Habían pasado tres semanas desde la reunión en la mansión; Cati gradualmente se había ajustado al nuevo ambiente. Se había familiarizado con algunos de los empleados, que eran muy amables con ella, mientras otros la ignoraban por completo. Pero esa no era su mayor preocupación: tenía que cuidarse de aquellos que ocultaban su odio tras rostros sonrientes.
Cati había visitado las tumbas de sus padres dos veces en esas tres semanas, pasando todo el día ahí sin hacer más que mirar las tumbas hasta que Elliot venía a buscarla. Elliot y Sylvia habían estado ocupados, igual que Alejandro, por lo que Cati pasaba la mayor parte del tiempo en su habitación, en el establo, o en la cocina de la mansión. Visitar las tumbas le generaba una sensación de calma, como si sus padres durmieran plácidamente, como la última vez que los vio, sin saber que un día sólo quedarían sus huesos.
Por un lado, una pequeña huérfana se conectaba con su destino desconocido, mientras que por el otro, las cuatro regiones del imperio parecían enfrentar un conflicto interno, pues el Señor del Norte había decidido abandonar su título. El hombre no tenía heredero para el título, por lo que muchos hombres y mujeres del imperio peleaban por la oportunidad.
La región Oeste estaba bajo el Señor Delcrov, la región Este bajo el Señor Runa, el Norte bajo el Señor Herbert, y por último, el único Señor humano, el Señor Norman gobernaba el Sur. Para mantener la paz entre las cuatro tierras, existía el Concejo que se encargaba de la justicia. Entre los cuatro reconocidos Imperios, el Señor humano, Norman, era codicioso por naturaleza. Desdeñaba la fuerza de los vampiros y, si el destino lo permitía, quería gobernar todo el imperio. Aunque era viejo y un día no sería más que polvo, quería ser el gobernante supremo.
En la noche, después de algunas rondas en la ciudad más cercana, Alejandro estaba en su habitación con una dama.
—Tiene mucha energía hoy, Señor —gimió la mujer cuando Alejandro empujaba sus caderas contra las de ella.
La mujer en su cama era una sirvienta que trabajaba en el castillo, y hacía cerca de una hora que habían comenzado sus aventuras. Alejandro clavó sus colmillos en el cuello de la vampiresa y bebió su sangre. No le importó dejar una marca cuando su mordida se hizo más profunda. Siendo descendiente de un sangre pura, podía beber sangre de otros vampiros para saciar su sed.
Por alguna razón, la sangre no fue suficiente para satisfacer sus necesidades, y la mujer tampoco, pues Alejandro le arrancó la piel de un mordisco, lo que hizo que la mujer se desmayara sobre la cama. Las sábanas blancas absorbieron la sangre que salía de su cuello.
Alejandro observó el cadáver y, peinando su espeso cabello con los dedos, suspiró. Alejándose de la cama, tomó una bata negra de una silla cercana para cubrirse. Encendió un cigarrillo y le dio una larga inhalada, dejando que el humo llenara sus pulmones antes de exhalar sentado junto a la ventana.
Notó que el sol casi se había puesto y sólo quedaban líneas naranja en el cielo. Con el paso del tiempo, Alejandro se había convertido en uno de los más poderosos Señores vampiros y las personas le temían. Tenía una actitud tranquila que resultaba más intimidante que otros vampiros violentos y temperamentales, pues manejaba las situaciones a su forma. Era la calma previa a la tormenta.
Alguien llamó a la puerta. Al abrir, encontró a Elliot, que llevaba un libro titulado Cuentos para Dormir. Frunció el ceño al sentir el olor de la habitación y observó la cama con asombro.
—Vaya… Ya has matado a dos mujeres esta semana, y una la semana pasada. ¿Sabes que no crecen como pollos en la granja? —dijo Elliot sentándose en la cama, sin parecer afectado por el cadáver.
—Pídele a la sirvienta que limpie antes de que regresemos del Concejo —ordenó Alejandro dando ligeros golpes al cigarrillo para que la ceniza cayera.
—¿Sabes qué decidirá el Concejo mañana? —preguntó Elliot mientras recorría el cuello de la mujer con su dedo.
—¿Cómo podría saber? —preguntó Alejandro mirando por la ventana.
