lo que había ocurrido o estaba ocurriendo en su mansión. El vampiro de pura sangre cuya sangre era caliente se había vuelto frío a cada paso que daba. Algo había sucedido, algo muy malo que él estaba tratando de entender mientras trataba de salvar a su familia.

Había otros dos parientes suyos cuyos ojos se habían vuelto completamente negros. Desafortunadamente, no se les podía empujar a las habitaciones mientras trataban de matar a los otros miembros de la familia. Leonard dio el paso extremo y atravesó la estaca de madera, que normalmente guardaba con él, por sus pechos.

Entonces entendió.

Sus corazones habían sido depravados. Ensuciados hasta el punto en que se habían vuelto unos contra otros; los de su propia especie donde no entendían lo que estaba bien y lo que estaba mal.

No perdió mucho tiempo y se dirigió a la habitación de sus padres para encontrar la puerta abierta. La abrió aún más para ver a su padre muerto en el suelo con un charco de sangre que se había formado a su alrededor.

Corriendo a su lado, Leonard llamó a su padre: —¡Padre! Padre —Sacudió al Sr. Carmichael, pero el hombre llevaba mucho tiempo muerto y tenía un agujero en el pecho que Leonard no había visto por la conmoción.

Se oyó otro grito y fue inconfundiblemente su prima, Charlotte, quien había gritado pidiendo ayuda. Sin querer, dejó a un lado a su padre para ayudar a su prima.

Algunos se encontraban heridos, confundidos, otros enojados. Mientras buscaba a su madre y a Charlotte, encontró a su madre en su dirección. Sintió un suspiro de alivio pasar por sus labios hasta que ella se volvió hacia él para mostrarle su hermoso rostro cubierto de sangre.

Sus oscuros ojos rojos se habían vuelto negros, lo que agotó todas las esperanzas que había construido antes, para hacerse añicos en mil millones de pedazos.