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Chapter 15 - Capítulo 15 - Celebración de Invierno (Parte 1)

Año 1847.

De pie en el banco, se balanceaba en puntas de pies para limpiar los estantes altos.

—¡Cati! —gritó la tía Sally al observar a Catalina sobre el banco de madera, que tambaleaba levemente—. ¿Cuántas veces debo decirte que no te montes ahí? ¿Y dónde está Rafa?

—Estaré bien. Te preocupas sin razón. Además, ya casi terminé—respondió Cati bajando del banco y sacudiendo sus manos—. Dijo algo acerca de tomar un descanso.

La mujer mayor mostró una expresión frustrada al escuchar la última parte.

—Fue a ver a Vilma, ¿cierto?

Cati se encogió de hombros a modo de respuesta y fue a levantar su balde del suelo. La tía Sally planeaba limpiar la casa con ayuda de Cati y Rafa, pero Rafa había escapado, como de costumbre.

—Me alegra tenerte. ¿Qué haría sin ti? —le dijo Sally, haciendo sonreír a Cati.

—¿El tío Desmond y Rafa te habrían vuelto loca?

—Así es —respondió rápidamente Sally mientras Cati la rodeaba con sus brazos—. Ven, horneé bollos para merendar.

Con el paso de los años, Catalina se había convertido en una hermosa mujer, por dentro y por fuera. Su cabello negro azabache, largo hasta la cintura, estaba sujetado en un moño. Era amable y gentil, y solía preocuparse por su tía. Los Welchers la habían querido y protegido cuando la recibieron en su familia, tantos años atrás. La protegieron de todo mal y la ayudaron, como cualquier familia haría. Pero, a pesar de la presencia constante de su familia, otros se preocupaban por su bienestar, como los Señores del Este y el Oeste.

Cati se sentó en una silla de madera y tomó el bollo caliente en sus manos, arrancando pequeños pedazos para poder comer. Alguien llamó a la puerta y su tía fue a abrir.

—¡Anabella, cariño! Ha pasado mucho tiempo desde tu última visita. Adelante —exclamó la tía al saludar a la esbelta mujer.

—Hola, Señora Welcher. Necesito tomar a Cati prestada por algunos minutos, si no hay problema. Es algo urgente —explicó Anabella observando a Cati—. No es serio ni problemático, lo prometo —agregó rápidamente al ver la expresión preocupada de la señora Welcher.

—De acuerdo, pero no llegues tarde —dijo la tía Sally.

Cati asintió mientras Anabella la sacaba de la casa, tomándola por sus brazos. Anabella era una de las amigas de Catalina, y ahora estaba casada con un noble de la propiedad, que era un vampiro.

—¿Cuál es la prisa? Pareces apurada —preguntó Cati observando a su amiga, que parecía buscar algo, o tal vez a alguien.

—Digamos que alguien no sabe que alguien vino aquí sin avisar, y si se encuentran, podría haber problemas —explicó Anabella apresurada.

—¿No le dijiste a tu esposo que habías venido? —preguntó Cati un poco sorprendida por la respuesta misteriosa—. Un segundo, ¿alguien sabe?

Anabella había sido forzada a casarse con su esposo, el vampiro Donovan. Su familia, al ser tan pobre, no tuvo opción más que aceptar la oferta cuando el noble vino a pedir su mano en matrimonio. Era un hombre aterrador, con una apariencia tosca y voz grave. Pero Anabella afirmaba que era un hombre decente y un devoto esposo.

Aunque los vampiros y los humanos vivían juntos, no coexistían en igualdad en todos los lugares. En el imperio había vampiros a quienes no gustaban los humanos y viceversa. El esposo de Anabella no pertenecía a este grupo, y sólo buscaba el bienestar de la joven. Temía que un humano se vengara de él haciendo daño a su esposa, por lo que se mantenía alejado.

—Es por eso que es urgente —dijo Anabella con un gesto cansado—. Necesito un tiempo a solas con mi Cati sin ningún vigilante que me proteja de los tontos insectos. Escribí una carta y la dejé en su escritorio, así que debería entender.

—¿Y cuál es el asunto urgente? —preguntó Cati sentándose en la grama.

—¿Recuerdas que cada invierno hay una celebración en la mansión principal a la que siempre quisimos asistir? —preguntó Anabella mirando un árbol cercano.

—Aquella a la que nunca fuimos invitadas —replicó Cati.

—Sí, esa —confirmó Anabella con una mueca—. Pero siendo esposa de un noble, recibí una invitación y, lo que es mejor, el primo de Donovan necesita una pareja para ir a la celebración de invierno. Se me ocurrió que podías ser tú—dijo con una expresión de alegría.

