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Chapter 3 - Capitulo 3

Lucifer se dejó guiar por los gritos que había escuchado, avanzando sin prisa pero con una inquietante sensación de urgencia. Sabía que al final de aquel camino encontraría las respuestas que tanto ansiaba, sin embargo, lo que le esperaba al llegar fue algo muy distinto.

Una escena desgarradora se desplegaba ante sus ojos.

"....."

"Llegué demasiado tarde..."

"La sangre ya ha sido derramada..."

Extensos ríos carmesí se extendían frente a sus pies, manchando el suelo y empapando la tierra con el eco de una matanza reciente. Decenas de cadáveres yacían apilados alrededor del bosque, sus cuerpos desfigurados por la violencia brutal de la que habían sido víctimas. Las expresiones congeladas en sus rostros reflejaban la miseria y la desesperanza que los consumió en sus últimos momentos.

Lucifer contempló la escena en absoluto silencio, sus ojos recorriendo cada rincón de aquella masacre. La crueldad desmedida y la violencia con la que esas vidas fueron arrebatadas dejaban en claro que la muerte no había sido un accidente, ni obra de simples mortales. No, esto fue causado por algo mucho más poderoso. Algo con un objetivo oscuro, cruel y meticuloso.

"...."

"Qué desastre..."

"Supongo que nada ha cambiado desde entones..."

A pesar del tiempo que había pasado desde la última vez que pisó ese plano, la realidad seguía siendo la misma. Nada había cambiado. Muerte y violencia seguían siendo los pilares de este mundo, inquebrantables e inevitables. Por más sacrificios que se hicieran, por más vidas que se ofrendaran, la muerte siempre encontraba la manera de reclamar su lugar.

Lucifer suspiró, observando a aquellas almas rotas con un atisbo de remordimiento. Un eco del pasado resonaba en su mente, recordándole que el ciclo jamás se detiene.

Ojo por ojo.

Sangre por sangre.

Vida por vida.

Las mismas reglas de siempre.

"Descansen, pequeñas almas... la muerte no es el final de todo", murmuró.

Fue lo único que pudo ofrecer como consuelo ante la tragedia. Una oración silenciosa para las almas perdidas.

Pero no podía detenerse. Aquellos cuerpos ya no podían responder sus preguntas. No le servían de nada. Sus respuestas estaban más adelante, y Lucifer debía seguir su camino.

"Descansen...", susurró una última vez, antes de reanudar su marcha.

Sin embargo, cuanto más avanzaba, más cadáveres encontraba. Un rastro interminable de cuerpos destrozados cubría el suelo, como si la misma muerte hubiese caminado por allí. Y con cada cuerpo, un peso creciente se instalaba en el pecho de Lucifer, una tristeza profunda e ineludible al ver tantas vidas arrebatadas sin sentido.

Al principio pensó que tal vez había estallado una gran guerra en este lugar, pero al examinar los cuerpos, al observar las heridas, las marcas, y la energía residual impregnada en el aire, Lucifer lentamente entendió lo que pasaba.

Esto no fue obra de un ejército. No fue un conflicto entre mortales.

Esta masacre fue causada por una criatura maligna.

Una fuerza descomunal que mató a estas personas con un fin determinado.

"...."

"Siento un mal presagio..."

Lucifer sintió que algo no andaba bien.

Una punzada de inquietud comenzó a apoderarse del corazón de Lucifer.

La sensación de ser observado creció como un veneno silencioso, arraigándose en lo más profundo de su pecho.

Rodeado únicamente de cadáveres en avanzado estado de descomposición, acompañado por la inmensa soledad de aquel bosque maldito, Lucifer no pudo evitar confrontar sus propias supersticiones. Algo no estaba bien. El aire olía a muerte, pero también a peligro.

"¡Graaaaaahhh!"

"¡...!"

