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Lucifer y los tres reyes

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Synopsis
Lucifer, señor supremo de los demonios y antiguo príncipe de los cielos, ha regresado. Reencarnado en el frágil cuerpo de un humano, su alma inmortal carga con un propósito: desentrañar las anomalías que sacuden al universo desde la Guerra Santa donde pereció. Las sombras del pasado lo acechan mientras intenta comprender el nuevo mundo que lo rodea, un mundo donde criaturas infernales de su propio reino caminan la tierra y siembran el caos entre los humanos. ¿Qué ha sucedido en el Infierno? ¿Por qué sus antiguos súbditos se han rebelado? ¿Qué fue de los cielos y de aquellos ángeles que alguna vez lo llamaron hermano? ¿Y cuál es la verdad detrás de la devastadora guerra que marcó el destino de toda la creación? Ahora, atrapado en un cuerpo mortal y con sus poderes sellados, Lucifer debe adaptarse a esta nueva existencia mientras busca las respuestas que podrían cambiar el curso de la historia. El Príncipe Caído ha regresado... Y con él, el eco de la venganza que ha esperado eones por ser cobrada.
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Chapter 1 - Capitulo 1: Inicio/Final

Lucifer, el Rey de Reyes.

Ser de luz que, incluso en las profundidades de la oscuridad, se alza con un resplandor imposible de apagar.

Un arcángel caído, convertido en soberano de los confines del universo, un reino donde la maldad fluye como ríos y donde su nombre es venerado y temido a partes iguales, como si fuera un dios nacido del caos mismo.

Para algunos, Lucifer es el legítimo heredero del cosmos, aquel destinado a derrocar al soberano de los cielos y reclamar su lugar entre los tronos divinos. Para otros, es la mayor aberración jamás concebida, un error cósmico que jamás debió existir, una amenaza capaz de consumir la creación entera.

En los rincones más oscuros de la existencia, su nombre es susurrado con terror. Lucifer, el primer demonio de la existencia.

Un ser sin escrúpulos ni límites, dispuesto a quebrar cielos, infiernos y destinos con tal de obtener lo que desea.

Una bestia que arrastra el horror a donde quiera que pise, un rey forjado en la sangre y en la desesperación de aquellos que se atrevieron a desafiarlo.

Él es la maldad encarnada.

El azote de ángeles y demonios.

El Ser de la Maldad.

Aquel cuyo destino no es gobernar... sino destruir toda la creación.

.

.

En un castillo enorme, de un tamaño similar al de un pueblo pequeño, se encontraba un Ser sentado en su trono con la mano en su mejilla mientras miraba a su alrededor con una mirada un tanto despreocupada.

Dicho Ser tenía una apariencia que era de otro mundo.

Tenia el cabello negro como la noche, estaba desordenado y le daba esa apariencia demoniaca que lo hacia lucir diabólicamente hermoso.

Sus ojos rojos como la sangre que brillaban incluso en la infinita oscuridad del lugar, por un lado su ojo derecho que era similar a cualquier otro ojo, pero su ojo izquierdo, en lugar de tener iris y pupila como cualquier otro Ser en el mundo él tenia una estrella negra encerrada sobre un circulo que conformaban parte de su ojos izquierdo, era hermoso a la vista, pero a la ves daba una sensación de terror y de incertidumbre al no saber lo que este ojo podia ocasionar.

Era algo hermoso, pero terrorífico a la vez, sin embargo, sus ojos no eran lo único hermoso que aquel hombre poseía, ya que la apariencia de aquel hombre también era de otro mundo. Una apariencia que no se podia equiparar con la de ni un Ser de nivel bajo, era la apariencia de un Ser celestial...

Una altura considerablemente alta, aproximadamente 1.88 metros de altura que lo hacia ver imponente ante todos, tenia un rostro espectacular que estaba perfectamente estructurado y delineado en cada centímetro de su rostro, un Ser espectacular que en palabras solo se podía describir como alguien perfecto.

Era alguien perfecto que tenía a la vez un cuerpo perfecto, gran físico, pero sin ser demasiado exagerado, lo suficientemente bueno como para volver loco a cualquier dama que lo viese.

Era simplemente espectacular, alguien imponente, diabólicamente hermoso y con un aura que hacía temblar a cualquiera que lo viera.

Aquel Ser perfecto no era otro que Lucifer. Rey supremo del infierno y aquel Ser que hacía temblar a toda la existencia.

El demonio original y la maldad encarnada en vida.

Lucifer....

"¡S-Señor Lucifer, tengo un mensaje urgente para usted!"

"¡!"

"¿De qué se trata, Jessica?" preguntó Lucifer, sin siquiera voltear del todo.

"Hay un visitante inesperado en la mansión. Dice que trae un mensaje urgente para usted y que necesita verlo lo más pronto posible."

"¿Un visitante?" —Lucifer frunció ligeramente el ceño— "¿Quién demonios se atreve a presentarse sin anunciarse?"

Jessica tragó saliva, nerviosa, como si ni ella misma pudiera creer lo que estaba por decir.

