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Chapter 11 - Capítulo 11 – Venganza (Parte 1)

Con el final de la temporada de lluvias, la mayoría de los vampiros y humanos habían dejado la Mansión Valeriana cuando el Señor Alejandro se fue al Concejo, dejando sólo a la Señora Magdalena, Gisela y un hombre como invitados. Los empleados de la mansión se acercaron a ver la conmoción creada en el salón principal, donde permanecieron en silencio observando a los vampiros de clase alta acusando a la pequeña humana. Los sirvientes que trabajaban para los Señores y las clases altas no debían interferir en las élites de la sociedad, en especial entre los vampiros, que tenían suficiente poder para enviar a los sirvientes desobedientes a sus calabozos personales, o venderlos a otra casa, lo que era incluso más grave, pues el nuevo dueño podía ser peor que el anterior.

Cati permanecía de pie en medio de la sala, sujetando firmemente los costados de su vestido, pues estaba asustada. Sentía un dolor constante en la piel de su mejilla.

—¿Qué haremos con ella? -dijo el hombre observando a Cati.

 —Señora Loren, por favor. Creo que es un error. Una niña de su edad no entendería el valor del collar que usted menciona —suplicó Sylvia junto a la niña.

—Las personas de mi propiedad son sentenciadas al exilio o, incluso mejor, a una vida sin manos —habló la Señora Magdalena con los brazos cruzados, ignorando a Sylvia.

—¿Qué evidencia tiene de que fue la niña quien lo robó y no alguien más? —preguntó Sylvia con una expresión de sorpresa al escuchar la afirmación de la Señora Magdalena.

—Sylvia, cariño —dijo Gisela arreglando su peinado y dando un paso hacia adelante —, en todos los años que llevamos visitando, nunca supimos de un evento similar, pero cuando apareció la humana, la joya desapareció; además, la Señora Magdalena dice que la vio con un cachorro de lobo. ¿Quién sabe? Tal vez intenta criar a un lobo salvaje para atacarnos.

—Creo que deberíamos esperar a que regrese el Señor Alejandro y decida su castigo —propuso Sylvia, pero pronto sintió la mano de Gisela cada vez más firme en su cuello, dificultando su respiración.

A diferencia de Sylvia, que pertenecía a una familia ordinaria de vampiros, Gisela era de sangre pura, por lo que tenía más poder y fortaleza.

—¿No te ordené callar? Una manzana podrida debe ser desechada rápidamente. La Señora Loren decidirá el castigo —dijo Gisela soltando lentamente el cuello de la patética vampiresa.

Alejandro regresaría al día siguiente, y Sylvia esperaba que no tomara un desvío.

—El tiempo cambia, Sylvia. Las circunstancias llevan a las personas a hacer cosas que no quieren —dijo la Señora Loren sosteniendo el collar de resplandecientes piedras azules—. Ya que es una niña, no la castigaré con la muerte o una deformación física, pero debe reflexionar acerca de lo que hizo. Pasará dos días en el almacén, sin luz o compañía. Recibirá trabajo, como los otros sirvientes, y nadie le ofrecerá comida o comodidad. Si alguien me desafía, será castigado junto con la niña —concluyó la Señora Loren dirigiéndose a todos los presentes.

—Esperamos que hayan escuchado claramente —agregó Gisela dedicando una expresión burlona a Sylvia, que parecía frustrada.

La Señora Magdalena, que parecía satisfecha, agregó: —Ahora que esto está solucionado, tenemos que encargarnos del lobo. Ya que la ladrona fue quien lo trajo, deberíamos ejecutarlo frente a ella.

Al terminar de hablar, salió del castillo, llevando a Cati a los establos, donde encontraron al cachorro llorando.

Un cuchillo le fue entregado al hombre que había estado acompañando a la Señora Magdalena. Sujetó al lobo con una mano, y con la otra empuñó el cuchillo. La criatura luchaba por liberarse del fuerte agarre. Cati cerró los ojos cuando el hombre movió la mano, cortando limpiamente el cuello del animal antes de lanzarlo a la chimenea del establo. La niña fue enviada al almacén, donde permanecería encerrada hasta que pudieran asignarle una labor.

El almacén, que era tan viejo como las otras habitaciones del castillo, no había sido usado en años. Los objetos en su interior estaban cubiertos de polvo. Telarañas decoraban la sucia habitación en cada rincón, y delgadas arañas negras habitaban el espacio.

