Entré en la cafetería con una prisa inusual. Me acomodé en mi mesa, intentando concentrarme en mi laptop. Había pasado la mañana revisando manuscritos, pero mi mente estaba dispersa. La incertidumbre sobre la salud de mamá pesaba en mi pecho, aunque intentara distraerme con el trabajo.
Pasé los dedos por el borde de la taza, inhalando el aroma cálido, buscando consuelo en lo cotidiano. Sin embargo, la sensación de ser observada me sacó de mis pensamientos.
Levanté la mirada y lo vi.
Caleb estaba de pie en la entrada de la cafetería, alto, imponente. Su presencia alteró la atmósfera con la misma intensidad de la última vez. No sé si fui yo quien se tensó primero o si él reaccionó a mi postura, pero por un instante, el mundo se redujo a ese cruce de miradas.
Se acercó con pasos tranquilos, seguros. Me observaba con un dejo de interés contenido, como si supiera que su cercanía me inquietaba.
—Míriam —su voz sonó como un eco de algo que ya había sucedido antes, algo que aún no comprendía del todo.
Abrí la boca para responder, pero una tercera voz nos interrumpió.
—¿Quieres lo de siempre? —Samuel apareció junto a mí con una sonrisa casual, aunque su mirada decía otra cosa.
Caleb se giró hacia él con calma medida. Samuel no apartó la vista. El aire se tensó entre ellos.
—Café negro —dijo Caleb sin desviar la mirada de Samuel.
—Para llevar —añadió Samuel, sin preguntarle.
Caleb alzó una ceja con media sonrisa, como si el desafío lo divirtiera. Samuel, en cambio, no se movió hasta que yo rompí el silencio.
—Samuel ... ¿Me puedes traer otro café?
Solo entonces se alejó con postura rígida.
—Parece que no soy bienvenido aquí —comentó Caleb, con un dejo de burla en su tono.
—No es eso —respondí, aunque yo misma no estaba tan segura.
Él ladeó la cabeza, analizándome.
—¿Me dejas sentarme?
¡Es lo que desee desde que lo conocí! Antes de que pudiera responder, su celular vibró en su bolsillo. Miró la pantalla y suspiró.
—Supongo que tendré que posponer nuestra conversación. Pero te veré después, Míriam.
Maldije por dentro, por la llamada entrante. Sus palabras sonaron a certeza. Se giró y salió de la cafetería sin mirar atrás, dejando a Samuel con el café en la mano.
Caminé hacia la librería, sin un objetivo en particular. Tanto el olor del café como el de los libros, son de los aromas que más disfruto y ahora, el de él...
Me deslicé entre los estantes con el paso automático de quien busca un refugio en las páginas, sin pensar demasiado en qué libro elegir. Me gustaba la sensación de estar rodeada de historias, de mundos que podía visitar sin necesidad de moverme.
Pero mi tranquilidad duró poco.
Sentí su presencia antes de verlo.
—¿Buscas algo en particular? —La voz de Caleb sonó cerca, como eco entre los libros.
Me giré y lo encontré ahí, de pie a unos pasos de mí, con una expresión que oscilaba entre la diversión y el interés genuino.
—Siempre busco algo —respondí con evasiva.
— ¿Y qué encuentras?
— Depende del día. A veces, algo que me haga pensar. Otras, algo que me haga olvidar.
Caleb inclinó la cabeza, observándome con más atención.
—Curioso —murmuró, acercándose un poco más —. Yo también busco cosas.
—¿Ah sí? —Pregunté, sin ceder terreno.
—Sí. Pero no siempre tengo claro qué es lo que estoy buscando hasta que lo encuentro.
Su mirada se sostuvo sobre la mía un instante más de lo necesario.
Decidí centrarme en los libros, alejándome de la sensación de que, esta vez, la que estaba siendo observada era yo. Tomé un ejemplar de uno de los estantes, solo para tener algo en las manos.
—¿Ese es bueno? —preguntó, acercándose lo suficiente como para leer el título.
—Sí. Lo he leído varias veces.
—Entonces debe valer la pena. ¿De qué trata?