"Es... una doncella. Una mujer hermosa que no se compara en lo absoluto con algo que yo haya visto. Su cabello es plateado, como si estuviera hecho de cenizas puras, y sus ojos son tan azules como el océano infinito. Su belleza es indescriptible, señor Lucifer... ni siquiera la más encantadora de las súcubos podría compararse a ella en mil vidas."

Lucifer guardó silencio, mientras Jessica continuaba.

"No me dijo de dónde venía ni cuál era su nombre. Solo me pidió que le entregara un mensaje: 'Dile que lo estaré esperando en el lugar que él ya conoce'. Eso fue lo único que me permitió decirle."

Lucifer cerró los ojos por un instante. Una oleada de memorias enterradas lo golpeó con gran fuerza.

"...Ya veo."

"Puedes retirarte."

"¿Señor?" —Jessica titubeó un segundo, algo preocupada.

"No tienes que preocuparte por nada. Iré yo personalmente a ver que es lo que quiere esta inesperada visita... Así que puedes retirarte y seguir con lo tuyo..."

"¿No desea que alguien lo acompañe?"

"No es necesario."

"..."

"...Entendido, entonces me retiro, mi señor."

"Gracias, Jessica. Realmente eres la mejor."

"¡N-No es necesario que me diga cosas tan amables, mi señor! ¡Solo cumplo sus órdenes porque usted es lo más importante en toda la existencia!" —respondió Jessica con una radiante sonrisa iluminando su rostro.

Lucifer no respondió de inmediato, pero esbozó una leve sonrisa, fugaz como el viento, aunque suficiente para que Jessica la notara.

El corazón de la joven sirvienta latió con fuerza, como si quisiera escapar de su pecho. Su rostro se tiñó de un intenso rojo y, abrumada por la vergüenza y los nervios, salió corriendo de la habitación. Sus pensamientos revoloteaban como mariposas, llenos de dulces fantasías imposibles de contener.

Lucifer se quedó en silencio, observando la puerta por donde Jessica había salido, y luego, lentamente, desvió la mirada hacia el horizonte invisible que sólo él parecía ser capaz de ver.

La habitación quedó envuelta en un denso silencio, y el único testigo de la escena era el rey del infierno, quien mantenía su mirada perdida, fija en algún punto lejano, más allá de lo visible.

"Ahh..."

"¿Qué demonios es lo que sucede ahora, Isabella...?"

"Ahh..."

"Este mal presentimiento no me deja en paz..."

Lucifer se levantó de su trono, cargando sobre sus hombros una inquietud que se aferraba a su alma.

Su mente estaba repleta de pensamientos entrelazados, confusos y fragmentados, pero sabía que quedarse reflexionando demasiado solo lo arrastraría a un pozo sin salida. No era el momento de perderse en conjeturas. Necesitaba respuestas, y solo enfrentándose a la verdad podría encontrarlas.

"Veamos qué es lo que tienes que decir..."

Con esas últimas palabras, la silueta de Lucifer se desvaneció en el aire, dejando tras de sí una estela negra que se disipó en cuestión de segundos.

El trono quedó en absoluta soledad, testigo mudo de la partida de su rey.

De un momento a otro, el entorno cambió por completo. Lucifer ahora se encontraba en un extenso y hermoso campo cubierto de flores de incontables colores y formas, cada una más perfecta que la anterior. Un paraíso floral que parecía representar la belleza absoluta, una obra de arte viviente creada por la propia naturaleza.

Y, casi como si fuera una extensión misma de aquel paisaje, en el centro del campo estaba de pie una figura que superaba con creces la belleza de las propias flores. Una mujer tan deslumbrante y exótica que parecía no pertenecer a este mundo. Incluso en medio de aquel jardín celestial, ella destacaba como un faro en la oscuridad.

Una dama cuya belleza solo podía compararse con la de Lucifer mismo.

—Lucifer... Te he estado esperando.

—...

Tal como Jessica la había descrito, allí estaba: una joven de cabello cenizo, con una apariencia que no parecía de este plano de existencia. Sus ojos, de un azul profundo como el océano, reflejaban mundos enteros; su largo cabello caía en suaves olas hasta su cintura; su piel, blanca y resplandeciente, parecía brillar con luz propia. Su rostro era de una perfección inhumana, un rostro que ningún ser conocido podría siquiera soñar en igualar.

Era, sin duda, una diosa que había descendido de los cielos mismos.

Su mera presencia transmitía una sensación de paz y tranquilidad tan pura que envolvía el alma, como si su existencia misma fuera un bálsamo para el corazón.

En un universo manchado de impureza y caos, ella era quizás la única manifestación de verdadera pureza.

Una esencia tan limpia y radiante, que hasta aquellos que decían no poseer sentimientos, sentían su alma temblar ante ella.

Un ser tan puro que, incluso, era capaz de perdonar a los pecadores más atroces.

Su nombre era Isabella, una de los pocos hermanos de Lucifer.

Una de las pocas personas en las que el Rey del Infierno realmente confiaba... y quizás una de las razones por las cuales, en más de una ocasión, Lucifer había detenido su propia mano antes de hundir al mundo en la destrucción absoluta.