Gisela había enviado a Sylvia a la aldea para mantenerla alejada del castillo.

Cuando Cati se quedó sola, las lágrimas comenzaron a caer de sus ojos y lentamente sus sollozos llenaron la habitación. Para una niña joven e inocente, la muerte del lobo había sido más impactante que el castigo al que la habían condenado por dos días.

La oscuridad no hizo más que asustar a la pequeña. Temía a las criaturas con colmillos, pues habían asesinado al pequeño cachorro sin el más mínimo remordimiento, aun cuando él no había hecho más que acompañarla. El rostro de Alejandro apareció en su memoria cuando pensó en los vampiros: aunque él también tenía colmillos, la había salvado. Era su caballero. Al final, lloró desconsolada hasta quedarse dormida.

—Despierta —dijo alguien moviendo el hombro de Cati para sacarla de su sueño.

Abrió los ojos y encontró a un niño frente a ella, que no era más que Corey, el niño que había conocido en la cocina días atrás. Pronto recordó los eventos recientes y se alejó del niño, que la miró con una expresión triste al notar su reacción. Había escuchado lo sucedido, pero no pudo presenciarlo, pues los sirvientes recibieron órdenes de regresar a sus labores y no molestar a los invitados.

—Lamento lo que hicieron —le susurró a la niña, mirando hacia atrás para asegurarse de que nadie estuviera ahí.

Nadie debía acompañarla, y de ser encontrado, todo sería peor.

—Ven. Debes cumplir la labor que te asignaron —dijo el niño de diez años viendo a Cati levantarse del sucio suelo—. Nos aseguramos de hacer lo más difícil para que no tengas muchos problemas.

Cuando Cati salió de la habitación, tuvo que cerrar los ojos por el cambio de luz. Al salir, cuando Corey se volteó a hablar con ella, pronunció una ligera exclamación al notar el hematoma que se había formado en la mejilla de la niña, pero antes de que pudiera hablar, un guardia vino a llevarla al jardín. Le ordenaron remover las ramas y hojas secas de los arbustos y árboles. Aunque parecía una tarea muy simple, tomaba mucho tiempo para una sola persona, en especial al atardecer.

Habían pasado tres horas desde que comenzó el trabajo de recolectar las hojas secas en una bolsa. Sus manos estaban cubiertas de tierra y algunos rasguños de los arbustos que debía sujetar, y su vestido estaba sucio. Cuando llevaba cerca de la mitad del trabajo, fue enviada de vuelta al almacén, donde pasaría la noche sola.

Más tarde, cuando dormía en el frío y sucio suelo, un ruidoso trueno la despertó, empeorando la ya terrible situación en la que se encontraba, sin una manta y con el estómago vacío dando vuelcos.

Al mediodía siguiente, volvió a limpiar el jardín, recogiendo las hojas secas. Le costó un poco, pues en la mañana había limpiado las ventanas del piso superior.

—Cuando termines con esto, deberás asistir a la Señora Magdalena en su habitación —dijo Gisela vigilando a la pequeña humana, asegurándose de que no perdiera tiempo.

Cati había ido junto a la Señora Magdalena mientras la mujer pintaba en un lienzo, sosteniendo una paleta de vidrio en su mano. Se sentía cansada y débil, pues llevaba mucho tiempo cargando la paleta sobre su cabeza para que la mujer no tuviera que agacharse a tomar la pintura. La niña, mareada, soltó la paleta, que fue directo al suelo, donde se partió en pedazos en un instante. La pintura salpicó todo el piso de mármol, y la niña, al darse cuenta, se disculpó de inmediato.

—Eres inútil. Limpia el desastre y trae una paleta nueva para reemplazar la que acabas de romper —ordenó la Señora Magdalena, dejando el pincel junto a su atril antes de ir al baño.

La niña se sentó en el suelo a recoger los pedazos de vidrio cubiertos de pintura. Se estremeció al sentir el dolor causado por una pieza de borde afilado. Notó que el vidrio se había clavado en su dedo y, con una expresión de dolor, sacó la pieza, lo que hizo que escurriera sangre de él.

—Catalina.

Subió la mirada y encontró al Señor de Valeria de pie en la entrada de la habitación, con una expresión furiosa. ¿Él también estaba molesto?