Cada fibra de su cuerpo se tensó al instante, como si un torrente de electricidad recorriera todo su cuerpo. Un instinto primitivo, casi olvidado, despertó dentro de él: el instinto de supervivencia.

Sin perder la compostura, Lucifer giró lentamente la cabeza hacia la dirección de aquel grito desgarrador. Y al momento de girar su mirada, finalmente lo vio.

Frente a él, una criatura colosal surgía de entre la penumbra, su silueta deformada por la ira y la sed de sangre. Su cuerpo, cubierto de un pelaje oscuro y áspero, parecía el de un lobo, pero su tamaño y postura eran grotescamente antinaturales. Sus fauces, aún goteando sangre, se abrían con un gruñido feroz que resonaba como un eco de muerte.

"¡Grrhhhhh!"

Ojos inyectados en furia pura se clavaron en Lucifer.

La sangre fresca manchaba su hocico, escurriéndose entre sus colmillos como evidencia de la masacre que acababa de perpetrar.

En ese punto, cualquier criatura habría sucumbido al miedo, paralizada o temblando ante semejante monstruosidad. Pero Lucifer no era como el resto. En lugar de angustia o terror, su rostro mostraba algo completamente diferente: nostalgia y una tristeza profunda, una que reflejaba pensamientos que solo él podía comprender.

"...."

"¿Por qué estás aquí...?"

Su voz, apenas un susurro, cargaba el peso de viejos recuerdos. Era lo único que pudo decir mientras observaba a la criatura, consumida por la furia y la locura. Sus ojos, en lugar de miedo, reflejaban pena. Pena por ella.

Lucifer conocía el origen de ese ser, lo sabía desde el primer instante en que lo vio. Y en vez de prepararse para huir o defenderse, solo lo miró, como quien contempla a un viejo amigo que ha perdido el rumbo.

"¿Qué sucedió? ¿Por qué masacraste a estas criaturas inferiores?"

"¿Acaso no te advertí que no debías atacar a los más débiles?"

Su voz sonaba dura, pero detrás de cada palabra se escondía una genuina decepción. Sin embargo, sus reproches cayeron en el vacío. La criatura, completamente ciega de rabia, lo veía como una presa más que debía ser destrozada. Sus fauces se abrieron de par en par, goteando saliva y sangre, listas para arrancar la carne de Lucifer.

"¡Detente de una maldita vez! ¿O acaso quieres enfrentar mi ira?"

Lucifer intentó razonar con ella, pero no obtuvo respuesta. Ya no había razón en esa mente. Solo instinto y sed de sangre.

"¡¡GRHHHHHAAAAAAAAAHHH!!"

El aullido ensordecedor resonó como un trueno, y la bestia se lanzó con sus colmillos expuestos, ansiosa por morder, desgarrar y devorar.

Lucifer la miró con tristeza, consciente de lo inevitable. No había otra opción.

En su estado actual, Lucifer no era más que una sombra de lo que alguna vez fue. Acababa de regresar a este plano, y su poder no llegaba ni al uno por ciento de su antigua gloria. Incluso criaturas menores lo superaban en fuerza bruta. Pero el verdadero poder de un Señor de la Guerra no se medía solo en fuerza.

"Eres mil veces más fuerte que yo..." murmuró, sin miedo. "Pero los Señores de la Guerra... somos algo que jamás podrás entender."

Con calma, Lucifer se agachó y tomó una espada caída, una que alguna vez perteneció a uno de los cadáveres esparcidos por el suelo. La empuñó con ambas manos, levantándola como si con ella alzara el peso de todo su pasado.

"Es momento de recordarte las jerarquías."

En el instante en que Lucifer sostuvo la espada, el aire cambió.

Una helada presencia se extendió como una marea invisible, cubriendo el bosque. El viento se detuvo. El cielo pareció oscurecerse. El mismo ambiente se congeló, como si el mundo contuviera el aliento ante lo que estaba a punto de suceder.

