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Chapter 19 - Capítulo 19 - Sin Hogar (Parte 1)

Alejandro estaba despierto cuando el chofer llegó con el mensaje de Elliot. Al escuchar las noticias, de inmediato abandonó el castillo acompañado por dos guardias, dejando a Oliver, el segundo a cargo, al mando hasta su regreso. Mientras montaba su caballo negro hacia la aldea, notó que la temperatura bajaba. Al llegar a la aldea, fue recibido por un fuerte olor a sangre que salía de cada una de las casas. Detuvo al caballo y lo desmontó.

—¿Qué sucedió? —preguntó Alejandro a Elliot al llegar a la casa.

—Todos los habitantes estaban muertos cuando llegamos, incluyendo a la familia de Cati, pero no pudimos encontrar a su primo. Su cuerpo está desaparecido junto con otros —respondió el tercero a cargo con una expresión sombría mientras entraban a la casa.

—Los guardias revisan todas las casas. Pídeles que encuentren los rastros que hayan dejado en la aldea. Necesitamos verificar si alguien salió con vida —ordenó el Señor de Valeria.

Al entrar a la habitación, encontró a la joven sentada en el suelo con la espalda recostada de la pared y los ojos cerrados. Su respiración era estable. Sylvia permanecía de pie junto a Cati con los brazos cruzados, sumida en sus pensamientos.

—¿Alguna información? —preguntó Sylvia al ver a Alejandro y Elliot en la habitación.

Cuando escuchó a Sylvia, Cati abrió los ojos.

—Nada por ahora —respondió Elliot con un suspiro—. Las gargantas fueron cortadas sin esfuerzo. ¿Crees que hayan sido vampiros?

—Es difícil decir qué sucedió, pero creo que sé quién fue —dijo el Señor.

Caminó hacia los cadáveres, se agachó y tocó la sangre para sentir su textura en los dedos.

—Aunque las heridas son en el cuello de las víctimas, los vampiros normalmente muerden antes de comenzar a alimentarse.

—¿Masacre? —preguntó Cati observando a Sylvia, que asintió.

—¿Pero por qué asesinar sin razón?

—No es sin razón —respondió Alejandro—. Cuando los vampiros comenzaron a existir con los humanos, también había brujas. Las brujas eran más brutales que los vampiros en el asesinato.

—Pensé que las brujas se habían extinguido —respondió Cati entrelazando sus manos.

—No todas las brujas son malas —dijo Alejandro caminando hacia la ventana —. Hay algunas buenas, pero debido al miedo causado por las brujas oscuras, todas fueron expulsadas del imperio hace algunos siglos, y la mayoría fue quemada viva. Las brujas oscuras han intentado recuperar el poder de alguna forma. Es sólo una teoría, pues no sabemos qué sucedió aquí. Por ahora debemos esperar —dijo mirando a Cati—. El Concejo investigará esto como un asunto de alta prioridad, y yo me encargaré de organizar una búsqueda de personas desaparecidas.

Cati asintió con la cabeza y volteó a mirar a sus seres queridos. La tristeza y el dolor la inundaban, y lágrimas salían de sus ojos.

Los cuerpos fueron enterrados al día siguiente en el mismo cementerio en el que estaban sus padres. No había nadie para extrañar a los muertos excepto Cati, y no se sabía si los desaparecidos estaban vivos o muertos. Nadie podía entender el dolor que Cati estaba experimentando. No lograba digerir el hecho de que había perdido a sus familiares en un salvaje asesinato y perdió el control en el cementerio.

Alejandro tenía que hablar con un miembro del Concejo, por lo que encargó a Sylvia el cuidado de Cati, que regresaría a la mansión.

Al regresar a la mansión del Señor de Valeria, Sylvia sujetó la mano de Cati, que no se movía de su asiento.

—Me alegra haber limpiado tu habitación hace poco. No hemos cambiado nada. Está tal como la dejaste —dijo Sylvia guiando a la joven al baño.

Se aseguró de entablar una conversación tranquila: —Te dejaré un momento a solas para que te arregles mientras me encargo del desayuno.

Cati asintió con una pequeña sonrisa. La joven era más fuerte de lo que parecía, pero tan delicada, pensó y salió de la habitación. Al desvestirse, entró en la bañera, que estaba llena de agua caliente. Se sentó y reposó su espalda al borde de la tina.

