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Chapter 20 - Capítulo 20 - Sin Hogar (Parte 2)

Alejandro caminó hacia su habitación, pero se detuvo en la puerta anterior. Escuchaba su latido tras la puerta. El gato golpeó la puerta mirando a Alejandro.

—Hoy no, Aero. Necesita descansar —dijo caminando a su habitación.

Una hora después, habiéndose bañado y bebido la sangre que le trajo la sirvienta, salió de su habitación hacia la de Cati. Para su sorpresa, Aero dormía frente a la puerta. El gato abrió los ojos y observó a su dueño con una mirada acusadora.

—Lo siento. Se me olvidó que eres mi gato —murmuró abriendo la puerta con delicadeza.

Se sentó en el espacio vacío de la cama y el gato se sentó al otro lado, sacudiendo la cola. No tenía pesadillas, lo que era una buena señal, le pareció a Alejandro. Dormía profundamente.

Cuando intentó arreglar la manta para asegurar que estuviera cómoda, notó que su mano sujetaba con fuerza el collar y su cuello estaba desnudo, casi como una ofrenda a él. Su mano tocó el delicado cuello y pensar en la sangre hizo que se lamiera los colmillos. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que bebió algo satisfactorio? La sangre que quería estaba frente a él, lo cual le hacía sentir caprichoso y molesto al mismo tiempo. No le gustaba pensar que alguien tuviera este poder sobre él.

La necesidad de su sangre se debía a que se había atado a ella, y le tomó seis años darse cuenta. Con el paso del tiempo, no entendía por qué su sed no era satisfecha, y pensó que algo andaba mal. Años atrás la había mordido frente a todos, dejando una marca temporal, para asegurar que la niña estuviera a salvo. Ajustó la manta y se llevó al gato en brazos para dejar a la joven dormir, pues Aero había comenzado a maullar.

Cuando salió el sol a la mañana siguiente, Cati se despertó con una sensación de pesadez. Permaneció sentada durante largo rato, inmóvil. No tenía seres queridos.

Pasaron días y el dolor eventualmente comenzó a disminuir. Sylvia y Elliot le hacían compañía cuando no tenían labores pendientes, y veía a Alejandro algunas veces en la cena, aunque muchas veces no.

Agradecía su amabilidad y hospitalidad, pero ya habían pasado dos semanas, no podría vivir así para siempre. Era una invitada y no familia del Señor, así que no debía abusar. Conocía a una familia que se había mudado a la aldea siguiente, y también tenía a su amiga Anabella si necesitaba ayuda.

Tras dos semanas, Cati decidió hablar con Alejandro y fue a su estudio, donde lo encontró hablando con Elliot y otro hombre. No quería interrumpir, pero Alejandro notó su presencia y la hizo entrar a sentarse en la silla de su oficina.

Elliot jugaba con un aparato parecido a un reloj mientras el Señor y el otro hombre hablaban acerca de su relación con las personas de la aldea.

—La ganancia tampoco nos ayuda —dijo el hombre con lentes.

—Tal vez, si pudiéramos reducir los impuestos, podríamos obtener beneficios —sugirió Alejandro.

—¿Estaría bien?

—Podemos obtener el dinero por otros medios —respondió el Señor de Valeria.

Tomó un pergamino del escritorio y escribió algo antes de entregarlo al hombre, diciendo: —Sabes qué hacer con esto, Oliver.

—Sí, Señor —respondió Oliver tomando el pergamino antes de salir.

Cuando el hombre salió, Cati notó que la miraba de reojo con una expresión de desprecio. El hombre era firme y tranquilo, y no mostraba emoción alguna. Un hombre de piedra, pensó Cati. Pero tal vez era gracias a esto que había obtenido la posición en la que se encontraba en el Imperio Valeriano.

—¿Cómo puedo servirle, Señorita Catalina? —preguntó Alejandro tras la partida de Oliver.

—Lamento interrumpir su trabajo —se disculpó.

Cuando le preguntó a Sylvia dónde estaba Alejandro, preguntó si estaba ocupado, pues podía esperar algunas horas.

—No hay necesidad. No interrumpiste nada —respondió Alejandro con una sonrisa encantadora que la hipnotizó de tal forma que olvidó por qué había venido.

—Pensamos ir al teatro la semana próxima. ¿Te gustaría ir? —preguntó Elliot dejando el aparato en la mesa.

—¿Teatro?

—Creo que no has ido antes —comentó Alejandro.

Cati negó con la cabeza. El hombre era amable y si se quedaba más tiempo, sentiría que se aprovechaba de él.

—Deberías venir. Te gustará.

Cati se sentía lenta, pero recordó que planeaba abandonar la mansión.

—No creo que pueda —respondió Cati con una sonrisa nerviosa, sin saber por dónde comenzar—. De hecho, vine a decir que me iré de la mansión mañana.

Al escuchar esto, Alejandro entrecerró los ojos por un instante, pero pronto recuperó su expresión.

Elliot notó el cambio de actitud del Señor tan claro como las nubes en el cielo.

—¿Tu estadía no ha sido cómoda?

—Ha sido muy cómoda —respondió Cati, que sudaba bajo la mirada del Señor de Valeria—. Pero creo que he abusado de mis días en la mansión y debo comenzar a buscar un empleo para mantenerme. Conozco a una amiga que me ayudará.

Aunque tenía una casa, no podía regresar. No tenía hogar, trabajo, o dinero.

—¿Es así? —replicó Alejandro fríamente—. Si puedo saber, ¿qué tipo de empleo buscas?

—Algo que pague suficiente y sea seguro para mí. El último trabajo que tuve fue como asistente de biblioteca, pero ahora tendré que conseguir dos.

—Vaya…—respondió—. Conozco un empleo con pago decente y seguridad, además de un espacio para vivir.

—¿De verdad? —preguntó Cati sentándose derecha.

Elliot sabía a dónde se dirigía la conversación. Había mucho tráfico de personas en el país, así que lo mejor sería que Cati permaneciera en su vista y no en algún lugar donde no pudieran saber cómo estaba.

—Sí, está aquí en la mansión —ofreció con ojos resplandecientes—. Nos serviría un poco de ayuda extra, ¿Elliot? —le preguntó a su amigo.

—Alejandro tiene razón. Nos faltan empleados para los eventos —dijo Elliot tomando las manos de Cati antes de que pudiera protestar—. No tienes que preocuparte por nada. Le daré las noticias a Sylvia. Hasta luego —dijo con una sonrisa en el rostro al dejar la habitación.

—¿Pero cuál es el empleo?

—Sólo las cosas usuales de casa y jardinería —respondió Alejandro reclinando su asiento —. También me asistirás cuando lo necesite. Por ejemplo, limpiar mi habitación, traerme el desayuno, y atender a Aero.

No parecía tan malo, pensó Cati. Tal vez debería trabajar aquí y mudarse en un tiempo. Al acercarse a la puerta, escuchó al Señor de Valeria: —Y Catalina…

—¿Sí? —preguntó.

—Dormirás en la misma habitación que tienes ahora, no en el sótano con los sirvientes.