Cati se sentó, rodeada de burbujas, en la amplia bañera. El agua estaba tibia y ayudó a la niña a relajarse. Sylvia había asignado a Cati una sirvienta humana llamada Margarita, que tenía alrededor de cuarenta años, para que se encargara de las cosas cotidianas. Las mejillas de Cati se sonrojaron cuando la mujer la envolvió en una toalla al salir de la bañera. No estaba acostumbrada a este tipo de trato por parte de extraños, y le resultaba incómodo. Le aseguró a Sylvia que no necesitaba ayuda, pero su nueva amiga insistió.
Margarita y Cati eran las únicas en la habitación al salir del baño. La habitación era elegante, con una suave luz emitida por las lámparas.
—Déjame buscar otra toalla mientras te vistes —dijo la mujer regresando al baño mientras Cati tomaba la bata blanca de la cama y la ropa interior que le ofrecieron.
De su cabello caían pequeñas gotas de agua que se formaban en las puntas de los mechones. La sirvienta tomó la toalla y frotó la cabeza de la niña con suavidad, asegurándose de no lastimarla.
Margarita se sorprendió cuando Sylvia vino a pedirle que le ayudarla en el cuidado cotidiano de la niña, no porque le hubiera pedido que cuidara a la niña, sino por el hecho de que la niña era humana. Que el Señor recibiera a un pequeño humano como invitado tenía que ser una broma, había pensado Margarita, pero Sylvia hablaba en serio.
Observó a la niña sentada en la cama sin decir una palabra mientras secaba su negra cabellera. No podía negar el hecho de que la niña era adorable, con sus enormes ojos marrones y la inocencia que guardaban.
Se preguntó por qué el Señor la había traído a la casa; desde luego, escuchó sobre la emboscada a la aldea cercana, pero podrían haberla enviado a un orfanato. Era extraño que él hiciera esto a menos que estuviera poseído, pero también podría deberse a que deseaba su sangre. Se decía que los humanos jóvenes tenían mejor sabor que los adultos. Pero Margarita esperaba que no lo hiciera.
—Eh, yo haré el resto —escuchó que la niña decía, lo que le hizo sonreír.
—Está bien, cariño. Tu cabello casi está seco. ¿Te gustaría que lo trence? —preguntó, y la niña accedió.
—Deja que termine de peinarte y podrás bajar a cenar, ¿está bien?
—Gracias, Margarita —dijo Cati a la mujer tan amable que le había hecho un peinado muy bonito.
—A la orden, cariño —respondió la mujer cuando salían de la habitación.
Cuando Cati entró al salón donde se serviría la cena, se sintió nerviosa al ver tantos rostros nuevos. La habitación de pronto quedó en silencio ante su presencia. Encontró a Sylvia, quien le sonrió y la llamó con un gesto, pero la niña no se atrevía a avanzar. El Señor, que estaba sentado en el extremo opuesto de la mesa, sólo le dirigió una rápida mirada antes de volver a conversar con el hombre sentado a su lado.
—¡Princesa Cati, aquí estás! —escuchó la niña.
Al voltear la cabeza, vio al hombre que había conocido horas atrás. Recordó que se había presentado como Elliot. ¿Por qué la llamó Princesa? Sabía que no lo era.
Elliot se levantó de su puesto y se acercó a Cati para tomar su mano y llevarla al asiento junto al suyo. Elliot era el tercero a cargo, y también era conocido como la mano derecha del Señor Alejandro. Era alto y su cabello era ondulado y rojizo.
—¿Te refieres a un humano? No me dijeron que un humano nos acompañaría en la cena —habló una mujer de otro lado de la mesa. Tenía una larga cabellera rubia peinada hacia un costado, y los labios pintado con un brillante color rojo, y se dirigió a Elliot con un tono arrogante.
—Lo siento, bella dama —dijo Elliot haciendo una exagerada reverencia hacia la mujer y empujando su silla—. Escuchen, ella es Catalina, una invitada muy importante. Estará viviendo aquí…
—¿Qué quieres decir con que vivirá aquí? —interrumpió uno de los vampiros.
—¿Invitada? Debe ser una broma —se burló de forma sarcástica la mujer que acababa de hablar.
Pronto, los murmullos llenaron la habitación y se escuchó el sonido de una copa que se quebraba. Al notar quién la había roto, todos guardaron silencio. Alejandro se levantó de su asiento y observó a todos los presentes en el comedor, ganando su absoluta atención. Observó a la niña, que miraba fijamente el plato y parecía más nerviosa que cuando entró en la habitación.
—Como Elliot dijo, Catalina se quedará aquí por un tiempo y me gustaría que todos se mantuvieran alejados de ella y de su sangre. ¿Está claro? —le preguntó a todos.
—Pero, Señor, es humana. Cierto, tenemos buena relación con los humanos, pero…—habló de nuevo la mujer.
—¿Cuestionas mi decisión, Gisela? —preguntó Alejandro con un tono frío, retando a la mujer a contradecirlo.
—No, mi Señor —murmuró Gisela bajando la cabeza, no sin antes mirar a Cati con desprecio, haciendo que se estremeciera.
Gisela no entendía por qué permitían a una patética humana cenar con ellos. ¿Era porque era una jovencita y el Señor quería violarla? No, no podía ser cierto. Era ella a quien el Señor deseaba; pero las cosas cambian. Tenía que deshacerse del problema antes de que creciera.