Siempre había sido una presencia reconfortante, una figura luminosa que irradiaba calma con su sonrisa cálida y su voz llena de vida. Pero esta vez, esa luz parecía haberse apagado.

Su mirada, normalmente brillante, estaba opaca y vacía. Ojeras profundas marcaban el contorno de sus ojos, señales claras de noches de insomnio y preocupación.

Incluso su voz, siempre animada y reconfortante, se escuchaba débil, carente de esa chispa que tanto la caracterizaba.

Lucifer no necesitaba más señales. Algo había sucedido.

Algo lo suficientemente grave como para extinguir la luz de la criatura más pura de la existencia.

"…"

La nostalgia, la tristeza y la melancolía eran evidentes en sus ojos cristalinos.

Lucifer lo sabía. Lo sentía en cada fibra de su ser. Fuera lo que fuera que Isabella estaba a punto de decirle, sería devastador.

Tragó saliva, preparándose para amortiguar el golpe que se avecinaba.

Isabella temblaba al intentar hablar. Las palabras se le atoraban en la garganta, como espinas incapaces de atravesar. Su cuerpo entero temblaba, y la sola idea de darle aquella noticia al señor supremo de los infiernos parecía aplastarla. Pero, reuniendo todo el valor posible, inhaló profundamente y finalmente dejó escapar la verdad.

—Ha comenzado…

—¿Eh?

Lucifer frunció el ceño, confundido. No entendía a qué se refería.

Pero las siguientes palabras lo hicieron comprenderlo todo.

Y en el instante en que las escuchó, su cuerpo entero se tensó, como si un torrente de emociones lo atravesara sin piedad.

—Nuestro hermano Gabriel ha sido asesinado en batalla…

—¡…!

—La gran y temible guerra que tanto temimos… finalmente ha comenzado.

Las palabras de Isabella golpearon como una tormenta en la mente de Lucifer. Un silencio ensordecedor lo envolvió, seguido por el rugir de su propia sangre hirviendo de ira.

Una ira tan pura y salvaje que pocas veces había experimentado en toda su existencia.

Sus puños se cerraron con tal fuerza que sus uñas rasgaron la piel de sus palmas.

Su mente era un huracán de pensamientos desordenados, preguntas sin respuesta y una furia contenida que amenazaba con desbordarse.

Ira. Angustia. Confusión.

Todo giraba en espiral dentro de él, pero, respirando hondo, intentó mantener la calma lo suficiente para obtener respuestas.

—¿Cómo ha reaccionado el Cielo ante esto…?

—Los Cielos están ardiendo, —respondió Isabella con voz apagada—. Papá está furioso… Mikael, aún más. Los arcángeles están consumidos por la ira, y han comenzado a buscar al culpable en cada rincón de la creación. Están preparando un contraataque contra un enemigo invisible… y esto no pinta bien para nadie.

Todo está al borde de estallar. En cualquier momento podría desencadenarse una catástrofe de proporciones inimaginables.

Lucifer no dijo nada. El silencio pesaba como una losa sobre el campo de flores.

—Lucifer… —continuó Isabella, con un tono entre súplica y miedo—, te pido, por favor, que no te involucres en esta guerra sin sentido. Papá encontrará al responsable. Y cuando lo haga, esto terminará. No te necesitamos en el frente.

Si tú entras en la guerra… si Lucifer, el Rey del Infierno, cruza esa línea, la guerra dejará de ser un conflicto entre ángeles. Se convertirá en una Gran Guerra Santa.

Por favor… quédate en el infierno. No hagas esto aún peor.

Los ojos de Isabella brillaban con súplica desesperada, como si intentara aferrarse a la última chispa de esperanza.

Pero esta vez, sus ruegos no serían escuchados.

Lucifer alzó el rostro y su mirada ardía como llamas negras. Su decisión estaba tomada.

—No pienso quedarme aquí sentado.

Mi hermano fue asesinado por unos malditos cobardes, y como mínimo, me aseguraré de arrancarle la cabeza al responsable.

No me importa quién sea. No me importa el costo.

Voy a entrar a esa guerra y voy a destruir hasta el último de los miserables que osaron levantar una mano contra mi familia.

Su voz era firme, inquebrantable, cada palabra cargada de una furia que hacía temblar incluso al aire a su alrededor.

—Sin importar las consecuencias, —añadió Lucifer—, voy a reducir a cenizas a quienquiera que esté detrás de esto.

Isabella sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

Conocía a su hermano. Conocía el poder descomunal que albergaba en su alma. Si Lucifer entraba a esa guerra, el universo entero pagaría el precio.

—¡No puedes hacer esto! —exclamó Isabella, desesperada—. Si entras en esa guerra, las consecuencias serán catastróficas. ¡Para todos los bandos! Por favor… te lo suplico… ¡No te involucres!

Isabella se acercó, intentando aferrarse al brazo de su hermano, como si con solo tocarlo pudiera detener el cataclismo que se avecinaba.