—La idea es interesante, Ana, pero tengo que rechazarla —respondió Cati tras analizarlo cuidadosamente, jugando con una pequeña flor—. Tengo que limpiar la biblioteca, ¿recuerdas?

—¿Y si te digo que es posible que el Señor de Valeria se presente en la celebración?

Al escuchar esto, Cati dejó caer la flor con la que jugaba segundos atrás. Hacía un año que quedó hechizada al ver la foto del hombre en el periódico local, titulada El Señor de Valeria. Era atractivo como el demonio, aunque no había conocido a un demonio. Había escuchado a las personas del pueblo hablar de él. Los recuerdos de Cati no eran recientes, pero no lo había olvidado. Sabía que este era el hombre que había salvado su vida.

Entendiendo el silencio de Cati, Ana habló: —El carruaje vendrá a buscarte a las seis.

Y la abrazó.

—¿Sería grosero dejar solo al primo de Donovan para ir a buscar al Señor cuando visite la mansión? —preguntó Cati preocupada.

Ana, sacudiendo la mano, le respondió: —No te preocupes por eso. Tobías estará ocupado en alguna labor oficial.

Se levantaron y sacudieron sus vestidos. Antes de irse, Ana le entregó la invitación del evento a Cati, pues sólo con ella podría entrar.

A las cinco y media, la tía Sally arreglaba el cabello de Cati, que era una mezcla de rizos y ondas que disgustaba a la joven. Era difícil mantenerlo arreglado, a diferencia del cabello liso de algunas de las mujeres de la aldea, el cual envidiaba.

—Tu cabello es hermoso, ¿sabías? Ahora calla —le reclamó la tía cuando la escuchó quejarse—. ¿Seguro que quieres ir a la celebración de esta noche? Habrá toda clase de personas…

—Por favor, madre. Cati estará bien en la mansión —interrumpió Rafa entrando con sus manos en los bolsillos.

Rafa era más alto que su padre, apenas a unos centímetros de alcanzar los seis pies de altura. Su cabello castaño, que había sido prolijo mientras estuvo en casa, ahora estaba despeinado, lo que frustraba a su madre, que ni quería saber en qué había estado el muchacho.

—No te preocupes, tía. Me encontraré con Anabella en la mansión, y estaré con ella y uno de sus conocidos —dijo Cati intentando calmar a su tía, a quien vio asintiendo a través del espejo.

—De acuerdo, cariño. Listo, tu cabello está terminado —dijo la tía dejando el peine en la mesa.

Su cabello ondulado estaba en un moño suelto, ligeramente desordenado pero de aspecto elegante. Al intentar arreglar un cabello que tiraba de su piel, sólo logró recibir una palmada en su mano.

—Lo dañarás si lo tocas. Ahora ve a cenar. Disfruta la noche —dijo la tía antes de salir de la habitación, agregando: —Rafa, busca la madera, por favor. Ya se agotó la que teníamos y la necesito esta noche.

—Seguro, ma —respondió Rafa. Después, dirigiéndose a Cati, preguntó: —¿Estás emocionada?

—¿Por la celebración de invierno?

—No. Vas a verlo, ¿no es cierto, hermanita? —preguntó Rafa mientras Cati sacaba su dinero del recipiente donde lo almacenaba.

Los Welchers no resentían a los vampiros, pues estos fueron los responsables de la muerte de su familiar. Rafa se sentía reacio a la visita de Cati porque conocía las condiciones políticas que se vivían tras bastidores. Al mismo tiempo, recordaba la adoración en los ojos de la niña al escuchar referencias al Señor de Valeria.

—Bueno, no exactamente. Tú sabes…—Cati comenzó a hablar, pero Rafa la interrumpió.

—Entiendo. Ten cuidado, ¿está bien? —dijo Rafa con una sonrisa antes de que Sally regresara de prisa a la habitación.

—¡El carruaje está aquí! Ten, traje esto —dijo la mujer mostrando un botón de rosa de color rojo. De pie junto a Cati, sujetó la rosa a su cabello.

Cuando Cati partió en el carruaje, la señora Welcher le preguntó a Rafa: —Cariño, ¿ya la madera viene caminando?

—No, le demoraría mucho tiempo. Tranquila, ya voy a ayudarlos —respondió de forma ingeniosa el joven.

—Por favor —respondió Sally con el ceño fruncido mirando el carruaje.

Al notar esto, Rafa rodeó a su madre con el brazo e, intentando tranquilizarla, afirmó: —Tranquila, estará bien. Ya no es una niña.

—Esa es una de las cosas que me preocupan —murmuró la señora, generando una mirada interrogante en el rostro del joven, la cual desechó antes de enviarlo a buscar la madera.