Renato se había quedado totalmente inmóvil; su mente trataba de procesar todo lo que estaba ocurriendo. En un momento dado, observó su brazo. Este estaba envuelto en llamas negras que eran algo translúcidas, dejando ver un poco a través de ellas.
Estas llamas nacían en su corazón y se extendían con una forma que recordaba a rayos o relámpagos, hasta llegar al hombro. Ahí envolvían el brazo completo hasta llegar a la mano, donde convergían en su dedo medio, formando una suerte de anillo hecho de llamas negras.
El mismo patrón de llamas también se veía en su espalda. Al llegar a la cintura, estas descendían por sus piernas con un patrón que recordaba a las ramas o raíces de un árbol que se entrelazaban unas con otras. Las puntas de estas raíces se detenían a la altura de su tobillo, quedando colgadas y balanceándose al unísono con sus movimientos.
Se quedó analizando cada aspecto de su cuerpo, o al menos, aquellos que eran visibles desde su punto de vista. Algo que llamó su atención fue que su ropa no se había quemado. Curioso, pero temeroso, metió su mano en el bolsillo y sacó su teléfono, activó la cámara frontal y la dirigió al rostro.
La pantalla del móvil reveló algo desconcertante: parecía tener en su frente una especie de corona de espinas formada por el fuego negro. A su vez, de algunas de estas espinas se podía ver descender una especie de velo negro, un poco más opaco que las llamas de sus manos.
Renato dejó caer el teléfono al suelo y, después de volver a mirar la pantalla, comenzó a tocar el velo y vio que sus manos lo atravesaban desde la imagen reflejada en el teléfono. Era muy extraño, pues desde su punto de vista, él no era capaz de ver el velo, como si este no existiese para sus ojos.
Con la respiración agitada, dirigió su mirada hacia donde antes solían haber árboles y plantas. Al ver cómo una porción del bosque que lo rodeaba había desaparecido sin dejar rastro, una sensación de miedo recorrió su espina dorsal. Volvió a observar las llamas de sus manos y, después, su atención fue atraída por una flor del campo.
Una rosa silvestre se encontraba cerca de él, de un color rosa hermoso y un tallo con espinas tratando de proteger su belleza. Las pequeñas gotas de agua la hacían brillar como una gema preciosa. Empezó a gatear hasta acercarse a la pequeña y hermosa flor. Lentamente, acercó su mano temblorosa a los pétalos de esta. Al estar a punto de tocarla, su mano retrocedió un poco, pero continuó.
Al tocar la rosa, las flamas del anillo de fuego en su mano se extendieron hacia la flor, envolviéndola completamente. La flor comenzó a desintegrarse lentamente. Al mismo tiempo, las llamas desaparecían junto a la flor. Eventualmente, no quedó nada.
Sus ojos se abrieron con completo horror. Pequeñas lágrimas brotaron de sus temblorosos ojos. Acercó su mano para verla con más detenimiento y, al hacerlo, todo lo que pudo hacer fue gritar en pánico. Un pensamiento apareció en su mente.
¿Acaso... ahora... s-soy... un eclipsado?
Renato levantó su tembloroso cuerpo con la respiración agitada y un rostro lleno de sudor. Trató de mover su debilitado cuerpo debido al shock y quiso apoyar su mano en un árbol. Pero, como un acto reflejo, retrocedió rápidamente hacia atrás, tropezándose y cayendo de nuevo. Se quedó tumbado en el suelo del bosque, su rostro se arrugó de tristeza y un río de lágrimas salió de sus ojos.
¿Qué voy a hacer ahora?... ¿Qué es lo que le diré a mi familia?... ¿¡QUÉ SE SUPONE QUE VOY A HACER AHORA!?
Lloró desconsoladamente, divagando en sus pensamientos respecto al futuro de su vida. Pero la voz de alguien lo sacó del trance.
— Vaya, vaya... así que aquí te escondías, demonio. ¿O prefieres el término eclipsado? —mencionó una voz grave—.
Renato volteó en la dirección de la voz. Pudo ver a un hombre, aparentemente en sus 50, con algunas canas en el pelo y una mirada clavada directamente en él. Su expresión era similar a la de un león observando a su presa.
Portaba una gabardina blanca con cuello alzado y una armadura corporal de alta tecnología. En la placa del pectoral derecho se veía el logo de un sol clavado en la punta de una lanza dirigiéndose hacia un cometa negro.