—Por favor, hermano… quédate aquí. No conviertas una tragedia en un apocalipsis.

Pero sus palabras se estrellaron contra un muro infranqueable.

Lucifer ya no escuchaba razones. Su alma estaba envuelta en llamas de venganza, y no había fuerza en el universo capaz de apagar ese incendio.

El Rey del Infierno había tomado una decisión.

Y nada ni nadie lo haría retroceder.

"Ya estoy harto de esperar y esperar en este maldito lugar…"

Lucifer escupió las palabras como veneno, cada sílaba impregnada de ira contenida.

"Si nadie les demuestra que cada acción tiene consecuencias, seguirán ganando confianza, hasta el punto de creer que tienen derecho a tomar el control absoluto del universo.

Alguien tiene que enseñarles quién es el verdadero depredador en esta historia.

Alguien tiene que demostrarles quién tiene los colmillos más afilados.

Lucifer alzó la mirada hacia el cielo infinito, y una sonrisa gélida curvó sus labios.

"Voy a mostrarles quién es el verdadero Lucifer.

Su decisión estaba tomada. No había vuelta atrás.

Pero Isabella no podía aceptarlo. Su corazón palpitaba con angustia y miedo. Se aferraba desesperadamente a la posibilidad de hacerlo entrar en razón.

"¡Obedece mis palabras!"

Las palabras salieron como un grito involuntario, una súplica envuelta en desesperación… y un error fatal.

En el instante en que las pronunció, Isabella se dio cuenta de lo que había hecho.

"¡…!"

Por un instante, había olvidado quién era Lucifer.

Había olvidado que el ser frente a ella no era simplemente su hermano…

Era el Rey del Infierno. El primer y más temido demonio, la criatura cuya mera presencia hacía temblar a los dioses.

Lucifer no necesitó levantar la voz. Ni siquiera pronunció una palabra.

Le bastó mirarla.

Esa mirada, fría y cargada de un poder descomunal, perforó el alma de Isabella. Un abismo de oscuridad se abrió ante sus ojos, y el verdadero significado de la palabra "miedo" se grabó en cada fibra de su ser.

Temblando, bajó la cabeza, incapaz de sostener la mirada de su hermano. Sentía que cualquier palabra más podría sellar su destino.

Lucifer dio un paso al frente, y su voz resonó como un eco funesto:

"Esta vez… nadie detendrá mis deseos..."

"…"

"Ni siquiera tú… ni siquiera la mismísima muerte podría hacerme cambiar de opinión.

Han colmado mi paciencia. Es hora de ponerle fin a esta farsa y enseñarles el verdadero significado del terror..."

Lucifer le dio la espalda, alejándose lentamente.

Cada paso resonaba como un presagio de ruina.

Alzó la vista al cielo, y en sus ojos ardía una determinación salvaje, la de un depredador al que le han arrebatado lo que más valora.

Detrás de él, Isabella mantenía la cabeza gacha. Su corazón dolía como si lo comprimieran con garras invisibles.

Quería detenerlo. Quería gritarle. Pero las palabras se negaban a salir.

El miedo, la tristeza y la impotencia la ahogaban.

Sin embargo, sabía que no podía rendirse.

Si Lucifer tomaba ese camino, el universo entero ardería.

Reuniendo el poco valor que aún quedaba en su alma, jugó su última carta.

"¿Sabes que en cuanto pongas un pie fuera de aquí, te convertirás en el objetivo de todos tus enemigos?"

"Lo sé…"

Lucifer ni siquiera se giró para responder. Su voz fue un susurro firme, gélido, implacable.

"Pero no le temo a nada ni a nadie.

Ni siquiera nuestro "padre" pudo hacerme temblar en el pasado. ¿Crees que un puñado de criaturas inferiores logrará lo que ni Él consiguió?

No le temo a la muerte…"

Isabella apretó los puños, impotente.

"…"

"Vas a morir. Y lo sabes mejor que nadie"

Lucifer detuvo su andar. Por un instante, el viento dejó de soplar.

Con la cabeza baja y la voz cargada de un extraño matiz de resignación y desafío, murmuró:

"Si ese es el destino que me aguarda… que así sea.

Al final, la muerte es el único destino seguro para todos nosotros, ¿no es así?"

El silencio se extendió entre los dos hermanos. Un abismo infranqueable, lleno de cicatrices invisibles.

"De todos modos… "añadió Lucifer, con una sonrisa amarga apenas visible. "nunca tuve la intención de vivir para siempre"

Isabella sintió cómo su alma se rompía un poco más al escuchar esas palabras.

Lucifer dio el último paso hacia el horizonte… y se marchó.

Las lágrimas comenzaron a brotar de los ojos de Isabella. Sabía que no había vuelta atrás. Lucifer no volvió a mirarla, ni siquiera se detuvo un instante. Su mirada estaba fija en el horizonte, en ese cielo teñido de escarlata que presagiaba la tormenta por venir.

"Te encargo el resto, Isabella…"

Su voz fue apenas un susurro que el viento se llevó, pero que quedó grabado en el corazón de su hermana como un eco eterno.

