Al día siguiente en la capital, Gisela fue ejecutada frente a la multitud de Valeria mientras la Señora Magdalena perdía sus manos. Nadie sabía qué sucedió a las otras dos vampiresas, pues no fueron vistas tras los eventos de la cámara.
Un vampiro no recuperaba sus miembros, y este era un castigo absoluto cuya finalidad era servir de recordatorio: nunca contradecir al Señor de Valeria. Había murmullos en la multitud durante el castigo. Se difundieron rumores acerca de lo que había sucedido en el castillo y las personas sentían curiosidad, en especial acerca de si era cierto que el Señor había puesto a un humano por encima de las vampiresas de sangre pura.
Cuando Alejandro mordió a la niña, una marca apareció en su cuello, pero había desaparecido al amanecer. Los sirvientes del castillo, curiosos, buscaron la marca, pero el cuello de la niña estaba intacto. Se preguntaban si el Señor les había engañado.
Hacía más de tres meses desde que Alejandro había regresado del concejo, y el Señor Norman planeaba demostrarle que era más inteligente y fuerte.
—Señor, esta es la información que hemos encontrado. Se dice que la humana vive en el castillo —le informó un empleado a Norman al entregar un pergamino.
Al verlo, Norman respondió con una sonrisa: —Bien… Tratar mal a un humano en el castillo de Valeria es exactamente lo que necesitamos. Envía esto al concejo y asegúrate de que llegue —dijo, devolviendo el pergamino—. Cree que es mejor. No puedo esperar a que el concejo haga algo —agregó con una risa.
En el Imperio Valeriano, Catalina caminaba con Sylvia en el prado, y Elliot y Alejandro las seguían. El prado estaba junto al bosque, justo detrás del castillo, y cubría parte de la propiedad de flores y pasto.
Sylvia observaba a Cati mientras la niña hablaba de su mamá, notando la felicidad que parecía regresar al rostro de la pequeña. Aunque Cati temía a algunos vampiros del castillo, el Señor era en quien más confiaba. En sus ojos, Alejandro era un héroe, su salvador.
—¿Planeas enviarla al colegio como los otros niños? —preguntó Sylvia a Alejandro cuando se sentaron a comer el almuerzo que habían llevado del castillo.
—He ordenado a un tutor que venga al castillo. Evitará situaciones indeseables en el futuro —explicó Alejandro bebiendo el vino de la botella.
Elliot, que hablaba con Cati, notó que la marca de su cuello había desaparecido, lo que le hacía dudar si Alejandro realmente la había atado a él. El Señor de Valeria había dicho que estaban unidos de por vida, pero ¿por qué no había una marca?
—Correcto, Sylvia. La escuela disponible tiene muchos niños —habló Elliot tomando una pieza de fruta—. Sin importar si son humanos o vampiros, son pequeños demonios.
—Protegerla como una sombra no va a resultar. Necesita experimentar la vida. Creo que deberías dejar que vaya a la escuela. Después de todo, necesita socializar con personas de su edad. Es joven —explicó Sylvia.
—Lo veremos luego. Voy a caminar —dijo Alejandro alejándose hacia el bosque.
Elliot y Sylvia intercambiaron miradas. Cuando regresó, Alejandro traía un pequeño lobo en sus brazos. Al notarlo, Cati se acercó a abrazarlo.
—Calma —le dijo cuando Cati logró tomar al pequeño lobo blanco y gris—. Es tuyo —explicó, por lo que la niña le dirigió una mirada.
—¿Mío? —preguntó con una voz suave.
—Sí, tuyo —confirmó Alejandro.
—Gracias —susurró la niña.
—¡Oh! Sabía que tenías un corazón en ese enorme pecho hueco —se burló Elliot acercándose a tocar al animal.
A la mañana siguiente, un tutor llegó para dar clases a Cati y a otros cinco niños del castillo. Considerando lo que Sylvia había dicho, Alejandro no quiso aislar a la niña. Por ende, hizo que un grupo de niños recibiera clases juntos.
Tarde una noche, Alejandro encontró a Cati sentada en su escritorio tomando notas en un cuaderno. Al acercarse, intentó ver qué hacía la niña.
—¿No deberías estar durmiendo? —le preguntó, asustándola.
—Mi escritura, Ale —le explicó la niña con una expresión triste.
Había notado que los otros niños tenían una bonita caligrafía, y la suya era desordenada sin importar cuánto se esforzaba.
—Dame la mano —le dijo tomando su mano mientras la niña sostenía el lápiz.
La guió con su mano para mostrarle cómo escribir.
—No tienes que sentirte mal. Tienes mucho tiempo. No te apresures. Ahora, ve a dormir —dijo antes de cerrar la puerta de la habitación.
Permaneció fuera de la habitación hasta que escuchó un ligero sonido que le informó que la niña había apagado la lámpara, y luego se dirigió a su habitación. En dos días cambiaría todo, pensó Alejandro con un suspiro.
Dos días después, como había supuesto, dos miembros del concejo llegaron al castillo para reunirse con el Señor Alejandro.
—Señor, el concejo viene a verlo —anunció un sirviente.
—Déjalos entrar —ordenó Alejandro al hombre, que asintió con una ligera inclinación antes de traer a los invitados.
La puerta se abrió para revelar a Matías, Kellen y el ayudante del Director del Concejo, Lionel. Lionel era un vampiro alto y extremadamente delgado, con barba gris y arrugas alrededor de los ojos. Era un hombre conocido por su conducta estricta en cuanto a la ley, que no ignoraba el más mínimo detalle.
—Lamentamos interrumpir su día sin avisar, Señor Alejandro —habló Lionel sentándose frente al escritorio de Alejandro.
—No hay problema. Esperaba que vinieran tarde o temprano —respondió Alejandro.
Lionel mostró una expresión de sorpresa por un instante, pero se compuso antes de hablar: —Entonces es posible que sepa para qué hemos venido —confirmó.
Alejandro sabía que ese estúpido Señor humano había enviado un espía al Imperio Valeriano a buscar información. Cuando se trataba del imperio, Alejandro se mantenía al tanto. Si no fuera este el caso, quedaría como un idiota. Sabía que el concejo vendría a tomar acción acerca de lo ocurrido. También se debía a que tenía un contacto en el concejo. Aunque era un asunto insignificante, el Señor Norman había agregado suficientes detalles para convertir una pequeña brisa en una tormenta.