El hombre se remangó un poco el brazo derecho, luego levantó la tapa de un dispositivo que llevaba en la armadura, debajo de la gabardina. Pulsó un botón y dijo:
— Aquí Diego Andrade, guardián de rango Templar grado II, reportando a la Ordine Lux. He encontrado al eclipsado en las montañas donde rastreamos la energía del cometa —el guardián del alba entrecerró los ojos, mirándolo con detenimiento—. Es una especie de demonio de fuego negro. Aún no puedo determinar su nivel de amenaza.
Tras un breve momento, el dispositivo lanzó un sonido electrónico que indicaba la llegada de una transmisión.
«Aquí central de la Ordine Lux, acabamos de recibir su información. Proceda al exterminio de la oscuridad con extrema cautela».
El guardián soltó un "hum" y, después, movió su mano a la zona izquierda de su cintura y sacó algo que tenía enganchado. Unos sonidos de cadenas chocándose se pudieron oír. El guardián sostenía algo enrollado, formando un círculo. Entonces estiró la cadena, revelando su verdadera forma.
Era un arma única, cuyo mango parecía ser el esqueleto de una mano. Sus dedos se doblaban sosteniendo la hoja, una lámina hecha de un material oscuro y lustroso, parecido a la obsidiana. La empuñadura estaba unida a una cadena de metal gris, cuyos eslabones recordaban, en cierta medida, a una espina dorsal.
En el otro extremo de la cadena pendía un cráneo hecho del mismo material que la hoja. Este cráneo era particularmente pequeño, carecía de boca o dientes; en su lugar, una superficie lisa cubría la parte inferior. A lo largo de la cadena, atravesando el cráneo y extendiéndose hasta la mano, se podían ver unos finos cables carmesíes similares a tendones, dándole al arma una apariencia viva.
El guardián comenzó a girar el extremo de la cuchilla mientras lanzaba una mirada cargada de intenciones asesinas y dijo:
— Muy bien... comencemos.
Su voz siniestra, desprovista de emociones, dejaba ver sus claras intenciones.
— ¡ELIX! —
El guardián lanzó la hoja directo a su cabeza tras su grito. Mientras la hoja se acercaba, Renato vio cómo el mundo se ralentizaba. Casi instintivamente, saltó hacia un lado, evadiendo la hoja. La cuchilla impactó en un árbol detrás de él. Sorprendentemente, la hoja no se clavó en el árbol. En su lugar, lo atravesó de lado a lado, partiéndolo en dos de una forma violenta. La zona donde impactó se hizo trizas, como si una explosión hubiera ocurrido dentro del árbol.
Renato observó totalmente agitado y tembloroso la destrucción causada, y después miró al guardián. Su mirada asesina no desentonaba con la belleza natural del bosque, pues ahora mismo él era un cazador implacable, y tenía su presa justo frente a él. Al ver su figura amenazante, Renato comenzó a huir despavoridamente.
— ¿¡Crees que te dejaré ir tan fácilmente!? —
Exclamó el guardián con furia, disponiéndose a seguir a su presa. Renato huyó por el bosque, intentando no tropezarse o tocar nada con sus manos. Detrás de sí, la figura que lo seguía lo hacía con inmensa agilidad, usando su arma como gancho, rápidamente acortaba la distancia entre los dos.
Cuando finalmente estuvo cerca de su presa, el guardián se balanceó con sus dos piernas extendidas. Golpeando fuertemente el rostro de Renato, por su parte, él salió disparado debido a la fuerza del golpe. Su cuerpo acabó en una colina donde procedería a rebotar con violencia, descendiendo rápidamente.
Cuando finalmente paró, empezó a sentir un inmenso dolor en cada parte de su cuerpo. Sentía cómo varios huesos se le habían roto, el dolor era insoportable, pero la urgencia de la situación no le permitiría poder retorcerse de dolor. Al levantarse para seguir corriendo, pudo ver que tenía la muñeca rota.
Mientras corría, pequeños alaridos de dolor salían de él. Su rostro arrugado y lloroso demostraba sus inmensas ganas de llorar, pero lo contenía como podía. En un momento dado, mientras huía, observó un pequeño hueco en una colina. Sin pensárselo dos veces, se ocultó ahí.