—Te amo… y espero que, en algún momento, volvamos a encontrarnos.

—Adiós.

Con esas últimas palabras, Lucifer extendió sus majestuosas alas blancas, aquellas que, a pesar de todo, seguían rebosando de una luz dorada tan pura y celestial que resultaba imposible de describir. Eran alas dignas de un príncipe, de un ser que alguna vez había sido la más brillante estrella en el firmamento.

Isabella gritó su nombre, su voz quebrada por la desesperación y el dolor.

Intentó extender una mano hacia él, como si pudiera alcanzarlo, como si pudiera sujetarlo y traerlo de regreso.

Pero ya era demasiado tarde.

Lucifer había partido.

Y con su partida, el destino del universo entero quedó sellado.

En los cielos, sobre los campos de flores teñidos de rojo por la luz crepuscular, Lucifer ascendía con una majestuosidad imposible de igualar. Cada batir de sus alas desprendía fragmentos de luz dorada, como estrellas muriendo en el aire. El mundo entero parecía contener el aliento ante la inminente llegada de lo inevitable:

El comienzo del evento más catastrófico de la historia.

Un suceso que sería recordado hasta el fin de los tiempos.

La Gran Guerra Santa.

La guerra que segaría incontables vidas, que teñiría de sangre la creación misma y arrastraría a santos y pecadores por igual hacia el abismo.

"P-Por favor… no mueras… " susurró Isabella, mientras las lágrimas caían por su rostro como ríos de cristal roto.

Con la vista nublada por el llanto, levantó la cabeza y contempló el cielo carmesí. Solo podía rezar, aunque las plegarias fueran inútiles. Oró por un milagro, por un retorno imposible.

Oró por su hermano.

En el fondo, ella sabía la verdad.

Lucifer lo sabía.

Ambos sabían lo que iba a suceder.

Pero incluso sabiendo el destino inevitable, aún albergaban una chispa de esperanza.

Esa esperanza que solo la familia es capaz de mantener viva, incluso en medio de la más absoluta oscuridad.

Pero la guerra…

La guerra es el verdadero horror de la existencia.

La guerra no perdona, no distingue entre inocentes y culpables.

La guerra devora, corrompe y destruye todo a su paso.

La guerra es el verdadero rostro del infierno.

A lo lejos, una figura observaba el cielo ardiente.

Freya.

Sus ojos reflejaban la luz carmesí del firmamento y, aunque intentaba mantener la compostura, unas lágrimas silenciosas se deslizaban por sus mejillas.

Ella también sabía lo que estaba por ocurrir.

Lo sabía, pero igual que Isabella, aún conservaba esa débil y absurda esperanza.

Y entonces, su voz rompió el silencio:

-Es hora…-

La voz de Lucifer resonó como un presagio en el viento.

Una declaración, una sentencia, una despedida.

-Es hora de que el universo recuerde la verdadera maldad del Demonio Primordial. -

-Es hora de que todos descubran quién es el verdadero Lucifer-

-Príncipe de la Luz y Señor Supremo de la Oscuridad-

Y en medio de la penumbra de un mundo al borde de la ruina, su luz brilló.

Una luz tan intensa que incluso la más absoluta oscuridad retrocedió ante ella.

Una luz tan perfecta, tan radiante, que muchos la confundirían con el renacer de una estrella.

Una luz imposible de apagar.

La luz de Lucifer.

Príncipe de la Luz.

Señor de la Oscuridad.

La primera estrella.

La última esperanza.

"Jejeje…"

"¡Finalmente saliste de tu cueva!

"¡!"

Lucifer había viajado hasta el corazón de las tierras enemigas, listo para desatar el juicio que tanto había esperado. Sin embargo, no esperaba que, apenas al llegar, uno de sus tantos enemigos se presentara frente a él con una sonrisa maliciosa dibujada en su rostro.

Un encuentro tan temprano no le molestó. Al contrario, lo consideró un favor del destino.

Así podría acabar con ellos de una maldita vez y cerrar el ciclo de destrucción que llevaba demasiado tiempo esperando.

Pero incluso Lucifer sabía una cosa:

La cordura es un arma tan importante como la espada en la batalla.

Sus enemigos no eran tontos. Sabían que, en combate directo, no eran rivales para él.

Sin embargo, había una grieta en la armadura impenetrable del Príncipe Caído.

Sus sentimientos.

Los sentimientos son lo más hermoso que un alma puede experimentar.

Pero en la guerra, son la mayor debilidad de un guerrero.

Y Lucifer, por más demonio que fuera, seguía sintiendo.

"¿Acaso esto era lo que buscabas?"

"¡¡¡!!!"

En la mano de aquel hombre, colgaba una cabeza.

Lucifer reconoció al instante a quién pertenecía.

Era la cabeza de su hermano, destrozada, marcada por torturas inimaginables, con una expresión congelada entre el dolor y el terror.

Y aquel maldito la sostenía como si fuera un trofeo.

"¡Jejeje~"

"¡Pronto estarás junto a la cabeza de tu querido hermano~"

Lucifer sintió cómo su mente se fragmentaba.

