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Chapter 39 - Capítulo 39 — Amo-Esclavo - Parte 4

Leonard la había encontrado, pero no sabía lo que ella hacía en el pasillo, sola de pie mientras miraba por la ventana.

—Amo Leonard, los troncos ya están en su lugar —la suave voz de Vivian cruzó la habitación interrumpiendo sus pensamientos. Volvió a girar la cabeza.

—Muy bien —asintió con la cabeza, mientras miraba su mejilla manchada por la ceniza. Quería ir a limpiársela de la cara, pero no lo hizo. Ella era Bambi pero eso no significaba que él olvidara de que ella era una de las sirvientas de la mansión.

Vivian, cerró la puerta que estaba tras de ella, sintió que su corazón se hundía más.

Al llegar la mañana, el suelo estaba mojado de barro y las nubes se cernían sobre las tierras de Bonelake. Vivian estaba en el jardín, arrancando las malas hierbas cuando oyó que un carruaje entraba por las puertas de la mansión. El carruaje marrón se detuvo frente a la entrada, el cochero saltó de su asiento para abrir la puerta. Bajó del carruaje, Era Lady Shirley sosteniendo su vestido azul en la parte delantera a fin de evitar pisar el vestido.

Al ver que tenían un invitado, Vivian entró en la mansión para preparar la tetera para la dama y el amo, junto con otras delicadezas. Una vez preparado el té, Vivian fue a servirlo a los que estaban en el salón. Vivian se dio cuenta de que recientemente, la visita de Lady Shirley a la mansión de Carmichael se había convertido en algo muy habitual. Sin olvidar que Leonard siempre salía con la dama cuando eran invitados a otras fiestas. No sabía por qué, pero la persona a la que había llegado a admirar se había convertido en una de las personas que no quería ver cerca de Leonard.

 Cuando le ofrecía a la chica la taza de té cuando oyó a Leonard decir: —Tengo que agradecerte, por el adorable suéter que me tejiste —agradeció a Lady Shirley.

—Oh, por favor, no. Tengo mucho tiempo y me alegra saber que te gustó. —Le sonrió Lady Shirley a Leonard—. Y después de todo, el color granate te sienta bien.

—Ojalá me lo hubieras dado en persona en vez de guardarlo en mi cuarto.

Al escuchar esto las manos de Vivian titubearon y la taza de té caliente se derramó en el brazo de Lady Shirley haciéndola sollozar de repente.

—¡¿Qué estás haciendo?! Lady Shirley se levantó de su asiento sosteniendo su brazo que había sido ligeramente quemado, tratándose como una muñeca frágil.

—Me disculpo mucho, Milady. Déjame ir a buscar un paño para limpiarlo. —Vivian inclinó su cabeza en disculpa mientras sus dientes se apretaron unos contra otros, escondiendo el enojo que sentía. No necesitaba adivinar que era el suéter que había tejido ella sola lo que ahora Lady Shirley decía que era suyo.

—¡Sí, si pudieras hacer eso! —Lady Shirley resopló antes de mirarse el brazo.

—¿Estás bien? —preguntó preocupado Leonard.

—Creo que me va a dejar una cicatriz.

¡Eso espero! Pensó Vivian para sí misma antes de que Leonard le diera una mirada de desaprobación al verla todavía parada en la habitación en lugar de ir a buscar el paño de la que había ofrecido .

En su camino, Vivian fue sacudida por la incredulidad. Nunca había imaginado que Lady Shirley fuera una mentirosa, que dijera algo que no hubiera hecho ella. Cerró los ojos para refrescarse la cabeza, culpándose por no habérselo dado en persona. La única razón por la que no había dejado una nota era porque quería sorprenderlo, pero quién diría que Lady Shirley se lanzaría para llevarse el crédito por algo que le había tomado horas a Vivian para terminarlo.

Volviendo a la habitación donde ambos estaban sentados, vio a Leonard mirando el brazo de Lady Shirley que se estremecía un poco, cada vez que Leonard pasaba su mano sobre él para asegurarse de que no quedara una cicatriz como insistía Lady Shirley.

Si se hubiera permitido, Vivian habría puesto el té restante de la tetera en el brazo de Lady Shirley otra vez y esta vez sería un acto deliberado. Aunque dudaba de que su amo se alegrara por ello.

—Dámelo. —Leonard levantó su brazo y tomó el paño de su mano antes de frotarla en su brazo.

Lady Shirley, quien alguna vez fue amable con los sirvientes de la mansión Carmichael, incluyendo a Vivian, puso los ojos en blanco cuando sus ojos se encontraron con las criadas.

Vivian quería decírselo delante de Leonard, pero no sabía por qué, debido al reciente cambio entre ella y Leonard, dudaba de que él se pusiera de su lado. Su mirada era evidente cuando encontraba un error cometido por cualquiera de sus sirvientes.

Vivian, siendo inteligente, se mantuvo alejada de sus regaños, trabajando con absoluta perfección para que nadie le lo pueda señalar con. No es que no siguiera la misma rutina de antes, pero esta vez no había ningún Paul que se ocupara de sus errores.

También hubo momentos en que ella sintió que él estaba esperando para regañarla con cada labor doméstica que le daba.

Pero en realidad, era la única manera de que Leonard se comunicara y la mantuviera a su alrededor, lo que nunca le diría directamente.

Durante el mediodía, Vivian estaba en la cocina limpiando los platos luego de que Lady Shirley y Leonard terminaran su almuerzo en el comedor, cuando una criada le llamó; le dijo que el amo la llamaba a su cuarto de estudio.

Lavándose las manos con agua y con el delantal atado a la cintura, se dirigió a la sala de estudio. Ahora que había servido té caliente sobre la chica, Vivian no estaba segura de lo que había detrás de la sala de estudio. No era que ella estaba asustada porque lo pasarle, sino que era Leonard quien había estado atendiendo a Lady Shirley con cuidado, a su invitada.

Respirando hondo, levantó la mano para golpear.

—Pase —escuchó la voz de Leonard antes de que su mano pudiera hacer contacto con la puerta de madera—. Ciérrala —dijo desde donde estaba sentado detrás de la mesa.

Con cuidado, Vivian empujó cuidadosamente la puerta y giró la perilla para cerrarla.

—Te dije que cerraras la puerta, Vivian. No para asegurarla—dijo Leonard, y Vivian cerró los ojos para regañarse a sí misma. Ella no estaba asustada, pero definitivamente estaba nerviosa por no escuchar sus palabras claramente. Rápidamente abrió la puerta y se giró, con sus mejillas rojas por lo que hizo hace unos segundos.

—¿Te importaría explicar lo que pasó en el salón?