—No estoy seguro de tener la misma información, así que le ruego que me aclare —dijo Alejandro fríamente, observando a los hombres frente a él.
—Señor Alejandro, venimos por la niña que ha estado viviendo en el castillo —comenzó Kellen—. Según sabemos, es una humana que fue rescatada hace algunos meses de la emboscada que ocurrió en la aldea ubicada entre las regiones sur y oeste. ¿Es correcto?
—Sí, fue la única sobreviviente del ataque ocurrido —respondió rápidamente el Señor de Valeria—. ¿Pero sabían que los vampiros rebeldes fueron liberados irresponsablemente por los hombres del Señor Norman, lo que causó la emboscada que afectó a las familias del área?
—¿Es así? —preguntó Lionel volteando a ver a Kellen, que asintió como un niño obediente.
Alejandro presionó un pequeño botón en su escritorio mientras los hombres hablaban.
—¿Se hizo algo al respecto?
—Señor, el asunto se silenció debido a la falta de evidencia en cuanto a quién liberó a los rebeldes. Fue cuando el Director del Concejo y usted fueron a visitar al Señor Herbert —explicó Matías diligentemente, a lo que agregó: —Lo investigaremos al regresar.
—No vinimos a hablar acerca de quién atacó la aldea —habló Lionel intentando recuperar el control —. Nos han informado que la niña recibió maltratos, los vampiros de su círculo le negaron alimentos por dos días, y eso no es todo. Ha marcado a la niña sin su consentimiento, y es una criatura ¿Está al tanto de las consecuencias?
—Si habla del castigo, ya pasó. Como soy el Señor de Valeria, estoy al tanto de las leyes —dijo Alejandro inclinándose ligeramente—. Y en cuanto a la marca que menciona, ¿qué pruebas tiene al respecto? —les preguntó.
—Para eso necesitamos evaluar el cuello de la niña —respondió Lionel con firmeza.
—Por supuesto —respondió Alejandro.
En un instante, la puerta se abrió revelando a Cati, que estaba en compañía de un guardia.
—¿Ale? —preguntó la niña acercándose a Alejandro.
—¿Esta es la niña? —preguntó Kellen.
—No, reemplacé a la primera humana con otra igual —respondió Alejandro.
Tomó algunos segundos para que el miembro del concejo notara el sarcasmo del Señor.
—La niña no tiene la marca —dijo Lionel mirando con cuidado el cuello de Cati—. Es humana y joven. Vivir con vampiros no es seguro. Por ende, el Director del Concejo ha decidido que sería mejor que la niña viviera con sus familiares en Mythweald. Esperamos que esté de acuerdo.
—¿Familiares? —preguntó Alejandro con curiosidad.
—El hermano de su padre vive ahí con su familia. Enviaron una carta al concejo para averiguar si alguien había sobrevivido al ataque. Estoy seguro de que la niña estará bien ahí, y será miembro de una familia —dijo Lionel con los ojos fijos en la niña antes de regresar a la expresión calmada de Alejandro.
No estaba seguro de que el Señor de Valeria accediera a esta decisión.
Unos segundos después, Alejandro preguntó: —¿Cuándo planea llevarla ahí?
El miembro del concejo exhaló al responder: —Nos iremos hoy, tan pronto como sus cosas estén empacadas —concluyó y se levantó de su asiento con los demás.
—De acuerdo. Pediré que lo hagan de inmediato —dijo Alejandro saliendo con los demás, y le ordenó a Sylvia que se encargara del asunto.
Mientras empacaban las pertenencias de Cati, Alejandro y Matías conversaron.
—Como usted quería, le he dado la información al Director Rubén acerca del título del Señor Norman —dijo Matías en voz baja.
—¿Cuánto demorará? —preguntó Alejandro observando a Lionel, que hablaba con un guardia del palacio, intentando descubrir más sobre la marca, lo que generó una ligera expresión de desdén en el rostro del Señor.
—¿Tal vez un mes? —respondió Matías sin seguridad.
—Su concejo trabaja como un caracol, ¿lo sabe? —dijo Alejandro mientras regresaban a reunirse con los dos miembros—. Estará segura, ¿cierto? —preguntó con seriedad.
—¿Quién? ¿La niña? Sí, he tomado precauciones para garantizar su seguridad. Se hizo una revisión exhaustiva de la familia y sé que la cuidarán —respondió Matías bajando las escaleras mientras Alejandro observaba desde arriba.
—Eso espero, por su propio bien y por el tuyo —dijo Alejandro con una sonrisa alegre, lo que hizo que el miembro del concejo mostrara una expresión incómoda.
Cuando Alejandro fue a la habitación de Cati, la encontró sentada en el suelo con el lobo que le había regalado. Al escuchar los pasos, la niña miró en dirección a Alejandro. Los ojos de la niña estaban rojos, mostrando que había llorado.
Se acercó y se sentó para quedar a la altura de la niña antes de escucharla decir: —Tengo miedo.
—Sé que no quieres ir, pero en este momento necesitas a tu familia. Puedes enviarnos cartas, si quieres —intentó tranquilizarla al ver que sus ojos se llenaban de lágrimas.
Notó que la niña miraba al lobo y suspiró con suavidad. Lamentablemente, aunque él se lo había entregado, tendría que dejarlo aquí, pues el imperio del sur no aceptaba criaturas salvajes. Tras su partida, Alejandro encargaría de su cuidado a un mayordomo que lo mantuviera en el establo.
—¿Vendrás a visitarme? —preguntó la niña, tomando a Alejandro desprevenido.
—Por supuesto. Ten —dijo Alejandro poniendo su cadena en el cuello de la niña—. Tarde o temprano iré a recuperarla. Cuídala por mí—le prometió.
La niña le dio un abrazo de despedida antes de partir con los miembros del concejo.
Elliot, que se había mantenido en silencio, le preguntó a Alejandro: —Cuando le dijiste que la visitarías pronto, ¿te referías a días o semanas?
—Años —respondió Alejandro de vuelta en el castillo—. Necesita vivir una vida normal. Ya envié a alguien a vigilarla.
—Como esperaba —murmuró Elliot.
—Además, hay cosas pendientes en los cuatro imperios. Tenerla aquí no sería más que una distracción, y no quiero arrastrarla en asuntos que no le competen —agregó Alejandro, a lo que Elliot asintió sin decir más.
Catalina observó al castillo por la ventana de atrás del carruaje hasta que se perdió de vista tras los árboles. Al llegar a casa de su familia, su tío, Desmond Welcher, y su tía, Sally Welcher, junto con el hijo de ambos, Ralph, la recibieron. Habiendo perdido a su hermano menor, Desmond y su familia amaban a Cati como su propia hija. El ingreso del hogar apenas era suficiente para sobrevivir, pero eran felices, a diferencia de los que peleaban aun siendo millonarios.
Los días se hicieron semanas, y las semanas se hicieron años en el imperio. Cambiaban las estaciones y pronto habían pasado doce años. En ese tiempo, Alejandro visitó a Cati una vez al año durante los primeros dos años, pero después se detuvo. Lo esperaba cada año, pues había prometido la vez anterior que regresaría, pero el tiempo es engañoso, y los recuerdos pronto se evaporan, dejando sólo una fragancia.