Su alma atravesó un torbellino de emociones en cuestión de segundos: ira, venganza, soledad, tristeza…

Y, al final, solo la maldad quedó.

Una maldad tan pura y densa que cubrió todo su ser.

"¡¡¡AHHHHHHHHHHH!!!"

"¡BAAAAAAMMMM!"

El grito de Lucifer desgarró el aire, sacudiendo cielo y tierra por igual.

Incluso sus enemigos, aquellos que lo habían provocado, dieron un paso atrás con el terror grabado en sus rostros.

Jamás, jamás, habían sentido un miedo tan abrumador.

"¡VAS A MORIR, RIUJIN!"

La brillante aura dorada que solía envolver a Lucifer desapareció al instante.

En su lugar, un manto de oscuridad, tan denso y ominoso como la noche eterna, comenzó a expandirse desde su cuerpo.

Riujin, aquel que sostenía la cabeza de su hermano, sintió un escalofrío atravesarle la columna.

Por primera vez en su existencia, conoció el verdadero miedo.

Su cuerpo entero temblaba, y por un segundo, se arrepintió de lo que había provocado.

"¡M-MÁTENLO!"

No había más opción. Era él o Lucifer.

Desesperado, ordenó a sus soldados que atacaran, que lo redujeran antes de que fuera demasiado tarde.

Pero ver a Lucifer en ese estado quebró el valor de incluso los más feroces guerreros.

A pesar de su terror, no tenían alternativa.

O luchaban, o morían.

"¡¡¡AAAAAAHHHHHH!!!"

Con gritos de batalla forzados, se lanzaron hacia él.

Pero fue como si hubieran saltado al corazón de un volcán en erupción.

Lucifer los destrozó.

"¡ARGHHHHHH!"

"¡D-DUELE! ¡DUELEEEE!"

El campo de batalla se convirtió en un océano de sangre.

Lucifer se movía como una tormenta viviente, segando vidas sin piedad, destruyendo cuerpos y almas con cada movimiento.

No distinguía entre soldados y comandantes. Todo aquel que se cruzaba en su camino era aniquilado sin compasión.

"M-Monstruo…"

La Gran Guerra había comenzado.

Y Lucifer, el Príncipe Caído, era el arquitecto de una de las mayores masacres que el universo jamás presenciaría.

Cuerpos apilados.

Ríos de sangre que empapaban la tierra.

Gritos de dolor que resonaban en el aire como una sinfonía macabra.

Y en medio de ese infierno, Lucifer avanzaba.

Pero incluso los monstruos tienen límites.

Su poder era inmenso, pero no infinito.

Y poco a poco, el peso de la batalla, el agotamiento y la presión de incontables enemigos lo arrastraron hacia el borde de la resistencia.

Su cuerpo, imparable hasta entonces, comenzó a ceder.

Por primera vez en siglos, Lucifer sentía el cansancio.

Y, aunque seguía luchando, su fuerza empezaba a desvanecerse.

Y con cada segundo que pasaba, la sombra de la derrota se acercaba más y más.

 

 

 

 

"¡¡Finalmente estás bajo mis pies!!"

La voz de Ryujin resonó con una satisfacción cruel.

El hombre que había movido los hilos desde las sombras ahora se alzaba ante Lucifer con una sonrisa amplia y llena de arrogancia.

Había dejado que sus soldados hicieran el trabajo sucio, ocultándose como una serpiente entre el caos, aguardando el momento exacto para presentarse. Y ahora, convencido de su victoria, se creía el dueño absoluto del destino de Lucifer.

"Jejeje… Es hora de que te reúnas con tu hermano"

Lucifer no respondió.

Herido, cubierto de sangre y con el cuerpo lleno de cicatrices abiertas, permanecía arrodillado, la cabeza gacha, la respiración pesada y errática. Su luz apenas brillaba, y su fuerza lo había abandonado casi por completo.

El Príncipe de la Luz, reducido a un guerrero al borde de la muerte.

Parecía resignado a recibir el golpe final.

Pero entonces, Ryujin sonrió aún más.

"Antes de enviarte a donde perteneces, te tengo un último regalo. Algo que preparamos especialmente para ti~"

"¡Muéstrate"

"¡!!"

Lucifer alzó la mirada, y por primera vez en mucho tiempo, su corazón se detuvo.

Ante él, emergiendo de las sombras como un espectro maldito, apareció alguien que jamás esperó ver en ese momento.

Una figura familiar, una presencia imposible.

"Ha pasado bastante tiempo, ¿no crees?"

La voz suave, cargada de veneno y burla, resonó en el aire.

"¡Tú!" exclamó Lucifer, incapaz de ocultar su impacto.

El recién llegado sonrió con malicia, disfrutando cada segundo de la confusión en el rostro de su hermano caído.

"¿Sorprendido? Supongo que no esperabas encontrarme aquí, ¿cierto?

Lucifer sintió que el mundo entero se fracturaba bajo sus pies.

"Yahveh…"

Su propio hermano.