Le llegaron recuerdos repentinos de su familia muerta. Era como si sólo minutos atrás su tía hubiera estado molestando a su primo para que buscara madera del bosque.

El golpe en la puerta la asustó y se cubrió con las manos.

—Vaya, eres tan tímida —dijo una mujer mayor tras ella—. Sylvia me pidió que te ayude y veo que no has tocado la esponja. Soy Margarita —se presentó con una sonrisa maternal.

Se dice que cuando una persona es amable, quien sufre tiene a llorar más fuerte, y este fue el caso.

—Tranquila, tranquila —dijo la mujer dando palmadas en la cabeza de Cati.

Los lamentos llenaban el baño.

—Lo siento —se disculpó Cati secando sus lágrimas.

—Está bien, cariño. Escuché lo sucedido y lamento tu pérdida —dijo Margarita tomando la esponja del estante y aplicando un líquido blanco—. Hace algunos años, mi familia fue asesinada por vampiros rebeldes. Mi único hijo y mi nuera murieron salvajemente frente a mí, dejándonos solos a mí y a mi nieto.

—Lo siento —dijo Cati a la mujer.

Se preguntaba qué impacto había tenido en ella ver a su familia morir.

—¿Odia a los vampiros? —preguntó.

La mujer sonrió al responder: —¿Por qué? Sólo porque uno de ellos sea malo, no quiere decir que odies a todos los vampiros. Es cierto que la naturaleza de los vampiros no es buena, pero tampoco lo es la de los humanos. Todos tenemos defectos y virtudes. El Señor Alejandro fue quien nos brindó refugio.

La mujer frotaba la espalda de Cati.

—Cuando una puerta se cierra, se abre una ventana. Sólo podemos esperar que el alma de nuestros seres queridos esté en paz y vivir por aquellos cercanos a nuestro corazón. ¿No tienes a alguien a quien quieras?

—¿Alguien a quien quiera? —preguntó Cati de forma pensativa.

—Así es.

Cati llevaba un vestido rosado con estampados florales, largo hasta sus tobillos, luego de su baño. Margarita había dejado la habitación cuando Cati salió de la bañera. Trenzaba su cabello cuando Sylvia apareció con un sirviente que llevaba dos bandejas de comida.

—¿Dónde le gustaría que coloque las bandejas, Señora Sylvia? —preguntó el sirviente.

—La cama estará bien. Y puedes pedirle a alguien que venga a cambiar las sábanas cuando bajes —ordenó.

—Sí, Señora —respondió el sirviente antes de partir, y salió sin mirar a los lados.

—¿Las personas suelen ser tan educadas aquí? —preguntó Cati.

—Algunos —respondió Sylvia destapando la comida para Cati.

Enviar a Margarita fue bueno, pensó Sylvia, pues Cati se veía mucho mejor, aunque no sabía cuánto tiempo duraría.

Cuando Alejandro llegó a la mansión, era medianoche. Un sirviente se acercó a tomar su abrigo cuando entró por la puerta principal. Al entregarlo, respiró profundamente y miró hacia arriba. Al subir las escaleras, su gato negro, Aero, lo recibió.

—Alejandro —dijo Sylvia.

—No has ido a dormir —comentó Alejandro arqueando las cejas—. ¿Esperas a Elliot? —agregó con una risita.

—¿Por qué habría de esperarlo? —se burló Sylvia con una mueca antes de continuar —. ¿Te reuniste con el concejo?

—Sí. Matías estaba aquí debido a la celebración de invierno, lo que me evitó el viaje al concejo. Envié una carta a Rubén para asegurar de que la información no fuera manipulada o perdida —dijo Alejandro mientras el gato caminaba entre sus piernas, y le acarició la cabeza.

—Ya veo —respondió—. Cati duerme en la habitación de arriba. La puerta hace ruido, así que no la abras si no quieres despertarla —agregó sabiendo que el hombre ya conocía la ubicación de la joven.

Notó que su expresión se relajó de forma casi imperceptible cuando dijo que la joven dormía. Conocía a Alejandro desde antes de que fuera el Señor, lo que hacía más fácil descifrar su impasible forma de ser. Así que estaba preocupado por ella.

—Me iré a dormir —se despidió con la mano y partió.