—Vale, ¿pero no estás al tanto de casi todo lo que sucede en el Imperio? —se burló su tercero a cargo —Conociéndote, creo que ya has decidido cuál es el resultado que deseas —dijo, provocando una sonrisa al Señor.
—El Imperio es como un juego de ajedrez —dijo Alejandro inhalando una última vez antes de lanzar el cigarrillo por la ventana.
Caminando hacia el armario, agregó con una sonrisa: —Hombres y mujeres pelean a favor o en contra del líder. Ya tengo a mi peón listo para el juego que va a comenzar.
—Ya veo. Entonces me marcho —dijo Elliot golpeando el libro con su mano.
Caminaba hacia la puerta, pero se detuvo y preguntó, señalando hacia la cama: —¿No crees que deberías cambiar la habitación de Cati, considerando las cosas que suceden aquí?
—Las paredes son a prueba de ruido. ¿Por qué? ¿La quieres cerca de tu habitación? —preguntó Alejandro con una expresión suspicaz, a lo que Elliot levantó una mano en señal de rendición.
—Sólo preguntaba. Después de todo, es una niña inocente —dijo Elliot con cuidado antes de salir.
A la mañana siguiente, Alejandro y Elliot dejaron el castillo con otros hombres y se dirigieron al Concejo. Era un viaje de dos días, pues el destino era la cima de las colinas, justo en medio del bosque. El camino comenzaba a estar cubierto de rocío en las cercanías del Concejo. El edificio era viejo, construido en mármol. Había pilares altos frente a la entrada, techos tan altos como el cielo. El equipo que dirigía el concejo era una mezcla de humanos y vampiros, para mantener el balance y la imparcialidad. Al entrar en el edificio, cruzaron la planta inicial, donde se ubicaban los escritorios de las personas que se encargaban del papeleo del imperio.
Al llegar a la corte, entraron en el Gran Salón, donde ya se encontraba el Señor Norman, intentando obtener un favor de Matías, uno de los miembros del Concejo.
—Buen día, Alejandro. Espero que haya tenido un buen viaje —le saludó Matías amablemente cuando el Señor de Valeria entró, ignorando lo que decía el Señor humano sólo segundos atrás.
—Lo fue. Tan bueno como será el día de hoy —respondió Alejandro estudiando el salón—. Señor Norman, un honor verlo aquí. Pensé que la vez anterior sería la última vez que nos veríamos —se burló.
Al escuchar esto, los ojos del Señor humano se llenaron de ira, pero lo disimuló con una sonrisa al decir: —Hola, Señor Alejandro. ¿Qué puedo decir? El mundo es redondo, nos encontramos de esta forma —y agregó—, parece que el Concejo está por comenzar.
Era fácil detectar el odio que sentía hacia el vampiro. En fuerza, inmortalidad, o apariencia, Alejandro era superior.
—Señor Alejandro, ¿siempre es necesario agitarlo antes del Concejo? —preguntó Matías observando al Señor Norman, que se alejaba.
—Me resulta entretenido ver a un hombre molesto decir lo que piensa. En especial a un humano, como él —replicó Alejandro.
—A usted le resulta entretenido, pero los miembros del concejo, por el contrario, somos los que deben lidiar con él —dijo el hombre con una expresión cansada.
Notó que el Director del Concejo se acercaba a su puesto y le indicó a Alejandro: —Creo que debemos sentarnos.
El Director del Concejo se sentó en la silla alta, mientras que cinco de los miembros estaban en puestos más bajos. Otros miembros del Concejo, y los Señores, se sentaron adelante, frente al Director.
—Buen día a todos los presentes en la corte del Concejo —saludó Rubén, el Director —. Creo que todos los necesarios para la reunión de hoy están presentes. Como todos sabemos, el Señor Herbert ha abandonado el título de Señor después de cien años de servicio en la región Norte. Ha sido costumbre que el heredero tome el título, pero el Señor Herbert no tiene herederos, y es por esto que la posición está abierta a nominaciones. También se mantiene abierta para personas conocidas que hayan exhibido gran coraje. ¿Alguien tiene objeciones? —preguntó claramente para que todos escucharan.
—Yo —se escuchó la respuesta desde el centro del salón, frente al Director del Concejo.