Camila me sacó a rastras de casa para que saliera a distraerme. Caminábamos por la acera rumbo al centro comercial. Me gustaba la sensación del aire en mi cabello. Ella hablaba animadamente sobre una nueva serie que había comenzado a ver, pero a penas le prestaba atención.
Mi mente divagaba entre pensamientos dispersos, hasta que una figura conocida, captó mi mirada.
Al otro lado de la calle, frente a uno de los restaurantes más elegantes de la ciudad, estaba Caleb, acompañado de una figura femenina, la reconocí de inmediato. Era la misma mujer que había estado con él en la exposición de arte.
Sentí que se me revolvía el estómago. Él le abría la puerta del restaurante y en un instante me distinguió, hizo un gesto con la mano para saludarme, le respondí asintiendo con la cabeza. La misma mano con la que me saludo se posó sobre la cintura de ella, en un gesto para invitarla a pasar. Se desvanecieron de mi vista.
Un nudo se formó en mi garganta, los ojos se me llenaron de agua; la punzada de celos, me dejo los pulmones sin aire. Odie sentirme de esta manera. Mi paso se volvió más rápido, y Camila tuvo que alcanzarme con trote ligero.
—¿Qué te pasa?
—Nada, solo de repente tengo prisa. ¡Vamos a la cafetería, necesito ver a Samuel!
—Acompáñame a comprar lo que necesito y luego tú vas a la cafetería.
—¿Por qué no quieres acompañarme?
—Ya no me da tiempo hoy.
Su tono de voz, era frío, me pareció que el semblante se le ponía pálido. La acompañé dentro del centro comercial; hablaba, pero yo no escuchaba, aunque fingía que sí.
Me repetía a mí misma que no tenía derecho de sentirme así, que él no era mío. Aun así, la imagen de su mano en la cintura de ella, y la familiaridad con que se trataban, me golpeaba en la memoria. Los celos me invadieron por completo y en una mezcla de orgullo herido y necesidad de aliviar esta sensación, decidí buscar a Samuel.
Ya casi al atardecer, entré a la cafetería con actitud un tanto diferente. Me acerqué a la barra y le sonreí a Samuel, jugueteaba con cada gesto. Él, que siempre estaba atento a cada movimiento mío, notó de inmediato el cambio en mi comportamiento.
—¿Qué te trae por aquí con esa sonrisa? — preguntó, apoyándose en el mostrador, inclinándose hacia mí.
—¿Es un crimen estar de buen humor? —respondí, fingiendo inocencia, inclinándome hacia él.
Entrecerró los ojos divertido. Sabía que yo estaba jugando, decidió aprovecharse de eso y seguirme el juego.
—Me encanta verte así con esa sonrisa que te ilumina.
Saqué mi móvil y sin avisarle, di la vuelta a la barra y me acerqué a Samuel.
—Hace mucho que no nos tomamos una foto juntos —me posicione a su lado, inclinando apenas la cabeza hacia él.
Sin pensarlo mucho se acercó más, sentí como su mano se deslizaba con naturalidad sobre mi cintura, atrayéndome un poco más hacia él.
Mi cuerpo reaccionó de forma inesperada y sutilmente me separé. Era un juego, lo sabía. Yo lo había empezado, pero no esperaba que mi cuerpo reaccionara de esta manera.
Samuel lo notó. Al separarnos, me lanzó una mirada rápida, como si buscara una confirmación silenciosa. Su sonrisa no desapareció, disfrutaba mi juego.
—¿Y qué harás con esa foto? —la curiosidad se le notaba en el rostro.
—Ya lo verás —le guiñé el ojo mientras salía a buscar donde imprimir.
Minutos después aparecí con foto en mano, me dirigí al mural de la cafetería donde estaban otras fotos de clientes y amigos y la coloque justo en el centro, cualquiera que entrara podía verla.
Todo conspiró a mi favor y después de un rato, Caleb entro por la puerta de la cafetería. Contuve la respiración por un instante.
Su mirada irremediablemente se posó en la foto, la expresión en su rostro cambió de inmediato, la mandíbula se le tensó. Me miró, sí, había ira en sus ojos, debo reconocer que disfrute el instante. Caminó hasta mi mesa con fingida alegría y se sentó frente a mí sin pedir permiso.
— ¡Qué hermosa coincidencia encontrarte aquí! —su voz era inusualmente más alta.
—Es mi café favorito.
—Me gusta este lugar, tiene buena energía —su mirada se desviaba constantemente hacia el muro, en las fotos.
Reí por dentro varias veces, me sentía de algún modo en ventaja sobre él, por un instante sentí que tenía el control.
Observé como trataba de disimular su disgusto, sus dedos tamborileaban sobre la mesa. Finalmente, exhaló y giro hacia mí con una media sonrisa. Su tono de voz poco a poco se hizo más suave.
—No sabía que te gustaba coleccionar recuerdos.
—Solo es una foto.
—No lo sé, me parece que hay más historia ahí de lo que quieres admitir —se inclinó ligeramente sobre la mesa, acercándose más a mí.
Su mirada inquisidora, trataba de encontrar en mis ojos alguna respuesta. No había un reproche abierto, pero de alguna manera sentía su reclamo.
Sin darme cuenta el tema cambió y poco a poco la conversación se volvió más cercana, incluso sentí una calidez inesperada. Hablamos sin prisa, como si el tiempo se disolviera a nuestro alrededor, nuestra conversación nos envolvió y las palabras parecían pequeños secretos entre los dos. Y por un momento, ahí, en la cafetería, no existía el mundo exterior, solo Caleb y yo.