Chereads / El sol en tu mirada / Chapter 3 - Capítulo 3

Chapter 3 - Capítulo 3

El hospital olía a desinfectante y cansancio. Tamborileaba los dedos sobre mi rodilla mientras esperaba a que mi madre saliera de consulta, no me dejó entrar con ella. El sonido de murmullos, pasos y el ocasional llamado por altavoz llenaban el ambiente.

El doctor había solicitado más estudios. Querían asegurarse de que la medicación funcionara correctamente y descartar complicaciones. Traté de mantenerme tranquila, pero la incertidumbre me pesaba en los hombros.

Saqué el celular y escribí un mensaje a mi hermano:

Le harán más estudios a mamá. No dijeron que fuera algo grave, pero prefieren asegurarse.

No recibió el mensaje de inmediato, espere a que los dos ticks de verificación aparecieran, pero solo estaba el mío, el de envío. Suspiré y decidí distraerme.

Abrí el navegador y, casi sin pensarlo, escribí: Caleb … Me detuve. No tenía su apellido.

Fruncí el ceño. No lo había pensado antes, pero me di cuenta de que no sabía casi nada de él. Solo su nombre, su mirada intensa y esa actitud que me descolocaba.

Recordé que siempre trae una cámara fotográfica con él. Le gusta la fotografía, busque exposiciones recientes, algunas a las que me habían invitado. Y ahí, en la lista de invitados, entre nombre de artistas, patrocinadores y empresarios, apareció:

Caleb Moreau - Moreau Tech.

Moreau.

Guardé mi teléfono cuando la recepcionista me llamó. Luego, acompañé a mi madre fuera del consultorio.

—¿Todo bien? —pregunté, tratando de ocultar mi preocupación.

—Solo un ajuste en mi medicación habitual —respondió con una sonrisa cansada—. Pero quieren hacerme más estudios.

Asentí, esforzándome por no demostrar mi inquietud.

Después de llevar a mi madre a casa, me dirigí a la editorial donde trabajo como editora en jefe. Pasé el día entre correcciones, reuniones y manuscritos por evaluar, pero mi mente seguía divagando.

En un momento de descanso, volví a la búsqueda. Moreau Tech era una empresa de tecnología con presencia internacional, especializada en el desarrollo de software. Caleb Moreau figuraba como subdirector, pero la información sobre él era limitada: un par de entrevistas técnicas, menciones en artículos, pero nada personal.

Era extraño. En esta época, la mayoría de las personas dejaban rastros digitales, pero él parecía reservado. Demasiado.

Sacudí la cabeza y volví a mi trabajo. No debía distraerme con alguien que apenas conocía.

Recordé que tenía una invitación para una exposición de arte esa noche. Me serviría para distraerme. Elegí un vestido verde esmeralda, que se amoldaba a mi cuerpo con una perfección casi pecaminosa. La tela fina abrazaba mi cintura con suavidad, marcando mi silueta con una elegancia natural antes de deslizarse por mis caderas en un ajuste sutilmente ceñido. Desde ahí, la tela caía con fluidez hasta mis tobillos, moviéndose con cada paso como si acariciara el aire a mi alrededor. Me sentía realmente hermosa; el escote discreto equilibraba la audaz sensualidad del diseño, mientras que el brillo tenue del tejido bajo la luz creaba un efecto hipnótico, resaltado mis curvas con delicada provocación.

La exposición tenía un aire de elegancia contenida, luces suaves que realzaban las obras y el murmullo constante. Me detuve a observar una pintura abstracta cuando sentí que alguien me miraba.

Me tomó apenas un segundo encontrarlo.

Caleb estaba al otro lado del salón, acompañado por un hombre de traje oscuro y una mujer de expresión afilada. No hablaba, su postura era relajada, como si nada a su alrededor le importará demasiado. Pero entonces, sus ojos se encontraron con los míos.

El impacto fue inmediato. 

Un leve cambio en su expresión. Un destello de reconocimiento, lo sentí en la forma en que su respiración se detuvo por una fracción de segundo, en la rigidez sutil de su mandíbula, en la intensidad repentina de su mirada clavada en la mía. No sonrío ni hizo gesto alguno, pero supe que me devoraba con los ojos.

Su mirada descendió lentamente, como si recorriera cada centímetro de mi cuerpo con la boca seca. Se detuvo en mi cintura, en la curva de mis caderas. Era una caricia a la distancia, un reclamo silencioso.

Mis labios se entreabrieron involuntariamente. Algo dentro de mí tembló.

Él se tensó, sus dedos apretaron el vaso que sostenía, pero no se movió. No se acercó.

El aire entre nosotros vibraba con algo denso, algo eléctrico. No debía sentirme así. No debía importarme. Y, sin embargo, ahí estaba, con la piel erizada y el pulso martillando en mis sienes, atrapada en su mirada como si fuera la única persona en la habitación. Como si, por un instante, él también lo creyera, sosteniéndome la mirada.

La mujer a su lado dijo algo y Caleb desvió la vista, inclinándose ligeramente hacia ella. Parpadeé y solté un suspiro contenido. ¿Quién es ella?

Era momento de irme.