La criatura, cegada por la furia, no percibió el cambio. Solo avanzó, gruñendo, babeando, con los ojos enloquecidos por el deseo de matar. No le importaba quién era Lucifer. Solo quería sangre.

Lucifer exhaló despacio.

"Esto me va a costar caro..." murmuró para sí mismo. "Pero es momento de recordarles... quién es su verdadero amo."

Su mirada se volvió gélida, carente de emoción, como si la misericordia misma hubiera abandonado su corazón.

La espada en sus manos vibró, resonando con el poder antiguo que aún residía en su alma. Aunque su cuerpo estaba debilitado, aunque cada movimiento le costaría más de lo que podía pagar, Lucifer estaba listo para mostrarle a esa bestia su lugar.

No por orgullo.

No por poder.

Sino porque él no permitiría que esta matanza continuara.

"¡¡GRHHHHHAAAAAAAAAHHH!!"

El furioso lobo se acercaba lentamente en busca de devorar una nueva víctima. Sus patas desgarraban la tierra a cada paso, y de sus fauces colgaban hilos de saliva oscura, hambrienta de carne y alma. Pero Lucifer simplemente esperaba con serenidad, inmóvil, dejando que la bestia avanzara hasta su posición.

En este punto, cualquiera hubiera huido despavorido, el instinto de supervivencia habría gritado en cada célula para escapar de semejante monstruo. Sin embargo, Lucifer no se movió. Su postura permaneció firme, incluso sabiendo las consecuencias que se avecinaban.

Lucifer, el ángel caído, el señor de las tinieblas, alguna vez fue un ser temido, venerado y respetado en todo el universo. Pero ahora, frente a esa criatura, su poder palidecía. En comparación con la abominable fuerza que poseía el lobo, Lucifer apenas era una sombra de lo que alguna vez fue.

Si alguien analizara las probabilidades, llegaría a una conclusión devastadora: las posibilidades de que Lucifer saliera victorioso eran inferiores al 1%. Pero Lucifer no era cualquier ser. Él era un fragmento viviente de la voluntad primordial. No era un simple demonio, era la encarnación de la rebeldía misma.

Alguna vez reinó desde lo alto de un trono ensangrentado, dominando ejércitos, arrastrando ángeles y demonios bajo su yugo, y borrando de la existencia a quienes osaran desafiarlo.

Era la Bestia de la Dominación. El Demonio Primordial. El Rey de Reyes. El Azote de la Creación.

Algunos lo llamaban el Príncipe de la Creación. Otros, simplemente Lucifer. Pero, al final, todos sabían que enfrentar la ira del señor de las tinieblas era una sentencia de muerte segura.

"¡GRHHAAAAA!"

El rugido desgarrador del lobo sacudió el aire. Su cuerpo, hecho de sombras y llamas, se lanzó directamente hacia el cuello de Lucifer, sus fauces abiertas para arrancarle la garganta de un solo mordisco.

Los ojos de Lucifer se alzaron, brillando como dos estrellas moribundas en la penumbra. Una sonrisa cruel apareció en su rostro, una sonrisa fría y afilada, familiar y temida por todos aquellos que alguna vez osaron enfrentarse a su ira.

Cada vez que esa sonrisa se dibujaba en sus labios, solo significaba una cosa:

La muerte estaba a punto de sellarse.

"¡¡CLANSHHHHH!!"

El eco metálico retumbó como un trueno en el corazón de la noche. Un destello carmesí rasgó la oscuridad. El lobo intentó reaccionar, pero ya era demasiado tarde para retroceder.

Lucifer se movió con precisión milimétrica. Sus manos firmes empuñaron la espada con una familiaridad casi cruel, ejecutando una danza de cortes finos y certeros que desmembraron el colosal cuerpo de la bestia infernal.

El lobo jamás tuvo oportunidad de responder. En el instante en que comprendió su error, ya había caído víctima de su propia avaricia y arrogancia.