Su tono no era casual, realmente mostraba interés genuino. Había algo en la forma en que me preguntaba, en como inclinaba el cuerpo, hacía mi, que me hacía sentir que no solo quería saber del libro, quizá quería saber de mí.
—Es complicado de explicar. Es más sobre la sensación que deja, que sobre la historia en sí.
Caleb sonrío de lado.
—Déjame adivinar ... ¿Te gustan los libros que te dejan pensando incluso después de haberlos terminado?
—¿Y si te dijera que me gustan los que me hacen olvidar todo por un rato?
—No te creería —dijo sin dudarlo—. No eres de las que busca distracciones vacías.
— ¿Y tú sí?
—Depende del momento. Pero últimamente ... — su mirada bajó un instante al libro que aún tenía en mis manos—, creo que prefiero las historias que se quedan conmigo.
Me perdí en la atmosfera de sus palabras, en el aire se podía sentir la conexión que se estaba generando en ese momento; no noté cuando ambos extendimos la mano al mismo tiempo para tomar otro libro del estante.
Nuestros dedos se rozaron.
El contacto fue breve, no se apartó de inmediato. En cambio, su mano permaneció donde estaba, sus dedos rozando los míos con un movimiento a penas perceptible. Sentí un choque de electricidad.
Y luego, con la misma naturalidad con la que alguien hojea un libro, su cuerpo se inclinó un poco más.
Me vi obligada a retroceder apenas, hasta que mi espalda chocó con el estante. La distancia entre nosotros se redujo en cuestión de segundos. Su otra mano se apoyó en el estante detrás de mí, encerrándome sutilmente contra la madera.
— ¿Siempre tienes esa reacción cuando alguien te toca? — su voz descendió a un susurro bajo, casi íntimo.
Mis labios se entreabrieron sin que pudiera evitarlo.
—No sé de qué hablas.
—Oh, claro que sí —su mirada bajó fugazmente a mis labios antes de regresar a mis ojos.
Mis labios brincaron inconscientemente al sentir su mirada. Podía sentir su respiración contra mi piel, el calor de su cuerpo demasiado cerca del mío. Mi espalda chocó contra los libros y él a penas se inclinó un poco más.
—Míriam...— pronunció mi nombre con una cadencia casi peligrosa.
Tragué en seco. No debía dejarme afectar, pero su proximidad hacía que todo mi cuerpo reaccionara de formas que no podía controlar.
—Caleb...— intenté advertir, pero puso un dedo sobre mis labios, el roce fue eléctrico y no pude pronunciar nada más.
Mi piel se erizó.
Y él lo notó.
Su sonrisa fue leve, apenas un movimiento en sus labios, pero suficiente para hacerme sentir que tenía el control de la situación.
—Eres interesante —susurró, antes de apartarse con la misma calma con la que se había acercado.
Me quedé en mi sitio, sin poder moverme de inmediato.
Cuando finalmente quise articular palabra, él dio la vuelta en la esquina del estante.
Y con él, se llevó mi capacidad de pensar con claridad.
Suspirando, puse mis audífonos y encendí el reproductor. Caminé hacia el estacionamiento y la notificación de llamada entrante rompió mis pensamientos. Se me formó un nudo en la garganta. Era del hospital.
—Señorita Andrade, tenemos los resultados de los estudios de su madre. Nos gustaría que viniera par discutirlos en persona.
El tono de la doctora era neutro, profesional, pero eso solo hizo que la inquietud en mi pecho creciera.
—¿Es grave? —pregunté con la voz tensa.
Hubo un breve silencio.
—Es mejor que lo hablemos aquí.
Eso fue todo lo que necesitaba para saber que sí, era grave.
Mi mano tembló ligeramente al colgar. Inspiré hondo, tratando de calmarme.
Al subir al auto, una sensación extraña me recorrió la espalda.
Alcé la vista hacia el retrovisor.
Y ahí estaba él.
Samuel, de pie en la distancia, observándome con una expresión indescifrable.
Algo en su mirada me puso alerta.
No era solo preocupación. Era algo más.
Y por primera vez, me pregunté si realmente conocía a Samuel como tanto creía.