Yahveh, aquel que había caminado a su lado en los tiempos primordiales, el que compartió la gloria y la caída…

Ahora estaba allí, de pie junto a sus enemigos, con una expresión de absoluta satisfacción.

"Jejeje… Si hubieras visto las caras de Mikael, Roselia y Gael cuando les revelé la verdad. Llenas de lágrimas, suplicando respuestas. Me encantaron como no tienes una idea~"

"¡!"

"¿Quieres saber un secreto, Lucifer? Yo mismo me encargué de ellos. Cada uno, con mis propias manos…."

"¿Tú… los asesinaste?"

Lucifer apenas pudo pronunciar las palabras. Su voz era un susurro roto entre la ira y la incredulidad.

"¿De verdad te sorprende? " Yahveh sonrió aún más.

Lucifer temblaba. La furia rugía dentro de él, una tormenta colosal intentando liberarse. Pero su cuerpo destrozado ya no respondía.

Era un volcán sellado, hirviendo, incapaz de estallar.

Solo podía apretar los puños, tan fuerte que la sangre resbalaba entre sus dedos.

Yahveh dio un paso al frente, disfrutando de la escena, bebiendo el odio de su hermano como el más exquisito de los vinos.

"Fue divertido verte caer, Lucifer. Pero es hora de terminar lo que empecé…"

Con un movimiento lento y deliberado, Yahveh desenvainó su espada. Su hoja flamante ardía con un resplandor infernal, iluminando los cuerpos y el charco de sangre que cubría el campo de batalla.

-Adiós, hermano. Quizás en la otra vida encuentres la paz que tanto anhelaste. -

Lucifer bajó la cabeza.

No había escapatoria.

No había milagros.

Solo la oscura certeza de la muerte.

Con los dientes apretados y el alma destrozada, solo pudo maldecir en silencio a todos aquellos que le habían arrebatado lo que alguna vez amó.

"Lo siento… Isabella. No podré cumplir mi promesa…"

"Cuídate… y no dejes que la oscuridad te consuma."

Esas fueron sus últimas palabras, pensadas en lo más profundo de su mente, justo antes de que la espada descendiera.

"¡SHRRAAAAK!"

Con un único y brutal tajo, su cabeza fue separada de su cuerpo.

Por un instante, sintió cómo el peso de su existencia se desvanecía.

El dolor, el cansancio, la culpa… todo se diluía en el vacío absoluto.

Lucifer ya no supo nada más.

La oscuridad lo envolvió.

Y por primera vez, en incontables eras, pudo…

descansar.

"¡AHHHHHHHH!"

"¡Lucifer ha muerto!"

"¡El demonio por fin cayó!"

Ese día marcó la caída de Lucifer, el príncipe prometido por los dioses, aquel destinado a sentarse en el trono para gobernar toda la existencia.

Fue un día de fiesta y celebración para muchos, pero también fue el día donde todo verdaderamente comenzó.

La batalla previa no fue más que un leve eco comparado con la verdadera tormenta de sangre y caos que estaba por desatarse.

La Gran Guerra Santa estaba destinada a convertirse en el evento más catastrófico jamás registrado en la historia del universo, una contienda sin final que consumiría millones, incontables millones de almas, en una guerra donde la paz jamás sería una opción.

Ese día fue un festejo.

Hasta que la inevitabilidad tocó a la puerta.

La Gran Guerra... finalmente había comenzado.

.

..

...

....

"Ahh..."

"¿D-Dónde estoy?"

No sé cuánto tiempo pasó.

La oscuridad me envolvió, me abrazó como un manto sin fin, hasta que, de repente, me soltó. Cuando desperté, me encontré en un lugar que jamás había visto, un sitio imposible de comprender.

Ante mí se alzaba una biblioteca colosal, sus estantes ascendían más allá de lo visible, kilómetros y kilómetros de libros, pergaminos y misterios. El aire era denso, pesado, y un frío antinatural se filtraba en mi alma, un frío diferente a cualquier tortura del infierno, un frío que helaba el espíritu.

Este lugar emanaba algo... divino. Algo que estaba muy por encima de mi entendimiento. Un espacio que parecía ajeno al mismo concepto de existencia.

"...."

Intenté moverme, explorar, pero fue entonces cuando lo sentí.

Estaba limitado.

Mis alas, mi fuerza, mis poderes... todo había desaparecido. Ni siquiera podía correr. Era como si algo o alguien me hubiese reducido a un simple mortal. Un ser frágil y vulnerable.

El temor me invadió. Yo, Lucifer, el que nunca temblaba ante nada, ahora era poco más que un insecto.

Y esa vulnerabilidad solo significaba una cosa:

"He muerto..."

Caí en cuenta.

Estaba muerto.

"...."

Me senté sobre una roca cercana, con el peso de la eternidad sobre mis hombros, y dejé que mis pensamientos se desbordaran. Fragmentos de recuerdos, preguntas sin respuestas, dudas e incertidumbre.

¿Quién mató a Gabriel?

¿Por qué Yahveh, mi hermano, traicionó al cielo?