Era cierto que Lucifer estaba en clara desventaja ante la inmensidad y brutalidad de la criatura, pero no por nada fue conocido como uno de los señores de la guerra más temibles que el universo había visto.

La experiencia era su verdadera arma. Había librado incontables batallas, algunas contra dioses, otras contra monstruos cuyo nombre se perdió en el olvido. Con cada guerra aprendió, con cada derrota evolucionó, y con cada victoria perfeccionó el arte de la destrucción.

Lucifer conocía todos los trucos de este juego… porque él mismo los había inventado.

"¡GRAAAAAAAAAHHHHH!"

El lobo rugió de dolor mientras su cuerpo colapsaba, su sangre negra brotando en torrentes desde un desgarrador tajo que dividía su torso. La espada de Lucifer había perforado directo su corazón infernal, apagando su vida en cuestión de segundos.

La victoria fue absoluta.

Pero no sin costo.

"¡Puaajhhh!"

Lucifer tosió violentamente, escupiendo gruesos hilos de sangre oscura sobre la tierra. Había ganado, pero el precio de invocar siquiera un fragmento de su antiguo poder fue devastador para su cuerpo y alma.

Ya no era el ser invencible de antaño. Su gloria, alguna vez resplandeciente y temida, se había erosionado con el peso de los siglos y el castigo de su propia existencia. Y aunque apenas había liberado una chispa de la fuerza que alguna vez recorrió sus venas, esa diminuta gota fue suficiente para desgarrar sus entrañas y abrir grietas profundas en lo más oscuro de su esencia.

La misma fuerza que aniquiló al lobo infernal lo había atravesado por dentro, como un latigazo brutal arrancándole pedazos de alma y carne con cada pulsación. Su respiración se volvió errática, quebrada. Con cada exhalación, gruesas bocanadas de sangre oscura escapaban de su boca, salpicando la tierra marchita bajo sus pies.

"Ahh... Ahh... Ahh..."

El aliento de Lucifer era un susurro rasposo y seco, como el eco de un alma al borde del colapso. Sus piernas temblaron y, finalmente, ya no pudo sostenerse. La sangre que había escupido no era solo una advertencia: era un precio, una sentencia dictada por las mismas leyes de este lugar maldito.

Su cuerpo entero era un océano de dolor. Cada músculo, cada hueso, cada fibra temblaba bajo el peso de la energía que no debería haber invocado. Sus manos, aquellas que una vez sostuvieron los destinos de mundos enteros, ahora temblaban como hojas a merced del viento.

Había vencido en una batalla imposible, pero la victoria le había costado más de lo que estaba dispuesto a admitir.

—Mierda…

Su voz era un gruñido ahogado, entre furia y resignación.

—Olvidé las reglas de este maldito lugar…

—Aquí… nada es gratis… ni siquiera el jodido poder…

"¡Paaam!"

Su cuerpo cedió. Lucifer cayó de rodillas, y luego, su cuerpo se desplomó por completo, golpeando el suelo con un eco sordo que resonó en la vasta oscuridad.

La sangre formó un charco bajo él, y en su reflejo distorsionado, apenas reconoció el rostro de lo que alguna vez fue un rey.

—Ahh... Es momento de volver a dormir... —susurró Lucifer, con la voz rota y apenas audible.

Con las últimas hebras de su conciencia, Lucifer se dejó caer en el abismo de su letargo. Su cuerpo se desvaneció lentamente entre las sombras, oculto bajo los restos del lobo infernal. Dejó de preocuparse por todo. Dejó de pensar, de sentir. Solo se concentró en desaparecer y dormir.

Sin embargo, lo que Lucifer no sabía era que, al cerrar los ojos esta vez, se había hundido en un problema mucho mayor. Uno que estaba a punto de cambiar su existencia para siempre.

Quizás era el primer eslabón de las respuestas que había buscado por incontables eras...O quizás era el inicio de algo mucho más grande.Algo que ni siquiera el antiguo Rey del Infierno podría detener.