Adentro, Renato trataba de hacer todo lo posible para no quebrar en llanto. Miró su muñeca rota, los golpes hicieron que una parte del hueso se pudiera ver. La sangre brotaba de su herida y también de todo su cuerpo.
Él pudo escuchar el inquietante sonido de cadenas acercándose poco a poco. Se tapó la cadena con una mano y se mantuvo lo más quieto posible para evitar hacer algún ruido. Varios pensamientos invadieron su mente.
No quiero morir... Duelo mucho... Mi mano... Alguien, ayúdame, por favor... Quiero ver a mi madre... Quiero irme a casa... Quiero despertar de esta pesadilla... Duele demasiado.... No quiero morir...
Mientras sostenía su mano herida, y miraba su hueso expuesto, un recuerdo lo invadió. El rostro de una chica sonriente disipó toda sensación de miedo de su corazón, la sonrisa de quien alguna vez fue su mejor amiga.
Su visión se volvió oscura, dejó de sentir su cuerpo una vez más, exactamente igual que cuando vio el cometa. Aquella extraña estática en la realidad se manifestó otra vez, con un nuevo mensaje.
«¿Quién quedará para recordarla?»
Cuando la estática de la realidad se fue, este mensaje no dejó de repetirse en su mente.
Si yo muero... ¿Quién quedará para recordarte?... Si yo muero, ¿Quién visitará tu tumba? ... Yo... debo vivir... por ti... por ella.
Tras esto, todos los pensamientos de Renato se detuvieron, una fuerte determinación empezó a arder dentro de él. En ese preciso momento, las llamas que lo rodeaban se arrastraron dentro de su piel. Al hacerlo, pudo ver cómo de sus heridas comenzaban a salir pequeñas llamas negras.
Pudo observar cómo sus heridas comenzaron a sanar poco a poco, sus heridas no sanaban simplemente, era como si las llamas quemaran de alguna manera el daño provocado. Dejando una piel completamente sana y nueva, el inmenso dolor que sentía también se disipó.
Miró a las palmas de su mano, entonces, cerró sus ojos, respiró profundamente y exhaló hondo. Las llamas que se adentraron dentro de su cuerpo regresarían a su forma anterior. Abrió sus ojos y, con una sonrisa, se dijo a sí mismo.
— Yo te recordaré, Camila —
Renato salió de la cueva, con cautela, pues los sonidos de las cadenas aún se podían oír cerca. Mirando a su alrededor y tratando de distinguir de dónde venían los ecos de las cadenas. Comenzó a moverse con el mayor de los sigilos, observando bien dónde ponía cada paso, evitando hacer crujir una rama y atraer a su cazador.
Comenzó a moverse lentamente por el bosque, escondiéndose ocasionalmente. Renato logró evadir la presencia de su cazador, las cadenas cada vez se oían más lejos. Tras un largo rato de repetir todo lo anterior, finalmente, pudo ver ciudad a lo lejos. Su rostro se llenó de alegría, pero entonces cayó en cuenta de una cosa.
¿Cómo... me quito estas llamas?
Se quedó quieto pensando en esto, de forma calmada comenzó a analizar lo que sucedió antes, se decía a sí mismo que debía de haber alguna forma de ocultar las llamas. Entonces un fuerte sonido lo asustó, no eran los sonidos de las cadenas. Era la fuerte melodía de un dispositivo electrónico, más concretamente, la melodía de su teléfono.
Renato buscó su teléfono lleno de pánico, pues le preocupaba que el sonido atrajera al cazador. Sacó desesperadamente el teléfono de su bolsillo, y colgó la llamada, después puso en silencio el teléfono. El teléfono comenzó a vibrar fuertemente en su mano, sin mirar quién era, colgó la llamada deslizando el dedo por la pantalla del teléfono.
Cuando se dispuso a correr para abandonar el lugar, el teléfono volvió a vibrar, deteniéndolo en pleno movimiento. Un gruñido de molestia salió de él, con los ojos cerrados y el frente ceñido dijo: "¿¡QUIÉN JODE TANTO AHORA!?" Tras eso, tomó su móvil y miró la pantalla, que indicaba a quién pertenecía la llamada.
Al ver la procedencia, un pequeño "ugh" se pudo escuchar, la pantalla decía en letras grandes: «MADRE» Renato se congeló de miedo, el miedo era mayor que el que sintió cuando lo perseguía su cazador. Tragó saliva, acercó lentamente su mano llameante y contestó la llamada.