¿Qué pretendía lograr con todo esto?

¿Cuál era su verdadero objetivo?

"...."

Suspiré, resignado.

"Supongo que ya no importa. Mi papel en ese plano terminó. No tiene sentido preocuparme por un futuro al que ya no pertenezco."

Me encogí de hombros, aceptando lo inevitable.

"El infierno... ¿qué será de él sin mí?"

"¿Y ellos...? ¿Estarán bien?"

"¿Y... Isabella?"

Suspiré de nuevo, dejando que la incertidumbre me cubriera como un manto.

"Todo es tan complicado..."

Y entonces lo escuché.

Esa voz.

-Aún no ha terminado. -

"¡!"

Mi cuerpo se tensó. Mis sentidos se pusieron en alerta máxima.

Me giré, buscando el origen de aquella voz, pero no había nadie. Nada. Solo el eco de su presencia.

-Aún tienes un papel que cumplir en el plano mortal.-

-Lucifer, aún hay algo que debes hacer.-

"¿Q-Quién está ahí?" grité, la paranoia apoderándose de mí.

La voz resonó nuevamente dentro de mi mente, sacudiendo lo más profundo de mi ser.

-No soy nadie de importancia. Solo un observador, un espectador más del universo.-

"¡!"

La majestuosidad y autoridad de aquella voz me hicieron estremecer. Su sola presencia, aún invisible, eclipsaba por completo cualquier poder que hubiera conocido. Ni siquiera mi padre, aquel que proclamaba ser el ser supremo, llegaba a este nivel.

-Puedes rechazar mi propuesta y dejar que todo siga su curso natural. Esa es la ley del universo. Pero si realmente deseas un cambio... puedo ayudarte. Puedo devolverte a la vida.-

"¿A la vida...?"

La idea misma me heló. ¿Por qué alguien tan poderoso querría devolverme la vida? ¿Qué ganaba él con esto?

-No tienes por qué confiar en mí. Solo dime: ¿quieres cambiar el curso de la historia o prefieres quedarte aquí y desaparecer en el olvido, mientras la creación sigue su marcha?-

"...."

-Elige, Lucifer. Vive y desentraña los secretos ocultos de la existencia... o muere en el olvido absoluto.-

"...."

Mi mente se llenó de preguntas, dudas, miedos. Pero al final, fui honesto conmigo mismo.

El deseo de vivir siempre fue más fuerte.

Mentiría si dijera lo contrario.

"Si acepto, ¿qué consecuencias tendrá esto para el universo?" pregunté.

-Lo peor ya está pasando, Lucifer. ¿Crees que hay algo peor que una guerra?-

"...."

-La muerte ya ha sonado la trompeta. Lo inevitable está en marcha. Pero tú, tú aún puedes hacer algo... si tienes el valor de enfrentar las consecuencias.-

"...."

"Je... ¿a quién intento engañar?"

"La vida es el mayor placer que existe. Y yo no soy tan idiota como para despreciarla."

Sin más, acepté.

"Si puedes sacarme de este lugar, acepto volver."

En el instante en que pronuncié esas palabras, un escalofrío recorrió cada fibra de mi ser. Un escalofrío tan profundo y visceral que me hizo dudar de mi decisión... pero ya era tarde.

-Perfecto. Pero antes de cerrar el trato, debo advertirte.-

"¿Advertirme de qué?"

-Todo universo sigue un guion. Una historia predefinida que se despliega con cada elección. Tú, Lucifer, ya tuviste tu papel, y tu muerte era parte de ese guion. Si regresas... te conviertes en una anomalía. Un error que no debería existir. Y toda anomalía... debe ser corregida.-

-Tu regreso provocará desbalances. Anomalías surgidas de tu mera existencia. Fenómenos que jamás debieron ocurrir. Estarás quebrando las reglas del universo.-

-Perderás tu poder, tu prestigio, tu nombre... Todo lo que alguna vez fuiste, desaparecerá. Serás un alma desnuda en un plano donde el poder lo es todo. Y aún así, si decides continuar... firma el pacto ante ti.-

Frente a mí apareció un pergamino, flotando en el aire, con una pluma de tinta oscura.

"...."

La observé, en silencio.

Mi mano tembló, dudando por un breve instante.

Pero la ambición y el deseo de vivir fueron más fuertes.

Firmé.

En el instante en que la tinta tocó el papel, sentí algo.

Un escalofrío, sí, pero no uno cualquiera.

Por un breve instante, sentí claramente una sonrisa detrás de mí.

Una sonrisa que no pertenecía a ningún ser que quisiera ayudarme.

Algo... estaba terriblemente mal.

"¿Qué fue eso...?" susurré.

Negué con la cabeza, intentando ignorar la sensación.

-Un placer conocerte... Señor Supremo. -

"¡¡!!"

Intenté girarme, pero mi conciencia fue arrastrada de nuevo a la oscuridad infinita.

Solo pude escuchar, en la distancia, la risa siniestra de aquel ser.

"Jejeje..."

"Es hora de que domines al universo, mi Señor Supremo..."