Terminé la noche en la cafetería. 

Nada más entrar, Samuel me sonrió. Volvió a ser el de antes, aunque me sigue intrigando su comportamiento.

—Otra vez por aquí.

—Siempre vuelvo a los lugares donde el café es bueno —respondí con una media sonrisa.

—Y porque te caigo bien —añadió con tono divertido.

Hice una mueca con la boca, pero no lo negué. Samuel me agradaba. Siempre me había parecido atractivo. Desde que nos conocimos casi en la adolescencia, intuía que le gustaba, aunque nunca dijo nada abiertamente. Al principio, esa idea me resultaba interesante, incluso halagadora, pero con el tiempo, se volvió alguien tan cercano, tan familiar, que simplemente deje de verlo de esa manera.

Nunca había cruzado ningún límite, ni se había comportado de forma inapropiada … Hasta anoche.

—Lo de siempre —le dije, y me dirigí a mi mesa.

Desde ahí lo observé mientras preparaba mi café. Encontrármelo en el parque y verlo así, con esa tensión en los hombros, con esa mirada que no reconocí, me tomó por sorpresa, me da un poco de nostalgia pensar en que pueda perder su amistad y el sentirme segura al venir a este café.

Cuando se acercó con la taza, no se sentó, pero se quedó de pie junto a mí unos segundos más de lo necesario.

—¿Cómo estuvo la exposición? —preguntó, apoyándose en el respaldo de la silla frente a mí.

—Interesante —respondí, tomando la taza entre las manos—. Hubo algunas piezas que me gustaron.

—Sí, parecía que estabas disfrutándola.

Mi mirada se alzó de inmediato.

Samuel sonrió.

—Te vi ahí.

Sentí un ligero nudo en el estómago. No sabía por qué, pero la forma en la que lo dijo hizo que mi piel se erizara.

—No te vi —dije con naturalidad, como si no le diera importancia.

—Porque estabas ocupada mirando a alguien más.

Un instante de silencio.

No supe qué responder.

Samuel inclinó la cabeza ligeramente, observándome con esa expresión suya difícil de leer. 

—Ese tipo… —su voz bajó un poco—. Caleb Moreau. ¿Es de quién me hablaste la otra vez, cierto?

El sonido de su nombre en la boca de Samuel me hizo sentir expuesta. Asentí con la cabeza

—Lo conocí hace un tiempo —continuó—. No lo suficientemente bien, pero sé quién es. Me da la impresión de que ahora lo veré más seguido por aquí.

Lo miré fijamente.

—¿Y?

Samuel sonrío con calma.

—Solo ten cuidado. No todos son lo que parecen.

No respondí.

Se quedó en silencio por unos segundos más, luego dio un paso atrás.

—Disfruta tu café, Míriam.

Lo observé alejarse, sintiendo que, aunque su tono era amable, sus palabras escondían algo más.

Aunque anoche su comportamiento me tomó por sorpresa, ahora sé que es lo que pasa.

Es Caleb.

Su presencia lo altera. Lo empuja a reaccionar de una forma que nunca había mostrado conmigo. Una parte de mí quisiera ignorarlo, fingir que nada ha cambiado. Ahora me mira con cierto resentimiento. Son celos. Su presencia se siente más pesada, su voz más cargada de algo que no sé si es enojo, frustración … O deseo.

En cierta manera disfruto la idea de despertar esa reacción en él, por ese fuego que nunca antes había visto en sus ojos. Y a la vez resulta tan incómodo, perder lo que teníamos, nuestra mutua compañía.

Conduje hacia la casa con la mente aún enredada en las palabras y acciones de Samuel.

A mi mente llegó la forma en que Caleb me miró en la exposición, mi cuerpo se tensó. Su mirada cargada erizo mi piel de nuevo.

El aire nocturno estaba fresco y me ayudó a despejarme un poco, pero a penas cerré la puerta de mi apartamento, la sensación de cansancio cayó sobre mí como una losa.

Saque el móvil del bolso y revise las notificaciones. Finalmente, mi hermano Julián había respondido, casi doce horas después:

Avísame si necesitas algo, saludos a mamá.

Fruncí el ceño. Ni una pregunta sobre los estudios adicionales. Ni una sola palabra de preocupación real. Solo un mensaje frío, distante, como si estuviera hablando con un desconocido y no con su hermana sobre la salud de su madre. No esperaba un discurso, pero al menos un poco de preocupación genuina. Algo que me hiciera sentir que no cargaba con esto sola.

Solté un suspiro y dejé el móvil sobre la mesa. 

Era frustrante.

Me quité los zapatos y me dejé caer en el sillón, sintiendo el agotamiento, asentarse en mis huesos.

Mamá nunca se quejaba, pero yo sabía que notaba la ausencia de Julián.

Y aunque trataba de convencerme de que su manera de ser no cambiaría, había algo dentro de mí que seguía esperando que lo hiciera.

Mis ojos cedieron al sueño, pero en medio de la noche desperté con una extraña sensación, el peso de su mirada aún quemaba mi piel.

Sin darme cuenta, mis labios susurraron su nombre en la oscuridad.

—Caleb…