«¡¡¡RENATO LUIS VEGA CARRIÓN!!! ¿¡POR QUÉ CHUCHAS LE CUELGAS A LA MUJER QUE TE DIO LA VIDA!?»
— ...perdón, ma— contestó con la cabeza agachada y una voz temblorosa por el miedo—
«¿¡QUÉ MIERDAS ANDAS HACIENDO QUE ES MÁS IMPORTANTE QUE CONTESTAR A TU MADRE, VE!?»
— Yo... eh... estaba... viendo... esto... pájaros, sí, eso es, estaba observando pájaros — el tono decaído se cambió repentinamente por uno alegre y vivido —
«Este guambra... siempre con lo mismo, ¿es que no ves las horas que son? Ya van a ser las seis de la tarde. ¿Sabes lo preocupada que andaba por ti? Has estado muy raro desde... bueno, ya sabes... desde Camila.»
Una larga exhalación se pudo escuchar desde el otro lado del teléfono.
«¿Solo prométeme... que regresarás a casa sano y salvo, vale mijo?»
— Sí... no te preocupes mamá, voy a regresar a casa... de la misma forma que lo hago todos los días, te lo prometo —sonrió levemente mientras una pequeña lágrima recorría su rostro—.
«Está bien hijito, la comida ya está lista, así que no tragarás nada en el camino, ¿Vale? Te quiero hijo.»
— Y yo a ti ma, chao —colgó la llamada mientras se limpiaba el rostro con el brazo—.
Renato comenzó a correr, pero, mientras lo hacía, pudo oírlo, el sonido de voraces cadenas acercándose a la distancia. Aceleró la velocidad de su carrera, se dio cuenta de que estaba corriendo más rápido, no era algo normal, jamás había podido correr tan rápido.
Pero, por más rápido que corriese, el sonido de las cadenas cada vez era más frecuente, y cada vez se estaban acercando más. Era como si su cazador hubiera aumentado salvajemente su velocidad.
En cierto punto, cuando Renato se adentró a un campo abierto sin muchos árboles, pudo oír como las cadenas parecían estar cerca de él, mientras a su vez presenció por un breve momento, como una sombra pasó encima suyo.
Entonces, las cadenas aparecieron enfrente suyo, cortando el suelo con gran potencia, deteniéndolo. Una gran columna de polvo se levantó enfrente suyo. Una voz aterradoramente familiar empezó a hablar.
— Voy a admitirlo, eres muy bueno escondiéndote... además, pareciera que conocieras este sitio mejor que nadie, bastante impresionante si me lo preguntas —mencionó el guardián del alba, con un tono de admiración en su voz, mientras caminaba lentamente, cortando la distancia con Renato mientras hacía girar muy lentamente el extremo del cráneo.
— N-No... no quiero pelear, no quiero hacerle daño, señor, ni a usted ni a nadie más —
contestó Renato, poniendo sus manos enfrente de su pecho con un gesto de timidez y una voz temblorosa pero llena de determinación, mientras miraba a otro lado, evitando el contacto visual.
— jajajaja, ve'sa cosa ¿Un eclipsado que no quiere hacernos daño? Qué chiste más lamentable
—dijo el guardián con gran ironía y un tono siniestro. Entonces, apuntó el extremo de la hoja hacia él— Esta historia solo acabará de una manera... Con tu muerte —
El guardián del alba dijo esto con un tono siniestro y unos ojos clavados como dagas en él. Sin más que se pudiera hacer, Renato comprendió que solo podía hacer una sola cosa para salir de esta situación. Algo que odiaba totalmente en lo más profundo de su ser. Cerró sus puños con fuerza, tomó aire y exhaló fuertemente.
El guardián del alba, pese a no poder ver el rostro del eclipsado frente a él, debido al velo negro, pudo notar cómo una mirada totalmente decidida se posaba sobre él. En la mente de Renato solo había un único pensamiento.
Debo volver a casa... se lo prometí a mi querida madre.
El viento sopló suavemente, moviendo las hojas de los árboles, haciéndolas sonar como usualmente lo haría. El sol se ponía lentamente entre las montañas de la ciudad de Quito, en los pocos rayos de sol que aún quedaban. Un cazador implacable con cadenas, que mostraba sus garras a un demonio envuelto en llamas negras decidido a sobrevivir, se miraba fijamente, preparándose para un inevitable enfrentamiento.