Un evento que lo cambiaría para siempre.

.

—Qué desastre... —murmuró una voz femenina, mientras observaba el campo de batalla teñido de sangre. A su alrededor, decenas de cadáveres yacían esparcidos, algunos mutilados, otros destrozados más allá de todo reconocimiento.

Silencio.

Su mirada recorrió cada rincón de la masacre con fría precisión.

—Son solo novatos... A lo mucho, guerreros de nivel 3... —musitó, con un tono de desdén.

Sin embargo, algo fuera de lugar capturó su atención.

Entre los restos carbonizados y las extremidades desgarradas, la figura de un lobo infernal destacaba. Una criatura de ese calibre era una amenaza letal incluso para escuadrones enteros de veteranos. La sola presencia de esa bestia en un campo de batalla tan pequeño resultaba absurda.

—¿Cómo demonios lograron derrotar a una criatura así? —se preguntó, arqueando una ceja.

La chica se acercó, inspeccionando los cuerpos cercanos. Miró las armas, las armaduras… nada tenía sentido. Eran demasiado débiles. Ni en sus sueños más delirantes un grupo de aventureros tan inexpertos habría podido abatir una bestia de ese nivel.

¿Entonces quién lo hizo?

—¿Mmm?

Su atención volvió al cadáver del lobo infernal. Su instinto le decía que algo no cuadraba, una sensación de que estaba pasando por alto algo crucial.

Fue entonces cuando lo escuchó.

—¡Cof... Cof! —

La tos rasposa rompió el silencio. Un sonido débil, pero cargado de una presencia imposible de ignorar.

—¿¡…!? —Su cuerpo se tensó al instante.

Alguien seguía con vida.

Sin perder un segundo, corrió en dirección al sonido. Sus pasos resonaron entre los cuerpos mientras su mirada buscaba con urgencia al sobreviviente.

—Ahh… Ahh… Ahh…

Entre la sangre y las sombras, encontró un cuerpo. No era como los demás. Yacía en el suelo, débil y cubierto de heridas, pero había algo en él… algo que no podía describir.

Era un hombre, pero no cualquier hombre. Su rostro era de una belleza tan antinatural que parecía esculpido por manos divinas. Perfecto. Demasiado perfecto para este mundo.

Para algunos, sería un dios.Para otros, un error de la creación.

Para ella, en ese momento, solo era un enigma.

—¿…?! —Su respiración se cortó.

No podía creerlo. No porque fuera hermoso, ni por la perfección inquietante de su figura, sino porque aún respiraba.

Con toda la evidencia frente a ella, era imposible. Nadie podía haber sobrevivido en este lugar. No contra el lobo infernal. No contra la masacre. Y sin embargo, él estaba allí, vivo.

—¿Cómo sigues con vida? —preguntó exaltada, su voz temblorosa entre la incredulidad y el desconcierto.

Pero no obtuvo respuesta.

El hombre —Lucifer— no dijo nada. No parecía siquiera consciente de su presencia. Solo respiraba con dificultad, al borde de la inconsciencia.

Las preguntas se agolparon en su mente, pero ahora no había tiempo para respuestas. Había algo más urgente en este momento: salvarlo de su inevitable final.

Sin dudarlo más, lo levantó como pudo y lo cargó sobre su espalda. El peso de su cuerpo parecía desmentir su fragilidad, como si algo en él fuera más pesado que la carne y los huesos. Pero ella no se detuvo. Tenía que sacarlo de allí.

Sin saber quién era, sin tener idea de lo que representaba, aquella joven había salvado al ser más importante de la creación.

Sin saberlo, había cambiado el curso de la existencia misma.

Sin saberlo, su vida, su historia y su destino se entrelazaron para siempre con el alma más peligrosa que había caminado este mundo.

Y en ese momento, ignorante de la magnitud de su acto, el universo ya había comenzado a temblar...